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ANTOLOGÍA DE LA CRÍTICA SOBRE EL "QUIJOTE" EN EL SIGLO XX. INTRODUCCIÓN (José Montero Reguera)

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La bibliografía de estudios críticos sobre el Quijote constituye uno de los capítulos más extensos, diversos y controvertidos que ofrece nuestra historia literaria. Trabajos como la monumental bibliografía compilada por Jaime Fernández,1 la incorporada a la reciente edición de la novela cervantina dirigida por Francisco Rico,2 o los que he venido publicando en el último decenio permiten constatar la aseveración inicial.3

Este asedio crítico ha venido efectuándose desde fechas muy tempranas,4 ya en el siglo XVIII, pero la centuria pasada ha proporcionado al texto cervantino una exégesis comparable a la de otros grandes escritores universales que ha permitido, no sólo afianzar la consideración del Quijote como nuestro primer clásico (dentro y fuera de España), sino proporcionar también los elementos necesarios para, por un lado, comprenderlo en el contexto literario, histórico, cultural y biográfico de su autor, y, por otro, entender su decisiva aportación a la historia del género novelesco.

La antología que sigue —centrada, sobre todo, en la primera parte del texto, cuyo cuarto centenario estamos celebrando— pretende ofrecer un panorama amplio de los principales hitos del cervantismo relativos al Quijote publicados en el siglo xx. Combino la perspectiva histórica, bien palpable en los dos primeros capítulos, con la disposición temática, a través de un recorrido por los aspectos que más han preocupado a la crítica a partir de mil novecientos. Obviamente, toda antología implica una selección que, en este caso, ha pretendido ser extensa y objetiva, de manera que pueda ser representativa de los principales quehaceres y preocupaciones de la crítica sobre el Quijote en el siglo pasado.

En el comienzo de esta centuria hay un año que, para el asunto que nos ocupa, tiene una especial significación: 1905 constituye una fecha de inflexión en la historia de la crítica sobre el Quijote. Preparada desde finales de 1903, la conmemoración del tercer centenario de la impresión de la primera parte de la novela cervantina, en los tórculos madrileños de Juan de la Cuesta, dio lugar a una avalancha de actividades y publicaciones sobre Cervantes y sus obras, de alcance y objetivos muy distintos.

Acaso sea la Vida de don Quijote y Sancho, de Miguel de Unamuno, el texto más relevante de entre los publicados ese año de 1905; corolario, en España, de la interpretación romántica del Quijote, en él el autor hace prevalecer sus preferencias por el texto en detrimento de Cervantes, a quien cree incapaz de escribir un libro de tales características:
[…] esa historia se la dictó a Cervantes otro que llevaba dentro de sí, y al que ni antes ni después de haberla escrito trató una vez más […] este patentísimo y espléndido milagro, es la razón […] para creer nosotros y confesar que la historia fue real y verdadera, y que el mismo don Quijote, envolviéndose en Cide Hamete Benengeli, se la dictó a Cervantes.
Con el estilo apasionado habitual en el escritor vasco, las figuras de don Quijote y Sancho son comentadas, capítulo por capítulo, ofreciendo el ejemplo más singular en España del tipo de interpretación que los románticos alemanes pergeñaron a finales del siglo xviii, y modificó sustancialmente la manera en que el texto cervantino fue leído e interpretado desde 1605. Esta lectura romántica se prolongó hasta bien avanzado el siglo xx (todavía en la actualidad es posible encontrar alguna huella de tal modo interpretativo), pero ya desde 1950 se pueden hallar voces discordantes que propugnaban la recuperación del significado y propósitos iniciales del Quijote: diversión, comicidad, entretenimiento; muy del gusto de la escuela hispanística anglosajona (Peter Russell, Edward Riley, Anthony Close, Edwin Williamson…), esta aproximación crítica al Quijote encuentra en Alexander A. Parker uno de su pioneros, con el artículo aparecido en el volumen monográfico que la Revista de Filología Española dedicó a Cervantes en 1948.

