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EL CRIMEN Y OTROS POEMAS Antología (José Ángel Valente)

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EL CRIMEN
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Hoy he amanecido
como siempre, pero
con un cuchillo
en el pecho. Ignoro
quién ha sido,
y también los posibles
móviles del delito.

Estoy aquí
tendido
y pesa vertical
el frío.

La noticia se divulga
con relativo sigilo.

El doctor estuvo brillante, pero
el interrogatorio ha sido
confuso. El hecho
carece de testigos.
(Llamada de portera,
dijo
que el muerto no tenía
antecedentes políticos.
Es una obsesión que la persigue
desde la muerte del marido.)

Por mi parte no tengo
nada que declarar.
Se busca al asesino;
sin embargo,
tal vez no hay asesino,
aunque se enrede así el final de la trama.

Sencillamente yazgo
aquí, con un cuchillo...
Oscila, pendular y
solemne, el frío.
No hay pruebas contra nadie. Nadie
ha consumado mi homicidio.



EL ÁNGEL

Al amanecer,
cuando la dureza del día es aún extraña
vuelvo a encontrarte en la precisa línea
desde la que la noche retrocede.
Reconozco tu oscura transparencia,
tu rostro no visible,
el ala o filo con el que he luchado.
Estás o vuelves o reapareces
en el extremo límite, señor
de lo indistinto.
No separes
la sombra de la luz que ella ha engendrado.



NOCHE PRIMERA

Empuja el corazón,
quiébralo, ciégalo,
hasta que nazca en él
el poderoso vacío
de lo que nunca podrás nombrar.
Sé, al menos,
su inminencia
y quebrantado hueso
de su proximidad.
Que se haga noche. (Piedra,
nocturna piedra sola.)
Alza entonces la súplica:
que la palabra sea sólo verdad.



AHORA NO TIENES, CORAZÓN, EL VUELO...

Ahora no tienes, corazón, el vuelo
que te llevaba a las más altas cumbres.

Lates, reptante, entre las hojas secas
del amarillo otoño.

¿Y hasta cuándo en la secreta larva de ti?

¿ Volverás a nacer en la mañana,
a respirar la frialdad del aire
donde hay un pájaro?
¿Lo oyes?

Canta arriba, en las cimas,
como tú, como entonces.

Tú eres sólo latir cobijado en lo oscuro.

Al pájaro que fuiste dedicas este canto.



«SERÁN CENIZA...»

Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.

Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.



GRAAL

Respiración oscura de la vulva.

En su latir latía el pez del légamo
y yo latía en ti.
Me respiraste
en tu vacío lleno
y yo latía en ti y en ti latían
la vulva, el verbo, el vértigo y el centro.



EL FULGOR

XXVI

Con las manos se forman las palabras,
con las manos y en su concavidad
se forman corporales las palabras
que no podíamos decir.


XXXIII

Ya te acercas otoño con caballos heridos,
con ríos que rebasan el caudal de sus aguas,
con sumergidos párpados y vientres sumergidos,
con jardines que bajan descalzos hasta el mar.

Ya llegas con tambores enormes de tiniebla,
con largos lienzos húmedos y manos olvidadas,
con hilos que deshacen en aire la mañana,
con lentas galerías y espejos empañados,
con ecos que aún ocultan lo que ha de ser voz.

Y de sí desatado el cuerpo envuelto en oros
desciende oscuro al fondo oscuro de tu luz.


XXXVI

Y todo lo que existe en esta hora
de absoluto fulgor
se abrasa, arde
contigo, cuerpo,
en la incendiada boca de la noche.


XXVII

A usted le doy una flor,
si me permite,
un gato y un micrófono,
un destornillador totalmente en desuso,
una ventana alegre.
Agítelos.
Haga un poema
o cualquier otra cosa.
Léasela al vecino.
Arrójela feliz al sumidero.
Y buenos días,
no vuelva nunca más, salude
a cuantos aún recuerden
que nos vamos pudriendo de impotencia.


