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Capítulo 44
Cómo Amadís, con sus hermanos y Agrajes, su primo, se partieron adonde
el rey Lisuarte estaba, y cómo les fue aventura de ir a la Ínsula Firme
encantada a probar las aventuras y lo que allí les acaeció.
(...)
Como ya se dijo antes de
esto, en la primera parte de esta grande historia, cómo siendo Oriana por las
palabras que al enano oyó de las piezas de la espada a la ira y saña sojuzgada
y puesta en tan gran alteración que muy poco fruto sacaron Mabilia ni la
doncella de Dinamarca de los verdaderos consejos que por ella le fueron dados y
ahora se os contará lo que sobre esto hizo ella, desde aquel día siempre dando
lugar a que la su pasión suya creciese, mudada su acostumbrada condición que
era estar en la compañía de aquéllas, apartándose con mucha esquiveza todo lo
más del tiempo estaba sola pensando cómo podría en venganza de su saña dar la
pena que mereciera aquél que la causara, y acordó que pues la presentía
apartada era que en ausencia todo su pensamiento por escrito manifiesto le
fuese, y hallándose sola en su cámara tomando de su cofre tinta y pergamino,
una carta le escribió que decía así:
CARTA QUE LA SEÑORA ORIANA ENVIÓ A SU AMANTE AMADÍS
—Mi rabiosa queja
acompañada de sobrada razón da lugar a que la flaca mano declare lo que el
triste corazón encubrir no puede, contra vos, el falso y desleal caballero
Amadís de Gaula, pues ya es conocida la deslealtad y poca firmeza que contra
mí, la más desdichada y menguada de ventura sobre todas las del mundo, habéis mostrado,
mudando vuestro querer de mí, que sobre todas las cosas os amaba, poniéndole en
aquélla que según su edad para la amar ni conocer su discreción basta y pues
otra venganza mi sojuzgado corazón tomar no puede, quiero, todo el sobrado y
mal empleado amor que en vos tenía, apartarlo. Pues gran yerro sería querer a
quien, a mí desmandado, todas las cosas desame por le querer y amar. ¡Oh, qué
mal empleé y sojuzgué mi corazón, pues en pago de mis suspiros y pasiones
burlada y desechada fui! Y pues que este engaño es ya manifiesto no parezcáis
ante mí ni en parte donde yo sea. Porque sé cierto que el muy encendido amor
que os había es tornado, por vuestro merecimiento, en muy rabiosa y cruel saña
y con vuestra quebrantada fe y sabidos engaños id a engañar a otra cautiva
mujer como yo, que así me vencí de vuestras engañosas palabras, de las cuales
ninguna salva ni excusa serán recibidas, antes sin os ver plañiré con mis
lágrimas mi desastrada ventura y con ellas daré fin a mi vida, acabando mi
triste planto.
Acabada la carta, cerróla
con sello que Amadís muy conocido, puso en el sobrescrito:
—Yo soy la doncella herida
de punta de espada por el corazón, y vos sois el que me heristeis.
Y hablando en gran secreto
con un doncel que Durín se llamaba, hermano de la doncella de Dinamarca, le
mandó que no holgase hasta llegar al reino de Sobradisa, donde hallaría a
Amadís, y aquella carta le diese y que mirase el leer de ella su semblante y
que aquel día le aguardase, no tomando de él respuesta aunque dársela quisiese.
Capítulo
54
De cómo estando el rey Lisuarte sobre tabla entro un caballero
extraño, armado de todas armas, y desafió al rey y a toda su corte, y de lo que
Florestán pasó con él, de cómo Oriana fue consolada y Amadís hallado.
A su mesa estando el rey
Lisuarte, y habiendo alzado los manteles y queriéndose de él despedir don
Galaor y don Florestán y Agrajes para llevar a Corisanda, entró por la puerta
del palacio un caballero extraño armado de todas armas, sino la cabeza y las
manos, y dos escuderos con él. Y traía en la mano una carta de cinco sellos, e
hincados los hinojos la dio al rey, y díjole:
—Haced leer esta carta y
después diré a lo que vengo.
