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Dormir,
actividad nocturna por excelencia, deja a la frágil naturaleza humana inerme
ante incontables riesgos procedentes de un ignoto mundo sublunar que cobra
aliento del miedo ancestral a la oscuridad. Inexorable, cada crepúsculo señala a
los mortales el final de su jornada al tiempo que los engendros de una realidad
otra comienzan a despertar. La quietud se trueca en inquietud: el reposo,
alivio
que los cuerpos obtienen tras el trabajo diario, es también desazón de las
almas, pues no son pocos los peligros que acechan a los durmientes. Entonces el
diablo (capaz de insospechadas encarnaciones) campa a sus anchas y aprovecha
para engañar a quienes se descuidan durante el descanso, porque «nunca duerme
nin fuelga, mas sienpre busca a quien trague».1 Las tinieblas de la noche delimitan el dominio del
mal; representan, en fin, un ominoso pasaje —no por cotidiano menos atribulado—
para el homo viator:
Comienza el reposo, y callamos entonces, y se mueven los
diablos, que siempre actúan de noche; cuando dejamos de rezar, pueden ellos
ponerse a deambular: por la noche, los demonios tienen la potestad de obrar,
pues son hijos de Nerón, a los que llamamos negros. Por eso, cuando llega el
día huyen de la luz.2
Numerosos
himnos y plegarias quieren asegurar al cristiano frente a los asedios nocturnos
del espíritu maligno. Una albada a lo divino de Bernat de Venzac invoca el
auxilio del Todopoderoso, «car no sabem de la nueg cora'ns pren / ni se'ns
venrem en loe on veyam l'alba»,3
en tanto que otra, rimada por Peire Cardenal con visos de letanía,
celebra la llegada del nuevo día identificando a la Virgen con el amanecer y a
su Hijo con el sol que ilumina la tierra.4
En el «Hymnus ante somnum», Prudencio elogia las virtudes benéficas que la
persignación tiene sobre quienes la realizan al acostarse: marcada sobre la
frente y el corazón, la señal de la cruz conjura las falsas imágenes que
durante la noche perturban el sueño, expulsa toda falta, ahuyenta las
tinieblas, asegura el alma contra «portenta somniorum».5
In hoc signo vinces: la cruz, símbolo del
poder omnímodo de Cristo convertido en signo milagroso desde los primeros
tiempos del cristianismo, protege y fortalece con solo evocarla. Santa María
Magdalena impone la señal de la cruz en las espaldas de unos recién convertidos
para que «el diablo non les pudiese estornar de ssu proponimiento».6 En la Vida de Santa Pelagia, Romana
enseña a la joven Pelagia a santiguarse para evitar más apariciones del diablo
mientras duerme: «E luego que ella fizo la señal de la cruz e llamó el nonbre
de Nuestro Señor Jhesu Cristo, nunca después paresció y diabro».7 Al sirviente Odo,
protagonista de un cuento del Espéculo de los legos, la señal de la cruz le
hace invulnerable frente a los ataques del enemigo la noche que duerme en una
casa deshabitada.8 Los
diablos que tentaban venéreamente a la virgen Justina huyeron en cuanto ella se
persignó, porque la cruz, asegura fray Martín de Castañega, es la cosa de que
más huyen aquéllos.9
Merlín es engendrado por el demonio en una doncella que olvida rezar el Credo y
santiguarse al ir a dormir, haciendo caso omiso de las enseñanzas de un
ermitaño:
Y el diablo cuando la vio así dormir, y que se le había
olvidado todo aquello que el santo hombre bueno le había mostrado y amonestado
que hiciese, plúgole mucho y en verla así traspasada pensó consigo mismo que
ahora estaba toda fuera de la guarda de Dios, y tenía lugar de hacer en ella lo
que tanto por él era trabajado, y yació con ella y engendró un hijo así
durmiendo.10
Este
episodio de la biografía merliniana lo resume Lope García de Salazar en el
onceno de su Libro de las bienandanzas e fortunas, y explica que el diablo «ovo
poder de la engañar porque con saña de palabras desonestas que vna mala muger,
su hermana, le dixo, oluidosele de se santiguar en dormiendo»." También San
Macario descuidó en una ocasión hacer la señal de la cruz al acostarse y,
merced a una maquinación diabólica, fornicó dormido.12 La hagiografía acertó a ver, en esta anécdota del
santo que comete durmiendo el pecado que despierto abomina, una ilustración
ejemplar de los peligros inherentes al reposo nocturno, y subrayó su utilidad
para la promoción de las virtudes de la persignación, popularizada como
talismán infalible del cristiano.
