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EL POLÍTICO (Azorín)


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III. NO PRODIGARSE

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No se prodigue ni en la calle, ni en los paseos, ni en espectáculos públicos. Viva recogido. Al hombre de mérito se le estima tanto más cuanto menos podemos apreciar los detalles pequeños, inevitables, que se le asemejan a los hombres vulgares. ¿ Qué vale más: ser llano, corriente, hablar con todos, entrar con todos en conversación a cada momento, o mostrarse sólo de cuando en cuando con una cortesía perfecta, pero un poco severa, con una afabilidad que atrae, pero que al mismo tiempo no permite la intimidad, la familiaridad, y hace que permanezcan aquellos con quienes conversamos a una invisible e insalvable distancia de nosotros? Aténgase el político a este último punto; lo que mucho se ve, se estima poco; persona con quien a todas horas podemos comunicar, tendrá nuestra estimación, nuestro respeto, pero le faltará ese matiz de severidad, ese algo que impone, ese aspecto que hace que deseemos, que ansiemos verla, hablar con ella, oír de sus labios tales o cuales opiniones.
Sea difícil el político para las visitas; no reciba a todos, sino a contadas personas. No otorgue a todos su afabilidad y su cortesía. Acaso los que no logran traspasar sus puertas propalen su hurañez y aun su soberbia. Pero si aquellos pocos a quienes recibe y otorga su amistad les trata espléndidamente, es leal, consecuente y generoso con ellos, su fama de hombre excelente y buen amigo prevalecerá y dominará, y no la de huraño y soberbio.



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XIII. NO PRESTARSE A LA EXHIBICIÓN

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Sea entendido con los entendidos, opaco y vulgar con los opacos y vulgares. No es de entendimiento sutiles el ingenio, el hacerse admirar, el exhibirse brillantemente en un concurso de hombres modestos y sencillos. Dejense las galas del ingenio para cuando con perfecta paridad, de igual a igual, se puede competir en la reuniones y asambleas de los doctos. El político tendrá que viajar muchas veces por su país, tendrá que ir a los pueblos. No pretenda en estas ocasiones ganar admiraciones y simpatías deslumbrando. Hable como todos; si acaso, de tarde en tarde, tenga en estas conversaciones vulgares una reflexión oportuna, ingeniosa, sutil: estas reflexiones sabias y agudas que se realizan sin ruido, sin pretenciones, entre las palabras vulgares, es lo que Fernando de Rojas llama en el prólogo de La Celestina "deleitables fontecicas de filosofía ".
El político, el artista, el poeta, el cantante, serán invitados muchas veces a las fiestas y ágapes, más bien que por su persona, para que tal fiesta o comida tenga un aliciente con su ingenio o habilidad. Conozca el artista o político cuándo sucede esto; en tal caso sea cauto, y ya que le han hecho ir de la misma manera que se llevan plantas o tapices, sea tan vulgar como todos, es decir, no dé muestras de su ingenio, ni use de su estro, ni, si es posible, cante o taña, como esperaba el que le invitó.

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XLVI. ELEGIR EL RETIRO

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Si el tiempo o los achaques le hicieren inútil para la vida pública, sepa determinarse a la retirada. Y si la vida cortesana —que es la mejor vida— no le agradare o no le conviniere, sepa también elegir un lugar de retiro.
Tienen un encanto profundo estos viejos pueblos que han sido medio destierro y medio retiro de grandes personajes; estos hombres eminentes han dejado en ellos como un hálito y un perfume de amarguras, esperanzas frustradas y desengaños. En 1426, el infante don Enrique de Aragón se retiró a Consuegra; Ocaña fue el destierro de don Juan de Austria, el hijo de Felipe IV; en Toro, con su colegiata, sus caserones y el noble Duero, paseó sus tristeza, después de veintidos años de mando y de poder, el conde-duque de Olivares. Que el pueblo que elija nuestro político sea apropiado a sus gustos, inclinaciones y complexion; no haga en él vida apartada y solitaria; no le falten los ánimos; el conde-duque, después de haber sido ministro universal del Imperio Español, se allanó a ser corregidor de una corta ciudad. No de él político en el desvanecimiento de creer que en los pueblos y aldeas los moradores han de ser personajes refinados y sabios; la aldea es la aldea y la corte es la corte. Confórmese con el trato llano y sencillo; interésese en las labores de la tierra; converse con los oficiales y artesanos. Todo este mundo de los pequeños alhaquines o tejedores, de los peltreros, de los percoceros o modestos plateros, de los herreros, de los carpinteros, tiene su encanto. Las ideas y venidas, las ansias y las pasiones son las mismas, pero en otra escala que las de los grandes. Siga la vida de la ciudad; estudie sus matices, sepa el encanto que tiene un ocaso; aprecie el concierto de la hora con los ruidos de las herrerías, con el canto de los gallos y el tañer sonoro de las campanas; en la primavera vea surgir poco a poco la vida en la campiña; extásiese con los tornasoles del cielo, y escuche —como a viejo e implacable amigo— el tictac del vetusto reloj en la ancha estancia.


Azorín
El político, 1908


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