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MATERIA DE TESTAMENTO (Gonzalo Rojas)

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El señor que aparece de espaldas

El señor que aparece de espaldas no es feliz, ha ido
varias veces a Roma pero no es feliz, ha
meado en Roma y no tiene por qué ocultarlo pero no es feliz, ha desaguado
a lo largo de Asia desde los Urales a Vladivostock pero no es feliz, en
excusados de lujo en África pero no es feliz, encima de los aviones
vía Atenas pero no es feliz, en espacios
más bien reducidos lluviosamente en Londres al lado
de su mujer hermosa pero no es feliz, en las grandes playas de
América precolombina pero no es feliz, con un diccionario etrusco
y otro en alemán desde las tumbas Ming a las pirámides
de Egipto pero no es feliz, pensando en
cómo lo hubiera hecho Cristo pero no es feliz, mirando
arder una casa en Valparaíso pero no es feliz, riendo en New York de
un rascacielo a otro pero no es feliz, girando a
todo lo espléndido y lo mísero de¡ planeta oyendo música en barcos
de Buenos Aires a Veracruz pero no es feliz, discutiendo
por dentro de su costado el origen pero no es feliz, acomodándose
no importa el frío contra la
pared aguantando todas las miradas
de las estrellas pero no es feliz

el señor que aparece de espaldas.



Las adivinas

Cada piel se baña en su desnudez, la Juana
se baña en su desnudez
salada, la prima de la Juana
sin más música que la de su pelo, la madre
de la Juana aceitosa
y deseosa como habrá sido, las cerradas
y las adiestradas de la casa de enfrente, las perdidas
y las forasteras sin mancha, las vistosas
de seda y organdí de 6
a 7 se bañan.

En hombre es como adelgazan su figura, en olor de hombre
se paran en las esquinas, anclan
en los bares de los suburbios, fuman un tabaco
religioso para airear la Especie, son
blancas por dentro y guardan
una flor que preservan por penitencia, la Urbe
es la perdición, ellas no son la perdición, nadan
en la marea de los taxis de Este a
Oeste, conocieron
los laberintos de Etruria mucho antes que Roma,
mucho antes.

Además son locas, dejan
corriendo el agua y ríen, sangran
y ríen, se amapolan
y ríen, cuentan las sílabas
de los meses y ríen, bailan
y ríen, se perfuman, se
desperfuman y ríen, sollozan
y ríen, adoran la vitrina.

Lo que pasa es que no
duermen y andan todas ojerosas
por muy fascinadas e imantadas de un cuerpo a
otro cuerpo en un servicio
casi litúrgico de ablución
en ablución y eso cansa
de Nínive a New York siglos y
siglos, desvestirse y
vestirse de precipicio en precipicio cansa, predecir
la misma carta del naipe en la misma convulsión
de hilaridad en hilaridad en el mismo
abismo del orgasmo cansa.

Preferible salir rápido de la fiesta, comprar
diez metros de oro de alambre de ébano
y marfil en el mercado
polvoriento: con ese alambre
y ese polvo hacer un reloj
de polvo, quemar
encima incienso propicio al vaticinio, dejar
que eso se seque, no importa el humo, las
pestañas. Toda puta
resplandece. La
Juana y su parentela no son
las únicas. Baudelaire
vio por dentro a Juana.



En cuanto a la imaginación de las piedras

En cuanto a la imaginación de las piedras casi todo lo de carácter copioso es poco fidedigno:
de lejos sin discusión su preñez animal es otra,
coetáneas de las altísimas no vienen de las estrellas,
su naturaleza no es alquímica sino música,
pocas son palomas, casi todas son bailarinas, de ahí su encanto;
por desfiguradas o selladas, su majestad es la única que comunica con la Figura,
pese a su fijeza no son andróginas,
respiran por pulmones y antes de ser lo que son fueron máquinas de aire,
consta en libros que entre ellas no hay Himalayas,
ni rameras,
no usan manto y su único vestido es el desollamiento,
son más mar que el mar y han llorado,
aun las más enormes vuelan de noche en todas direcciones y no enloquecen,
son ciegas de nacimiento y ven a Dios,
la ventilación es su substancia,
no han leído a Wittgenstein pero saben que se equivoca,
no entierran a sus muertos,
la originalidad en materia de rosas les da asco,
no creen en la inspiración ni comen luciérnagas,
ni en la farsa del humor,
les gusta la poesía con tal que no suene,
no entran en comercio con los aplausos,
cumplen 70 años cada segundo y se ríen de los peces,
lo de los niños en probeta las hace bostezar,
los ejércitos gloriosos les parecen miserables,
odian los aforismos y el derramamiento,
son geómetras y en las orejas llevan aros de platino,
viven del ocio sagrado.


