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GRAMÁTICA DE LA LENGUA CASTELLANA (Antonio de Nebrija, 1492)

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Capítulo sexto remedio que se puede tener para escribir puramente castellano




Vengamos ahora al remedio que se puede tener para escribir las pronunciaciones que ahora representamos por ajeno oficio de letras. La c, como dijimos, tiene tres oficios, y por el contrario la c, k, q, tienen un oficio; y si ahora repartiésemos estas tres letras por aquellas tres pronunciaciones, todo el negocio en aquesta parte sería hecho. Mas, porque en aquello que es como ley consentida por todos, es cosa dura hacer novedad, podíamos tener esta templanza: que la c valiese por aquella voz que dijimos ser suya propia, llamándola, como se nombran las otras letras, por el nombre del son que tiene; y que la ç, puesta debajo aquella señal que llaman çerilla, valiese por otra, para representar el segundo oficio de la c, llamándola por el nombre de su voz; y lo que ahora se escribe con ch, se escribiese con una nueva figura, la cual se llamase del nombre de su fuerza; y mientras que para ello no entreviene el autoridad de vuestra Alteza, o el común consentimiento de los que tienen poder para hacer uso, sea la ch, con una tilde encima; porque si dejásemos la ch sin señal, vendríamos en aquel error: que con unas mismas letras pronunciaríamos diversas cosas en el castellano y en el latín.


La g tiene dos oficios: uno propio, y otro prestado. Eso mismo la i tiene otros dos: uno, cuando es vocal, y otro, cuando es consonante, el cual concurre con la g, cuando después de ella se siguen e, i. Así que, dejando la g, i, en sus propias fuerzas, con una figura que añadamos para representar lo que ahora escribimos con g, i, cuando les damos ajeno oficio, queda hecho todo lo que buscamos, dándoles todavía a las letras el son de su pronunciación. Ésta podría ser la y griega, sino que está en uso de ser siempre vocal; mas sea la j luenga, porque no seamos autores de tanta novedad, y entonces quedará sin oficio la y griega.


La l tiene dos oficios: uno propio, que trajo consigo del latín; otro prestado, cuando la ponemos doblada. Y por no hacer mudanza sino donde mucho es menester, dejaremos esta doblada ll para representar lo que por ellas ahora representamos, con dos condiciones: que quitando el pie a la segunda, las tengamos entrambas en lugar de una, y que le pongamos tal nombre cual son le damos.


La n tiene dos fuerzas: una que trajo consigo del latín, y otra que le damos ajena, doblándola, y poniendo encima la tilde; mas dejando la n sencilla en su fuerza, para representar aquel son que le queremos dar prestado ponemos una tilde encima, o haremos lo que en esta pronunciación hacen los griegos y latinos, escribiéndola con gn; como quiera que la n con la g se hagan adulterinas y falsas, según escribe Nigidio, varón en sus tiempos, después de Tulio, el más grave de todos y más enseñado.


La u tiene dos fuerzas: una de vocal, y otra de vau consonante; también tiene entre nosotros dos figuras: una de que usamos en el comienzo de las dicciones, y otra de que usamos en el medio de ellas; y, pues que aquella de que usamos en los comienzos, siempre allí es consonante, usemos de ella como de consonante; en todos los otros lugares, quedando la otra siempre vocal.


La h entre nosotros tiene tres oficios: uno propio, que trae consigo en las dicciones latinas, mas no le damos su fuerza, como en estas: humano, humilde, donde la escribimos sin causa, pues que de ninguna cosa sirve; otro, cuando se sigue u después de ella, para demostrar que aquella u no es consonante sino vocal, como en estas dicciones: huésped, huerto, huevo; lo cual ya no es menester, si las dos fuerzas que tiene la u distinguimos por estas dos figuras: u, v; el tercero oficio es cuando le damos fuerza de letra haciéndola sonar, como en las primeras letras de estas dicciones: hago, hijo; y entonces ya no sirve por sí, salvo por otra letra, y llamarla hemos "he", como los judíos y moros, de los cuales recibimos esta pronunciación.


