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PALIQUE DEL PALIQUE (Clarín)



Cosas pretenden de mí, bien contrarias en verdad, mi médico, mis amigos y los que me quieren mal... que también suelen llamarse mis amigos. El romance de Moratín puedo hacerlo mío, no porque la propiedad sea un robo, sino por lo pintiparado que me viene. También a mí los médicos... espirituales me dicen: «¡No trabaje usted tanto!». Es decir, no escriba usted tanto, no desparrame el ingenio (muchas gracias) en multitud de articulejos... no escriba usted esas resmas de crítica al pormenor; haga novelas, libros de crítica seria... de erudición... y sobre todo menos articulillos cortos... ¡Esos paliques!... Pobres paliques. Como quien dice: ¡pobres garbanzos!

Otros exclaman: -Eso, eso, venga de ahí... vengan paliques, palo a los académicos; palo a los poetastros y a los novelis... tastros o trastos; en fin, palo a diestro y siniestro. Algunos de los que esto piden deben de creer que palique viene de palo.

Yo quisiera dar gusto a todos; pero, mientras cumplo o no cumplo con este ideal, procuro satisfacer los pedidos de los editores de mis cuartillas humildes. Porque aquí está la madre del cordero, como decía un químico, explicando el gasómetro en el Ateneo de Madrid, al llegar a no sé qué parte del aparato.

Si se me pregunta por qué escribo para el público, no diré como el otro, «que se pregunte por qué canta el ave y por qué ruge el león y por qué ruge la tempestad -que también ruge- etc. etc...». Mentiría como un bellaco si dijese que no puedo menos de cantar, quiero decir, de escribir, que me mueve un quid divinum. El quid está en que no sé hacer otra cosa, aunque tampoco esta la haga como fuera del caso. ¡Si yo sirviera para notario! Entonces no escribiría, a no ser en papel sellado. Me ganaría miles de duros declarando a troche y moche que ante mí habían parecido D. Fulano y D. Zutano que conmigo firmaban, y otras cosas así que no son de la escuela sevillana, ni plagios del Intermezo de Heine, aunque no sean originales, a pesar de constar en el original, o dígase —209→ matriz. Pero, no señor; no sirvo para notario. Acabo de presenciar unas oposiciones a cierta notaría vacante en mi pueblo. ¡Qué humillación la mía! ¡Qué sé yo, ni podré saber nunca de aquella manera de doblar y coser el papel (y cobrar las puntadas) ni de pestañas y márgenes, y... y no hay que darle vueltas; no sirvo más que para paliquero, en mayor o menor escala; la diferencia estará en citar o no citar a los hermanos Goncourt, como decía una graciosa caricatura de Madrid Cómico, en ponerme serio con los serios y escribir párrafos largos y hasta algo poéticos, si cabe, o no ponerme serio ni adjetivar, pero al fin siempre seré un paliquero más o menos disimulado. Así nací para las letras, así moriré. Desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano, como dice Sancho.

Lo que no admito es que se sostenga, como se ha sostenido, que quiero formar escuela. Lo que yo quiero formar es cocina. Una cocina económica, pero honrada. Yo no soy rico por mi casa ni por la ajena; pulso la opinión, como los diputados; y por conducto de los empresarios de periódicos veo que la opinión quiere paliques y hasta los paga, aunque no tanto como debiera... pues allá van, ¿qué mal hay en ello? «Que me gasto». ¿Qué me he de gastar? Más me gastaría si me comiera los codos de hambre.

Además, no parece sino que los paliques y sus similares tienen peste. ¿Qué culpa tienen ellos, ni yo, de que muchos lectores necesiten que las ideas con verdadera sustancia, serias per se, lleven un rótulo que diga: «ojo ¡esto es grave!». Mi amiga, doña Emilia Pardo Bazán, siempre benévola y parcial en mi provecho cuando se trata de mis humildes papeles, reconoce que la seriedad de las cosas ha de ir dentro, y que la formalidad, ella mismo lo dice, es cosa formal; pero añade que pierdo no poco para con muchos por tanto paliquear; que si no fuera por eso me tendrían por un doctor en estética, no; y que lo que es ella me tiene... etc., etcétera. Muchas gracias; pero ni lo de doctor en estética me seduce, ni yo he de escribir jamás para dar gusto a cierta clase de aficionados a quien
detesto, no por nada, sino porque son tontos más o menos instruiditos. Esto de llamar tontos a muchos, ya sé que es cosa antigua, y que en París la última moda entre ciertos críticos de lo que se titulaba antes la goma, es hacerse vulgo, pensar como el burgués y reírse de los Flaubert, los Goncourt (ya parecieron los hermanos Goncourt) y demás románticos realistas que se reían o ríen de los burgueses, pero yo entiendo, como los diputados dicen también, aunque no siempre con exactitud, que efectivamente, ahora y siempre, y sea moda lo que quiera, hay muchos tontos, y que lo son los que se meten a pedir cotufas en el golfo y que todos escribamos lectorem delectando, pariterque monendo, y largo y tendido y citando todo lo que sepamos y pueda hacer al caso, aunque no tengamos gracia, ni seriedad, ni intención, ni fuerza, ni trastienda... ¡Ah, la trastienda, mi simpática, doña Emilia! Hace falta mucha trastienda; una trastienda que sea un almacén de muchas más cosas de las que se ven en el escaparate. El verdadero crítico ha de ser además de un literato un hombre (macho o hembra); y cuando los demás literatos (o literatas) crean que los está estudiando como tales, debe estar analizándolos en cuanto hombres también.

Los paliques, pues, no son malos, si hay trastienda; si no la hay, lo serán... como los discursos académicos y las Summas y las Óperas omnias, que decía el otro, cuando tampoco tienen trastienda.

Así, pues, el que quiera ser franco, que me discuta a mí per me, pero no ataque los inocentes paliques, que per se no han hecho mal a nadie.

Atáqueseme de frente como un señor que no dice digo sino Diego, el cual Diego asegura que —212→ unas veces soy un águila, otras veces otra ave, pero siempre una serpiente de cascabel.

Ya Bremón, sin nombrarme, me había sacado en muchas fábulas (algunas bonitas de veras) vestido de mosquito, o de hormiga, o de pólipo o cualquier animalejo de poco viso, pero de serpiente no me han visto salir hasta ahora.

Vaya por Crotalus, en fin, yo tendré todo el veneno y todos los cascabeles que se quiera, pero digo al señor de Diego y al mundo entero, que los paliques no tienen la culpa de nada, y que con ellos no aspiro a formar escuela ni crear un género.

El palique no tiene más definición que esta. «Es un modo de ganarse la cena que usa el autor honradamente, a falta de pingües rentas». Conque... paliquearemos, sin ofensa del arte, ni de la moral, ni de la religión, ni del culto... y clero. Y dispensen, mis médicos, mis amigos, y los que me quieren mal.


Leopoldo Alas Clarín
1892-1893





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