Para excitar a la
juventud americana a que aspire a la vida más alta, más pura, más espiritual y
aérea, ha escrito José Enrique Rodó, de Montevideo también, su Ariel (La Vida Nueva, III) que es una buena obra en el doble
sentido de estas palabras. Ha repercutido en España, en cuanto esas cosas
repercuten aquí. Es un himno a la juventud, al alto entusiasmo, a la sed de
ideal y de armonía y de belleza, inspirado en Guyau y en Renan sobre todo. Es
una honda traducción al castellano -no sólo al lenguaje sino al espíritu- de lo
que el alma francesa tiene de ateniense y de más elevado; es el aticismo
sentido en francés por un hispano-americano. Es una llamada a la naturaleza, a
la vida, a la sana contemplación, al mantenimiento de la integridad de nuestra
condición humana, al culto a la belleza. Pide que el redentor y el misionero
tengan entendimiento de hermosura.
Pero lo más preciado de Ariel
es el empeño por conciliar la más alta preocupación de los intereses ideales
con el espíritu democrático. Aquí el discípulo se opone a
«las paradojas injustas del Maestro», al aristocratismo de Renan, viéndose en esto al americano, libre del excesivo lastre de tradición de que al principio hablaba. La belleza es ahorro de utilidad, no hay que olvidarlo, y quien a lo útil tienda, tiende, aún sin quererlo, a lo bello. Aunque no exento de cierta hostilidad a lo utilitario, e injusto acaso en demasía con la vulgaridad, Rodó lo comprende al hacer sereno e imparcial juicio del americanismo y de la nordomanía que amenaza deslatinizar a la América española (mejor es llamarla así que no Hispano-América como él hace). Sería interminable si quisiera seguir paso a paso el librito de Rodó; espero dedicarle todo un ensayo. Por ahora citaré su hermosísimo final:
«Mientras la muchedumbre pasa, yo observo que aunque ella no mira al cielo, el cielo la mira. Sobre su masa, indiferente y obscura, como tierra de surco, algo desciende de lo alto. La vibración de las estrellas se parece al movimiento de las manos de un sembrador».
Miguel de UnamunoExtraído
De la literatura hispano-americana,
1901
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de José Enrique Rodó
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