Merced
a piadosas leyendas como las mencionadas, el signo de la cruz deviene gesto
cuasi milagroso que hace invulnerables a sus ejecutantes. Y no solo eso;
llegado el caso, ha de permitir a ciertas personalidades cerciorarse cómoda e
instantáneamente de la naturaleza de los portentos que puedan experimentar, e incluso
desactivarlos si resultasen malignos. Lo cual conviene mucho a un discurso eclesiástico
que condena las percepciones oníricas -salvo excepciones notables- al abismo de
la inmundicia y la insensatez pecaminosa.
Con
Tertuliano (De anima, 47, I),13 las autoridades
cristianas denuncian que muchos sueños los procura el demonio.14 Las tipologías oníricas
desarrolladas en la Edad Media, entre las cuales ocupa un lugar preeminente la
clasificación gregoriana (Dialogi, IV, 48),15
reservan indefectiblemente un apartado para los sueños de inspiración
diabólica, que son mayoría. En efecto, pocos son los que envía
Dios, y éstos mayoritariamente a individuos respetables, escogidos ya por su
rango social (papas, obispos, monarcas -somniun regís-), ya por una excelencia moral
que los eleva a la categoría de héroes y santos. Si bien todos ellos suelen
atender a comunicaciones angélicas que premian su devoción, sólo a los santos
reconocen Gregorio Magno e Isidoro de Sevilla capacidad para discernir infaliblemente
las ilusiones perversas de los ostentos divinos. Para el común de los mortales
es vetado machaconamente el acceso al conocimiento sobrenatural a través de los
sueños; en cuanto las personas simples e incultas, rústicas e iletradas, «pretenden
interpretar sus sueños, es decir, dialogar con el más allá sin mediación
clerical, la presencia del poder del Maligno no ofrece ninguna duda».16 Por más que algunos
sueños puedan ser verdaderos, no es conveniente darles fe, pues se ignora de
qué parte se han originado. Así pues, no hay que depositar confianza en los
sueños, porque Satanás, capaz de aparecer transformado en ángel de luz (II Cor,
11, 14), nunca ceja en su propósito de extraviar almas imprudentes con
cualquier artimaña.17 Juan
de Salisbury concluye su tratado sobre los sueños aconsejando abrazar la
verdadera fe, ignorando tales vanidades y locuras, para eludir cualquier
posibilidad de error.18
Pedro Ciruelo será más explícito:
Todo buen christiano deue apartar de si este cuydado de
pensar en los sueños: porque como ellos puedan venir por muchas y diuersas
causas: la gente simple no aciertan a saber por qual causa vienen: y el diablo
como es sotil: presto podría engañar a los quese dan a esta vanidad.19
Pero
volvamos a los receptores excepcionales de sueños que se erigen en signo de
elección sobrenatural y terrestre. A estos personajes privilegiados les es permitido
indagar en el significado de sus experiencias oníricas, confiando que la señal
de Cristo disipará las ilusiones nocturnas de origen maligno.20 Así se prueba cuando, en
el momento en que recuperan la conciencia, se persignan encomendándose a Dios y
a los santos: «Quando despertó el Cid, la cara se santigó, / sinava la cara, a
Dios se acomendó».21 A
Johan de Segura, cautivo de los moros, Santo Domingo le comunica en sueños que
pronto será libre; al despertar «abriólos oios & sanctigosse».22 Gonzalo de Berceo refiere
de forma similar cómo el santo silense reacciona cuando despierta del sueño que
le ha anunciado la gloria del cielo: «desperté e signéme con mi mano aleada /
tenía, Dios lo sabe, la voluntad cambiada».23
La abadesa preñada sale de su ensoñación milagrosa, en la que ha dado a luz
asistida por la Virgen María, más confundida aún: «Recudió la parida, fizóse
sanctiguada, / dizié: ¡Valme, Gloriosa, reina coronada! / ¿si es esto verdad o
si só engannada? / Sennora Beneíta ¡val esta errada!»24 El ermitaño que acoge a Zifar, maravillado por la