La x, aunque en el griego y latín, de donde recibimos esta figura, vale tanto como cs, porque en nuestra lengua de ninguna cosa nos puede servir, quedando en su figura con una tilde, dámosle aquel son que arriba dijimos nuestra lengua haber tomado del arábigo, llamándola del nombre de su fuerza. Así que será nuestro abc de estas veintiséis letras: a, b, c, ç, ch, d, e, f, g, h, i, j, l, ll, m, n, o, p, r, s, t, v, u, x, z; por las cuales distintamente podemos representar las veintiséis pronunciaciones de que arriba habemos disputado.


Antonio de Nebrija
Libro primero en que trata de la ortographia
de la Gramática de la Lengua Castellana

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Capítulo quinto, de las letras y pronunciaciones
de la lengua castellana



Lo que dijimos en el capítulo pasado de las letras latinas, podemos decir en nuestra lengua: que de veintitrés figuras de letras que tenemos prestadas del latín para escribir el castellano, solamente nos sirven por sí mismas estas doce: a, b, d, e, f, m, o, p, r, s, t, z; por sí mismas y por otras estas seis: c, g, i, l, n, u; por otras y no por sí mismas estas cinco: h, q, k, x, y. Para mayor declaración de lo cual habemos aquí de presuponer lo que todos los que escriben de ortografía presuponen: que así tenemos de escribir como pronunciamos, y pronunciar como escribimos, porque en otra manera en vano fueron halladas las letras. Lo segundo, que no es otra cosa la letra sino figura por la cual se representa la voz y pronunciación. Lo tercero, que la diversidad de las letras no está en la diversidad de la figura, sino en la diversidad de la pronunciación. Así que contadas y reconocidas las voces que hay en nuestra lengua, hallaremos otras veintiséis, mas no todas aquellas mismas que dijimos del latín, a las cuales de necesidad han de responder otras veintiséis figuras, si bien y distintamente las queremos por escritura representar. Lo cual, por manifiesta y suficiente inducción, se prueba en la manera siguiente: de las doce letras que dijimos que nos sirven por sí mismas, no hay duda sino que representan las voces que nosotros les damos; y que la k, q, no tengan oficio alguno pruébase por lo que dijimos en el capítulo pasado: que la c, k, q, tienen un oficio, y por consiguiente las dos de ellas eran ociosas. Porque de la k ninguno duda sino que es muerta, en cuyo lugar, como dice Quintiliano, sucedió la c, la cual igualmente traspasa su fuerza a todas las vocales que se siguen. De la q no nos aprovechamos sino por voluntad, porque todo lo que ahora escribimos con q, podríamos escribir con c, mayormente si a la c no le diésemos tantos oficios cuantos ahora le damos. La y griega tampoco yo no veo de qué sirve, pues que no tiene otra fuerza ni sonido que la i latina, salvo si queremos usar de ella en los lugares donde podría venir en duda si la i es vocal o consonante, como escribiendo: raya, ayo, yunta, si pusiésemos i latina diría otra cosa muy diversa: raia, aio, iunta. Así que de veintitrés figuras de letras quedan solas ocho, por las cuales ahora representamos catorce pronunciaciones multiplicándoles los oficios en esta manera: La c tiene tres oficios: uno propio, cuando después de ella se siguen a, o, u, como en las primeras letras de estas dicciones: cabra, corazón, cuero; tiene también dos oficios prestados: uno, cuando debajo de ella acostumbramos poner una señal que llaman cerilla, como en las primeras letras de estas dicciones: çarça, çebada; la cual pronunciación es propia de judíos y moros, de los cuales, cuanto yo pienso, las recibió nuestra lengua, porque ni los griegos ni latinos que bien pronuncian, la sienten ni conocen por suya; de manera que, pues la c, puesta debajo aquella señal, muda la substancia de la pronunciación, ya no es c, sino otra letra, como la tienen distinta los judíos y moros, de los cuales nosotros la recibimos cuanto a la fuerza, mas no cuanto a la figura que entre ellos tiene. El otro oficio que la c tiene prestado es cuando después de ella ponemos h, cual pronunciación suena en las primeras letras de estas dicciones: chapín, chico; la cual así