El rey la leyó, y viendo
que de creencia era, le dijo:
—Ahora podéis decir lo que
os placerá.
—Rey —dijo el caballero—,
yo desafío a ti y a todos tus vasallos y amigos de parte de Famongomadán, el
jayán del Lago Hirviente y de Cartadaque, su sobrino, el jayán de la montaña
defendida, y de Mandansabul, su cuñado, el jayán de la Torre Bermeja, y por don
Cuadragante, su hermano del rey Abies de Irlanda, y por Arcalaus, el
Encantador. Y mándate decir que tienes en ellos muerte, así tú como todos aquéllos
que tuyos se llamaren, y hácente saber que ellos con todos aquellos grandes
amigos suyos serán contra tí en ayuda del rey Cildadán en la batalla que con él
aplazada tienes, pero si tú quieres dar a tu hija Oriana a Madasima, la muy
hermosa hija del dicho Famongomadán para que sea su doncella y la sirva, que no
te desafiarán, ni te serán enemigos, antes casarán a Oriana con Bagasante, su
hermano, cuando vieren que es tiempo, que es tal señor que bien será en él
empleada tu tierra y la suya. Y ahora, rey, mira lo que mejor te vendrá: o la
paz como la quieren, o la más cruda guerra que venirte podrá con hombres que
tanto pueden.
El rey le respondió riendo
como aquél que en poco su desafío tenía, y díjole:
—Caballero, mejor es la
guerra peligrosa que la paz deshonrosa, que mala cuenta podría yo dar a aquel
Señor que en tal alteza me puso, si por falta de corazón con tanta mengua y
tanto abiltamiento la bajase, y ahora os podéis ir, y decidles que antes
querría la guerra todos los días de mi vida con ellos y al cabo en ella morir,
que otorgar la paz que me demandan, y decidme dónde los hallará un mi
caballero, porque por él sepan esta mi respuesta que a vos se da.
—En el Lago Ferviente
—dijo el caballero— los hallará quien los buscare, que es en la Ínsula que
llaman Monganza, así a ellos como a los que consigo han de meter en la batalla.
—Yo no sé —dijo el rey—,
según la condición de los gigantes, si mi caballero podrá ir y venir seguro.
—De eso no pongáis duda
—dijo él—, que donde está don Cuadragante no se puede cosa contra razón hacer y
yo lo tomo a mi cargo.
—En el nombre de Dios
—dijo el rey— ahora me decid cómo habéis nombre.
—Señor —dijo él—, he
nombre Landín, y soy sobrino de don Cuadragante, hijo de su hermana, y somos
venidos a esta tierra por vengar la muerte del rey Abies de Irlanda, y nos pesa
que no podemos hallar aquél que lo mató, ni sabemos si es muerto o vivo.
—Bien puede ser —dijo el
rey—, mas ahora pluguiese a Dios que supieseis ser él vivo y sano, que después
todo se haría bien.
—Yo entiendo —dijo Landín—
por qué lo decís, porque creéis ser aquél el mejor caballero de los que habéis
visto; mas cualquier que yo sea hallarme habéis en la batalla vuestra y del rey
Cildadán, y allí os serán manifestadas mis obras buenas o contrarias en el más daño
vuestro que yo pudiere.
—Mucho me pesa —dijo el
rey—, que más os querría para mi servicio, mas bien creo que ende no faltará
con quien .os combatáis.
—Ni a ellos —dijo el
caballero—quien se lo resista hasta la muerte.
