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XXXIV
Leonardo, en Marsella, daba
referencias de Six a la Prensa y a los comensales de los bares, con el prestigio del hongo
gris, que hacía repercutir sus palabras muy lejos.
-Ningún pugilista sin un punch
poderoso podrá vencer a Six –decía con
su aire de dueño de una gran cuadra de boxeadores.
Lo que Six tenía de pesado se
dignificaba en Leornardo. El boxeador
era un hombre de ancho pecho, con andar de hipopótamo y que se salía del
cinturón y la camisa como si se quisiera englobar en el cielo.
Para Leonardo, la impresión de
acompañar al boxeador era que le iba llevando con el ronzal de las palabras
como al choto al que vence la correa que lo amarra.
Evitada la pregunta de “¿Quiénes
son éstos?”, Leonardo pensó en lo que les convendría y aprovechando el gran
porvenir de la operación glandular fundó una sociedad para la explotación y
reproducción del chimpancé.
En la soledad de su habitación de
hotel se reían Leonardo y Valentín de todo lo que iba sucediendo y de cómo era
Six el chimpancé padre, la primera piedra de aquel negocio que se prestaba a la
gran credulidad mundial, pues, como decían los prospectos: “La gran carestía de
chimpancés hace que una operación de virtudes insuperables no se pueda repetir
en las clínicas todo lo a menudo que las grandes fortunas quisieran”.
En el aire de gran empresa que
corre por Marsella, Leonardo lucía como una aureola de elegancia su hongo gris.
En Marsella resultaba aquel
sombrero demasiado llamativo, asaz importante, como desafiador de las
imaginaciones.
Valentín, notando el peligro de
aquel empaque en la ciudad novelística, dijo a Leonardo:
-Yo me atrevería a decirte una
cosa… Tu sombrero gris nos puede comprometer… ¡Si variases de sombrero!
-Comprendo tu inquietud, pero te
voy a confesar que pero te voy a confesar que sin mi hongo gris no podría ni
pensar. Todas mis genialidades y mis actos de suerte se los debo al hongo gris…
Si yo no tuviese mi rato de paseo y meditación con mi hongo gris encasquetado,
no encontraría salida a muchas cuestiones.
-No comprendo tu hongo gris…
Acepto que se le lleve a las carreras, pero nada más.
-¡Ah! ¿entonces supones que se va
montado en el hongo, no que el hongo va montado en uno?
-No quiero decir eso… Lleva a las
carreras como una obsesión, como un globo cautivo.
-Todos han tenido un hongo gris
de ésos, pero no saben lo que es ser el que lleva hongo gris siempre y puede
pasearlo por toda Europa.
-Pero, ¿y la policía?
-Nadie de mis señas diciendo: “Usa
hongo gris”, porque creen que, al huir, lo primero que he hecho ha sido variar
de indumentaria… Con todas mis señas personales, mnos esa, sólo gracias al
hongo gris distraigo a la policía internacional y no pueden concebir que yo sea
el que buscan.
-Quizás tengas razón.
-Hombre, me molesta mucho tu “Quizás
tengas razón”, pues aunque, indudablemente, quiere decir tienes razón es como
el “pué ser” de los portugueses que siendo rotunda aseveración de lo que han
oído, tiene aires de duda.
-No te quemes… Doy más probabilidad a lo que puede ser
diciendo ese “Quizás tengas razón”, que diciéndote “Tienes razón”.
-Además, perdida la fe en muchas
cosas, hay que creer en algo, y por eso creo en el hongo gris…. Entre los seres
actuales, como entre los salvajes, algo en la cabeza, unas plumas especiales o
un hongo gris, marcan a los jefes de la tribu… Créeme que el hongo me da cierta
impunidad…
-Según tú, todos deberían usar
hongo gris.
-En eso te equivocas. No puede llevar cualquiera hongo gris, pues
obliga de tal modo al que lo lleva que, aunque se supiese que daba la buena
suerte, no habría muchos voluntarios.
-¿Pero es que tú notaste esas
condiciones del hongo gris desde el día que compraste el primero?
-Desde ese punto y hora… Me
encontré más osado, comprendiendo el mundo mucho mejor.
-¿Y te sentiste invisible?
-Eso ya haría inverosímil lo que
no lo es… El hongo gris no es más que el sombrero del éxito en la vida, pero no
lo pueden usar sino hombres de mi tipo.
-Pero convendrás conmigo en que
un sombrero que tornase invisible sería el sombrero ideal.
-No lo creas… En definitiva, no
sería práctico… Porque si te dedicabas al amor, ibas a oír tantos gritos que ni
el amor te iba a gustar, y si te dedicabas al robo, los hombres inventarían la
pistola contra el invisible.
Se hizo una pausa y al cabo de
ella continuó Leonardo:
-Nadie se ha dado cuenta de lo que
significa un hongo… En los momentos más difíciles o importantes, es un hongo el
que aparece… Fíjate en una boda… El hombre que no se te olvida y el que da
autenticidad a la boda es el que tenía sombrero hongo. Sin él la boda no
hubiera sido verdad… ¡Que no veamos nunca el hongo de la policía, hongo
especial, generalmente negro!... El
hongo color café es el hongo temible. Su dueño es siempre un domador y
martirizador de mujeres, tipo de dientes apretados, que las da pellizcos de
chino… El hongo no es un sombrero; el
hongo es un segundo cerebro que nos ponemos encima, y el hongo gris es el
cerebro genial!
-Vaya con la teoría!
-La época se refleja en mi
sombrero… Tú fíjate bien en mí…. Pues yo soy el tipo de la época… Por eso me
dejan vivir y puedo acercarme a las ventanillas de los Bancos como a
confesionarios que me absolverán a mí de lo que no absolverán a nadie… Por eso
puedo leer tantas cosas útiles apoyado en sus rejas.
-Sí, tienes el tipo de transeúnte
máximo, del inaugurador de todos los esnobismos de la época, del que da
prestigio a las casas de té.
-Llevo un tanto en la niebla… La
niebla elegante sale de mi sombrero gris.
-¡Cuidado que eres pretensioso!
-Tú puedes dudarlo, pero a quien
únicamente se le puede achacar ese fenómeno es al hongo gris.
-Sigue amontonándole excelencias.
-El gran ajedrecista Walof lleva
siempre un hongo gris, y por su hongo gris es por lo que es él campeón. El día
que le roben ese hongo, dejará de serlo.
-Me dan ganas de comprarme un
hongo gris..
-Siendo mi secretario, no podrías
usarlo… Además, perdóname que te diga que no tienes tipo.
-Bueno, en una palabra, es tu
morrión de húsar de la muerte y yo soy tu asistente, que ya sé que tengo que ir
a la muerte detrás de él.
Ramón Gómez de la Serna
El caballero del hongo gris, 1928
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Tras el velo de las apariencias:
La desmitificación del progreso en
sobre El caballero del hongo gris
de Ramón Gómez de la Serna
(Nicolás Fernández-Medina)
pinchando aquí
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