es propia de nuestra lengua que ni judíos, ni moros, ni griegos, ni latinos la conocen por suya; nosotros escribímosla con ch, las cuales letras, como dijimos en el capítulo pasado, tienen otro son muy diverso del que nosotros les damos. La g tiene dos oficios, uno propio cual suena cuando después de ella se siguen a, o, u; otro prestado, cuando después de ella se siguen e, i, como en las primeras letras de estas dicciones: gallo, gente, girón, gota, gula; la cual, cuando suena con e, i, así es propia de nuestra lengua que ni judíos, ni griegos, ni latinos la sienten ni pueden conocer por suya, salvo el morisco, de la cual lengua yo pienso que nosotros la recibimos. La h no sirve por sí en nuestra lengua, mas usamos de ella para tal sonido cual pronunciamos en las primeras letras de estas dicciones: hago, hecho; la cual letra, aunque en el latín no tenga fuerza de letra, es cierto que como nosotros la pronunciamos, hiriendo en la garganta, se puede contar en el número de las letras, como los judíos y moros, de los cuales nosotros la recibimos, cuanto yo pienso, la tienen por letra. La i tiene dos oficios: uno propio, cuando usamos de ella como de vocal, como en las primeras letras de estas dicciones: ira, igual; otro común con la g, porque cuando usamos de ella como de consonante, ponémosla siguiéndose a, o, u, y ponemos la g, si se siguen e, i; la cual pronunciación, como dijimos de la g, es propia nuestra y del morisco, de donde nosotros la pudimos recibir. La l tiene dos oficios: uno propio, cuando la ponemos sencilla, como en las primeras letras de estas dicciones: lado, luna; otro ajeno, cuando la ponemos doblada y le damos tal pronunciación, cual suena en las primeras letras de estas dicciones: llave, lleno; la cual voz, ni judíos, ni moros, ni griegos, ni latinos conocen por suya; escribímosla nosotros mucho contra toda razón de ortografía, porque ninguna lengua puede sufrir que dos letras de una especie puedan juntas herir la vocal, ni puede la l doblada apretar tanto aquella pronunciación para que por ella podamos representar el sonido que nosotros le damos. La n eso mismo tiene dos oficios: uno propio, cuando la ponemos sencilla, cual suena en las primeras letras de estas dicciones: nave, nombre; otro ajeno, cuando la ponemos doblada o con una tilde encima, como suena en las primeras letras de estas dicciones: ñudo, ñublado, o en las siguientes de estas: año, señor; lo cual no podemos hacer más que lo que decíamos de la l doblada, ni el título sobre la n puede hacer lo que nosotros queremos, salvo si lo ponemos por letra, y entonces hacémosle injuria en no la poner en orden con las otras letras del abc. La u, como dijimos de la i, tiene dos oficios: uno propio, cuando suena por sí como vocal, así como en las primeras letras de estas dicciones: uno, uso; otro prestado, cuando hiere la vocal, cual pronunciación suena en las primeras letras de estas dicciones: valle, vengo; los gramáticos antiguos, en lugar de ella ponían el digama eólico, que tiene semejanza de nuestra f, y aun en el son no está mucho lejos de ella; mas después que la f sucedió en lugar de la ph griega, tomaron prestada la u, y usaron de ella en lugar del digama eólico. La x, ya dijimos qué son tiene en el latín, y que no es otra cosa sino breviatura de cs; nosotros dámosle tal pronunciación, cual suena en las primeras letras de estas dicciones: xenabe, xabón, o en las últimas de aquestas: relox, balax; mucho contra su naturaleza, porque esta pronunciación, como dijimos, es propia de la lengua arábiga, de donde parece que vino a nuestro lenguaje. Así que, de lo que habemos dicho, se sigue y concluye lo que queríamos probar: que el castellano tiene veintiséis diversas pronunciaciones; y que de veintitrés letras que tomó prestadas del latín, no nos sirven limpiamente sino las doce, para las doce pronunciaciones que trajeron consigo del latín, y que todas las otras se escriben contra toda razón de ortografía.



Antonio de Nebrija
Libro primero en que trata de la ortographia
de la Gramática de la Lengua Castellana

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