Cuando esto oyó don
Florestán ensañóse ya cuanto por aquél osase, decir que buscaba a su hermano
Amadís, y díjole:
—Caballero, yo no soy de
esta tierra ni vasallo del rey, así que entre vos y mí no atañe ninguna cosa de
esto que a él habéis dicho, ni yo en razón de ello no digo nada, porque en su
casa hay otros muchos mejores para decir y hacer, pero porque vos decís que
andáis a Amadís buscando y no lo halláis, en lo cual creo yo no ser vuestro
daño, y si conmigo, que soy don Florestán, su hermano, os place combatir a
condición que si vencido fuereis os quitéis de esta demanda, y si yo muerto
fuere algo de vuestro enojo y mengua se satisface, yo lo haré porque aquel
sentimiento que vos tenéis por el rey Abies, aquél y mucho más crecido tendrá
Amadís por la mi muerte.
—Don Florestán —dijo Landín—,
bien veo que habéis sabor de la batalla, mas yo la dudo a más no poder, porque
tengo de ir con la respuesta de esta embajada a señalado día, y también porque
aquellos señores me tomaron fianza que en otra cosa de afrenta no me
entremetiese, pero si de allí yo saliere vivo haberla he con vos a día
señalado.
—Landín —dijo don
Florestán—, vos lo decís como buen caballero y honrado, porque los que con
semejantes mensajes vienen han de negar su voluntad propia por seguir la de
aquéllos cuyo mandado traen, porque de otra guisa, aunque a vuestra honra
satisfacer pudieseis, la suya, por vuestra tardanza, se podría menoscabar,
siendo todo a cargo vuestro, y por eso tengo por bien que sea como lo decís.
Y tendiendo las lúas en
señal de gajes, las dio al rey, y Landín la halda del arnés, así que a
consentimiento de ambos quedó la batalla treinta días después que la de los
reyes pasase.
Entonces mandó el rey a un
caballero, su criado, que Filispinel había nombre, que en compañía de Landín
fuese a desafiar aquéllos que a él desafiaron. Pues partidos estos dos
caballeros, como oís, el rey quedó hablando con don Galaor y Florestán y
Agrajes y otros muchos que en el palacio estaban, y díjoles:
—Quiero que veáis una casa
en que habréis placer.
Entonces mandó llamar a Leonoreta,
su hija, con todas sus doncellas pequeñas que viniesen a danzar así como
solían, lo que nunca había mandado después que las nuevas de ser perdido Amadís
le dijeran, y el rey le dijo:
—Hija, decid la canción
que por vuestro amor Amadís hizo siendo vuestro caballero.
La niña, con las otras sus
doncellas, la comenzaron a cantar, la cual decía así:
Leonoreta sin roseta
blanca sobre toda flor
sin roseta no me meta
en tal cuita vuestro amor.
Sin ventura yo en locura
me metí;
en vos amar es locura
que me dura
sin me poder apartar,
oh, hermosa sin par,
que me da pena y dulzor
sin roseta no me meta
en tal cuita vuestro amor.
De todas las que yo veo
no deseo
servir otra sino a vos,
bien veo que mi deseo
es devaneo
do no me puedo partir,
pues que no puedo huir
de ser vuestro servidor,
no me meta sin roseta
en tal cuita vuestro amor.
Aunque mi queja parece
referirse a vos, señora,
otra es la vencedora
otra es la matadora
que mi vida desfallece;
aquesta tiene el poder
de me hacer toda guerra;
aquesta puede hacer
sin yo se lo merecer
que muerto Viva so tierra.
blanca sobre toda flor
sin roseta no me meta
en tal cuita vuestro amor.
Sin ventura yo en locura
me metí;
en vos amar es locura
que me dura
sin me poder apartar,
oh, hermosa sin par,
que me da pena y dulzor
sin roseta no me meta
en tal cuita vuestro amor.
De todas las que yo veo
no deseo
servir otra sino a vos,
bien veo que mi deseo
es devaneo
do no me puedo partir,
pues que no puedo huir
de ser vuestro servidor,
no me meta sin roseta
en tal cuita vuestro amor.
Aunque mi queja parece
referirse a vos, señora,
otra es la vencedora
otra es la matadora
que mi vida desfallece;
aquesta tiene el poder
de me hacer toda guerra;
aquesta puede hacer
sin yo se lo merecer
que muerto Viva so tierra.
