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¿Y de España? El
pensamiento estético español ocupa un puesto en la Historia de Croce, y le
ocupa merced a la Historia de las ideas estéticas en España, de nuestro gran
crítico artista Menéndez y Pelayo, de cuya obra se ha aprovechado B. Croce,
citándola con encomio y estimándola en algunas partes y aun fuera de lo que a
España exclusivamente se refiere, como por lo que hace a las ideas estéticas de
San Agustín y de los primeros escritores cristianos a la historia de la
estética francesa en el siglo XIX, la mejor guía. Gracias, en gran parte, a
nuestro Marcelino figuran honrosamente en esta historia nuestros Arteaga,
Azara, Barreda, Feijóo, Gracián, Huarte, León Hebreo, López Pinciano, Luzán,
Sánchez el Brocense, el Marqués de Santillana, Juan de Valdés, Lope de Vega y
Luis Vives. “España –dice en el capítulo XIX de su Historia- fue acaso el país
de Europa que resistió más tiempo a las pedanterías de los tratadistas; el país
de la libertad crítica, desde Vives a Feijóo, o sea del siglo XVI a mediados
del XVIII, cuando, decaído el antiguo espíritu español, se implantó allí, por
obra de Luzán y de otros, la poética neoclásica de origen italiano y francés.”
Pero en otro pasaje, al hablar, en el capítulo XIII, entre los estéticos alemanes
menores, nos dice que casi ninguno salió de su país nativo; y en un paréntesis:
“sólo Krause fue importado a la siempre desventurada España”. Esta última frase
la he citado ya.
Me dolió al leerla, aun
cuando no esté mal en la aplicación inmediata a que se refiere. Nos duele
siempre la compasión de los extraños, y más de los que, como Croce, parecen en
parte al menos, conocernos. Siempre
desventurada España… ¿Por qué? ¿Cuál es su desventura? No podemos juzgar de la
exactitud y el valor del epíteto hasta no saber toda la extensión del sentido
que su autor le da y en qué le funda. No
sé si en Italia, y aun por críticos de la perspicacia y de la independencia de
criterio artístico de un B. Croce, se nos conoce bastante para juzgar de
nuestra ventura o desventura, que es, por otra parte, categoría
eudemonística. Aun Carducci, que
presumía de conocer nuestra literatura, y en parte la conocía; Carducci, el que
habló de las contorsiones de la “afanosa grandiosidad española” (Del rinnovamento letterario in Italia), escribió en sus Mosche cocchiere que “en el
concilio olímpico donde se asientan Dante y Shakespeare, hasta España, que
jamás ejerció hegemonía de pensamiento, tiene a su Cervantes”, mientras Italia
siguió mandando a más de uno ¿Qué jamás
tuvo hegemonía de pensamiento? La historia de la Compañía que fundó el español
Íñigo de Loyola, y su acción en Trento, tal vez probara que no puede afirmarse
eso tan en absoluto. Esa hegemonía pdría ser buena o mala, según de donde se
mire.
Y la misma desventura
concreta a que B. Croce alude, la de que fuese aquí importado Krause, y no
Hegel, o Fichte, o Schelling, o Herbart, ¿a qué se debió sino a traer Krause,
filósofo de segundo orden, de ideas religiosas; más aún, raíces místicas? No es
lo interesante que fuese acá importado, sino que fuese aquí y en Bélgica, los
dos países acaso más hondamente católicos, la patria de Santa Teresa y la de
Ruisbroquio, donde echara raíces. Y tal
vez la posición espiritual que Croce ocupa frente a la religión, y la que
frente a ella ocupamos los genuinos españoles, hasta los que pasamos y nos
tenemos por heterodoxos, y algunos aun ateos, estas respectivas posiciones
hacen que el filósofo idealista y racionalista napolitano juzgue desventura lo
que nosotros, cuando meditamos a solas en ello, sin pegadiza sugestión de lo
europeo, nos vemos forzados a estimar nuestra ventura, por ser tal vez nuestra
razón de vida como pueblo, como pueblo naturalista, irracionalista en un cierto
altísimo concepto que no excluye el uso de razón, y tal vez como pueblo
afilósofo. El sentido económico, potencializado y hecho trascendente; la
preocupación de nuestro último fin personal y concreto; el culto de la
inmortalidad sustancial, nos dominan. La pura contemplación desinteresada no es
cosa nuestra.
En estas páginas que
preceden a la traducción española de la Estética de Benedetto Croce he querido
mostrar, más que mi asentimiento personal a sus doctrinas, que es grande, pero
cosa que al lector debe de importarle poco, las dudas que en el ánimo de éste
puede levantar su lectura y el sentimiento que en él provocara lo que el gran
pensador italiano parece pensar de nuestro pueblo. Es, creo, la mejor
introducción española a esta también española traducción, y el más leal y viril
modo de honrar la obra de Croce, uno de cuyos mayores méritos, y no el menor,
es el de suscitarnos esas dudas y problemas, y el de hacernos volver, con una
sola frase, a nosotros los españoles, a nuevo examen de conciencia colectiva.
Por mi parte, debo a B. Croce no pocas enseñanzas, corroboración de puntos de
vista, esclarecimiento de ideas que bullían en mí confusas, expresión neta de
oscuras impresiones que en mí germinaban, solución de dudas, soldamiento de
cabos sueltos y de incoherentes fragmentos de pensar; pero le debo también el
que me haya suscitado nuevas dudas, el que me haya hecho formularme nuevas
preguntas, y, como español, le debo el haberme despertado aún más, con una
simple frase, que vale mucho por venir de quien viene, la conciencia de la
dignidad de mi patria y el pesar de la piedad, no sé hasta qué punto merecida,
con que se la mira fuera de nosotros y, hasta tristeza y vergüenza de decirlo
dentro. “¡Pobre España!”
Miguel de Unamuno
de Prólogo a Estética
de Benedetto Croce, 1912
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