Pero 1905 supone asimismo el momento inicial de un nuevo tiempo en la exégesis del Quijote, al ser estudiado con nuevos procedimientos y métodos de análisis que permiten descubrir en el libro cervantino aspectos impensables hasta ese momento. Y así, Menéndez Pelayo (1905) vio en el Quijote un «libro de libros» con el que puede restaurarse «toda la literatura de imaginación anterior a él», con palabras e ideas que han tenido especial fortuna crítica posterior; y Ortega (1914),lo consideró el texto fundador de la novela moderna, afirmación que sólo se ha venido estudiando con profundidad en fechas próximas a nuestros días; Américo Castro, en fin, sentó las bases del cervantismo moderno con una obra definitiva, El pensamiento de Cervantes (1925), en la que se comienza a destruir el mito romántico de Cervantes como ingenio lego, al tiempo que se desarrolla la imagen de un escritor inserto en la cultura europea de su tiempo, lector atentísimo de los más diversos textos que le vinculan a la cultura italiana y el humanismo renacentista.

Es, asimismo, una época —el primer cuarto del siglo xx— en la que Ramón Menéndez Pidal (1920) se plantea, acaso por primera vez, la cuestión de la génesis del Quijote a partir de una posible novela corta inicial inspirada en el anónimo Entremés de los Romances; y Salvador de Madariaga (1926) analiza los personajes cervantinos como si de seres humanos se tratase —al fondo la no siempre recordada conferencia de Santiago Ramón y Cajal—,5 acuñando, por un lado, el tan discutido binomio crítico «Quijotización de Sancho / Sanchificación de don Quijote», y, por otro, iniciando un procedimiento de análisis de los textos cervantinos continuado en el último tercio del siglo xx, y hoy de plena actualidad, con sus detractores también. (Véase el capítulo«Psicología, amor, erotismo».)

Tal ebullición crítica traspasa nuestras fronteras y da lugar a un fenómeno interesante dentro del hispanismo, por cuanto que es posible constatar no sólo que el Quijote ha llegado a los lugares más insospechados y distantes, sino que los grandes nombres de la Filología y la Romanística, ocupados hasta entonces en otros temas y cuestiones, encuentran ahora en la novela cervantina la obra clave de la literatura española que les sirve de modelo para ejemplificar o desarrollar sus métodos de trabajo. Y, si para Leo Spitzer (1955) el Quijote es modelo de obra perspectivística, para Erich Auerbach (1954) constituye un eslabón fundamental en la historia de la novela, al representar el momento clave en el que se produce el cambio entre la mimesis clásica, según la cual lo cotidiano era esencialmente risible, a la novela moderna, donde se puede tratar como algo trágico y problemático. (Véase el capítulo«El Quijote y la historia de la novela».) A ellos seguirán —no necesariamente en orden cronológico— Helmut Hatzfeld, quien se acerca desde la estilística (El «Quijote» como obra de arte del lenguaje, 1927); Marcel Bataillon, que entabla polémica con Américo Castro sobre el erasmismo de Cervantes (Erasmo y España, 1937); Alexander A. Parker y el hispanismo británico, etcétera.

El asedio del que ha sido objeto el Quijote por parte de la crítica alcanza a mediados del siglo xx dimensiones prácticamente inabarcables, en especial tras la celebración del cuarto centenario del nacimiento de Miguel de Cervantes que, como en 1905, dio lugar a publicaciones muy numerosas de valor desigual: monográficos de revistas (Revista de Filología Española, Realidad, Ínsula), volúmenes colectivos (Homenaje a Cervantes, ed. y dir. de Francisco Sánchez Castañer, Valencia: Mediterráneo, 1950, 2 vols.), recopilaciones individuales (Estudios cervantinos —Madrid: Atlas, 1947—, de Francisco Rodríguez Marín);6 y, sobre todo, el nacimiento de Anales Cervantinos, la revista que, con dificultades, se ha convertido en emblema del mejor cervantismo de la segunda mitad del siglo xx (acaba de publicarse el volumen XXXVI, 2004). Sólo en los años ochenta comenzó su andadura otra revista de características similares: Cervantes. Bulletin of the Cervantes Society of America (primer volumen en 1981; el último aparecido —XXIV— en 2004).

Pero tan numerosas publicaciones descuidaron un aspecto, quizás el más importante: el propio texto, es decir, el análisis y estudio pormenorizado de las primeras ediciones del Quijote que, con algún precedente en la edición de Schevill y Bonilla, sólo se ha afrontado en fechas muy cercanas, a partir del libro publicado por Robert M. Flores en 1975: The Compositors of the First and Second Madrid Editions of «Don Quixote». Este trabajo ayudó a comprender cómo actuaron en la imprenta de Juan de la Cuesta los operarios encargados de componer el libro, y lo que de ello se deriva, a saber, entre otras cosas, que el texto de las dos primeras ediciones del Quijote de 1605 no refleja la puntuación, ortografía y acentuación del autor, sino la de los componedores de la imprenta. De esta investigación seminal surgieron otros trabajos del mismo hispanista, como el que aquí se reproduce,y de otros estudiosos, que han matizado una parte importante de las conclusiones de Flores, así el de Francisco Rico, también incluido.

