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OSCURO (Gonzalo Rojas)

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No le copien a Pound

No le copien a Pound, no le copien al copión maravilloso
de Ezra, déjenlo que escriba su misa en persa, en cairo-arameo, en sánscrito,
con su chino a medio aprender, su griego translúcido
de diccionario, su latín de hojarasca, su libérrimo
Mediterráneo borroso, nonagenario el artificio
de hacer y rehacer hasta llegar a tientas al gran palimpsesto de lo Uno;
no lo juzguen por la dispersión: había que juntar los átomos,
tejerlos así, de lo visible a lo invisible, en la urdimbre de lo fugaz
y las cuerdas inmóviles; déjenlo suelto
con su ceguera para ver, para ver otra vez, porque el verbo es ése: ver,
y ése el Espíritu, lo inacabado
y lo ardiente, lo que de veras amamos
y nos ama, si es que somos Hijo de Hombre
y de Mujer, lo innumerable al fondo de lo innombrable;
no, nuevos semidioses
del lenguaje sin Logos, de la histeria, aprendices
del portento original, no le roben la sombra
al sol, piensen en el cántico
que se abre cuando se cierra como la germinación, háganse aire,
aire-hombre como el viejo Ez, que anduvo siempre en el peligro, salten intrépidos
de las vocales a las estrellas, tenso el arco
de la contradicción en todas la velocidades de lo posible, aire y más aire
para hoy y para siempre, antes
y después de lo purpúreo
del estallido
simultáneo, instantáneo
de la rotación, porque este mundo parpadeante sangrará,
saltará de su eje mortal, y adiós ubérrimas
tradiciones de luz y mármol, y arrogancia; ríanse de Ezra
y sus arrugas, ríanse desde ahora hasta entonces, pero no lo saqueen; ríanse, livianas
generaciones que van y vienen como el polvo, pululación
de letrados, ríanse, ríanse de Pound
con su Torre de Babel a cuestas como un aviso de lo otro
que vino en su lengua;
cántico,
hombres de poca fe, piensen en el cántico.


Muchachas

Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas,
gustándoles, palpándoles, oyéndolas llorar,
reír, dormir, vivir;
fealdad y belleza devorándose, azote
del planeta, una ráfaga
de arcángel y de hiena
que nos alumbra y enamora,
y nos trastorna al mediodía, al golpe
de un íntimo y riente chorro ardiente.


Latín y jazz

Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas,
en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido
de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas
que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia
que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
en que amarro la ventolera de estas sílabas.

Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,
¡Tánatos!


Ars poética en pobre prosa

Lo que de veras amas no te será arrebatado.

Voy corriendo en el viento de mi niñez en ese Lebu * tormentoso, y oigo, tan claro, la palabra "relámpago". -Relámpago, relámpago". Y voy volando en ella, y hasta me enciendo en ella todavía. Las toco, las huelo, las beso a las palabras, las descubro y son mías desde los seis y los siete años; mías como esa veta de carbón que resplandece viva en el patio de mi casa. Es el año 25 y recién aprendo a leer. Tarde, muy tarde. Tres meses veloces en el río del silabario. Pero las palabras arden: se me aparecen con un sonido más allá de todo sentido, con un fulgor y hasta con un peso especialísimo. ¿Me atreveré a pensar que en ese juego se me reveló, ya entonces, lo oscuro y germinante, el largo parentesco entre las cosas?

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* Leufü: torrente hondo, en mapuche original. Después, en español, Lebu, capital del viejo Arauco invencible como dijera Ercilla en sus octavas majestuosas. Puerto marítimo y fluvial, maderero, carbonífero y espontáneo en su grisú, con mito y roquerío suboceánico, de mineros y cráteres -mi padre duerme ahí-; de donde viene uno con el silencio aborígen.



La risa

Tomad vuestro teléfono
y preguntad por ella cuando estéis desolados,
cuando estéis totalmente perdidos en la calle
con vuestras venas reventadas, sed sinceros,
decidle la verdad muy al oído.