XXXV

La aparición del pájaro que vuela
y vuelve y que se posa
sobre tu pecho y te reduce a grano,
a grumo, a gota cereal, el pájaro
que vuela dentro
de ti, mientras te vas haciendo
de sola transparencia,
de sola luz,
de tu sola materia, cuerpo
bebido por el pájaro.



PÁJARO DEL OLVIDO

Pájaro del olvido
jamás te tuve más cierto en mi memoria.

Vuelvo ahora
desde no sé qué sombra
al día helado del otoño en esta
ciudad no mía, pero al fin tan próxima,
donde el sol de noviembre tiene
la última dureza
de lo que ya debiera
morir.

¿Y es éste el día
de mi resurrección?

Las hojas arrastradas por el viento
apagan nuestros pasos.

Llego y ni siquiera sé muy bien quién llega
ni por qué fue llamado a este convite
tantos años después.



POETA EN TIEMPO DE MISERIA

Hablaba de prisa.
Hablaba sin oír ni ver ni hablar.
Hablaba como el que huye,
emboscado de pronto entre falsos follajes
de simpatía e irrealidad.

Hablaba sin puntuación y sin silencios,
intercalando en cada pausa gestos de ensayada
alegría para evitar acaso la furtiva pregunta,
la solidaridad con su pasado,
su desnuda verdad.

Hablaba como queriendo borrar su vida ante un
testigo incómodo,
para lo cual se rodeaba de secundarios seres
que de sus desprecios alimentaban
una grosera vanidad.

Compraba así el silencio a duro precio,
la posición estable a duro precio,
el derecho a la vida a duro precio,
a duro precio el pan.

Metal noble tal vez que el martillo batiera
para causa más pura.
Poeta en tiempo de miseria, en tiempo de mentira
y de infidelidad.



EL AMOR ESTÁ EN LO QUE TENDEMOS...

El amor está en lo que tendemos
(puentes, palabras).

El amor está en todo lo que izamos
(risas, banderas).

Y en lo que combatimos
(noche, vacío)
por verdadero amor.

El amor está en cuanto levantamos
(torres, promesas).

En cuanto recogemos y sembramos
(hijos, futuro).

Y en las ruinas de lo que abatimos
(desposesión, mentira)
por verdadero amor.



CÓMO SE ABRÍA EL CUERPO DEL AMOR HERIDO...

Cómo se abría el cuerpo del amor herido
como si fuera un pájaro de fuego
que entre las manos ciegas se incendiara.

No supe el límite.

Las aguas
podían descender de tu cintura
hasta el terrible borde de la sed,
las aguas.



ODA A LA SOLEDAD

Ah soledad,
mi vieja y sola compañera,
salud.

Escúchame tú ahora
cuando el amor
como por negra magia de la mano izquierda
cayó desde su cielo,
cada vez más radiante, igual que lluvia
de pájaros quemados, apaleado hasta el quebranto,
y quebrantaron
al fin todos sus huesos,
por una diosa adversa y amarilla
y tú, oh alma,
considera o medita cuántas veces
hemos pecado en vano contra nadie
y una vez más aquí fuimos juzgados,
una vez más, oh dios, en el banquillo
de la infidelidad y las irreverencias.

Así pues, considera,
considérate, oh alma,
para que un día seas perdonada,
mientras ahora escuchas impasible
o desasida al cabo
de tu mortal miseria
la caída infinita
de la sonata opus
ciento veintiséis
de Mozart
que apaga en tan insólita
suspensión de los tiempos
la sucesiva imagen de tu culpa,
ah soledad,
mi soledad amiga, lávame,
como a quien nace, en tus aguas australes
y pueda yo encontrarte,
descender de tu mano,
bajar en esta noche,
en esta noche séptuple del llanto,
los mismos siete círculos que guardan
en el centro del aire
tu recinto sellado.



