inicio

EL MÉDICO DE SU HONRA (Pedro Calderón de la Barca)

-



(...)

(Vanse Enrique, don Diego y don Arias)

DON GUTIERRE:

Nada Enrique respondió;
sin duda se convenció
de mi razón. ¡Ay de mí!
¿Podré ya quejarme? Sí;
pero, consolarme, no.
Ya estoy solo, ya bien puedo
hablar. ¡Ay Dios!, quién supiera
reducir sólo a un discurso,
medir con sola una idea
tantos géneros de agravios,
tantos linajes de penas
como cobardes me asaltan,
como atrevidos me cercan.
Agora, agora, valor,
salga repetido en quejas,
salga en lágrimas envuelto
el corazón a las puertas
del alma, que son los ojos;
y en ocasión como ésta,
bien podéis, ojos, llorar.
No lo dejéis de verguenza.
Agora, valor, agora
es tiempo de que se vea
que sabéis medir iguales
el valor y la paciencia.
Pero cese el sentimiento,
y a fuerza de honor, y a fuerza
de valor, aun no me dé
para quejarme licencia:
"porque adula sus penas
el que pide a la voz justicia de ellas"
Pero vengamos al caso;
quizá hallaremos respuesta.
¡Oh ruego a Dios que la haya!
¡Oh plegue a Dios que la tenga!
Anoche llegué a mi casa,
es verdad; pero las puertas
me abrieron luego, y mi esposa
estaba segura y quieta.
En cuanto a que me avisaron
de que estaba un hombre en ella,
tengo disculpa en que fue
la que me avisó ella mesma;
en cuanto a que se mató
la luz, ¿qué testigo prueba
aquí que no pudo ser
un caso de contingencia?
En cuanto a que hallé esta daga,
hay criados de quien pueda
ser. En cuanto, ¡ay dolor mío!,
que con la espada convenga
del infante, puede ser
otra espada como ella;
que no es labor tan extraña
que no hay mil que la parezcan.
Y apurando más el caso,
confieso, ¡ay de mí!, que sea
del infante, y más confieso
que estaba allí, aunque no fuera
posible dejar de verle;
mas siéndolo, ¿no pudiera
no estar culpada Mencía?;
que el oro es llave maestra
que las guardas de criadas
por instantes nos falsea.
¡Oh cuánto me estimo haber
hallado esta sutileza!
Y así acortemos discursos,
pues todos juntos se cierran
en que Mencía es quien es,
y soy quien soy. No hay quien pueda
borrar de tanto esplendor
la hermosura y la pureza.
Pero sí puede, mal digo;
que al sol una nube negra,
si no le mancha, le turba,
si no le eclipsa, le hiela.
"¿Qué injusta ley condena
que muera el inocente, que padezca?"
A peligro estás, honor,
no hay hora en vos que no sea
crítica. En vuestro sepulcro
vivís. Puesto que os alienta
la mujer, en ella estáis
pisando siempre la guesa.
Y os he de curar, honor,
y pues al principio muestra
este primero accidente
tan grave peligro, sea
la primera medicina
cerrar al daño las puertas,
atajar al mal los pasos.
Y así os receta y ordena
el médico de su honra
primeramente la dieta
del silencio, que es guardar
la boca, tener paciencia.
Luego dice que apliquéis
a vuestra mujer finezas,
agrados, gustos amores,
lisonjas, que son las fuerzas
defensibles, porque el mal
con el despego no crezca.
Que sentimientos, disgustos,
celos, agravios, sospechas
con la mujer, y más propia,
aun más que sanan enferman.
Esta noche iré a mi casa
de secreto, entraré en ella,
por ver qué malicia tiene
el mal; y hasta apurar ésta,
disimularé, si puedo,
esta desdicha, esta pena,
este rigor, este agravio,
este dolor, esta ofensa,
este asombro, este delirio,
este cuidado, esta afrenta,
estos celos...¿Celos dije?
¡Qué mal hice! Vuelva, vuelva
al pecho la voz; mas no,
que si es ponzoña que engendra
mi pecho, si no me dio
la muerte, ¡ay de mí!, al verterla,
al volverla a mí podrá;
que de la víbora cuentan
que la mata su ponzoña
si fuera de sí la encuentra.
¿Celos dijo? Celos dije;
pues basta; que cuando llega
un marido a saber que hay
celos, faltará la ciencia;
"y es la cura postrera
que el médico de honor hacer intenta".

(Vase don GUTIERRE, y salen don ARIAS y doña LEONOR)






Pedro Calderón de la Barca
El médico de su honra (1635)





_____
Ver texto completo
en Wikisource
pinchando aquí

También en
Google books
pinchando aquí



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Entradas relacionadas

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...