FERNANDO.—No es eso, Urbano. ¡Es que le tengo miedo al tiempo! Es lo que más me hace sufrir. Ver cómo pasan los días, y los años..., sin que nada cambie. Ayer mismo éramos tú y yo dos críos que veníamos a fumar aquí, a escondidas, los primeros pitillos... ¡Y hace ya diez años! Hemos crecido sin darnos cuenta, subiendo y bajando la escalera, rodeados siempre de los padres, que no nos entienden; de vecinos que murmuran de nosotros y de quienes murmuramos... Buscando mil recursos y soportando humillaciones para poder pagar la casa, la luz... y las patatas. (Pausa.) Y mañana, o dentro de diez años que pueden pasar como un día, como han pasado estos últimos..., ¡sería terrible seguir así! Subiendo y bajando la escalera, una escalera que no conduce a ningún sitio; haciendo trampas en el contador, aborreciendo el trabajo,.., perdiendo día tras día... (Pausa.) Por eso es preciso cortar por lo sano.
URBANO.—¿Y qué vas a hacer?
FERNANDO.-No lo sé. Pero ya haré algo.
URBANO.—¿Y quieres hacerlo solo?
FERNANDO.—Solo.
URBANO.—¿Completamente?
(Pausa.)
FERNANDO.-Claro.
URBANO.—Pues te voy a dar un consejo. Aunque no lo creas, siemprenecesitamos de los demás. No podrás luchar solo sin cansarte.
FERNANDO.-¿Me vas a volver a hablar del sindicato?
URBANO.-No. Quiero decirte que, si verdaderamente vas a luchar, para evitar el desaliento necesitarás...
(Se detiene.)
FERNANDO.—¿Qué?
URBANO.-Una mujer.
Antonio Buero Vallejo
Historia de una escalera
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