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LA CRUZ DE SAN ANDRÉS (Camilo José Cela)





 I.- DRAMATIS PERSONAE 


AQUÍ, en estos rollos de papel de retrete marca La Condesita, escribiendo con bolígrafo no se corre la tinta verde, ni la azul, ni la roja, no se corre la tinta, aquí en este soporte humildísimo se va a narrar la crónica de un derrumbamiento, ni la mansedumbre ni la fiebre hacen temblar la silueta ni el trasluz de nada, yo aguanto mucho, lo único que pido a Dios es que no me mande todo lo que puedo aguantar, yo soy capaz de aguantar más que un eunuco turco bien alimentado con carne de toro de Karabuk, las patronas de las pensiones de estudiantes dicen papel higiénico, yo sé que nadie es culpable de que nada ni nadie se derrumbe silenciosamente o con estrépito, eso es lo mismo; el gladiador que va a morir saluda al César con un corte de mangas porque también él juega y juzga y se ríe a carcajadas del César y de quienes van a escupir sobre su cadáver, sería espantoso imaginarnos a la humanidad demasiado sumisa, suenan los clarines porque ya empieza la misa negra de la confusión, el solemne acto académico de la más turbia de todas las confusiones, los sacerdotes se visten con muy austeros uniformes militares ribeteados de oro, las sacerdotisas cubren sus escuálidas y ajadas carnes o sus opulentas y tersas carnes con túnicas de terciopelo verdeceledón o rojo sangre bordadas en oro y con botones de oro, y los unos y las otras comulgan con hebras de carne de sucio cerdo infamante, en cada toalla aparece la cara de un muerto teñida de amarillo y sin afeitar y las campanas tañen albricias o doblan a muerto según las fases de la luna: se trata de contar un cuento al amor de la lumbre, la farsa debe representarse con sencillez para que el gran público se deleite, a las hienas hay que echarles vísceras podridas, bofe, corazón, mondongo, para que no se ensañen con las colegialas púberes y tristes, amargas, pálidas y desilusionadas.

—¿Por qué te ciñes tanto al pie de la letra?

—Lo ignoro.

—¿Por qué tu marido se tiñe el pelo de color ciclamen?

—Son figuraciones tuyas, mi marido no lleva el pelo teñido de color ciclamen sino limpio, tan sólo limpio.

No es que las mujeres vulgares no tengamos historia, los hombres tampoco, las mujeres vulgares lo somos a nuestro pesar e ignoramos los más pedestres conocimientos, lo que pasa es que no sabemos contar nuestra propia historia.



Camilo José Cela
La cruz de San Andrés, 1994

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