VENTANA

La ventana
con vistas al desnudo
donde aún sobrenada un seno solitario,
se prolonga imposible la tristísima
longitud de una media abandonada,
y los gatos erráticos,
las pálidas botellas,
la lámpara encendida, moribunda señora,
en rigor para quién.



SIETE CANTIGAS DEL MÁS ALLÁ

I

Amarillea amargo el tiempo
y no hay tiempo
para más desdecir la muerte.

Marinero que llevas
la barca del pasar,
el pájaro en la jarcia
dice aún su cantar.

Lo escucho más allá del tiempo.


II

Anhelo.

El verbo crea el movimiento
de la luz en el fondo
de las amargas aguas.

Mañana,
no poses todavía
tus pájaros dorados
sobre mi pecho herido.


III

Escucha, madre, he vuelto.

Estoy en el atrio
donde aquel día el gran cuerpo
de mi abuelo quedó.
Aún oigo el llanto.

Volví. Nunca había partido.

Alejarme tan sólo fue el modo
de quedar para siempre.


IV

El verbo.

Recomponer el mundo
para ir añadiendo
sobre una muerte otra
hasta alcanzar el tiempo
que se va por el ojo
de la luz del puente.

Banderas sumergidas.

Noche
y soledad.

Palpita el verbo.


V

Cerqué, cercaste,
cercamos tu cuerpo, el mío, el tuyo,
como si fueran sólo un solo cuerpo.
Lo cercamos en la noche.

alzose al alba la voz
del hombre que rezaba.

Tierra ajena y más nuestra, allende, en lo lejano.

Oí la voz.

Bajé sobre tu cuerpo.
Se abrió, almendra.

Bajé a lo alto
de ti, subí a lo hondo.

Oí la voz en el nacer
del sol, en el acercamiento
y en la inseparación, en el eje
del día y de la noche,
de ti y de mí.

Quedé, fui tú.
Y tú quedaste
como eres tú, para siempre
encendida.


VI

Despiértate en la tarde.

Fuimos
un modesto fenómeno de antaño.

Ahora se echa el viento, hermano.

No sé si fuimos.
Pues así
quedamos olvidados
de nosotros, vacíos ya
enteramente de nosotros
y sea éste al fin para nosotros
el solo tiempo de la verdad.


VII

Palidecen los sueños,
cae la noche en la noche.
Ya no hay luz que no sea
la blancura de tus senos.

Aíslame en el hálito.

Que pueda oír aún,
como Alexander Blok,
el chillido de las galaxias
cuando brille en el cielo la encendida cola
del cometa Halley y cuando todas
las señales del fin
hayan sido juntadas.

Vamos
hacia la tarde, amor, del siglo
sin saber si aún habrá
ventura saecula
o si el rostro del enigma no será
nuestro rostro en el espejo
y si todas las palabras
no se habrán,
sin saberlo nosotros, por sí mismas cumplido.



MATERIAL, MEMORIA, III

El encuentro fugaz de los amantes
en las furtivas camas del atardecer
y ya el adiós como de antes casi
de empezar el amor
y el jadeante amor
bebiendo entre tus ingles
el vientre azul de tu primer desnudo,
tus párpados
y el súbito
pulso roto de un tiempo inmemorial
largando amarras hacia adentro del tiempo.

Tú decías será de noche, amor.

Y ya caía
la luz,
mas era igual, como era igual
igual a igual
y nunca a siempre, jamás a todavía
en la sola estación
solar
de tu mirada.



CAE LA NOCHE

Cae la noche.
El corazón desciende
infinitos peldaños,
enormes galerías,
hasta encontrar la pena.
Allí descansa, yace,
allí, vencido,
yace su propio ser.

El hombre puede
cargarlo a sus espaldas
para ascender de nuevo
hacia la luz penosamente:
puede caminar para siempre,
caminar...

¡Tú que puedes,
danos nuestra resurrección de cada día!



PROHIBICIÓN DEL INCESTO

Piedra cuadrangular.

