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LA ISLA Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA UTOPÍA EN "LA INVENCIÓN DE MOREL" (Margo Glantz)

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El que narra, huye y narra su huida. Su narración precisa con sistema implacable un ejercicio minucioso de náufrago que, a diferencia de Robinson que naufraga al azar, busca y encuentra su isla perfecta. Perfecta porque parece asilarlo de una persecución en la que todas las fuerzas de represión lo acorralan. Es acorralado por las aduanas, por los documentos tenaces, por las redes de verdugos que entretejen las policías del mundo, por las leyes de una libertad condicionada a los retratos sellados que cubren los pasaportes bajo firmas filisteas de repúblicas tiranas. Acorralado va también por una búsqueda infinita de paraísos en una isla utópica de eterna primavera y soledad pausada, soledad de la que el amor pareciera estar ausente, como ausente también está el hombre.

Robinson se encuentra de repente sobre la arena a la que lo han precipitado el desorden de los mares y su desobediencia indigna de puritano, pero Robinson repara con precisión pragmática los daños del naufragio y reconstruye una dimensión espacial que niega la isla, y nos devuelve a un puritanismo esencial que diviniza el trabajo ordenando el espacio y el tiempo para volverlos ingleses. La isla de Robinson es una antiutopía, porque niega la antítesis pastoril que opone el campo a la ciudad y comete la herejía de ordenar el paraíso siguiendo las reglas que la revolución industrial le impone. Robinson instala sus industrias, cerca sus latifundios, cuida sus propiedades, contabiliza sus ganancias y se mantiene estrictamente vestido cubriéndose pulcramente con parasoles surgidos por el afán de mantener una claridad de piel que defina la superioridad europea. En todo caso, Robinson crea la utopía puritana, la utopía del individualismo y la isla deshabitada se construye palmo a palmo sin que su autor dude de su excelencia. La isla robinsoniana estaba desierta y era un paraíso de la inocencia natural; la industria de su náufrago la convierte en una bien organizada factoría que devuelve con creces la inversión.

El narrador del manuscrito desembarca en una isla hacia la que lo ha conducido su destino de perseguido. Encuentra un paraíso cuyo espacio ha sido violado por construcciones. Las factorías de Robinson vulneran el espacio paradisíaco, los edificios de Morel ostentan el orgullo de su gratuidad. Unas son obras del hombre que naufraga, las otras hacen naufragar al narrador. Ambas son invenciones, pero una ilustra la laboriosidad pedestre y mecánica del hombre, las otras exaltan su imaginación y pretenden su inmortalidad. Robinson persigue también la inmortalidad, pero la del trabajo mecánico, la mezquina y cotidiana inmarcesibilidad de un quehacer perpetuado. Morel pretende perpetuar una semana de felicidad ociosa. El narrador-perseguido de la Invención se ha confinado dentro de la isla construida; su persecución lo aleja de esas ciudades que hombres como Robinson han ideado, esas ciudades que se perfeccionan con sistemas carcelarios, con métodos de tortura, con fotografías y huellas que desidentifican y en la isla convergen los dos destinos, el que ha hecho regresar a Robinson a la civilización dejando atrás un simulacro y el de perseguido que vuelve a la isla para salvarse de la civilización.

La isla apresa al narrador y su paraíso parece semejante al de Adán arrojado por Dios a la tierra y condenado a ganar su pan con el sudor de la frente. Es paraíso porque lo aleja de sus perseguidores y de esa justicia ambigua, abstracta, personalizada en aparatos persecutorios; es infierno porque la isla lo enfrenta a una naturaleza alterada por duplicaciones, a una naturaleza que desdobla los soles y refleja dos lunas, que yuxtapone extrañamente veranos y primaveras y reúne peces corrompidos y peces adorno del acuario, que calcina los árboles o les da un verdor eterno. Las mareas adelantan el verano e inundan las playas que lo albergan y producen figuras en un espacio antes alterado sólo por los edificios. A la persecución de la naturaleza se añade la persecución de los «intrusos» que asedian al autor del manuscrito.

El asedio lo mantiene vivo, aunque siempre se aproxime a su muerte. Todo ese laborioso aparato refleja una construcción que se habrá de llamar Defensa ante sobrevivientes o Elogio a Malthus, para demostrar que «el mundo [...] es un infierno unánime para los perseguidos». Ese manuscrito que ha llegado a ser una necesidad fundamental para el narrador se postula como espejo de una vida que por la palabra habrá de sacar a su creador del caos al que lo precipita la persecución, pero, que en realidad es el reflejo escrito del universo construido por Morel. Así a la duplicación de fenómenos naturales, a la coincidencia de vida y muerte que se alían imperturbables, se responde con la duplicación del paraíso desdoblado en laberinto y abismo de la escritura.

Descifrar el enigma es destruir el laberinto, penetrar, siguiendo paso a paso ciertas claves en su secreto y descubrirlo, es advertir que la civilización tecnológica le ha prestado a Morel, el constructor de los edificios, un recurso de eternidad. Inventando la inmortalidad de las imágenes mediante la cinematografía perfeccionada, Morel le devuelve al cuerpo una realidad que se reiterará indefinidamente en un reflejo polivalente de espejos. Morel ha fotografiado la vida y la ha conservado en una isla desierta y el flujo y reflujo de las mareas asegura su perfecta conservación. El genio de Morel erige un monumento, un museo en el que vivirán eternamente algunos hombres y mujeres repitiendo eternamente sus mismas voces, sus mismos gestos, sus mismos olores, sus mismas miradas, logrando así la inmortalidad del cuerpo. Morel ha retenido, como los constructores egipcios de pirámides, todos los implementos de humanidad y los ha encerrado en un inmenso sarcófago, reproductor incansable de la misma gesticulación, mero simulacro que recrea la precaria realidad del mundo. Es también, gracias al manuscrito del perseguido que contempla las imágenes y las recrea en su escritura, «el esfuerzo mnemotécnico de los muertos». La invención de Morel ha exaltado la imaginación del perseguido que espía a las imágenes y esta imaginación, que se redime en esquemas policíacos, acaba trascendiéndolos para descubrir -repitiéndolos en la escritura- que el mundo imaginado es «un proceso esencialmente fútil [...] un reflejo lateral y perdido», una junta de sombras como la de Ulises en el infierno.

Margo Glantz
La isla y la construcción de la utopía
de Bioy Casares y la percepción privilegiada del amor:
la invención de Morel y la arcadia pastoril, 1980


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Ver el estudio completo
en Biblioteca Virtual Cervantes
pinchando aquí

Ir a "La invención de Morel"
de Adolfo Bioy Casares



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