DAVID ROAS (Barcelona, 1965) es doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, y profesor de dichas disciplinas en la Universidad Autónoma de Barcelona. Especialista en literatura fantástica, ha publicado, entre otros ensayos, Teorías de lo fantástico (2001), Hoffmann en España (2002) y De la maravilla al horror. Los orígenes de lo fantástico en la cultura española (1750-1860) (2006). Como escritor combina asuntos propios de lo fantástico con lo grotesco y lo absurdo, siempre en busca de una distorsión de lo real a medio camino entre lo inquietante y lo burlesco. Hasta ahora ha publicado el libro de microrrelatos Los dichos de un necio (1996), la parodia de novela negra Celuloide sangriento (publicada como folletín en el Diari de Sabadell en 1996), Horrores cotidianos (cuentos, 2007), Meditaciones de un arponero (crónicas, 2008) y Distorsiones (cuentos, 2011) obra esta última que recibió el VIII Premio Setenil al Mejor Libro de Relatos Publicado en España en 2011.
Sobre Distorsiones tiene dicho:
Distorsiones es un conjunto de 35 cuentos y
microrrelatos unidos por una idea central: ofrecer una visión perturbada de la
realidad y de nosotros mismos. Porque cada vez estoy más seguro de que, en el
fondo, esa es la verdadera cara de la existencia: desquiciada y sin sentido. El
libro se abre con una cita sacada de la película de Woody Allen
Deconstructing Harry que en buena medida resume todo esto: “Nuestra vida
depende de cómo la distorsionamos”. Así, los cuentos que forman el libro
recorren varias de esas formas que utilizamos para distorsionar nuestra vida: la
religión, la política, el dinero, la familia, el amor, el horror, la literatura,
el sexo, la amistad, la locura, la violencia, la reproducción... Para retratar
esas distorsiones, una veces acudo al humor y lo grotesco, otras a lo fantástico
y terrorífico, otras a lo absurdo y en alguna ocasión al más descarnado
realismo.
“Das
Kapital” es un texto que puede servir de ejemplo: un relato fantástico donde el
absurdo y el inquietud van cogidos de la mano para mostrar el horror de lo
cotidiano y, al mismo tiempo, ironizar sobre esa Revolución que nunca llegará.
Pero que, como idiotas, seguiremos esperando... sin hacer nada. Cuánta razón
tenía Beckett.
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