El búho reposa
en la lubricidad del pensamiento.

Igual en el secreto envoltorio del vientre.

El cuerpo de la mujer se quiebra así
en dos formas sangrientas.
Recuerdo el parto al amanecer
como lleno de aire salino
y la fatiga de haber corrido mucho por los arenales.

Piedra cuadrangular.

El tiempo roto
en cuerpos que eran antes
y que serán después,
mientras el amante recién engendrado
entra en el cuerpo de la mujer madre
con el alarido de la posesión.

Y el mismo rito.
Y el mismo cuerpo.
Y la prohibición solar
de amar lo que hemos engendrado.



PERO TÚ, ÚNICA

Soledad, sí
pero tú nunca.

Ausencia,
pero tú nunca:
inmóvil luz sin término
bajo la luna fría
de la falta de amor.



OCTUBRE

Hay una leve luz caída
entre las hojas de la tarde.
Dame
tu mano y cruza
de puntillas conmigo
para nunca pisarla,
para no arder tan tenue
en sus dormidas brasas
y consumirte lenta
en el perfil del aire.



MUERTE Y RESURRECCIÓN

No estabas tú, estaban tus despojos.

Luego y después de tanto
morir no estaba el cuerpo
de la muerte.
Morir
no tiene cuerpo.
Estaba
traslúcido el lugar
donde tu cuerpo estuvo.

La piedra había sido removida.

No estabas tú, tu cuerpo, estaba
sobrevivida al fin la transparencia.



LA ADOLESCENTE

Ya baja mucha luz por tus orillas,
nadie recuerda la invasión del frío.

Ya los sueños no bastan para darle
razón de ser a todos los suspiros.

Tú cantas por el aire.

Ya se ponen de verde los vestidos.
Ya nadie sabe nada.

Nadie sabe
ni cómo ni por qué ni cuándo ha sido.



EL SUR

El sur como una larga,
lenta demolición.

El naufragio solar de las cornisas
bajo la putrefacta sombra del jazmín.

Rigor oscuro de la luz.

Se desmorona el aire desde el aire
que disuelve la piedra en polvo al fin.

Sombra de quién, preguntas,
en las callejas húmedas de sal.

No hay nadie.

La noche guarda ciegas,
apagadas ruinas, mohos
de sumergida luz lunar.

La noche.
El sur.



EL TEMBLOR

La lluvia
como una lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz,
bajar,
lamer el eje vertical,
contar el número de vértebras que me separan
de tu cuerpo ausente.

Busco ahora despacio con mi lengua
la demorada huella de tu lengua
hundida en mis salivas.

Bebo, te bebo
en las mansiones líquidas
del paladar
y en la humedad radiante de tus ingles,
mientras tu propia lengua me recorre
y baja,
retráctil y prensil, como la lengua
oscura de la lluvia.

La raíz del temblor llena tu boca,
tiembla, se vierte en ti
y canta germinal en tu garganta.



ESTABAS DESLEÍDA EN LA DULZURA...

Estabas desleída en la dulzura
de los secretos jugos de tu cuerpo
y te llevaba el agua
como a una larga cabellera verde
engendrada en los limas
obstinados del fondo.

Era tu forma ese deshacimiento.
Brotar.
Fluir.
Abandonarse.
Bajaba el aire hasta los límites
perfectos de tu piel.
Blancura.
Y ya oblicuo, el poniente la encendía
para nacer de ti aquella tarde
de qué lugar, qué tiempo, qué memoria.



HAY UNA LEVE LUZ CAÍDA...

Hay una leve luz caída
entre las hojas de la tarde.

Dame
tu mano y cruza
de puntillas conmigo
para nunca pisarla,
para no arder tan tenue
en sus dormidas brasas
y consumirte lenta
en el perfil del aire.



LUEGO DEL DESPERTAR...

Luego del despertar
y mientras aún estabas
en las lindes del día
yo escribía palabras
sobre todo tu cuerpo.

