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TIEMPO (Juan Ramón Jiménez)




[...] Desde que estoy en América, esta luna eterna que desde niño ha sido tanto para mí (la novia, la hermana, la madre, de mi romántica adolescencia, la mujer desnuda de mi juventud, el desierto de yeso que la astronomía luego me definió) me trae en su superficie la vista de España. Veo la luna como nuestra tierra, nuestro planeta visto desde fuera, desde el saliente a la nada del desterrado para quien su patria lejana hace lejano todo el mundo. Y en ella (la luna, la tierra, el mundo, la bola del mundo) perfectamente definida en gris rojizo sobre blanco, la hermosa figura de España. Ahora la luna no es la luna de otros tiempos de mi vida, sino el espejo alto de mi España lejana. Ya no es más que un espejo. Ahora la luna, al fin, me es de veras consoladora. Cuántas presencias muertas, vivas y muertas me trae. No, ¿ya no se unirán nunca esos pedazos tuyos para ser tú, ya el sol no te dará nunca en tu cara escueta, ya no se alzará tu mano fina y fuerte a tu cabeza? Y tú, España, ahí siempre, allí enmedio de la tierra, el planeta, con todo el mar, enmedio del mundo, exacta de lugar y forma, piel del toro de Europa, locura y razón de Europa; España única, España para mí. Mi madre viva, de quien yo lo aprendí todo, hablaba como toda España. Y España toda me habla ahora a mí, desde lejos, como mi madre lejana. Mi madre muerta, desde dentro de España, enterrada, es abono de la vida eterna e interna de España. Su muerte viva. España, cómo te oigo al dormirme, despierto, desvelado, en sueños. Los malos pies, estraños que te pisan la vida y la muerte, mi vida y mi muerte, pasarán pisándote, España. Y entonces te incorporarás tú en la flor y el fruto nuevos del futuro paraíso donde yo, vivo o muerto, viviré y moriré sin destierro voluntario...

Qué bello el heroísmo del hombre cultivado y sereno, qué feo el del hombre bruto y revuelto. [...] Bruto revuelto que deja morir de cárcel a Julián Besteiro, el ecuánime, que caza al hombre honrado y sensitivo que se refujia por necesidad en otro país y lo ahorca o lo fusila, como los dictadores de España, los vengativos, a este bueno y honrado Cipriano Rivas Cherif, entre otros que no conocí personalmente. Qué bien se portó Rivas con nosotros en aquel agosto de l936. Gracias a su buen ánimo jeneroso y a la libre comprensión y noble dilijencia de Manuel Azaña, pudimos salir al aire más libre, entonces, del mundo, ya que en el de España, [...], nos ahogábamos. No olvidaré nunca aquel salón amarillo con vistas a Guadarrama humeante donde Azaña, sereno y sonriente, no parecía un preso; y con qué pena dejé a algunos de los que dejé en Madrid, que hubiera querido llevarme conmigo. Aquí tenéis, casticistas, la tan cacareada «reciedumbre» de España; Azaña muerto de tristeza, Besteiro de ingratitud, Rivas de venganza, en nombre de lo castizo.

Qué diferencia entre estos hombres de alma pequeña y oscura que hoy pisan fuerte y hueco a España y el General Mannerheim de los finlandeses [...]



Juan Ramón Jiménez
Tiempo (1941)


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