inicio

UN RELATO DE MAX AUB PERDIDO EN EL LABERINTO (María Paz Sanz Álvarez)



Entre las obras del prolífico escritor Max Aub (novelista, poeta, dramaturgo, ensayista) probablemente la más célebre sea El laberinto mágico. Pero no todos los lectores saben que no sólo se compone de seis novelas -1-, de las cuales una es más bien un guión cinematográfico, sino también de una serie de relatos sobre la guerra civil española, el éxodo, las cárceles y campos de concentración y el exilio, que completarían este «Laberinto español». Aub señala esa intención de reunir todos los relatos (novelas y cuentos) sobre la guerra civil y sus consecuencias:

Bajo el título, dijimos definitivo, de los campos, podrían reunirse todos según el orden cronológico de los sucesos que los motivaron: I. Campo cerrado; II. Campo abierto; III «El cojo»; IV. «Cota»; V «Una canción»; VI. «Manuel el de la Font»; VII. «La ley»; VIII. «Un asturiano»; IX. «Santander y Gijón»; X. «Alrededor de una mesa»; XI. « Teresita»; XII. Campo de sangre; XIII. «La espera»; XIV. «Enero sin nombre»; XV Los traidores; XVI. Historia de Alicante -2-; XVII. «Una historia cualquiera»; XVIII. «Enrique Serrano Piña»; XIX. «Historia de Vidal»; XX. «Otro» -3-; XXI. «Un traidor»; XXII. «Ruptura»; XXIII. Campo francés; XXIV «Los creyentes»; XXV «Historia de Jacobo»; XXVI. «El limpiabotas del Padre Eterno»; XXVII. «Yo no invento nada»; Apéndice: Diaria de Djelfa.

Vistas así, a ojo de buen pájaro, estas narraciones, pueden dar una idea de lo que fue la lucha y la derrota de lo mejor que tenía España en 1936. Por lo menos con esa intención de cronista los escribí. Si queda, además, mi nombre aparezca en una esquina baja como el retrato del pintor, en un retablo medieval, perdido entre tantas caras, ojalá vivas.


El laberinto mágico o laberinto español -como muchos estudiosos lo han venido a llamar- es un intento de entender lo que ocurrió en aquellos años, no sólo los de la contienda sino los anteriores a ella. Por ello en otras novelas de Aub que no son los «Campos» se dará el antecedente a la guerra civil; me refiero a Las buenas intenciones (1954) y, sobre todo, a La calle de Valverde (1961), donde se trata de exponer los conflictos ideológicos que luego darían lugar al trágico desenlace que se recoge en los «Campos». Max Aub nunca saldría de su «laberinto», estaría presente tanto en los «Campos» como en estas otras novelas y en muchos de sus relatos. Porque del laberinto es prácticamente imposible salir, como responde Cuartero a la pregunta de Templado: « ¿Saldremos del laberinto?» «Nunca. Porque España es el laberinto». Y Max, aunque vivió muchos más años fuera de España, nunca salió de ella espiritualmente.


Manuel Tuñón de Lara se hace eco de las palabras de Aub en la introducción a una edición completa de El laberinto mágico (que, además de los seis «Campos», incluiría una serie de relatos sobre la guerra civil española) -4-. Sin embargo, por causas desconocidas (posiblemente problemas económicos de la editorial) la edición no llegó a ver la luz. En el mencionado estudio introductorio de Tuñón, conservado hoy en la Fundación Max Aub (Segorbe), encontré por vez primera noticia de un relato inédito titulado «El que ganó Almería», fechado en 1968, que sería el eslabón perdido de la cadena de narraciones sobre la guerra civil española. Se lo comuniqué a Miguel González Sanchís, director de la Fundación, y tiempo después apareció el relato, mecanografiado en seis folios, entre los papeles personales de nuestro escritor. La generosidad de Elena Aub, hija del escritor, me permite hoy presentar este relato inédito. Se trataría de un episodio exento de Campo de loe almendros, donde dos de los personajes de la última novela de Max Aub -Julián Templado y el Cabezotas- relatan los hechos ocurridos en Almería los tres primeros días de la guerra civil, mientras esperan en Alicante el destino de sus vidas al final de la guerra (ser prisioneros en un campo de concentración, huéspedes permanentes de una cárcel o fusilados delante de un paredón). Así queda patente el contraste de situaciones: el fin de la guerra, con la República vencida, y su principio en Almería, cuando los republicanos, con las mínimas fuerzas, logran que fracase el movimiento de sublevación franquista los días 18, 19 y 20 de julio de 1936.