Quiero que sepáis por cuál
razón Amadís hizo este villancico por esta infanta Leonoreta. Estando en un día
hablando con la reina Brisena, Oriana y Mabilia y Olinda, dijo a Leonoreta que
dijese a Amadís que fuese su caballero, y la sirviese muy bien no mirando por
otra ninguna. Ella fue a él y díjole como ellas lo mandaron. Amadís y la reina,
que se lo oyeron, rieron mucho, y tomándola Amadís en sus brazos la sentó en el
estrado, y díjole:
—Pues vos queréis que yo
sea vuestro caballero, dadme alguna joya en conocimiento que me tenga por
vuestro.
Ella quitó de su cabeza un
prendedero de oro con unas piedras muy ricas y dióselo. Todas comenzaron a reír
de ver cómo la niña tomaba tan de verdad lo que en burla le habían aconsejado,
y quedando Amadís por su caballero hizo por ella el villancico que ya oísteis.
Y cuando ella y sus doncellas lo decían estaban todas con guirnaldas en sus
cabezas y vestidas de ricos paños de la manera que Leonoreta los traía, y era
asaz hermosa, pero no como Oriana, que con ésta no había par ninguna en el
mundo, y fue a tiempo, como adelante se dirá, emperatriz de Roma, y las
doncellitas suyas eran doce, todas hijas de duques y de condes y otros grandes
señores, y decían tan bien y tan apuesto aquel villancico, que el rey y todos
los caballeros habían muy gran placer de lo oír.
Y desde que hubieron una
pieza cantado, hincando los hinojos ante el rey, fuéronse donde la reina
estaba. Don Galaor y don Florestán y Agrajes dijeron al rey que querían ir con
Corisanda, que les diese licencia y él los sacó a una parte del palacio, y
díjoles:
—Amigos, en el mundo no
hay otros tres en quien yo tan gran esfuerzo tenga como en vos, y el plazo de
la mi batalla se llega, que ha de ser en la primera semana de agosto, y ya
habéis oído la gente que contra mi han de ser, y éstos traerán otros muy bravos
y muy fuertes en armas, así como aquéllos que son de natura y sangre de
gigantes, porque mucho os ruego que hasta aquel plazo no os encarguéis de otras
afrentas ni demandas que os hayan de estorbar de ser conmigo en la batalla, que
tengo mortales y capitales enemigos, y haríaisme muy gran mengua y sin razón,
que yo fío en Dios que con la vuestra gran bondad y de todos los otros que me
han de servir no será la valencia ni fuerza de nuestros enemigos tan sobrada
que al cabo por nosotros no sean vencidos y destrozados y menguados.
—Señor —dijeron ellos—,
para tal cosa tan señalada y nombrada en todas partes como ésta será, no es
menester vuestro mandado, y ruego que puesto que el deseo y buena voluntad que
de serviros tenemos faltase, no faltaría el buen deseo de ser en tan grande
afrenta, donde nuestros corazones y buenas voluntades hayan aquello que por
muchas tierras y partes extrañas del mundo andan buscando, que es hallarse en
las cosas de mayor peligro, porque venciendo alcanzan la gloria que desean y
vencidos cumplen aquel fin para que nacidos fueron, así que nuestra tornada
será luego, y entretanto animad y esforzad vuestros caballeros porque a
aquéllos que con gran amor y afición sirven la flaca fuerza fuerte se torna.