La cuestión del género del Quijote ha venido preocupando a la crítica desde fechas muy tempranas, quizás como consecuencia de la propia reflexión cervantina sobre el género del libro en el prólogo de la primera parte, y en la conversación sostenida por don Quijote, el canónigo y el cura en el capítulo cuarenta y siete del mismo volumen. Los ilustrados dieciochescos mostraron la dificultad que presenta el texto para su adscripción genérica de acuerdo con la tradición clásica, a la par que intuían el nacimiento de un género nuevo, la novela, que el Quijote ya insinuaba. La confluencia de ambas perspectivas —los géneros clásicos, los modernos— ha dado lugar a una bibliografía amplia de la que selecciono dos trabajos que ejemplifican bien esas tendencias: desde una perspectiva histórica en el caso de Daniel Eisenberg; desde la distinción entre romance (en el sentido anglosajón del término) y novela, en el de E. C. Riley.

Con el estudio de Menéndez Pidal (1920) ya referido sobre la posible fuente de inspiración de Cervantes para escribir el Quijote en el anónimo Entremés de los Romances se abrió un camino de extraordinaria vitalidad que, ya en la segunda mitad del siglo xx, ha analizado, a partir de huellas y descuidos textuales, diversas cuestiones que tienen que ver con la gestación del primer Quijote, en general tendentes a explicar las tensiones resultantes entre un propósito inicial —probablemente redactar una novela corta—, y el resultado final —un texto de cincuenta y dos capítulos— difícil de acabar en las «bien casi dos horas» que se sugieren en el capítulo noveno como tiempo aproximado de lectura de la novela. Al seminal trabajo de Menéndez Pidal ha seguido una larga lista de aportaciones, entre las que destaco —y aquí se incorporan— el trabajo de G. Stagg (1964), donde se estudia el procedimiento de las interpolaciones como recurso de ampliación de la novela; y el capítulo inicial del libro de José Manuel Martín Morán (1990), donde se han revisado todas estas cuestiones (también las atingentes al volumen de 1615), y se ha propuesto un sugerente orden cronológico de las fases de redacción del primer Quijote.

La estrecha imbricación entre vida y literatura constituye uno de los aspectos clave del novelar cervantino: cómo la propia experiencia vital se convierte en fuente de inspiración y, hábilmente reelaborada, da lugar a espléndidas páginas (la historia del capitán cautivo, sin salir de la primera parte), pero también a equivocadas deducciones cuando se quiere sustentar la biografía de nuestro autor a partir de sus propios textos literarios, o, también, al querer ver detrás de cada personaje y situación del Quijote una persona de carne y hueso, un «modelo vivo», con expresión acuñada, tal como hicieron algunos herederos del positivismo decimonónico: así Rodríguez Marín, en el texto reproducido; frente a esta postura, Pedro Salinas matiza la cuestión de los modelos vivos, y defiende la potencia imaginadora y creadora de Cervantes: «Así trabaja el poeta. La materia, la vida, la pura experiencia real, no pasa de ser, aunque se presente como sólida masa, otra cosa que materia dócil donde él inserta su voluntad creadora, inventando formas del espíritu». Y junto a estos dos trabajos, los de Juan Bautista Avalle-Arce y Jean Canavaggio ejemplifican muy bien la reescritura cervantina de su propia vida, en este caso de uno de los momentos más difíciles de su biografía, cuando fue capturado regresando a España tras sus misiones en el norte de África; la manera en que Cervantes reescribe literariamente tal episodio biográfico constituye un ejemplo modélico de este aspecto del narrar cervantino.

Los estudios de tipo estilístico, tan en boga en los años cincuenta y sesenta, han dado paso a otros que ponen de manifiesto la importancia de los juegos cervantinos con los diversos narradores que aparecen en el Quijote. Cervantes emplea en esta obra no menos de cinco narradores principales, además de un sinfín de personajes que en un momento determinado pueden convertirse en relatores de cuentos, novelitas, etcétera. Todos ellos van arrebatándose sucesivamente la voz narradora hasta el punto de que hay ocasiones donde le es difícil al lector saber quién es el que está narrando el episodio; elementos estos que sitúan al Quijote en el umbral de la modernidad. La fascinación que una parte de la crítica ha mostrado por tales cuestiones ha dado lugar a una bibliografía muy extensa, de la que selecciono el trabajo de Haley, de extraordinaria novedad cuando se publicó; y el de Fernández Mosquera, síntesis inteligente de la cuestión.