Me levanto a las 4

Me levanto a las 4 a ver si todavía hay aire, si hay
piedra con aire, por disciplina carcelaria me enderezo en
dos velocidades, por convicción, de un salto
me enderezo, ¿y saben con quién
me encuentro al abrir la calle? Con Magdalena,
con Magdalena es con lo primero que me encuentro
llorando. -¡Entre!, le digo
no esté usted afuera sacrificada. Ya no hay
siete demonios en su cuerpo.

Me
mira, tal vez
me mira, tal vez me compara
con el Otro, se aparta a su cerrazón, pero esta vez
no se trata de una aparición vestida como la veo en ese
estado de gracia que sale casi desnuda
de sus pies sino de la mismísima hebraica
loca y milenario con el pelo suelto bajo
el disfraz de esa gran gata blanca, blanquísima,
perdida en la noche, malherida
de amor.


Instantánea

El dragón es un animal quimérico, yo soy un dragón
y te amo,
es decir amo tu nariz, la sorpresa
del zafiro de tus ojos,
lo que más amo es el zafiro de tus ojos;

pero lo que con evidencia me muslifica son tus muslos
longilíneos cuyo formato me vuela
sexo y cisne a la vez aclarándome lo perverso
que puede ser la rosa, si hay rosa
en la palpación, seda, olfato

o, más que olfato y seda, traslación
de un sentido a otro, dado lo inabarcable
de la pintura entiéndase
por lo veloz de la tersura
gloriosa y gozosa que hay en ti, de la mariposa,

así pasen los años como sonaba bajo el humo el célebre
piano de marfil en la película; ¿qué fue
de Humphrey Bogart y aquella alta copa nórdica
cuya esbeltez era como una trizadura: qué fue
del vestido blanco?

Décadas de piel. De repente el hombre es décadas de piel, urna
de frenesí y
perdición, y la aorta
de vivir es tristeza,
de repente yo mismo soy tristeza;

entonces es cuando hablo con tus rodillas y me encomiendo
a un vellocino así más durable
que el amaranto, y ahondo en tu amapola con
liturgia y desenfreno,
entonces es cuando ahondo en tu amapola,
y entro en la epifanía de la inmediatez
ventilada por la lozanía, y soy tacto
de ojo, apresúrate, y escribo fósforo si
veo simultáneamente de la nuca al pie
equa y alquimia.


La viruta

De unos años a esta parte veo una viruta de luz
a la altura de la fosa izquierda entre la aleta
de la nariz y el ojo, de repente
parece obsesión pero no es obsesión, le hablo
y vuela, por el fulgor
es como un cuchillo. No, no es mariposa, tiene algo
de mariposa pero no es mariposa.


Se instala ahí y duerme, por horas
vibra como cítara, entonces
es cuando recurro al espejo. -A ver, espejo,
le digo, discutamos
esto de la mancha fosfórica. Se ríe el espejo,
me hace un guiño y se ríe el espejo.

Son las privaciones, todo tiene que ver con las privaciones.
Al año de nacer, ya uno quiere irse, la pregunta es adónde
y ahí mismo empieza el juego
de la traslación. Quiero que este ojo sea mano,
patalea uno, pero que no sólo sea mano, que sea aire, eso es
lo que quiero, ser de aire. ¿Cómo el agua
que está en las nubes es de aire?

Así es como se explica la viruta, es que no hay vejez, no
puede haber vejez, venimos llegando.
Donde llegamos, a la hora que sea, venimos llegando.
Cuando lo apostamos todo y lo perdemos venimos llegando.
Al amar, al engendrar venimos llegando, al morir
escalera abajo venimos llegando.

Todo eso sin insistir en la persona, ¿qué es la persona?
¿Quién ha visto a la persona? Claro, hay una cama
y alguien durmió ahí, un poco
de sangre en la ventana, un hoyo
en los vidrios y a un metro, en su letargo, el espejo: el gran espejo
que no tiene reflejo.

  

Las pudibundas

Mujeres de 50 a 60 hablando en un rincón de austeridad
frenéticas contra el falo, ¡a las horas!,
cuando ya se ha ardido mucho y se ha tostado
el encanto, hirondelas, y lo frustrado
se ha vuelto arruga. Trampa,
no todo será lujuria pero qué portento
es la lujuria con su olor a
lujuria, con su fulgor
a mujer y hombre nadando
en la inmensidad de esos dos metros
crujientes con
sábanas, o sin, en un solo beso
que es pura imantación mientras afuera la Tierra dicen que gira
y ellos ahí libres. Gloriosos
y gozosos, embellecidos por los excesos. Que hablen
lo que quieran de gravedad menesterosa
esas pudibundas. Ay, cuerpo, quién
fuera eternamente cuerpo.

  

Materia de testamento, 1988.

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