visión que le mostraba al caballero coronado
como rey, «levantóse e fuese a fazer su oración e pedió merced a nuestro señor
Dios que le quesiese demostrar qué quería aquello sinificar».25 El atribulado Guillelme
hace lo propio al cabo de su tercera visión: «El rrey se erguyó luego e signóse
e plogóle de mandado e bestióse e calcóse».26
Asimismo, Partinuples pretende conjurar los demonios de un ensueño que le ha
causado espanto recurriendo a la señal de la cruz y, por si acaso, a su propia
espada:
Y estando así dormiendo, soñó que le venían por parte de las
espaldas una manada de pecados que lo querían lanzar en el fuego. Esto era con
él gran miedo. E espantóse, e con gran priesa comenzó a santiguar e puso mano a
su espada para se defender.27
No
menos turbado sale Perión del enigmático ensueño que le sobreviene la noche de
su matrimonio secreto con Helisena: «El Rey, que gran cuita en sí sentía, despertó
despavorido y comencóse a santiguar».28
La pista de este y otros conjuros contra las visiones falaces que cabe esperar
del demonio puede seguirse en una extensa nómina de textos. Entre los escritos
de Pérez de Guzmán hallamos el elogio de una jaculatoria que tiene la virtud de
expulsar a los diablos que concurren en sueños:
Sy tanto fuer el vso e la continuaron que algunas bezes en
sueños se tráete e rrebuelua, non dubdo que verán en sueños, por la distancia e
afincamiento della, lançar del ayre los malignos espíritus.29
Pertrechos
para la azarosa travesía nocturna, la cruz, las plegarias, las invocaciones a
la Virgen y los santos sustituyen o simplemente cristianizan antiguas prácticas
paganas.30 Hay noticia de
recursos para no caer en las trampas que cada noche tiende el Enemigo a quienes
descansan: sueños aterradores, inconfesables, premoniciones falsas o simples
burlas de trasgos. Dada la imposibilidad de discernir a ciencia cierta la causa
diabólica, fisiológica, psíquica o de otra índole de los sueños espantosos, los
exorcismos generalizan y actúan contra cualquier forma de apariencia maligna.
Estas protecciones fueron consentidas por la Iglesia entre las formas de piedad
popular o pudieron subsistir entre las creencias supersticiosas. El momento en
el que llega el sueño, el lugar, el lecho, las ropas, las condiciones físicas
del durmiente, lo que hace antes y después de dormir, son datos nada
despreciables que hablan de la observancia de leyes onirománticas. La materia
es antigua, pero no necesariamente obsoleta.31
Papiros
mágicos griegos han conservado sortilegios para impedir unos sueños o propiciar
otros,32 mientras en la
obra de Herodoto queda atestiguado el empleo de agua sagrada y de ropas blancas
para inducir sueños relevantes.33 Ovidio
hablaba de ofrendas (Heroidas, XIX) y Tibulo de ciertas sustancias (harina, sal),
fórmulas verbales y ceremonias para desactivar ensueños inquietantes.34 Toufic Fahd alude,
refiriéndose a la sociedad árabe medieval, a diversos rituales y oraciones
capaces de neutralizar el sentido negativo de un sueño.35 En el Sendebar o Libro de los engaños asegura la
mujer de un rústico que una figura de panizo servirá para librarle del mal
presagio de su sueño reciente:
Ensonava esta noche entre sueños que estavas ante un
alfayate, e que te pesava muy mal. E estonce fui a unos omnes que me lo
ensolviesen este ensueño, e ellos me dixieron que fiziese una imagen de panizo,
e que la comieses e que senas librado de quanto te podría venir.36
Una
jaculatoria oportuna puede asegurar la favorable orientación de un ensueño, si
acaso resulta premonitorio, y vale además como gesto de gratitud hacia Dios por
el generoso anuncio.37
Cuando el conde Estacio interpreta como una buena señal el sueño de su esposa
Ydan, asustada y deseosa de que así sea, ambos «fincaron los ynojos e fezieron
su oración contra Dios rrogándole que por la su merced quisiese que asy fuese,