Llamadla al primer número que miréis en el aire
escrito por la mano del sol que os transfigura,
porque ese sol es ella,
ese sol que no habla,
ese sol que os escucha
a lo largo de un hilo que va de estrella a estrella
descifrando la suerte de la razón, llamadla
hasta que oigáis su risa
que os helará la punta
del ánimo, lo mismo que la primera nieve
que hace temblar de gozo la nariz del suicida.

Esa risa lo es todo:
la puerta que se abre, la alcoba que os deslumbra,
los pezones encima del volcán que os abrasa,
las rodillas que guardan el blanco monumento,
los pelos que amenazan invadir esas cumbres,
su boca deseada, sus orejas
de cítara, sus manos,
el calor de sus ojos, lo perverso
de esta visión palpable del lujo y la lujuria:
esa risa lo es todo.


Publicidad vergonzosa

Porque no eres ni el frío
ni el fuego, jugador de sílabas
aparentes, urdidas con ese alambre
de uranio abstracto, pompa
y estertor de vidrio
sin imaginación,
dispersas
en el aturdimiento las oníricas
lerdas mariposas
infusas
falsas
como el do-re-mi-fa
del asco
plagiario del caos;
por eso, y porque eso,
y antes y después de eso,
vendrá
Lautréamont con su látigo centelleante;
porque eres tibio
te lo digo a ti, mercader
de hilo repetido hasta el hartazgo, vendrá
con su vozarrón:
-Basta,
holgazán: a coser bien la costura
de tu ocio;
fuera
con esa túnica al revés; las
hilachas no son lo mágico ni lo maravilloso, ni
lo fortuito mecánico es el azar.
¿Cuánto,
ungulado hiperestésico, amarillento
Narciso, con vitrina y todo, en
moneda venenosa,
cuánto
por la inmoralidad?

  

Retrato de la niebla

No hay un viento tan orgulloso de su vuelo
como esta neblina volátil
que ahora está cerrando las piedras de la costa,
para que ni las piedras oigan latir su lágrima encerrada.

Oh garganta: libérate en goteantes estrellas:
echa a correr tus llaves a través de los huesos.
Que ruede un sol salado por la costa del día,
por las mejillas de las rocas.
Aparezcan las hebras del sollozo afilado en la espuma.

Niebla: posa tus plumas en la visión vacía
hasta donde las alas físicas de la muerte
abran la tempestad.
Sonámbula, apacienta tus ovejas sin ojos.
Famélica, devora la esencia y la presencia.
Oh peste blanca recostada en la marea.

Oh ánima del suicidio: ¿Quién no ama tus cabellos
perezosos y, al verte, ¿quién no mira su origen?
Neblina de lo idéntico: yo soy eso que soy,
y estoy como un carbón condenado a dormir en mi roca.

Me desvela el espectro de la revelación
debajo de esta blanca telaraña marítima
tejida por la historia de la luz cenicienta:
espina que me impide respirar
debajo de mi lengua.

  
Aleph, Aleph

¿Qué veo en esta mesa: tigres, Borges, tijeras, mariposas
que no volaron nunca, huesos
que no movieron esta mano, venas
vacías, tabla insondable?

Ceguera veo, espectáculo
de locura veo, cosas que hablan solas
por hablar, por precipitarse
hacia la exigüidad de esta especie
de beso que las aproxima, tu cara veo.



Oscuro, 1977

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Amplia antología








Gonzalo Rojas nace el 20 de diciembre de 1917, en el puerto de Lebu (VIII Región, CHILE). Estudia en el Internado de Concepción y, posteriormente, en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, carrera que abandona en su tercer año para ingresar al Instituto Pedagógico de la misma universidad. Durante el transcurso de sus estudios trabaja como inspector en el Instituto Barros Arana, alfabetizador de los mineros en Atacama, es jefe de redacción de la revista Antártica en Santiago y, nuevamente, profesor en Valparaíso. Entre los años 1938-1941 participa, más bien como disidente, en el grupo surrealista Mandrágora fundado por Braulio Arenas, Teófilo Cid y Enrique Gómez Correa. Siete años más tarde aparece La miseria del hombre (1948), su primer libro de poemas, provocando reacciones encontradas entre los críticos oficiales que no fueron compartidas por Gabriela Mistral: "su libro(...) me ha removido y, a cada paso admirado y, a trechos, me deja algo parecido al deslumbramiento de lo muy original, de lo realmente inédito".

