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UN CUENTO Y DIEZ POEMAS (José Jiménez Lozano)

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La condenada

Ahora que ya era primavera, se acostaba algunos días, allí, en el huertecillo, junto al pozo, tan blanco, y la menta y los geranios rojos, hasta que se repusiese de los setenta azotes que había recibido, de orden de los señores inquisidores y que le habían dejado la espalda encentada. ¿Y qué había hecho ella?

No había podido entender nada de lo que le habían dicho en el tribunal de por qué no tenía que hacer oración, ni leer allí en su huertecillo, cerrando los ojos; pero eso era lo que la habían reprochado llamándola "iluminada".

-¿Y qué es iluminada? -decía ella.

Era todavía una niña, y su madre no había querido dársela por mujer a un hombre viejo y rico que era vecino suyo, y siempre se asomaba a las bardas del huertecillo. Así que estaba allí acostada y en silencio, curándose de aquellos azotes, aunque sabía que él podía denunciarla de nuevo.

Su madre también había sido azotada y había estado en la cárcel algún tiempo, pero cuando estaban allá, en la habitación de más adentro, leían aquel libro que decía que eso era el amor de Dios: esa desgracia.

Y entonces sentían mucha alegría, y tenían señalada esa página con unas hojas de menta o yerbabuena.

 

La condenada
De Yo vi una vez a Ícaro, 2001



 

El ojo del mundo

Tras la lluvia,
en el jardín de arena,
un guijarro negro relucía
como el ojo del mundo.
Y quizá lo era.
Elegías menores, 2002



El árbol seco

Diez años esperó que el árbol seco
floreciera de nuevo. Diez años
con el hacha aguzada y temblorosa,
pero el árbol
sólo exhibía sus desnudos brazos,
la percha de la urraca y de los cuervos.
Cortóle al fin, y, de repente,
vio su corazón verde, borbotón de savia;
un año más, y hubiera florecido.



Nieve en Primavera

A sómate a la ventana: llueven rosas,
mariposas quizás revolotean, construidas
en las aéreas estancias de lo Alto;
nacidas allá arriba, donde nuestros deseos
y esperanzas, al subir, sucumben.
¿T e acuerdas de la Vía Láctea en el verano,
que deja pasar la luz de la puerta del palacio
de los dioses, como si estuviera mal cerrada?
Por allí ha debido de bajar esta hermosura,
porque quizás los dioses celebran una fiesta
y envían
tal regalo nupcial hacia la tierra.



Astros

¡Míralos bien ¡
También se alzarán sobre tu tumba
y, aunque todos te olviden,
ellos recordarán tus ojos de tantas noches contemplándolos
Es imposible que esta celeste rueda
Gire eternamente sin memoria.



Murciélago

Siendo niño, has visto muchas veces
la pasión y muerte de un murciélago,
clavado en la puerta por sus alas,
y al que por irrisión se ponía un cigarrillo
en la boca; y has oído
su grito y la risa de los crucificadores.
¿Cómo soportarías luego los iconos, los relatos
de la cruz de Cristo? Porque
¿acaso bajaste de su cruz a algún murciélago?



Elegías menores, 2002



Maidanek

 Parece que, en Maidanek,
los detenidos dibujaban por doquier mariposas.
¿Sueño de salir en vuelo de aquel mundo?
¿Sueño de la niñez, tan cándida,
mirando mariposas como llamas?
Mas los niños, a veces, en sus juegos inocentes,
queman las alas de las mariposas, y ríen
con las enloquecidas contorsiones de éstas.
Nuestra infancia, Maidanek.



Elegías menores, 2002



Libertad

Porque sí, el agua
echó a correr, saltándose el regato.
 ¿Hacia dónde?
 ¿Y qué le importa al agua?



Elegías menores, 2002




Eclesiastés

¡Oh! ¿Y yo no estaré ya
para cuando florezcan?
La tierra que me cubra
¿no dará rosas?
¿Sólo hay olvido, ni niebla de memoria
bajo las hierbas rústicas?
¿En qué blasón antiguo
habéis visto ennoblecido el heno?
Hoy, está en su verdor
y mañana
lo arrojarán al horno.
Pero sabed que fui,
que viví y he existido.
Mi nombre no os importe:
podéis pisar el césped,
recostaros.

Tantas devastaciones, 1992



De re pública

Democrática plebe de gorriones,
cuervos y estorninos senadores,
oligarquía de pavos reales, loros cortesanos,
cucos exilados, ruiseñores en jaula.
El Gran Gallo sobre un montón de estiércol
pregona en la mañana sus mandatos.
¿Pajarería, república, acaso monarquía?
Palabrería solamente. “Los quiero
a la cazuela o fritos”, dijo el zorro;
y hubo un minuto de silencio,
totalmente apolítico.



La estación que gusta al cuco, 2010




Revelación


Sol vencido te regala,
en la tarde de otoño,
el poder y la gloria.
Mira tu alargada sombra:
nunca serás más grande.



La estación que gusta al cuco, 2010


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José Jiménez Lozano






Nacido en Langa (Ávila) en 1930. Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras, abandona pronto sus aspiraciones a la Judicatura y, tras pasar por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, iniciará sus labores profesionales en el diario El Norte de Castilla, de Valladolid. En este periódico, al que ha permanecido vinculado a lo largo de toda su vida activa, llegará a desempeñar los cargos de subdirector (a partir de 1978) y director (desde 1992 hasta su jubilación en 1995). A finales de los sesenta se da a conocer como ensayista y muy pronto aparecen también sus primeras narraciones. Ha publicado hasta el momento más de veinte libros de relatos (entre novelas y recopilaciones de cuentos) y ha destacado también como ensayista original y culto y como autor de una rica y sugestiva obra diarística que va ya por su cuarta entrega. También ha cultivado la poesía con particular acierto. Toda su obra - dotada de una destacable unidad a pesar de los diferentes cauces genéricos en los que se vierte - responde a una poética original, exigente y rigurosamente propia que le sitúa en un lugar destacado entre los escritores españoles contemporáneos sin que pueda encuadrársele en ninguna escuela o grupo reconocible.



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