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Acudió entonces Pedro y
embargó su plática diciendo:
-Engañada vives y no
poco. Una mujer que sale a esparcirse por el mundo y quiere en breve tiempo
adquirir fama en la Corte de los grandes príncipes, había de pagar a un poeta
de los sutiles, que la hiciese una sátira, que con esta trompeta muchas que estaban
escondidas en los rincones se han hecho célebres en el mundo, que esto quiso
sentir aquel famoso ingenio cuando dijo:
Pues diciendo mal de ti,
te he dado en el mundo fama.
De esto se infiere,
amiga, que de enojallos se sacan dos utilidades: la primera divertir
conversación, que embaraza y no aprovecha; la segunda, hacerse famosa una mujer
con la misma acción, que ellos eligen por venganza. Hablen y escriban sus
lenguas y sus plumas, que mientras no te infamaren la belleza, llamándote fea,
que es la parte por quien habemos de medrar, no duelen los demás golpes.
Briosa entonces la mozuela, se le opuso y dijo:
-¿Pues mi honor, señor Pedro?
-¡Oh vana! -replicó él
entonces-, santíguate apriesa, que en este punto has sido tentada del espíritu
más vano, de la más fantástica sombra que rodea el mundo. ¿Qué entiendes tú por
honor? ¿Es cosa palpable por ventura? ¿Una opinión que está en el arbitrio del
vulgo dalla o quitalla cada día por los accidentes y no por la misma sustancia
(como lo experimentamos en infinitas ocasiones) se ha de estimar en tanto?
Triste cosa es que esté en manos de los hombres, corrigiendo sus costumbres,
hacerse buenos y no honrados, porque esto pende de la voz común, que se paga de
aparentes embustes y no de virtudes interiores. Marina, esto te aseguro, que
siempre que tuvieres vocación del cielo para seguir la virtud, yo no te
estorbaré tan honrada empresa; pero con la misma igualdad me reiré de que
cudicies poseer ésta que el mundo llama honra. Dime, ¿quién la tiene en nuestro
siglo?
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Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo
El subtil cordobés Pedro de Urdemalas, 1620
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