Luego vino la noche y las borró.
Tú me reconociste sin embargo.

Entonces dije
con el aliento sólo de mi voz
idénticas palabras
sobre tu mismo cuerpo
y nunca nadie pudo más tocarlas
sin quemarse en el halo de fuego.



POEMA

Sentí real el pálpito
de tu oscura impresencia.

Supe que estabas.

Te busqué.
Ardía lento el fuego en los rincones
más secretos del ciego laberinto.


No busqué la salida, la imposible
salida.

Te buscaba.

Manifiéstate,
dije, sintiendo repentino
que ya lo habías hecho en el latido
de lo no manifiesto.



TODA LA NOCHE ME ALUMBRES...

Toda la noche me alumbres
redonda en el silencio.
Toda la noche, luna,
alúmbresme en el cielo.

Toda la noche me alumbres,
escudo de mi pecho,
escudo de verdad
firme en el cielo negro.

Toda la noche me alumbres
desnudo contra el sueño:
con la luz que reluces
hazme más verdadero.
Con la luz que reluces
toda la noche me alumbres.



UN CANTO

Quisiera un canto
que hiciera estallar en cien palabras ciegas
la palabra intocable.
Un canto.
Mas nunca la palabra como ídolo obeso,
alimentado
de ideas que lo fueron y carcome la lluvia.

La explosión de un silencio.

Un canto nuevo, mío, de mi prójimo,
del adolescente sin palabras que espera ser
nombrado,
de la mujer cuyo deseo sube
en borbotón sangriento a la pálida frente,
de éste que me acusa silencioso,
que silenciosamente me combate,
porque acaso no ignora
que una sola palabra bastaría
para arrasar el mundo,
para extinguir el odio
y arrasarnos...



EL CÍRCULO

Estaba la mujer con sus dos senos,
su única cabeza giratoria,
la longitud de su sonrisa, el aire
de estar y de alejarse sabiamente fingido.

Estaba rodeada de sí misma,
de admiración opaca y compartida,
bajo la oscura luz de las miradas.

La complacencia del estar henchía
de estólida ternura los objetos cercanos.

Estaba en pie sumándose a su cuerpo.
Las palabras sonaban conllevando sentidos
superfluos y crasos.

Giraba la mujer.

Rebasaba su órbita
como un pronunciamiento
de todo lo que es bello,
vacío, ritual, sonoro, triste.



EXORDIO

Y ahora danos
una muerte honorable,
vieja
madre prostituida,
Musa.



LA MUJER ESTABA DESNUDA...

La mujer estaba desnuda.

Llegó un hombre,
descendió a su sexo.
Desde allí la llamaba
a voces cóncavas,
a empozados lamentos.
Pero ella
no podía bajar
y asomada a los bordes sollozaba.

Después, la voz, más tenue
cada día,
ya se iba perdiendo en remotos vellones.

La mujer sollozaba.

Tendió grandes pañuelos
en las lámparas rotas.

Vino la noche.

Y la mujer abrió de par en par
sus inexhaustas puertas.



HOY ANDABA DEBAJO DE MÍ MISMO...

Hoy andaba debajo de mí mismo
sin saber lo que hacía.

Hoy andaba debajo de la pena
con risa inexplicable.

Hoy andaba debajo de la risa
con todo el llanto a cuestas.

Hoy andaba debajo de las aguas
sin que fuese milagro comparable.

Hoy andaba debajo de la muerte
y no reconocía sus cimientos.

Andaba a la deriva por debajo del cuerpo
confundiendo los dedos con los ojos.

Hoy andaba debajo de mí mismo
sin poder contenerme.



ILUMINACIÓN

Cómo podría aquí cuando la tarde baja
con fina piel de leopardo hacia
tu demorado cuerpo
no ver tu transparencia.

Enciende sobre el aire
mortal que nos rodea
tu luminosa sombra.
En lo recóndito
te das sin terminar de darte y quedo
encendido de ti como respuesta
engendrada de ti desde mi centro.