En 1952, habiendo obtenido el grado de Licenciado en Filología Clásica, gana -por concurso-, las cátedras de Literatura Chilena y Teoría Literaria en el Departamento de Español de la Universidad de Concepción donde permanece hasta 1970, fecha en que es nombrado por el Presidente de la República, Salvador Allende, Consejero Cultural en China. En su permanencia en la universidad organiza y dirige importantes actividades culturales como las Escuelas Internacionales de Verano en cuyo marco se realizaron el Primer Encuentro Nacional de Escritores (1958) y el Primer Encuentro de Escritores Americanos (1960). Para Carlos Fuentes y José Donoso estas reuniones, habrían sido el comienzo del boom latinoamericano, pues abrieron un espacio de reflexión -como el propio poeta lo propusiera-, en torno a las imágenes de América Latina y del hombre actual. Esta intensa actividad académica no le impide el ejercicio poético, en busca de la palabra diamantina que habitará en Contra la muerte (1964), libro celebrado unánimemente por la crítica.

El golpe militar chileno (septiembre, 1973) lo sorprende en La Habana, donde se desempeña como Encargado de Negocios; no sólo la historia de su país tiene un giro violento también, su vida. El poeta es ahora un exiliado, un "indocumentado" a quien no sólo se le ha arrebatado su rango de diplomático sino también se le ha expulsado de todas las universidades chilenas por "significar un peligro para el orden y la seguridad nacional". La Universidad de Rostck -Alemania Oriental- lo acoge como profesor, pero sin dictar clases, situación que lo perturba e incomoda. Entonces parte a Venezuela (1975), ha sido contratado por la Universidad Simón Bolívar, allí llega con Hilda, su segunda mujer, y el hijo de ambos, Gonzalo.

Su tercer libro de poemas Oscuro (1977) se publica en Caracas, a partir de este momento su poesía escrita sin prisas, desde lo profundo comienza a leerse en todo el continente y es aplaudida sin reservas por la crítica internacional. Recibe invitaciones para leer su creación poética, dictar conferencias y cursos en universidades norteamericanas y europeas; es objeto de homenajes y sus libros comienzan a publicarse en México, Madrid y New York. Las ediciones se suceden unas a otras: Transtierro (Versión antológica: 1979), Antología breve (1980), 50 poemas (1980), El alumbrado y otros poemas (1987), Antología personal (1988), Schizotext and Other Poems (1988), Materia de Testamento (1988), figura como uno de los libros más vendidos en Madrid ese año, éste como otros del autor se construye desde una escritura cuya metáfora es el tapiz, poemas antiguos y nuevos convergen con la misma frescura en tres vertientes: la numinosa, la erótica y la repentina. Desocupado lector (1990), Antología de aire (1991), Las hermosas. Poesías de Amor (1991), Zumbido (edición para bibliófilos: 1991), La miseria del hombre (edición crítica: 1995).

Gonzalo Rojas regresa a Chile en 1979, haciendo uso de la beca Guggeheim, sabe que las puertas de las universidades permanecerán cerradas, pero aún así elige Chillán, 400 kilómetros al sur de la capital, como lugar de residencia permanente; desde allí se desplazará a universidades de Alemania, Estados Unidos, México y España. El 5 de junio de 1992 recibe el Primer Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el 13 de noviembre del mismo año, el máximo galardón que otorga Chile a sus escritores, el Premio Nacional de Literatura; el reconocimiento internacional no cesa para este poeta circular, sediento de absoluto y de pasión erótica, a los premios anteriores se sumarán el Octavio Paz de México y el José Hernández de Argentina.



Biblioteca Virtual Miguel Cervantes




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