Al llegar a la boca del Metro de Narváez, a pocos pasos de la esquina de Alcalá, Martin se encontró con su amiga la Uruguaya, que iba con un señor. Al principio disimuló, hizo como que no la veía.
-Adiós, Martín, pasmado.
Martín volvió la cabeza, ya no había más remedio.
-Adiós, Trinidad, no te había visto.
-Oye, ven, os voy a presentar. Martín se acercó.
-Aquí, un buen amigo; aquí, Martín, que es escritor. A la Uruguaya la llaman así porque es de Buenos Aires.
-Éste que ves -le dice al amigo-, aquí donde lo tienes, hace versos. ¡Pero venga, hombre, saludaros, que os he presentado!
Los dos hombres obedecieron y se dieron la mano.
-Mucho gusto, ¿cómo está usted?
-Muy bien cenado, muchas gracias.
El hombre que va con la Uruguaya es uno de esos que se las dan de graciosos.
La pareja empezó a reírse a voces. La Uruguaya tenía los dientes de delante picados y ennegrecidos.
-Oye, tómate un café con nosotros. Martin se quedó indeciso, pensaba que al otro, a lo mejor, le iba a sentar mal.
-Sí, hombre, métase usted aquí con nosotros. ¡Pues no faltaría más!
-Bueno, muchas gracias, sólo un momento.
-¡No tenga usted prisas, hombre, todo el tiempo que quiera! ¡La noche es larga! Quédese usted, a mi me hacen mucha gracia los poetas.
Se sentaron en un Café que hay en el chaflán, y el cabrito pidió café y coñac para todos.
-Dígale al cerillero que venga.
-Sí, señor.
Martin se puso enfrente de la pareja. La Uruguaya estaba un poco bebida, no había más que verla. El cerillero se acercó.
-Buenas noches, señor Flores, ya hacía tiempo que no se dejaba usted ver... ¿Va usted a querer algo?
-Sí, danos unos puntos que sean buenos. Oye, Uruguaya, ¿tienes tabaco?
-No, ya me queda poco; cómprame un paquete.
-Dale también un paquete de rubio a ésta.
Camilo José Cela
La colmena
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