Quién eres tú, quién soy,
dónde terminan, dime, las fronteras
y en qué extremo
de tu respiración o tu materia
no me respiro dentro de tu aliento.

Que tus manos me hagan para siempre,
que las mías te hagan para siempre
y pueda el tenue
soplo de un dios hacer volar
al pajarillo de arcilla para siempre.



NO ME DEJES VIVIR

No me dejes vivir.
Ahógame en lo alto.
Sobre tu cuerpo enfurecido.
No me dejes vivir...

Hay navíos que abaten en el largo descenso
su arboladura amarga.



SÉ TÚ MI LÍMITE

Tu cuerpo puede
llenar mi vida,
como puede tu risa
volar el muro opaco de la tristeza.

Una sola palabra tuya quiebra
la ciega soledad en mil pedazos.

Si tu acercas tu boca inagotable
hasta la mía, bebo
sin cesar la raíz de mi propia existencia.

Pero tú ignoras cuánto
la cercanía de tu cuerpo
me hace vivir o cuánto
su distancia me aleja de mí mismo
me reduce a la sombra.

Tú estás, ligera y encendida,
como una antorcha ardiente
en la mitad del mundo.

No te alejes jamás:
Los hondos movimientos
de tu naturaleza son
mi sola ley.
Retenme.
Sé tú mi límite.
Y yo la imagen
de mí feliz, que tú me has dado.



ANÓNIMO: VERSIÓN

Cima del canto.
El ruiseñor y tú
ya sois lo mismo.



EL CÁNTARO

El cántaro que tiene la suprema
realidad de la forma,
creado de la tierra
para que el ojo pueda
contemplar la frescura.

El cántaro que existe conteniendo,
hueco de contener se quebraría
inánime. Su forma
existe solo así,
sonora y respirada.

El hondo cántaro
de clara curvatura,
bella y servil:
el cántaro y el canto.



LA VÍSPERA

El hombre despojóse de sí mismo,
también del cinturón, del brazo izquierdo,
de su propia estatura.

Resbaló la mujer sus largas medias,
largas como los ríos o el cansancio.

Nublóse el sueño de deseo.

Vino
ciego el amor
batiendo un cuerpo anónimo.

De nadie
eran la hora ni el lugar
ni el tiempo de los besos.

Sólo el deseo de entregarse daba
sentido al acto del amor,
pero nunca respuesta.

El humo gris.
El abandono.

El alba
como una inmensa retirada.

Restos
de vida oscura en un rincón caídos.
y lo demás vulgar, ocioso.

El hombre
púsose en orden natural, alzóse
y tosió humanamente.

Aquella hora
de soledad. Vestirse de la víspera.
Sentir duros los límites.

Y al cabo
no saber, no poder reconocerse.



ENEAS, HIJO DE ANQUISES, CONSULTA A LAS SOMBRAS

Oscuros,
en la desierta noche por la sombra,
habíamos llegado hasta el umbral.

La mujer era un haz de súbitas serpientes
que arrebataba el dios.

Oh virgen, dime dónde
está en el corazón del anegado bosque
el muérdago.

Volaron las palomas
a la rama dorada.

Habíamos llegado hasta el umbral
(de mares calcinados, del infinito ciclo
de la destrucción).

Aquí desnudo estoy,
ante el espasmo poderoso del dios.

Aquí está el límite.

Ya nunca,
oscuros por la sombra bajo la noche sola,
podríamos volver.

Pero no cedas, baja
al antro donde
se envuelve en sombras la verdad.
Y bebe,
de bruces, como animal herido, bebe su tiniebla,
al fin.



EL DESEO ERA UN PUNTO INMÓVIL...

Los cuerpos se quedaban del lado solitario del amor
como si uno a otro se negasen sin negar el deseo
y en esa negación un nudo más fuerte que ellos mismos
indefinidamente los uniera.

