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La religión, o mejor
dicho, la superstición está tan íntimamente ligada a la vida española, tanto pública
como privada, que temo cansarle con mi continua referencia a ella. La
involuntaria sucesión de ideas me obliga a entrar ahora mismo en este tema
inacabable (...).
La influencia de la religión España no conoce límites y divide a los españoles en dos grupos: fanáticos e hipócritas. En un país en el que la ley amenaza con la muerte o la infamia a todo disidente del tiránico dogmatismo teológico de la iglesia de Roma, donde todo el mundo es no sólo invitado, sino forzado, bajo pena de cuerpo y alma, al cumplimiento de esta ley (...) ¿No están condenados los disidentes ocultos a una vida de degradante sumisión o desesperado silencio? (...).
Los grandes de España se han degradado por sus servil conducta en la Corte y se han hecho odiosos ante el pueblo por su insoportable altanería fuera de ella. Con su mala administración y sus extravagancias han arruinado sus casas y con el descuido y abandono de sus inmensas propiedades han empobrecido el país. Si hubiera una revolución en España estoy seguro de que el orgullo herido y el espíritu de partido les negaría en la constitución la participación en el poder a que le dan derecho sus estados, sus antiguos privilegios (...). Seguirán siendo una pesada carga para el país, y por otra parte, el temor a perder sus excesivos privilegios y su oposición a aceptar las reformas que deben rehacer sobre todo en ellos y en el clero, los pondrán siempre del lado de la corona para restaurar los abusos y arbitrariedades de un gobierno despótico (...).
Pocas son las ventajas que un joven puede sacar de los estudios universitarios en España. Esperar que exista un plan racional de estudios en un país en el que la Inquisición está constantemente al acecho sería manifestar un desconocimiento total de las características de nuestra religión (...) ¿Quién se atreverá a caminar por el sendero de la cultura cuando conduce directamente a las cárceles de la Inquisición?
La influencia de la religión España no conoce límites y divide a los españoles en dos grupos: fanáticos e hipócritas. En un país en el que la ley amenaza con la muerte o la infamia a todo disidente del tiránico dogmatismo teológico de la iglesia de Roma, donde todo el mundo es no sólo invitado, sino forzado, bajo pena de cuerpo y alma, al cumplimiento de esta ley (...) ¿No están condenados los disidentes ocultos a una vida de degradante sumisión o desesperado silencio? (...).
Los grandes de España se han degradado por sus servil conducta en la Corte y se han hecho odiosos ante el pueblo por su insoportable altanería fuera de ella. Con su mala administración y sus extravagancias han arruinado sus casas y con el descuido y abandono de sus inmensas propiedades han empobrecido el país. Si hubiera una revolución en España estoy seguro de que el orgullo herido y el espíritu de partido les negaría en la constitución la participación en el poder a que le dan derecho sus estados, sus antiguos privilegios (...). Seguirán siendo una pesada carga para el país, y por otra parte, el temor a perder sus excesivos privilegios y su oposición a aceptar las reformas que deben rehacer sobre todo en ellos y en el clero, los pondrán siempre del lado de la corona para restaurar los abusos y arbitrariedades de un gobierno despótico (...).
Pocas son las ventajas que un joven puede sacar de los estudios universitarios en España. Esperar que exista un plan racional de estudios en un país en el que la Inquisición está constantemente al acecho sería manifestar un desconocimiento total de las características de nuestra religión (...) ¿Quién se atreverá a caminar por el sendero de la cultura cuando conduce directamente a las cárceles de la Inquisición?
José María Blanco White.
Cartas de España. 1822.
Goya La boda (detalle), 1792 |
Como ni en Madrid ni en
los (Reales) Sitios se conocen los coches de alquiler, causa compasión y risa
al mismo tiempo el ver salir, después de un laborioso tocado, a estos jueces,
intendentes y gobernadores en embrión, vestidos de gala, caminando en medio del
barro y dirigiendo ansiosas miradas a las chorreras y puños de encaje,
mañosamente atados a las mangas y al chaleco y, que a causa de un desgraciado
accidente, pudieran mostrar a la luz pública la basta y descolorida camisa que
intentan ocultar. Así van penosamente camino del Palacio para vagar por sus
galerías durante horas y horas hasta que consiguen hacerle una reverencia al
ministro o a cualquier otro gran personaje del que dependen sus
esperanzas. Cumplido este importante
deber, cuelven a la pensión a tomar una escasísima comida, a no ser que su
buena estrella les haya deparado una invitación. Por la tarde tienen que hacer acto de presencia en el paseo público donde la
familia real toma el aire diariamente, tras el cual terminan la jornada
asistiendo a la tertulia de alguna gan señora, si han tenido la suerte de
obtener su venia para presentarle este diario tributo de respeto.
José María Blanco White.
Cartas de España. 1822
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