asy como gelo él auía dicho e gelo aquel sueño deuisara».38 La Demanda del Sancto Grial refiere del mismo modo
cómo Erec sale de «vn sueño muy marauilloso» que le ha atemorizado: «e ouo ende
muy gran espanto, e del espanto despertó, e santiguóse muchas vezes, e fizo su oración
a Sancta María e a todos los sanctos, que le guardassen de mala andanza e de
mala ventura».39 Todavía
en época moderna, los folkloristas recogen remedios contra los efectos
indeseados de ciertos sueños.40
Asimismo,
existe la creencia de que determinados alimentos generan lo que Giulio
Guidorizzi llama sueños desprovistos de función semántica.41 Si entre los pitagóricos estaba vetado comer habas
porque perturbaban el reposo y daban malos sueños, el Lucidario de Sancho IV
sostiene que por la ingestión de habas, lentejas, puerros, coles y hortalizas
semejantes suele «el omne sonar mas de su derecho e muchas cosas estrannas e
maravillosas».42 Por otra
parte, las propiedades del laurel, que juega un papel destacado en las artes
mánticas desde la Antigüedad,43
y algunas piedras raras afloran mientras su portador duerme. Contaba Plinio que
la piedra eumetes brinda sueños verídicos,44
Marbodio atribuía parecidas propiedades al diamante («somnia vana repelit»).45 Alfonso el Sabio, en su
Lapidario, incluye varias piedras a las que reconoce poderes sobre el sueño
(piedra del sueño, bedunaz, aliaza negra y verde, abcatritaz y fartinicen) y
comenta de la piedra bizedi que «su virtud es tal que quien trae de ella peso
de diez granos de cebada o más, no soñará sueños medrosos».46 Alonso de Chirino anota lo mismo sobre el turungen en
el Menor daño de la medicina.47
No
podemos concluir este repertorio medieval de conjuros contra las asechanzas del
diablo en sueños y de remedios para evitar pesadillas (efialtes, incubus, cauchemar,
nightmare: en todas sus etimologías hay una idea –explica Borges- «de origen
demoníaco, la idea de un demonio que causa la pesadilla»)48 sin dar cuenta de otras prácticas devotas alentadas
por la necesidad de obtener experiencias oníricas benéficas. La Crónica General
alfonsí refiere del emperador Constantino que cumplió siete días de ayuno y
oración para ver aclarado un sueño que había tenido días antes.49 Mortificándose, San Amaro
hacía méritos para conocer en sueños el Paraíso:
E él estando en grand cuyta, començó de ayunar fuertemente,
e fazer muchas oraciones afincadamente a Dios que gelo demostrase, si le
pluguiese, ante que desta vida se partiese por revelación e por muestra que
corporalmente lo viese. E él con lágrimas e sospiros pasó grand tiempo. E
yaziendo él una noche en su lecho... 50
Como
Amaro y otros bienaventurados, también Amuña, la madre de Santa Oria, solicitaba
rezando un sueño divino, aquel que le permitiera saber si su hija había
alcanzado la gloria del Cielo; sus devotas vigilias fueron premiadas, pues finalmente
«ensoñó esta dueña un sueño deseado, / por qual muchas vegadas ovo a Dios
rogado».51 Ciertamente,
la línea que separa algunos usos piadosos (tolerados, si no divulgados, por la
Iglesia) de las supersticiones condenadas por teólogos y magistrados se revela
en extremo sutil.
Julián Acebrón Ruiz
Abrió los oíos et sanctigósse.
Santiguos y conjuros contra las asechanzas
del diablo en la literatura medieval
(Actas del XIII Congreso de la
Asociación Internacional de Hispanistas,
1998 Centro Virtual Cervantes)
________________
NOTAS
1 Crónicas anónimas de
Sahagún, ed. de Antonio Ubieto, Zaragoza: Anubar, 1987, pág. 141. Una paremia
similar glosará Gonzalo Correas: «El diablo no duerme. Porque siempre está a
punto de hacer mal, caer y revolver, y ayudar a mal», Vocabulario de refranes y
frases proverbiales, prólogo de Miguel Mir, ed. de Víctor Infantes, Madrid:
Visor, 1992, pág. 153.