¿Qué sabían los ojos y las manos,
qué sabía la piel, qué retenía un cuerpo
de la respiración del otro, quién hacía nacer
aquella lenta luz inmóvil
como única forma del deseo?



CONSIENTO

Debo morir. Y sin embargo, nada
muere, porque nada
tiene fe suficiente
para poder morir.
No muere el día,
pasa;
ni una rosa,
se apaga;
resbala el sol, no muere.
Sólo yo que he tocado
el sol, la rosa, el día.
y he creído,
soy capaz de morir.



EL PECADO

El pecado nacía
como de negra nieve
y plumas misteriosas que apagaban
el rechinar sombrío
de la ocasión y del lugar.

Goteaba exprimido
con un jadeo triste
en la pared del arrepentimiento,
entre turbias caricias
de homosexualidad o de perdón.

El pecado era el único
objeto de la vida.

Tutor inicuo de ojerosas manos
y adolescentes húmedos colgando
en el desván de la memoria muerta.



LATITUD

No quiero más que estar sobre tu cuerpo
como lagarto al sol los días de tristeza.

Se disuelve en el aire el llanto roto,
al pie de las estatuas
recupera la hiedra
y tu mano me busca
por la piel de tu vientre
donde duermo extendido.

El pensamiento melancólico
se tiende, cuerpo, a tus orillas,
bajo el temblor del párpado, el delgado
fluir de las arterias,
la duración nocturna del latido,
la luminosa latitud del vientre,
a tu costado, cuerpo, a tus orillas,
como animal que vuelve a sus orígenes.



POR DEBAJO DEL AGUA...

Por debajo del agua
te busco el pelo,
por debajo del agua,
pero no llego.

Por debajo del agua
de tu cintura:
tú me llamas arriba
para que suba.

Para que suba al aire
de tu mirada;
mi corazón me enciende,
luego se apaga.

Te busco el pelo
por debajo del agua,
pero no llego.



PATO DE INVIERNO

Por encima del agua helada
el patito se resbalaba.

Por encima del agua dura,
el patito de la laguna.

Por encima del agua fría,
el patito silba que silba.

Silba que silba se resbalaba
y en vez de llorar silbaba.



FORMÓ

Formó
de tierra y de saliva un hueco, el único
que pudo al cabo contener la luz.



EL SUEÑO

Por una espesa y honda
avenida de árboles que unen
en lo alto su copa y pesadumbre
el sueño avanza.

Abre sus grandes alas,
sus poderosos brazos
de lenta sombra y noche grande: cierra
contra todo horizonte.

En el centro del aire
cabecea un navío,
rodeado de enormes
territorios de sueño.

El sueño avanza: pone
su silenciosa planta
en el umbral de nuestra
transitoria vigilia.

Acaricia y golpea,
llama con voz suave
y entra como un río
de seguro poder.

El sueño halaga,
porfía y nos rodea,
hasta que al fin caemos
en su seno girando
como plumas, girando
interminablemente.

Ésta es la inerme paz, la sosegada
mentira de la sombra.
El sueño multiplica
su rostro en un espejo
sin fin: vértigo quieto, inmóvil
torbellino.

¡Gritad! Pero no; el grito
es también sueño. Ahora su dominio.
Potestad de la noche.



EN MUCHOS TIEMPOS...

En muchos tiempos
tu cabeza clara.

En muchas luces
tu cintura tibia.

En muchos siempres
tu respuesta súbita.

Tu cuerpo se prolonga sumergido
hasta esta noche seca,
hasta esta sombra.



MANDORLA

Estás oscura en tu concavidad
y en tu secreta sombra contenida,
inscrita en ti.

Acaricié tu sangre.

Me entraste al fondo de tu noche ebrio
de claridad.



QUEDAR

Quedar
en lo que queda
después del fuego,
residuo, sola
raíz de lo cantable.



LA BLANCA ANATOMÍA DE TU CUELLO...

