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CASTILLA, ESPAÑA Y LO CASTIZO (Miguel de Unamuno)

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Ha empezado hace algún tiempo á deshacerse la enormidad de errores que acarrearon las confusiones entre lo fisiológico, lo lingüístico, lo geográfico y lo histórico en los pueblos; es corriente ya que éstos son un producto histórico independiente de homogeneidad de raza física ó de comunidad de origen; poco á poco va difundiéndose la idea de que la supuesta emigración de los arios á Europa sea acaso en parte emigración de las lenguas arianas con la cultura que llevaban en su seno, siendo sus portadores unos pocos peregrinos que cayeran á perderse en poblaciones que los absorbieron.
De raza española fisiológica nadie habla en serio, y, sin embargo, hay casta española, más ó menos en formación, y latina y germánica, porque hay castas y casticismos espirituales por encima de todas las braquicefalias y dolicocefalias habidas y por haber.
Todo el mundo sabe, de sobra con sobrada frecuencia, que un pueblo es el producto de una civilización, flor de un proceso histórico el sentimiento de patria, que se corrobora y vivifica á la par que el de cosmopolitismo. A esto último hemos de volver, que lo merece.
Llenos están los libros de explicaciones del hecho de la patria y su fundamentación, explicaciones de todos colores, desde vaguedades místicas y formulismos doctrinarios hasta la tan denigrada doctrina del pacto. Detengámonos un poco en esto del pacto, que las reflexiones que nos sugiera, aunque digresivas al pronto, afluirán al cabo á la corriente central de esta meditación. La doctrina del pacto, tan despreciada como mal entendida por paleontólogos desenterradores, es la que, después de todo, presenta la razón intra-histórica de la patria, su verdadera fuerza creadora en acción siempre.
Lo mismo que tantos pueblos han proyectado en sus orígenes, en la edad de oro, su ideal social, Rousseau proyectó en los orígenes del género humano el término ideal de la sociedad de los hombres, el contrato social. Porque hay en formación, tal vez inacabable, un pacto inmanente, un verdadero contrato social intra-histórico, no formulado, que es la efectiva constitución interna de cada pueblo. Este contrato libre, hondamente libre, será la base de las patrias chicas cuando éstas, individualizándose al máximo por su subordinación á la patria humana universal, sean otra cosa que limitaciones del espacio y del tiempo, del suelo y de la historia.
A partir de comunidad de intereses y de presión de mil agentes exteriores á ellas y que las unen, caminan las voluntades humanas, unidas en pueblo, al contrato social inmanente, pacto hondamente libre, esto es, aceptado con la verdadera libertad, la que nace de la comprensión viva de lo necesario, con la libertad que da el hacer de las leyes de las cosas leyes de nuestra mente, con la que nos acerca á una como omnipotencia humana. Porque si en fuerza de compenetración con la realidad llegáramos á querer siempre lo que fuera, sería siempre lo que quisiéramos. He aquí la raíz de la resignación viva, no de la muerta, de la que lleva la acción fecunda de trabajar en la adaptación mutua de nosotros y el mundo, á conocerlo para hacerlo nuestro haciéndonos suyos, á que podamos cuanto queramos cuando sólo podamos querer lo que podamos llevar á cabo.
Se podrá decir que hay verdadera patria española cuando sea libertad en nosotros la necesidad de ser españoles, cuando todos lo seamos por querer serlo, queriéndolo porque lo seamos. Querer ser algo no es resignarse á serlo tan sólo.
Hasta llegar á este término de libertad del que aún, no valen ilusiones, estamos lejos, la historia va haciendo á los pueblos, la historia que es algo del hado. Les hace un ideal dominando diferencias, y ese ideal se refleja sobre todo en una lengua con la literatura que engendra.
La lengua es el receptáculo de la experiencia de un pueblo y el sedimento de su pensar; en los hondos repliegues de sus metáforas (y lo son la inmensa mayoría de los vocablos) ha ido dejando sus huellas el espíritu colectivo del pueblo, como en los terrenos geológicos el proceso de la fauna viva. De antiguo los hombres rindieron adoración al verbo, viendo en el lenguaje la más divina maravilla.
El pueblo romano nos dejó muchas cosas escritas y definidas y concientes, pero donde sobre todo se nos ha transmitido el romanismo es en nuestros romances, porque en ellos descendió á las profundidades intra-históricas de nuestro pueblo, á ser carne del pensar de los que no viven en la historia.
El que quiera juzgar de la romanización de España no tiene sino ver que el castellano, en el que pensamos y con el que pensamos, es un romance de latín casi puro; que estamos pensando con los conceptos que engendró el pueblo romano, que lo más granado de nuestro pensamiento es hacer conciente lo que en él llegó á inconsciente.
Hay otro hecho y es el de que la lengua oficial de España sea la castellana, que está lleno de significación viva. Porque del latín brotó en España más de un romance, pero uno entre ellos, el castellano, se ha hecho lengua nacional é internacional además, y camina á ser verdadera lengua española, la lengua del pueblo español que va formándose sobre el núcleo castellano. Desde el reinado de Alfonso VII, á mediados del siglo XII, usábase en la regia cancillería el romance castellano y su carácter oficial le fué promulgado al ordenar Fernando III que se tradujera el Forum Judicum al romance castellano para darlo como fuero á Córdoba, el Fuero Juzgo, y corroboró esa promulgación su hijo Alfonso el Docto, en la ley IV del titulo IX de la Segunda Partida, donde manda que el Chanciller del Rey sepa « leer e escrebir tan bien en latin como en romance». Y poco á poco la lengua castellana fué haciéndose oficial de España.
Así es que en la literatura española escrita y pensada en castellano, lo castizo, lo verdaderamente castizo, es lo de vieja cepa castellana.
Pero si Castilla ha hecho la nación española ésta ha ido españolizándose cada vez más, fundiendo más cada día la riqueza de su variedad de contenido interior, absorbiendo el espíritu castellano en otro superior á él, más complejo, el español. No tienen otro sentido hondo los pruritos de regionalismo más vivaces cada día, pruritos que siente Castilla misma; son síntomas del proceso de españolización de España, son prodromos de la honda labor de unificación. Y toda unificación procede al compás de la diferenciación interna y al compás de la sumisión del conjunto todo á una unidad superior á él.
La labor de españolización de España no está concluida, ni mucho menos, ni concluirá, creemos, si no se acaba con casticismos engañosos, en la lengua y en el pensamiento que en ella se manifiesta, en la cultura misma.
Castilla es la verdadera forjadora de la unidad y la monarquía española; ella las hizo y ella misma se ha encontrado más de una vez enredada en consecuencias extremas de su obra. Mas cuando España renació á nueva vida el año 8 fué por despertar difuso, sin excitación central.
Nos queda por buscar algo del espíritu histórico castellano revelado sobre todo en nuestra lengua y en nuestra literatura clásica castiza, buscar qué es lo que tiene de eterno y qué de transitorio y qué debe quedar de él. Conviene indagar si no es renunciando á un yo falaz como se halla el yo de roca viva, si no es abriendo las ventanas al aire libre de fiera como cobraremos vida, si el fomento de la regeneración de nuestra cultura no hay que buscarlo fuera á la vez que buscarlo dentro. Conviene mostrar que el regionalismo y el cosmopolitismo son dos aspectos de una misma idea, y los sostenes del verdadero patriotismo, que todo cuerpo se sostiene del juego de la presión externa con la tensión interna.


La casta histórica castellana
Miguel de Unamuno
de En torno al Casticismo, 1985


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