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GASTÓN BAQUERO (Francisco Umbral)

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Negro bembón, o no tan negro, sino mulato, quizás cuarterón, apareció por Madrid, Gastón Baquero, director que fuera del Diario de la Marina, de La Habana, a poco de la revolución de Fidel. Negro bembón, mi querido gigante negro y reaccionario, enorme poeta en el influjo barroco de sus paisanos Lezama Lima y Carpentier (también traté mucho a Carpentier), ese barroquismo de América, o sea, ese barroquismo negro que se torna luctuoso, suntuoso, fúnebre y lento como lo hubieran querido André Breton o Baudelaire. Andaba Gastón Baquero ofreciendo artículos por los periódicos, por las revistas, haciendo tertulia de sí mismo, conversando interminablemente, con la fluidez perezosa y la sabiduría de un mago místico inmemorial que lo ha vivido todo, que ha sido todos los negros del mundo, desde Otelo a Antonio Machín. Colaboraba tanto, firmaba tanto (y qué calidad y abundancia de escritor), que a veces tenía que usar pseudónimos para no repetirse. Recuerdo uno: Margarita Alanís. Qué nombre de heroína para García Márquez. Yo, por entonces, fidelista fanático, amaba sin embargo a Gastón Baquero, poeta de plurales tradiciones y personal voz oscura, como Rubén. Gigantesco, pacífico, con manos de pianista de jazz, sus bolsillos o bolsones eran boticas. Allí llevaba, entre los versos y los botones sueltos, semillas que le crecían dentro del abrigo, curaciones para todo, y me quería remediar la faringitis con aquellas yerbas. La ropa le colgaba por todas partes, los largos abrigos arrastraban de su estatura de mito oscuro. «Es que mira, Umbral, me visto de lo que me deja un marqués amigo mío, y el marqués es más grande que yo». Ahora Gastón Baquero ha vuelto a Cuba, ha hecho una visita, ha visto, hablado y triunfado. Es uno de los grandes de Orígenes, y encima un poderoso periodista barroco. Le ayudé lo que pude (poco), porque una cosa es la fe política y otra la fe poética. Nuestros postmodernos más avizor le han reivindicado como fecundo poeta, tal que un día hicieran con el manantial Alvarez Ortega, postergado por el socialrealismo. Uno en política se equivoca, pero en poesía no se equivoca nunca, y el tiempo me da la razón. Gastón y yo hemos compartido muchos taxis (que nunca fueron el fiacre hermético de Madame Bovary, ojo), y una tarde me llevó a hablarles a los cubanos del exilio. Empecé a cantar la revolución (calle de Claudio Coello o así), y las señoras de las joyonas y los ricos de paraguas se levantaron y se fueron. Lo siento, Gastón, perdóname, hoy hubiera hecho lo mismo. «Umbral, allá en Cuba, al bebé que no se duerme le decimos duérmase vuesa mercé». ¿No es eso la pervivencia de España? Lo que se me ocurre es que, a izquierda/derecha, los poetas, ingenuos como niños en esto de la política («duérmase vuesa mercé»), son siempre la víctima inocente, el cordero de Cristo, los eternos y bondadosos equivocados. Por salvar a un poeta yo me juego lo que sea. Ese poeta cualquiera es el que yo no conseguí ser. La política silenció a Gastón Baquero, en Cuba y en España. Como el protagonista de El reino de este mundo, de Carpentier (tomado de Lope), Gastón ha ido y vuelto, ha visto su isla ya de viejo, cuando no lo esperaba, ha hablado al público de La Habana. Me enseñó periodismo y me embrujó con su poesía. Hoy domingo conviene sacar a un gran poeta, víctima de la Historia, en la columna. Gastón Baquero supongo que se sigue vistiendo de las sobras de algún marqués difunto, adecentándose de guardarropías muertas, y su visión de La Habana, repentina, irreal, posible e imposible, le habita la mirada blanca y negra, le desvela. Duérmase vuesa mercé.



Francisco Umbral
El Mundo, 13 febrero 1994


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