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LA MEDIANÍA DE INGENIO (Juan Eugenio Hartzenbusch)

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Mediocribus esse poetis
non Di, non homines,
non concessere columnæ

Horacio


Simbólica verdad mal disfrazada,
Grito de la razón a la osadía,
Sueño que su impotencia, que su nada
Revelas a mi estéril fantasía:
Ya dejo la carrera comenzada;
Ya inútil reconozco mi porfía,
Y a pesar del sonrojo que padezco,
La lección provechosa te agradezco.

Duerme el avaro y con el oro sueña
Que afanoso en sus arcas amontona;
Duerme el que sigue la marcial enseña,
Y ve en sus sienes la triunfal corona;
Duerme el amante, y la beldad risueña
Con su cariño fiel le galardona;
Dormí yo con mi altivo pensamiento,
Pero soñé mi oprobio y mi tormento.

En medio me encontré de una llanura
Piélago inmóvil de sutil arena;
Suelo entre cuya incómoda soltura
Rodeábase al pie tenaz cadena:
Cubría el horizonte noche obscura;
Mas brillaba el cenit con luz serena;
Luz que, afrentando la del sol ausente,
Nacía de otro sol más refulgente.

Del centro levantábase del llano
Altísima pirámide, y su cumbre
Era escabel de un genio soberano
Cercado en torno de celeste lumbre.
Coronas varias de laurel lozano
Tendía a la infinita muchedumbre,
Que anhelosa llegaba a cada instante
Al pie de la pirámide gigante.

Llamados de la plácida sonrisa
Del numen seductor y de su acento,
Que aun en el alma débil y remisa
Despertaba ambición y atrevimiento;
Rivales todos en ahínco y prisa,
Ansiaban escalar el alto asiento,
Sin reparar en los pendientes lados,
De gradas y asidero despojados.

Bajo la planta vi de algún dichoso
Que el mármol ablandaba su dureza,
Labrándole escalones obsequioso,
Tras él deshechos con igual presteza.
Ceñir vi al genio con laurel glorioso
Del mortal predilecto la cabeza,
Y exclamé: «Cuando todo me resista,
Mayor será la prez de mi conquista.»

En las junturas de la piedra entonces
Hinqué las manos con pueril arrojo:
Para otros cera, mas conmigo bronces,
Mi sangre al punto las tiñó de rojo;
Cada cual de los ásperos esconces
De mí quedaba con algún despojo,
Hasta que al medio ya de la subida
La voluntad se declaró vencida.

Rodé precipitado de la altura
Donde me alzó para mi mal mi anhelo,
Y encontré momentánea sepultura
Dentro del polvo del movible suelo:
Con mofa universal mi desventura
Solemnizó la multitud sin duelo,
Y al dolor del orgullo escarmentado
Desperté sobre el lecho acelerado.

Rayos de mustia lámpara oscilantes
Hirieron en el muro las facciones
De los ingenios como el sol brillantes,
Que envidian a mi patria mil naciones.

Vi los ojos de LOPE y de CERVANTES
Moverse en encontradas direcciones,
Y por sus labios extenderse lenta
Sonrisa amarga de piedad que afrenta.

Sí, con postizas alas es en vano
Querer alzar hasta el Olimpo el vuelo;
Decreto irrevocable, aunque tirano,
Se burla del afán y del desvelo:
Do quier que toca la azarosa mano
Que el genio no inspiró, derrama hielo,
Y hasta el aliento del bastardo vate
Aja las flores y su tronco abate.

Vislumbrar entre gasa incitadora
Purpúrea faz con ojos de centella,
Y acercarse a la imagen que enamora,
Y huir y el velo redoblar la bella,
Y seguirla con planta voladora,
Y hallarse siempre separado de ella:
Tal suplicio padece el desdichado
Que a Febo culto da sin ser llamado.

La verdad siente, adora la hermosura,
Y la quiere cantar; mas cuando canta,
Con su voz la verdad se desfigura,
Con sus acentos la belleza espanta:
El pensamiento que pintar procura
Trueca naturaleza en su garganta,
O irritada con él diestra divina
Le fuerza a hablar por áspera bocina.

Puso el genio a sus hijos en la frente
Brilladora señal de vivo fuego,
Y abriéndoles su alcázar eminente,
Lo cerró a la violencia como al ruego.
«Si hay,» díjoles el numen, «quien intente
Mis umbrales hollar osado y ciego,
Sin que de allí le arrojen vuestros brazos,
Caerá sobre él mi pórtico en pedazos.»

Cedamos a la ley que nos condena;
Callar es el deber del labio rudo;
Con el destino la razón lo ordena:
Muera la envidia en el respeto mudo.
Abandone la cítara sin pena
Quien la pulsó de inspiración desnudo,
Y huyendo competencias desiguales,
Destrócela a los pies de sus rivales.

Cantad, poetas: vuestras harpas de oro
Con su mágico son llenen la esfera;
Mi voz de mil y mil seguida en coro,
Romperá en vuestro aplauso la primera.
Fruto es del tiempo que perdido lloro
La admiración que merecéis sincera.
Recibid el tributo que os ofrece
Quien os escucha y goza... y enmudece.




Juan Eugenio Hartzenbusch

Hartzenbusch en
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

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