2 Philippe de Thaün, Le
Bestiaire, ed. de E. Walberg, París-Lund: H. Móller, 1900; apud Bestiario medieval,
ed. de Ignacio Malaxecheverría, Madrid: Siruela, 1996 (5a ed.), pág. 27. «Agora
no
fallaréis
sino diablos», advierte a Amadís el guardián de un castillo que le impide
entrar a pasar la noche, Garci Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, ed. de
Juan Manuel Cacho Blecua, Madrid: Cátedra, 1987-1988, pág. 358.
3 Martín de Riquer, Los
trovadores. Historia literaria y textos, Barcelona: Ariel, 1983, n.° 270, t. III,
pág. 1337. Cfr. otra alba religiosa de Falquet de Romans, ibid., n.° 245, t.
III, págs. 1221-1224.
4 «E tu iest l'alba del
dia / don lo tieus Filhs solehls es / que'l caifa e clarifia», Martín de
Riquer, op. cit., n." 316, t. III, pág. 1503.
5 Prudencio, Prefaci.
Llibre d'himnes de cada dia, ed. de M. P. Cunningham, N. Rebull y M. Dole, Barcelona:
BernatMetge, 1979, págs. 95-100, vv. 130-149.
6 The Lives ofSt. Mary Magdalene and St. Martha, ed. de
John Rees Smith, Exeter: University of Exeter Press, 1989, pág.
7 «Vida de Santa Pelagia», ed. de Ana M. Rodado Ruiz,
Saints and their Authors: Studies in Medieval Hispanic Hagiography in Honor of
John K. Walsh, Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1990, págs. 169-180; para la cita,
pág. 176.
8 Espéculo de los legos,
ed. de José M." Mohedano Hernández, Madrid: CSIC, 1951, págs. 42-43.
9 Martín de Castañega,
Tratado de las supersticiones y hechicerías, ed. de Agustín González de
Amezúa,
Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1946, págs. 20 y 128-129.
10 El Baladro del sabio
Merlín, ed. de José Javier Fuente del Pilar, Madrid: Miraguano, 1988, cap. 2,
págs. 33-34.
11" The legendary history of Britain in Lope García
de Salazar's Libro de las bienandanzas e fortunas, ed. de Harvey L. Sharrer,
University of Pennsylvania Press, 1979, pág. 58.
12 Carlos Alberto Vega,
Hagiografía y literatura. La vida de San Amaro, Madrid: El Crotalón, 1987, pág.
56.
13 «Definimus enim a
daemoniis plurimum incuti somnia, etsi interdum vera et gratiosa, sed, de qua industria
diximus, affectantia atque captantia, quanto magis vana et frustratoria et
túrbida et ludibriosa et ¡inmunda», ed. de J. H. Waszink, Amsterdam:
Meulenhoff, 1947, pág. 65.
14 Vid. E. R. Dodds,
Paganos y cristianos en una época de angustia (Algunos aspectos de la
experiencia religiosa desde Marco Aurelio a Constantino), Madrid: Cristiandad,
1975, pág. 62.
15 «Les Dialogues seront
lus durant tout le moyen age; c'est un des premiers écrits patristiques á étre
traduit en langue vulgaire. La classification grégorienne est souvent reprise»,
Hermán Braet, Le songe dans la chanson de geste au XII siécle, Gante: Románica
Gandensia, XV, 1975, pág. 22.
16 Jean-Claude Schmitt,
Historia de la superstición, trad. de Teresa Clavel, Barcelona: Crítica, 1992,
pág. 97
17 «Quamvis nonnulla vera
sint somnia, facile tamen eis credi non opus est, quia diversis imaginationum qualitatibus
oriuntur, et unde veniant raro consideratur. Tam facile igitur somniis fídes adhibenda
non est, ne forte Satanás, in angelum lucis se transformans, quemlibet incautum
fallat, et aliqua erroris fraude decipiat», Isidoro de Sevilla, Sententiae, en
Reglas monásticas en
España.