Se basa el relato en la obra testimonial del gobernador civil de Almería (durante los meses de febrero a octubre de 1936), Juan Ruiz-Peinado Vallejo,


Cuando la muerte no quiere (México: edición del autor de 3.000 ejs., La Impresora Azteca, 1967, 503 p.). Testimonio que, según confiesa el ex gobernador civil, lo escribió en Filadelfia en 1938, cuando trabajaba en el consulado de la República española. Allí un editor le ofreció publicarlo a cambio de una buena suma de dólares, pero él lo rechazó porque suponía que si leía el libro Franco mandaría fusilar a muchos de los que en él aparecían. Así explica la fecha tan tardía en la que se anima a publicarlo. «La batalla de Almería la gané yo», asegura el ex gobernador en el prefacio. «La llamo batalla, no por las fuerzas que en ella tomaron parte, sino por la importancia que tuvo en la sucesión de la guerra; y digo que la gané yo, aunque esto, a primera vista, parezca una petulancia. Pero no hay tal. Los hechos son incuestionables y los hechos que acaecieron son los que fijan mi afirmación. En efecto, para dominar a las fuerzas sublevadas no interviene el pueblo. Éste, que había acudido, en parte, a mi llamamiento y, también en parte, al de la Federación de Sindicatos, quedó sin acción al agotársele en unos minutos las escasas municiones que poseían.»


De ahí que Aub eligiera ese título para el relato, refiriéndose a Peinado (y no al brigada Escobar, como parece indicar «el Cabezotas»). Los militares sublevados no encontraron ninguna resistencia en edificios oficiales, excepto en el Gobierno Civil de Almería, «en donde me acompañan el capitán Peñafiel y treinta guardias de Asalto que permanecieron leales a la República, a más de unos cuantos correligionarios. Después las conversaciones telefónicas con el comandante militar, jefe de las fuerzas, las llevé yo y las amenazas, informaciones tendenciosas y optimismo sin base, con que los confundí telefónicamente a él y su gente motivando su rendición, fue producto de mi imaginación. Y la importancia que tuvo esta victoria fue extraordinaria para la sucesión de la guerra. Expertos militares y políticos coinciden todos en que si Almería cae en poder de los sublevados aquel día, la guerra hubiera durado, a lo sumo, de dos a tres meses», asegura Peinado. Almería, efectivamente, no fue ocupada por las fuerzas franquistas hasta el final de la guerra.


Aunque la actuación rápida y eficiente de Peinado (consiguiendo el apoyo de los soldados de Armilla y del destructor Lepanto) fue decisiva para frustrar la sublevación franquista en Almería, también tuvo importancia la participación del diputado socialista Gabriel Pradal. Según su versión, manifestada en su lecho de muerte al escritor Luis Romero, autor de Tres días de julio (Barcelona: Ariel, 1966), el 19 de julio de 1936 recibe una confidencia de un suboficial asegurándole que la guarnición de Almería, la guardia civil y las fuerzas de carabineros estaban prácticamente sublevadas y listas para declarar el estado de guerra y apoderarse de los edificios oficiales. El teniente coronel de los carabineros, Isaac Llopis, amigo personal de Pradal, se ofrece a organizar a los mineros y campesinos en la Casa del Pueblo para defender Almería de los sublevados. Pradal llama a José Giral -nuevo jefe del gobierno republicano y ministro de Marina- para pedirle un barco con que defender Almería y éste le dice que de momento es imposible, pero que llame de su parte al comandante Juan Ortiz, de la base de los Alcázares, para que le envíen algún auxilio aéreo. Pradal recibe la llamada del alcalde de Adra informándole de la interceptación de dos camiones con soldados de aviación que han escapado del aeródromo de Armilla (Granada) y quieren dirigirse a Almería por si les necesitan. Pradal desconfía, pero el alcalde de Adra le dice que está seguro de que son leales. Bajo las amenazas del gobernador militar, Huertas Topete, de declarar el estado de guerra si no deponen las armas los civiles, Peinado solicita a Pradal que desmovilice a los mineros y campesinos de la Casa del Pueblo.