Y partiéndose del rey
armados en sus caballos, tomando consigo a Corisanda partieron de Londres y
fueron su camino. Gandalín, que allí estaba y viera todo aquello, partióse
luego para Miraflores y contólo a Oriana y a Mabilia, y que aquellos tres
compañeros se lo mandaban mucho encomendar. Oriana dijo:
—Ahora es Corisanda en
todo placer, pues en su compañía lleva a don Florestán que ella tanto amaba, y
Dios se lo dé siempre, que mucho es buena dueña —y comenzó a suspirar, así que
las lágrimas le vinieron a los ojos, y dijo—: ¡Oh, señor Dios!, ¿por qué no
queréis que yo vea a Amadís, siquiera un día Sólo? ¡Oh, Señor!, queredlo por
vuestra bondad y me quitad de este mundo y no me dejéis vivir en tal cuita y
dolor.
Gandalín hubo de ella gran
duelo, pero hizo el semblante de sañudo, y dijo:
—Señora, hacéisme que no
parezca ante vos porque estamos atendiendo buenas nuevas que Dios nos enviará,
y queréisnos meter en desesperanza.
Oriana limpió los ojos de
las lágrimas y díjole:
—¡Ay, Gandalín!, por Dios
no te quejes, que si yo algo hacer pudiese, de grado lo haría, que, aunque buen
semblante muestro, nunca jamás mi corazón de llorar queda, y si no fuese esta
esperanza que tengo de las palabras que me dices, cree que no tendría tanto
esfuerzo que de un lugar levantarme pudiese, mas ahora me di: ¿qué será del
rey, mi padre, pues que no puede haber a Amadís para esta batalla?.
—Señora —dijo él—, no
puede mi señor tan escondido ni apartado estar, que una cosa tan señalada como
ésta no venga a su noticia, pues, ¿quién duda que sabiendo lo que a vos toca,
siendo vuestro padre vencido, no quiera él venir a poner sus fuerzas en vuestro
servicio? Que aunque por el defendimiento que le pusisteis no ose aparecer ante
vos, parecería allí donde viere que puede servir y alcanzar perdón del yerro
que no hizo ni pensó de hacer.
—Así plega a Dios —dijo
Oriana— que sea como tú piensas.
Y estando hablando en esto
entró una niña corriendo y dijo:
—Señora, veis aquí la
doncella de Dinamarca, que muy ricos dones os trae.
A ella se le estremeció el
corazón y paróse tal, que no pudo hablar y fue toda turbada, como quien por su
venida esperaba la vida o la muerte, según el recaudo que trajese, y Mabilia,
que así la vio, dijo a la niña:
—Ve y di a la doncella que
entre acá sola, porque la querría ver apartadamente.
Y esto hizo porque ninguno
viese la gran cuita o grande alegría de Oriana, según las nuevas fuesen, y la
niña se salió y díjole lo que le mandaron, pero de Mabilia y de Gandalín os
digo que estaban desmayados, no sabiendo ni pensando lo que la doncella traía,
y la doncella entró alegre y de buen continente, e hincando de hinojos ante
Oriana diole una carta que traía, y díjole:
—Señora, veis aquí nuevas
de todo vuestro placer, y sabed, señora, que yo he recaudado todo aquello
porque me enviasteis, así como lo deseáis, y leed esa carta y veréis si la hizo
con su mano Amadís.
Ella tomó la carta, mas
así le tremían las manos con la grande alegría, que la carta se le cayó, y
desde que el corazón se le fue más sosegado, abrió la carta y halló el anillo
que ella con Gandalín a Amadís enviara, cuando con Dardán se combatió en
Vindilisora, el cual bien conoció y besóle muchas veces, y dijo:
—Bendita sea la hora en
que fuiste hecho, que con tanto gozo y placer de una mano a otra te ,has
mudado.
Y metióle en su dedo, y
cuando vio las palabras tan humildes que en la carta venían y el mucho
agradecimiento de se ella haber membrado de él y de cómo de la muerte a la vida
era tornado holgóle el corazón, y alzando sus manos dijo:
—¡Oh, Señor del mundo,
reparador de todas las cosas, bendito seáis vos que a tal sazón me acorristeis
y me librasteis de la muerte que tan cerca tenía! —e hizo sentar la doncella ante
sí y díjole—: Amiga, ahora me contad cómo lo hallasteis y los días que con él
estuvisteis y dónde lo dejáis.