Los tres libros de las «Sentencias», ed. de J. Campos e I. Roca, Madrid: BAC,
1971, lib. III, cap. 6, pág. 419.
18 Policraticus, ed. de
Miguel Ángel Ladero, Madrid: Editora Nacional, 1983, pág. 180.
19 Reprouacion de las
supersticiones y hechizerias, ed. de Alva V. Ebersole, Valencia: Albatros Hispanófila,
1978, pág. 66.
20 Cfr. Marie-Christine
Pouchelle, «Quan el meravellós no era imaginari: en el segle XIII, Les Miracles
de Notre-Dame de Gautier de Coinci», en AA.VV., El món imaginan i el man
meravellós a l'Edat Mitjana, Barcelona: Fundació Caixa de Pensions, págs.
101-126.
21 Cantar de Mió Cid, ed.
de Alberto Montaner, Barcelona: Crítica, 1993, vv. 410-411.
22 Los «Miraculos
romaneados» de Pero Marín, ed. de Karl-Heinz Antón, Abadía de Silos, 1988, pág.
150.
23 Vida de Santo Domingo
de Silos, ed. de Teresa Labarta de Chaves, Madrid: Castalia, 1987 (3a), vv. 244cd, pág. 109.
24" Milagros de
Nuestra Señora, ed. de Michael Gerli, Madrid: Cátedra, 1985, c. 536, pág. 162.
25 Libro del Caballero
Zifar, ed. de Joaquín González Muela, Madrid: Castalia, 1982, pág. 139.
26 El rrey Guillelme, ed. de John R. Maier, Exeter:
University of Exeter, 1984, pág. 6.
27 El conde Partinuples,
ed. de Ignacio B. Anzoátegui, Madrid: Espasa-Calpe, 1968 (2a), pág. 22.
28 Garci Rodríguez de
Montalvo, op. cit., pág. 238.
29 Mar de historias, en el
apéndice de Generaciones y semblanzas, ed. de J. Domínguez Bordona, Madrid:
Espasa-Calpe, 1979 (6a), pág. 193. Comp. lo que Isidoro de Sevilla decía de la
oración en el libro tercero de sus Sententiae, cap. 7: «Quando quisque orat,
sanctum ad se spiritum advocat. At ubi venerit, confestim tentamenta
daemoniorum quae se mentibus humanis immergunt,
praesentiam
eius ferré non sustinentes, effugiunt», op. cit., pág. 421.
30 Cfr. Franco Cardini,
Magia, brujería y superstición en el Occidente medieval, trad. de A-P. Moya,
Barcelona: Península, 1982, págs. 22-23. Jean-Claude Schmitt ha expuesto cómo
se convertía una ceremonia mágica en un acto legítimo: bastaba con hacer el
signo de la cruz, pronunciar el nombre de Dios o rezar el Credo mientras era
ejecutada (op. cit., págs. 49-51).
31 «En muchas sociedades
se han empleado y se emplean todavía técnicas especiales para provocar el
anhelado sueño divino. Incluyen el aislamiento, la oración, el ayuno, la
auto-mutilación, dormir sobre la piel de un animal sacrificado, o en contacto
con algún objeto sagrado y, finalmente, la incubación», E. R. Dodds, Los
griegos y lo irracional, trad. de María Araujo, Madrid: Alianza, 1989 (5a
reimp.), pág. 110. Cfr. E. E. Evans-Pritchard, Brujería, magia y oráculos entre
los azande, Barcelona: Anagrama, 1976, especialmente págs. 151 y 352.
32 Textos de magia en
papiros griegos, ed. de José Luis Calvo Martínez y M.a Dolores Sánchez Romero,
Madrid: Gredos, 1987, págs. 68-77.
33 R. G. A. van Lieshout, «A dream on a kairos of
History. Ananalysis of Herodotos Hist. VII 12-19; 47», Mnemosyne, XXIII (1970), págs.
225-249.
34 Tibulo, Carmina/Poemas,
introducción, notas y traducción de Enrique Otón Sobrino, Barcelona: Bosch,
libros I, 5 y III, 4.
35 La divination árabe,
París: Sindbad, 1987, pág. 254.