Se ha profundizado también en las relaciones entre el Quijote y el contexto histórico en el que surgió. Este tipo de estudios tiene una raigambre muy antigua (A. Morel Fatio, Julio Puyol Alonso, Ángel Salcedo Ruiz, etcétera); según avanzó el siglo xx se ha acudido a métodos de análisis más rigurosos, documentos de época —no sólo literarios, sino económicos, sociales, históricos en suma—; e interpretaciones más precisas. El Quijote se nos presenta así como libro de época que, pese a su radical modernidad, hunde sus raíces en una sociedad y un tiempo histórico determinados, sin los cuales no se puede entender en su totalidad. Así, se han estudiado sus posibles huellas carnavalescas, por Augustin Redondo; a otro hispanista francés, Michel Moner, se debe una ajustada síntesis de la influencia de un aspecto de la cultura popular, la oralidad, en el Quijote. Y Carmen Bernis estudió la indumentaria del Quijote en un artículo pionero (1988), precursor de su libro El traje y los tipos sociales en el «Quijote» (Madrid: Ediciones El Viso, 2001).

Muchos son los elementos que Cervantes emplea para la elaboración del Quijote: recursos técnicos (perspectiva), mitología, poesía, erudición, novelas y episodios intercalados, teatro, etcétera. Al análisis de algunos de estos aspectos se ha dedicado el capítulo«Los materiales del Quijote, con una selección extensa de trabajos que abordan algunas de las cuestiones indicadas.

La revalorización de los estudios sobre la presencia de la mujer en la literatura española del Siglo de Oro que se ha producido en el último tercio del siglo xx ha permitido el florecimiento de un considerable número de trabajos que han destacado esa presencia en la obra de Cervantes. Tales aportaciones, que entroncan lejanamente con las de Santiago Ramón y Cajal y Salvador de Madariaga en los inicios del siglo, han llevado en nuestros días a interpretaciones psicoanalistas y feministas, junto a trabajos más apegados al texto del Quijote. Todos ellos revelan la singular valía de esta obra de Cervantes, susceptible de ser analizada desde las perspectivas más diversas, como esta brevísima selección intenta mostrar, a través de la reproducción de los artículos de Monique Joly y Carroll B. Johnson.

Los estudios sobre la teoría literaria cervantina tienen en Giuseppe Toffanin (La fine dell’ Umanesimo, Milán-Turín-Roma: Bocca, 1920) y José Ortega y Gasset (Meditaciones del «Quijote», Madrid, 1914), dos precursores que abrieron el camino a las aportaciones decisivas, ya en el último cuarto del siglo xx, a cargo de Edward C. Riley, Bruce W. Wardropper, y Alban K. Forcione. Gracias a todos ellos ha sido posible reconstruir la teoría que sustenta buena parte del quehacer literario cervantino.

Uno de los grandes valores, acaso el primero y principal, del Quijote reside en el hecho de que con él se inaugura la novela moderna. Cervantes anticipa elementos, técnicas, recursos, que luego repetirán hasta la saciedad novelistas más cercanos a nosotros: desde Galdós hasta Flaubert, pasando por Sterne, Faulkner, Proust, Camus, Kafka, etcétera. Hasta tal punto que se ha podido decir, lo ha hecho Edward C. Riley, recogiendo a su vez ideas de Ortega y Gasset y Lionel Trilling, que «toda prosa de ficción es una variación del Quijote». Tal manera de acercarse al texto cervantino ha de partir del estudio seminal de Ortega (véase el capítulo«Un tiempo nuevo en la exégesis del Quijote»), al que han seguido otros, de entre los que destaco el de Auerbach, ya comentado; una selección del libro de S. Gilman (el primero que abordó por extenso la cuestión de la existencia de una manera de novelar cervantina); y el artículo de Antonio Rey Hazas, quien analiza una cuestión clave en la génesis de la novela moderna: la presencia de las clases medias, y las tensiones sociales producidas a raíz de la decadencia de una nobleza arruinada y la emergencia de una nueva clase, la burguesía, enriquecida progresivamente.