Ambas versiones, la de Pradal y la de Peinado, coinciden en los hechos, pero cada uno se adjudica el éxito. Peinado acusa, en sus memorias, a Pradal y a los socialistas de enemigos de los republicanos y de querer gobernar la provincia controlando los sectores de la administración y la producción a través del Comité Central Antifascista. Los socialistas consideraban -ya antes de la sublevación militar- a Peinado incompatible con la voluntad obrera: «Me consideraban derechista y poco menos que enemigo de la clase obrera», reconoce en sus memorias (p. 179).


Este episodio del principio de la guerra civil en Almería simboliza la firme oposición de las masas obreras a la sublevación militar. Sin embargo, las consecuencias funestas que se desencadenarían por las discrepancias entre republicanos, socialistas, anarquistas y comunistas favorecerían a Franco para ganar definitivamente la guerra.


Aub va más allá de la historia que cuenta Peinado en sus memorias (éstas se cierran con el principio del largo camino hacia el exilio), situándonos al ex gobernador civil de Almería en México, como un hombre rico y triunfador (por tanto han pasado varios años desde que terminó la guerra). En este particular anacronismo -ya que quienes narran los hechos son dos personajes de Campo de los almendros que están en Alicante en 1939- prevalece la intencionalidad del autor, cansado quizá de tanto relato testimonial sobre la guerra (más «que flores por allá» -5-)  y espectador de la renovación y el progreso de los exiliados, de borrar los aires melancólicos.


El relato está escrito en forma dialogada y en él aparecen tanto personajes ficticios de las novelas del


Laberinto mágico (Julián Tempiado, «el Cabezotas», Juanito Valcárcel) como personajes reales protagonistas de la guerra civil. A algunos de ellos sólo se les menciona por su cargo, como ocurre con el gobernador civil de Granada (que se llamaba César Torres y fue asesinado por los sublevados).


Aub relata los hechos emulando la oralidad de las historias que cuenta la gente, sin ofrecer todos los datos, aunque éstos los podemos comprobar en los libros de historia. Así, Templado cuenta la historia de forma coloquial. Comprobamos que los hechos son ciertos, pero no se nombra a todos sus protagonistas, como Valentín Fuentes, capitán del destructor


Lepanto, que junto a los soldados de aviación de Adra decidieron la situación de Almería en 1936. También apunta la importancia que las conversaciones telefónicas tuvieron para conseguir salvar Almería del ataque de los rebeldes. En el momento -en que Granada cae en poder de los sublevados, Peinado se hace pasar por el gobernador militar de Almería -por teléfono- e indica que ellos siguen fieles a la República y que no reciben órdenes de traidores sublevados. Cuando la comandancia militar de Almería pedía hablar con Granada, la telefonista, siguiendo órdenes de Peinado, decía que las líneas estaban ocupadas o averiadas, para impedir que Huerta hablase con los sublevados de Granada y se pusiera a sus órdenes. «Era curioso ver cómo el teléfono seguía funcionando en España y podíamos comunicarnos leales y desleales en aquellos primeros días. El teléfono jugó un papel muy importante en los sucesos y en lo que me respecta, puedo asegurar que fue lo que salvó mi provincia» (Peinado, p. 147). Cuando Peinado decide ir a Madrid, en vista de la situación comprometida que está viviendo Almería con el Comité Central (regido por socialistas, comunistas y anarquistas), es detenido por un grupo anarquista y conducido a una «checa». Gracias a la mediación de uno de los militantes, que conocía a Peinado de Ronda, en el tiempo que trabajaba como cocinero -no jardinero, como dice Aub en el relato- de una condesa, le liberan. (Esto lo cuenta Peinado en sus memorias.)


