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LOS SALVAJES Y LA GIMNASIA ESPIRITUAL (Ángel Ganivet)



-Pero ¿cómo sabe usted -preguntaba Consuelo- lo que les ocurre a los salvajes?


-Son muchos los exploradores -respondía Pío Cid eludiendo la pregunta- que han estudiado las costumbres de los salvajes, y aunque algunos no se han metido en estas honduras, y otros han creído quizás que cuando los salvajes se quedan absortos y como embebecidos están contemplando, ni más ni menos que nosotros, no falta quien haya llevado más lejos las indagaciones y haya descubierto que la absorción del salvaje es pasiva, una especie de aturdimiento, que nada tiene que ver con la contemplación de lo espiritual, que brota de las entrañas de los seres. Lo que nosotros percibimos por la contemplación es para el salvaje tan confuso como lo es para nosotros la armonía universal, que sospechamos que nos envuelve cual melodía inefable, engendrada por el movimiento concertado de los átomos, pero que no podemos gozar porque nuestros sentidos son demasiado groseros para percibir tan sutiles sublimidades. Un hombre en quien la actividad excesiva ha destruido el hábito de la contemplación, es un salvaje aunque vaya vestido a la última moda.


-Eso es decirme indirectamente -interrumpía Consuelo riendo- que yo soy también una salvajesa, o como se diga.




-No era esa mi intención -bromeaba Pío Cid-; y, además, usted monta a caballo, y si no galopa con exceso ni trota en demasía, y se contenta con ir al paso o a un trotecillo moderado, casi es lo mismo que si paseara a pie. Pero, de todos modos, bueno es que la gimnasia no sea exclusivamente física; pues por mucho que interese el vigor del cuerpo, más debe interesar el del espíritu, y no comprendo cómo son tan pocos los que practican la gimnasia espiritual.


-¿Cree usted que yo no leo ni estudio? –replicaba Consuelo.


 -Leer o estudiar no es todo -decía Pío Cid-. Los ejercicios espirituales son materia complicada, y quizás no haya arte tan difícil y hondo como el de dar vuelo al espíritu, manteniéndole ligado a la naturaleza, de la que no debe separarse, so pena de morir como el pez fuera del agua o como el árbol arrancado de la tierra. Y lo hondo y difícil de ese arte se comprende considerando que su fundamento es el amor. El maestro de ese arte ha de amar a sus discípulos, y si no los ama, no les enseñará ni el abecé. La lectura es un ejercicio bueno cuando se lee lo que nos conviene, y malo cuando se leen libros que, aun siendo admirables, no producen en nuestra inteligencia una impresión benéfica. ¿Qué es lo que le gusta a usted leer?


-Poesías -contestaba Consuelo-; novelas también; pero son muy pocas las que me agradan.


-Su poeta favorito será Campoamor -decía Pío Cid- como si estuviese seguro.


-¿Cómo lo sabe usted? -preguntaba Consuelo.


-Porque usted es humorista por naturaleza -contestaba Pío Cid-. El humorismo nace de una contradicción espiritual que usted posee y que le sale a la cara. Usted tiene la risa en su nariz, graciosa y rebelde, y el llanto en lo hondo de sus ojos,tristes…


 -Vaya, que tiene usted unas ideas… -murmuraba Consuelo bajando los ojos.




Ángel Ganivet
Los trabajos
del infatigable creador Pío Cid,
1898



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