La blanca anatomía de tu cuello.
Subí a la transparencia.
Tallo de soberana luz, tu cuello.

Podría estar exento,
ser sólo así en la naturaleza,
tallo de una cabeza no existente.
Cuello. Tallo de luz. Exento.

Para inventar de nuevo
tu mirada y tu irrealidad.
Para soñar de nuevo el mismo sueño.



ANÁLISIS DEL VIENTRE

Aquel vientre era para ser observado con lupa,
pues bajo el cristal cada pequeño pliegue,
cada rugosidad se hacía
multiplicado labio.

El amor, demasiado brutal,
jamás repararía,
el petulante de la viril pasión
que el aire agota de un solo trago inútil
jamás repararía.

Mas nosotros, mi amiga, analicemos
con la frialdad habitual a la que sólo
el poema se presta
la difícil pasión de lo menos visible.



CANCIÓN PARA FRANQUEAR LA SOMBRA

Un día nos veremos
al otro lado de la sombra del sueño.

Vendrán a ti mis ojos y mis manos
y estarás y estaremos
como si siempre hubiéramos estado
al oro lado de la sombra del sueño.



ESTA IMAGEN DE TI

Estabas a mi lado
y más próxima a mí que mis sentidos.

Hablabas desde dentro del amor,
armada de su luz.
Nunca palabras
de amor más puras respirara.

Estaba tu cabeza suavemente
inclinada hacia mí.
Tu largo pelo
y tu alegre cintura.
Hablabas desde el centro del amor,
armada de su luz,
en una tarde gris de cualquier día.

Memoria de tu voz y de tu cuerpo
mi juventud y mis palabras sean
y esta imagen de ti me sobreviva.



CUANDO TE VEO ASÍ, MI CUERPO, TAN CAÍDO...

Cuando te veo así, mi cuerpo, tan caído
por todos los rincones más oscuros
del alma, en ti me miro,
igual que en un espejo de infinitas imágenes,
sin acertar cuál de entre ellas
somos más tú y yo que las restantes.
Morir.
Tal vez morir no sea más que esto,
volver suavemente, cuerpo,
el perfil de tu rostro en los espejos
hacia el lado más puro de la sombra.



SÓLO EL AMOR

Cuando el amor es gesto del amor y queda
vacío un signo sólo.
Cuando está el leño en el hogar,
mas no la llama viva.
Cuando es el rito más que el hombre.
Cuando acaso empezamos
a repetir palabras que no pueden
conjurar lo perdido.

Cuando tú y yo estamos frente a frente
y una extensión desierta nos separa.
Cuando la noche cae.
Cuando nos damos
desesperadamente a la esperanza
de que sólo el amor
abra tus labios a la luz del día.



ANTECOMIENZO

No detenerse.
Y cuando ya parezca
que has naufragado para siempre en los ciegos meandros
de la luz, beber aún en la desposesión oscura,
en donde sólo nace el sol radiante de la noche.
Pues también está escrito que el que sube
hacia ese sol no puede detenerse
y va de comienzo en comienzo
por comienzos que no tienen fin.



EL ADIÓS

Entró y se inclinó hasta besarla
porque de ella recibía la fuerza.

(La mujer lo miraba sin respuesta.)

Había un espejo humedecido
que imitaba la vida vagamente.
Se apretó la corbata,
el corazón,
sorbió un café desvanecido y turbio,
explicó sus proyectos
para hoy,
sus sueños para ayer y sus deseos
para nunca jamás.

(Ella lo contemplaba silenciosa.)

Habló de nuevo. Recordó la lucha
de tantos días y el amor
pasado. La vida es algo inesperado,
dijo. (Más frágiles que nunca las palabras.
Al fin calló con el silencio de ella,
se acercó hasta sus labios
y lloró simplemente sobre aquellos
labios ya para siempre sin respuesta.



José Ángel Valente

____
Antología extraída de
El rincón del perro mugre




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