Ella le dijo cómo lo había
buscado y que viniendo muy triste, sin ningún recaudo, la gran tormenta que en
la mar le sobrevino la hiciera arribar a la Peña Pobre, donde lo halló, y
contóle cuanto allí con él le aconteciera y el placer tan grande que su carta
le dio, y asimismo le dijo dónde lo dejaba y cómo esperaba su mandado. Mas
cuando vino a decir cómo era llegado a la muerte y tan desemejado que no lo
podía conocer sino por la herida que en el rostro tenía, y cómo había mudado su
nombre y cómo Durín estuvo tres días que no lo conoció, gran duelo y piedad
había Oriana de él. Y desde que todo se lo hubo contado dijo Oriana:
—Por Dios, amiga, menester'
es que luego haya vuestro mandado, y decidme de qué manera se haga.
—Yo os lo diré —dijo
ella—. Allá dejé a sabiendas dos joyas de las que traía, porque con achaque de
volver a Durín por ellas le llevase vuestro mandado.
—Muy bien hicisteis —dijo
ella—, y ahora dadme los dones que traéis delante de estos que aquí están, y
decid que os olvidaron los de Mabilia así como lo habéis dicho.
Entonces dijeron a la
doncella cómo Corisanda había dicho de él y se llamaba Beltenebros, pero no le
conoció ni supo quién era.
—Verdad es que así se
llama —dijo la doncella—, y dice que no se quitará aquel nombre hasta que os
vea y le mandéis lo que haga.
Y también le dijeron cómo
tenían las llaves de los postigos de la huerta, y llamaron a Durín y
mostráronle a la parte donde había de traer a Beltenebros cuando viniese, y
mandáronle que luego fuese a lo traer, mas no hubieron de trabajar mucho en
ello. Porque aun estando él muy cuitado de la nueva sinventura que le llevara,
por donde a la muerte lo había llegado, creyendo que con la que ahora iba se
enmendaba y reparaba todo, con mucha, alegría de su corazón lo otorgó y besó
las manos a Oriana, porque se lo mandaba, y allí fue acordado que Mabilia se lo
rogase ante todos, que le fuese por aquellos dones y que él mostrase en ello
mal continente como que mucho le pesaba porque no sospechasen de su ida alguna
cosa. Y así se hizo, que cuando se lo rogaron mostró de ello pesar y dijo
sañudamente a Mabilia:
—Dígoos, señora, que por
ser vuestras iré yo allá, que si de la reina de Oriana fuesen no lo haría, que
mucho afán ha llevado de trabajo en este camino.
—Mi amigo Durín comoquiera
que bien sirváis, no queráis zaherir el servicio que hicisteis en tal guisa que
os no lo agradezcan.
—Así lo haré a vos —dijo
él— cuando me lo mandareis que os sirva, que bien creo que tan poco vale
vuestro grado como mi servicio.
Todas rieron mucho de la
saña que Durín mostraba y de cómo había respondido, y dijo a Mabilia:
—Señora, pues que a vos
place que yo vaya, luego de mañana me quiero ir.
Y despidiéndose de ellas
se fue con Gandalín a dormir a la villa, el cual le rogó que le encomendase
mucho a Enil, su primo, y que de su parte le rogase que le viniese a ver si
hacerlo pudiese, porque tenía de le hablar algunas cosas y que te rogaba mucho
que en tanto que con aquel caballero anduviese preguntase por nuevas de Amadís.
Esto le enviaba a decir porque Amadís anduviese más encubierto y porque si de
él se quisiera partir que con achaque de le ver a él lo pudiese hacer. En esto
hablando llegaron a Londres, y otro día de mañana cabalgó Durín en su palafrén
y fuese su vía camino donde a Beltenebros había dejado, pero antes se quiso
bien avisar de todas las nuevas de la corte porque se las supiese contar.
__________
Descargar Amadís de Gaula
pinchando aquí
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