Peinado también tuvo enfrentamientos con la marinería del acorazado Jaime I (6) El buque permaneció anclado en el puerto almeriense durante algunas jornadas de agosto y llegó a constituirse como otro poder paralelo. La situación se hizo insostenible para Peinado. Al fin consiguió que el barco zarpase rumbo a Cartagena, y él marchó a Madrid en busca de soluciones el último día de agosto. Cuando varios marineros del Jaime I viajaron en coche desde Cartagena a Almería con intención de matar al gobernador civil, éste ya había salido hacia la capital. Allí le sorprendió la crisis ministerial y el cambio de gobierno. Aunque oficialmente siguió siendo gobernador hasta finales de octubre (el 24 de ese mes de 1936 se publica su dimisión en el Boletín del Estado), ya no volvería a la capital almeriense. El sucesor de Peinado, nombrado por Largo Caballero, fue Gabriel Morón Díaz (7).


Éste es, por tanto, un relato inmerso en El laberinto mágico y basado en los hechos verdaderos ocurridos, que podemos confrontar con diversas obras de historia y memorias de los testigos principales de la guerra civil española. 
(Trabajo extraído de la web




________

* MARÍA PAZ SANZ ÁLVAREZ. Se doctoró en Filología Hispánica con la tesis La narrativa breve de Max Aub. Ha publicado el libro Un amigo de la juventud: cartas de Rafael Alberti a Celestino Espinosa. (REVISTA DE OCCIDENTE nº 265, junio/03)

1 Campo cerrado, Campo abierto, Campo de sangre, Campo del Moro, Campo francés y Campo de los almendros.

2 Al igual que ocurre con Campo del moro, todavía no le había dado el título definitivo de Campo de los almendros.

3 Aquí Max Aub se equivoca, pues «Enrique Serrano Piña» (así aparece en Cuentos ciertos) y «Otro» (tal como lo titula en Sala de espera, nº 7) son el mismo cuento, titulado de distinta forma; también lo tituló «Vernet, 1940» (en la edición española de La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco y otros cuentos). Ignacio Soldevilla se lo hace notar a Max y éste reconoce en una carta del 14-7-1964 que la confusión «no es más que una prueba de mi mala memoria».

4 Esta introducción de Manuel Muñón de Lara la publicó la Fundación Max Aub en De Muñón de Lara a Max Aub: Introducción al «Laberinto mágico», Segorbe, 2001. 

5 El propio Peinado se sirve de la lectura de las memorias de tres testigos de la guerra en la zona nacional: Un año con Queipo, de Antonio Bahamonde y Sánchez de Castro, donde cuenta las atrocidades practicadas por el general fascista; Doy fe, de Antonio Ruiz Villaplana, y Yo he creído en Franco de Francisco Gonzálbez Ruiz, gobernador de Murcia hasta febrero del 36, que se pasa voluntariamente al lado de los rebeldes, pero viendo las atrocidades que éstos cometen huye al extranjero. 

6 En la página 234 de las memorias de Ruiz Peinado leemos lo siguiente: «Llegó a Cartagena el acorazado Jaime I procedente del estrecho de Gibraltar, con los cadáveres y desperfectos causados por la bomba de un avión rebelde […] el Jaime I se tomó la justicia por su mano. Todos los barcos-prisioneros fueron ordenados ponerse en marcha, y ya en alta mar, los presos, en su mayoría militares, fueron atados por parejas, dándose la espalda, y tirados al agua». Peinado afirma asimismo que su ida a Madrid fue para solicitar ayuda al Ministerio para que se restituyese en Almería la jurisdicción y se juzgase a los prisioneros en vez de tomarse los del Jaime I la justicia por su cuenta. 

7 Rafael Quiroga_Cheyrouze «Almería: los comités y los gobernadores», en La guerra civil en Andalucía Oriental: 1936-1939, Granada: Ideal, 1987, pp. 265-271.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Entradas relacionadas

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...