Se cierra esta antología con un capítulo dedicado a la secuela avellanedesca del Quijote. El análisis de las relaciones entre el Quijote cervantino y el de 1614 se ha orientado últimamente más hacia el estudio de la posible influencia del texto de Avellaneda en el de 1615, que en el de la manera en que aquel autor —quienquiera que fuese— utilizó los elementos del Quijote de 1605 para parodiarlos y criticarlos. Este aspecto, por cierto, era el habitual, o, al menos, el más frecuentado por la crítica cervantista anterior; así en la monografía de S. Gilman (Cervantes y Avellaneda: estudio de una imitación, México: El Colegio de México, 1951), o en trabajos más recientes, como el de Monique Joly, quien analizó la vinculación posible entre el prólogo cervantino de 1605 y el capítulo final del Quijote de Avellaneda, el cual «se presenta como un auténtico zurcido de reminiscencias del texto cervantino [con la] voluntad de cerrar la segunda parte apócrifa con la alusión al prólogo de la primera parte» («Historias de locos», en Rilce, 2 [1986], pp. 177-84; la cita en p. 179). Una ajustada síntesis de la cuestión se hallará en las páginas reproducidas del trabajo de Luis Gómez Canseco; y en las de Martín de Riquer el lector se acercará a una de las hipótesis sobre la identidad de Avellaneda: un viejo compañero cervantino de armas llamado Gerónimo de Passamonte. La hipótesis de Riquer ha tenido además la valía de crear una línea de investigación que otros han seguido, como Alfonso Martín Jiménez (El «Quijote» de Cervantes y el «Quijote» de Pasamonte, una imitación recíproca, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 2001); y ha abierto el camino a otras hipótesis (José Luis Pérez López, «Lope, Medinilla, Cervantes y Avellaneda», en Criticón, 86 [2002], pp. 41-71; Javier Blasco, Baltasar Navarrete, posible autor del Quijote apócrifo (1614), Valladolid: Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2005).


José Montero Reguera



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  • (1) Bibliografía del «Quijote» por unidades narrativas y materiales de la novela, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1995. Ed. ampliada en CD-ROM (1998).
  • (2) Madrid: Círculo de Lectores y Galaxia Guttenberg, 2004, vol. complementario.
  • (3) Véanse, entre otros trabajos, El «Quijote» y la crítica contemporánea, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1997; «La crítica sobre el Quijote en la primera mitad del siglo xx», en Volver a Cervantes. Actas del IV Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas (Lepanto, Grecia, octubre de 2000), Palma de Mallorca: Universidad de las Islas Baleares, 2001, vol. I, pp. 195-236; «Edward C. Riley o el honor del cervantismo», en Bulletin of Spanish Studies, LXXXI, 4-5 (2004), pp. 415-424; El «Quijote» durante cuatro siglos. Lecturas y lectores, Valladolid: Universidad de Valladolid, 2005; y «España en América: los trabajos cervantinos de Federico de Onís», en Diego Martínez Torrón y Bernd Tietz (eds.), Cervantes y el ámbito anglosajón, Madrid: Sial / Trivium, 2005, pp. 318-331. Véanse, para otras perspectivas, Anthony J. Close, «La crítica del Quijote desde 1925 hasta ahora», en Anthony Close et al., Cervantes, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1995, pp. 311-333; José Manuel Martín Morán, «Palacio quijotista. Actitudes sensoriales en la crítica sobre el Quijote en la segunda mitad del siglo xx», en Volver a Cervantes…, o. cit., vol. I, pp. 141-194; y Fernando Romo Feito, «El Quijote y la crítica: siglo xx», en Jean-Pierre Sánchez (coord.), Lectures d’une oeuvre. Don Quichotte de Cervantes, Paris: Éditions du Temps, 2001, pp. 25-38.
  • (4) Véase Anthony J. Close, The Romantic Approach to «Don Quixote». A Critical History of the Romantic Tradition in «Quixote» Criticism, Cambridge: Cambridge University Press, 1978; ahora en ed. rev. y trad. al castellano: La concepción romántica del «Quijote», Barcelona: Crítica, 2005.
  • (5) Santiago Ramón y Cajal, Psicología de Don Quijote y el Quijotismo, incluido en la Crónica del centenario del Don Quijote, publicada bajo la dirección de Miguel Sawa y Pablo Becerra, Madrid: Establecimiento Tipográfico de Antonio Marzo, 1905, pp. 161-168.
  • (6) Véase Alberto Sánchez, «Bibliografía española en el IV centenario del nacimiento de Cervantes», en Homenaje a Cervantes, ed. y dir. de Francisco Sánchez Castañer, Valencia: Mediterráneo, 1950, vol. II, pp. 447-494.

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