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Los redactores del semanario humorístico Galeón se habían burlado de El estigma, pero no acertaron a descubrir el afortunado simbolismo que encerraba, como tampoco adivinarían tres años más tarde las dosis de psicología social que sugerían otros títulos de la ya achacosa musa del afamado dramaturgo, ciclista y matemático don José de Echegaray. La duda subía de nuevo al escenario de El Español el 12 de febrero de 1898 en plena incertidumbre nacional ante la confrontación bélica que se avecinaba y, después de Trágica decisión, Silencio de muerte reflejaba, acaso también sin proponérselo, el estado anímico reinante después del Desastre.
El estigma había sido ya estrenado en el Español el 15 de noviembre de 1895, por lo que su reposición en el año del Desastre tenía mucho de representación del psicodrama nacional. Bajo la anecdótica trama de un conflictivo menage à trois entre Eugenia y sus dos pretendientes -el joven y prometedor político Roberto, y Mauricio, una aristócrata sin escrúpulos-, el drama presentaba desde las primeras escenas el fantasma que se venía cerniendo sobre el futuro político y profesional de aquel y que amenazaba incluso con ensombrecer su apasionada declaración amorosa. Estos malos presagios se verán confirmados al final de la última escena, cuando Roberto saque de su bolsillo un revólver y se dispare un tiro en el corazón.
Roberto ha sido destruido por el estigma que arrastraba desde su juventud y que un libelista saca a la luz en vísperas de un decisivo discurso en el Senado. Interesadamente, Mauricio se lo cuenta al padre de Eugenia y la mancha se va extendiendo hasta hacer tambalear la fe de sus correligionarios de partido en su liderazgo... La misma Eugenia, quien al principio lo apoyó decididamente ante la oposición de su padre, se convierte en la causa desencadenante de su suicidio. Las presiones familiares y su propia incertidumbre ("Me iba la vida en ello") la llevan a inspirar un artículo que va a suponer la rehabilitación política y social de su prometido, aunque a costa de descargar las responsabilidades en el difunto padre de Roberto ("¡Tú con tu padre, yo con el mío!" -le recrimina Eugenia mientras suena el fatídico disparo).
Con esta obra, Echegaray pretendía presentar una vez más ante las insensibles conciencias burguesas los conflictos individuales que desata el monstruo de la calumnia y la maledicencia, versión moderna de la honra calderoniana, aunque con similares efectos devastadores. El individuo nada puede hacer frente a ese sino aniquilador que se va reproduciendo de confidencia en confidencia, escudado impunemente en la opinión anónima que descansa en esa hidra acéfala e informe que es el impersonal "todo el mundo": "Voy sintiendo cansancio... -confesará en una ocasión Roberto-. Se lucha contra una fuerza que se nos opone y nos amenaza".
Lo que a modo de "corona de espinas" hacía sangrar la frente del joven político era el estigma de un robo juvenil por el que había entrado en prisión y, en palabras de su rival Mauricio, por el que "su padre se levantó la tapa de los sesos". Esa era la causa del vivir atormentado ("Noches angustiosas. Se sabrá... no se sabrá") del joven triunfador destruido en plena flor de su éxito social. Con uno de sus guiños paternalistas habituales, el dramaturgo hace que esta nueva dictadura del "qué dirán" afecte también a los modestos orígenes sociales de Roberto como mozo de lavadero, con la correspondiente dosis de crítica a una sociedad "que no es un Dios; que no puede penetrar en las conciencias; que no tiene derecho para poner un estigma en la frente; que no puede distinguir con claridad divina de justicia lo que es crimen de lo que es fatalidad..."
Pero El estigma ofrecía subsidiariamente otras claves de interpretación claramente vinculadas al destino de Roberto. Éste, iluminado y mártir, está investido del aparatoso histrionismo del alma nacional y de las mismas zozobras que la convulsionan en tan desastrosos momentos históricos: "-¡Mártir! Pues déjeme usted seguir representando mi papel, a ver si lo represento bien hasta el final. A veces un drama va marchando perfectamente hasta que llega el último acto, la última escena, y en la última escena se hunde. Déjeme usted acabar con lucimiento el drama de mi martirio." El vergonzoso estigma que le quemaba en la frente era a la vez un signo divino que Echegaray, haciendo gala de un ibsenismo pedestre y un tanto mal digerido, dejaba traslucir vagamente en las febriles alusiones de su héroe:
-¡Aquí está! ¡Aquí está! ¡Toda la frente me coge! ¡El estigma, el estigma!... ¡Pero, imbéciles, sepan ustedes que Dios ha besado aquí!
También el maledicente Mauricio mencionará esta mística señal al referirle al padre de Eugenia que "... cuando muera y caiga en su fosa, el dedo de Dios podrá borrarlo; pero como habrá tanta tierra encima, los hombre no sabrán nunca si la piedad divina borró la marca, o si ésta siguió pegada al cuerpo hasta deshacerse de él. Una cosa así viene a decir el periódico."
Como la noche oscura que estaba atravesando el alma española, las lacras del pecado original que afloraban dolorosamente en la frente de Roberto se cofundían con las místicas señales de una vocación iluminada, irremediablemente abatida por la desolación y el desengaño. El "por qué me has abandonado" brotará espontáneamente de sus labios mientras siente que se le hiela la sangre. Su último gesto venía a ser tan sólo una concesión al efectismo: el héroe había estado agonizando desde el comienzo de la representación.
José Luis Calvo Carilla
La cara oculta del 98.
Místicos e intelectuales
en la España del fin de siglo (1895-1902)
Cátedra, Madrid 1998
Este Articulo Me Sirvio Mucho, Estoy Realizando Un Trabajo Final Sobre Este Autor Y Su Obra "El Estigma" Si Hay Mas Informacion Reco¿opilada Acerca, Agradeceria Mucho Su Publicacion.
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