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SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ: AVATARES DE SU OBRA Y DE SU FAMA (Margo Glantz)

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La fama de Sor Juana Inés de la Cruz fue inmensa mientras vivió y la impresión de sus obras en España, tres tomos varias veces reeditados -2 ediciones-, de 1689 a 1725, y numerosas polémicas libradas en las dos Españas, es decir, la Nueva y la Vieja España, son prueba irrefutable de su celebridad. A partir del segundo tercio del siglo XVIII su fama se fue diluyendo y en el siglo XIX los juicios despectivos estuvieron a la orden del día. El historiador mexicano García Icazbalceta hablaba de una absoluta depravación del lenguaje; el filólogo español Menéndez Pelayo de la pedantería y aberración del barroco, y el crítico mexicano Francisco Pimentel aseguraba que en el Seiscientos sólo hubo una persona en México que escribiera pasablemente, Sor Juana y, aún ella, «rara vez correcta» -pues-, «todo lo arrasa el gusto pervertido». José María Vigil la acusa de un «enmarañado e insufrible gongorismo», y, en el prólogo a la Antología de la Academia Mexicana de la Lengua, le concede menor espacio que a don Porfirio Parra, un positivista, que hoy sólo se conoce porque se le ha dedicado una calle.

El siglo XX ha demostrado en cambio un gran interés por ella y su obra volvió a frecuentarse y admirarse gracias a varios autores, entre los que se cuentan -para mencionar sólo a algunos- Amado Nervo, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Ermilo Abreu Gómez, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Dorothy Schöns, Ezequiel Adeadato Chávez , Karl Vossler, Ludwig Pfandl, Robert Ricard). Y a partir del trabajo extraordinario de Alfonso Méndez Plancarte -quien en 1951 inició la publicación de sus Obras Completas -se incrementó el interés sobre la obra de la monja (Antonio Alatorre, Ramón Xirau, Dario Puccini, Giuseppe Bellini, Elías Trabulse, Sergio Fernández, Georgina Sabat-Rivers, Marie Cécile-Benassy, Rosa Perelmuter, Jean Franco...) que culmina con Las Trampas de la fe de Octavio Paz a principios de la década del 80. Debido en parte a la importancia que han adquirido los estudios de género y al cada vez más profundo interés por los estudios coloniales, esa cantidad de escritos ha engendrado distintas consecuencias, a primera vista, una producción de ruido, la de multitud de voces «desconformes», como decía la propia Sor Juana, o la erección de una nueva Torre de Babel para sembrar la confusión, semejante a la construida por Calderón en algunas de sus obras dramáticas. Nuevos aportes asimismo y muy valiosos para descifrar enigmas acerca del tiempo que le tocó vivir a Sor Juana y suscitar cuestionamientos sobre su obra que aunque parezca imposible aún no habían sido planteados.

Desde la misma década de los ochenta, se han descubierto nuevos documentos de la monja, como la Carta al Padre Núñez, encontrada por Aureliano Tapia Méndez en una Biblioteca de Monterrey, y los Enigmas a la Casa del Placer, descubiertos por Enrique Martínez López en la Biblioteca Nacional de Lisboa en la década de los 60 y cuya edición crítica, a cargo de Antonio Alatorre, apareció en 1994. Sonetos desconocidos, una probable contribución a una obra de teatro La segunda Celestina y la publicación por Elías Trabulse en 1995 del facsimilar de un documento intitulado La carta de Serafina de Cristo que ha provocado a su vez una intensa polémica, pues mientras el historiador le atribuía su autoría a la propia Sor Juana, Antonio Alatorre y Marta Lilia Tenorio la impugnaban. También se difundió completo un proceso inquisitorial contra el presbítero Javier Palavicino quien en enero de 1691 había elogiado a la monja y defendido las tesis que el jesuita brasileño Antonio Vieira sostenía en su Sermón del Mandato, impugnado por Sor Juana en su Atenagórica. El investigador peruano José Antonio Rodríguez Garrido descubrió en la Biblioteca Nacional del Perú dos documentos fundamentales de los cuales dio cuenta en 2004: firmado uno por don Pedro Muñoz de Castro intitulado Defensa del Sermón del Mandato del padre Antonio Vieira, y otro anónimo, Discurso apologético en respuesta a la Fe de erratas que sacó un soldado sobre la Carta atenagórica de la madre Juana Inés de la Cruz.

Y esta polémica no sólo aporta nuevos y valiosos documentos para el estudio de nuestra Décima Musa, sino que esos documentos, al ser analizados, realzan «un debate en torno al ejercicio de la libertad intelectual que, desde su celda en el convento de San Jerónimo de la ciudad de México, Sor Juana desató». Debate, hay que confesar, siempre necesario y siempre vigente. Documentos todos que siguen esclareciendo  numerosas dudas en relación con este polémico escrito, a partir de su publicación en el año de 1690 por Sor Filotea, pseudónimo del Obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, polémica que, curiosamente, se mantiene viva entre los sorjuanistas actuales, junto con otros problemas igualmente enigmáticos y vigentes en relación a toda su producción tanto poética, como dramática y religiosa.

La crítica actual coincide unánimemente con Sor Juana cuando en la Respuesta a Sor Filotea avisa que «no me (se) acuerd(a)o haber escrito por mi (su) gusto sino es un papelillo que llaman El sueño». Pero sólo es unánime la universal aprobación al poema: las múltiples interpretaciones aparecidas durante la segunda mitad de este siglo suelen enredarse igualmente en una polémica aún lejos de terminarse. José Gaos asegura que este poema «pertenece a la historia de las ideas en México» (1968) y antes Francisco López Cámara advirtió vestigios de cartesianismo en él y, por tanto, indicios seguros de modernidad; Robert Ricard (1957) relacionó el poema con el Corpus Hermeticum de Hermes Trismegisto y la tradición neoplatónica del renacentismo, además, con el jesuita alemán Atanasio Kircher. Octavio Paz retoma esta interpretación, y añade «los tratados de mitología de Cartario, Valeriano y otros..», José Pascual Buxó analiza estos tratados mitológicos desde el punto de vista de los emblemas y los relaciona con las empresas de Saavedra Fajardo; Antonio Alatorre, fiel a la tradición filológica, le imputa a Paz haber tomado demasiado en cuenta las interpretaciones de Frances Yates sobre Bruno y el hermetismo y se concentra esencialmente en el análisis de la poesía y en su modelo gongorino. En un texto reciente, Pascual Buxó repiensa sus propias interpretaciones, admite que se ha exagerado la influencia de los modelos neoplatónicos, y, coincidiendo con la interpretación neotomista de Méndez Plancarte, analiza las conexiones que el poema tiene con Aristóteles. Por su parte, Georgina Sabat analiza la genealogía del poema dentro de la producción de los Siglos de Oro y Rosa Perelmuter la no tan decisiva impronta gongorina de su lenguaje poético.

¿Qué demuestra esta polémica? Quizá sólo subraye la desbordante riqueza poética y filosófica de El Sueño, así como las vastas ramificaciones y maravilla de toda su obra, además de su grande y justa celebridad (que ya en 1700 mereciera la edición extraordinaria del volumen tercero de sus obras en España, intitulado Fama y obras póstumas, honor que sólo Lope de Vega recibiera antes que ella), verificando así la necesidad de reexaminarla con mayor profundidad a la luz de otras figuras y disciplinas de su tiempo.

Margo Glantz



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