36 Sendebar, ed. de María
Jesús Lacarra, Madrid: Cátedra, 1989, pág. 126.
37 Así actuó David tras
revelarle Dios en sueños el misterio de Nabucodonosor (Dan 2,19-23). Cundió el
ejemplo, como se ha visto en los pasajes arriba mencionados cuyos protagonistas
se persignan y rezan nada más salir de su sueño.
38 La leyenda del
Caballero del Cisne [151 primeros folios de la Gran Conquista de Ultramar, Ms. 2454
de la B. N. de Madrid], ed. de María Teresa Echenique, Barcelona: Aceña, 1989,
pág. 280.
39 Ed. de Adolfo Bonilla y
San Martín, NBAE, VI (Madrid: 1907), pág. 213.
40 Cfr. Joan Amades,
Mitología. Llibre deis somnis. Geografía fabulosa, Barcelona: Selecta, 1979, págs.
32-34.
41 En la Grecia antigua no
hay noticia de alimentos que generen sueños relevantes, pero sí sobre tabúes alimentarios
a ese fin: la cabeza de pulpo, algunos pescados, plantas alucinógenas, el vino y,
por supuesto, las habas. Giulio Guidorizzi, «Tabú alimentari e funzione onírica
in Grecia», en Homo edens: regimi, miti e pratiche dell' alimentazione nelle
civilta del Mediterráneo (Atti del convegno «Homo edens», Verona, 1987), ed. de
O. Longo y P. Scarpi, [s. 1.], 1989, págs. 169-176.
42 Los «Lucidarios»
españoles, ed. de Richard P. Kinkade, Madrid: Gredos, 1968, cap. 77, pág. 258.
Sebastián de Covarrubias recuerda, siglos más tarde, la prohibición de las
habas: «Vedó Pitágoras a sus discípulos que no comiessen habas, y entendido
materialmente fue por la calidad que tienen de engendrar ventosidades, causar
sueños terribles y espantosos...», Tesoro de la lengua, ed. de Martín de
Riquer, Barcelona: Alta Fulla, 1987, s. v. «hava».
43 «El laurel era la
planta apolínea por excelencia; en sus trances proféticos, la Pitia mascaba una
hoja de laurel», Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, trad.
de Francisco Payarais, Barcelona: Paidós, 1989 (4a reimp.), pág. 37. «Praescia
venturi Laurus, fert signa salutis: Subdita pulvillo somnia vera facit»,
Alciato, Emblemas, ed. d e Santiago Sebastián, Madrid: Akal, 1985, emblema CCX
(«Laurus»), pág. 251.
44 Historia naturalis, ed.
de É. Littré, París: Firmin-Didot, 1851, libro XXXVII, cap. 160.
45 «De adamante», en
Patrología Latina, ed. de Jacques-Paul Migne, París: Garnier, 1844-1864, t. 172,
col. 1740.
46 Alfonso X el Sabio,
Lapidario, ed. de María Brey Marino, Madrid: Castalia, 1970, pág. 187.
47 Alonso de Chirino,
Menor daño de la medicina, ed. d e María Teresa Herrera, Salamanca: Universidad
de Salamanca, 1973, pág. 223.
48 Jorge Luis Borges, «La
pesadilla», en Siete noches, México: Fondo de Cultura Económica, 1992 (7a
reimp.), págs. 33-54; para la cita, pág. 43. «It
is generally recognized that the Nightmare has exercised a greater influence on
waking phantasy than any other dream. This is specially true of the origin of
the belief in evil spirits and monsters», Ernest Jones, On the Nightmare, Nueva
York: Liverght Pub., 1951 (nueva ed.), pág. 73.
49 Primera Crónica General
de España que mandó componer Alfonso el Sabio y se continuaba bajo Sancho IV en
1289, ed. de Ramón Menéndez Pidal, Madrid: Gredos, 1955 (2a), cap. 352, t. I, pág.
195.
50 Carlos Alberto Vega,
op. cit., pág. 96 .
51 Gonzalo de Berceo, Vida
de Santa Oria, ed. de Isabel Uría Maqua,
Madrid: Castalia, 1981, pág. 136.
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