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Las colecciones de 'exempla' provenientes de Oriente gozaron de una larga y fecunda tradición. En el Medioevo, particularmente en los siglos XIII y XIV, fueron utilizadas por la ortodoxia cristiana como 'avisos', es decir, como consejos destinados a orientar al hombre a buscar el bien y huir del mal y, asimismo, como amonestaciones a la mujer para que se guardara de encarnar el pecado. Tales conceptos fueron esgrimidos desde la perspectiva de una ética plasmada en documentos oficiales, ya civiles, ya canónicos.
Las colecciones de 'exempla' eran espejos de la tradición; tradición que a su vez reforzaba el ideario que quería imponer el discurso moral en lo tocante a la mujer. Sin duda, los asertos que se citan a continuación, atribuidos a Ricardo de Worms, eran del dominio común:
...las mujeres son capaces de mudar los sentimientos de los hombrespor medio de maleficios y de encantamientos, cambiando el odio en amor y el amor en odio [...] que con el mal de ojo pueden destruir los bienes de los hombres.
Y, precisamente, fue a partir de este género de distorsionadas caracterizaciones, influidas por las herencias culturales, que el discurso misógino confirió a la mujer el poder de destruir, de transformar la realidad. Se la erigió nuevamente como peligroso obstáculo en el camino a la salvación; camino que en las colecciones de 'exempla' estaba constituido de virtud y buen obrar.
Era factible, bajo estas premisas, imaginar a la mujer como espejo de antiguos excesos paganos. Ella era la representación del engaño y del pecado, de la destrucción y de la calamidad; y podía llegar a ser todo lo contrario a la virtud y el buen obrar.
Ahora bien, los modelos de mujeres elegidos para representar estas obras didácticas, tomadas de la transmisión oral y escrita, vinieron a revivir los valores que la visión cristiana había vinculado a la naturaleza femenina. Y es aquí donde la misoginia medieval, unas veces encubierta, otras desenmascarada, encontró un terreno más fértil para sembrar sus postulados. Conviene anticipar que la visión islámica sobre la mujer no era, ni con mucho, tan lejana a la que hemos venido comentando. Veamos la muestra que sobre ello nos da Manuel Sánchez, quien rescata lo siguiente en su artículo sobre los musulmanes de Andalucía, al referirse a Ibn Hazm de Córdoba y su obra Del Tauq o Libro de los caracteres y la conducta que trata de la medicina del alma:
El espíritu de las mujeres está vacío de toda idea que no sea la de la unión sexual y de sus motivos determinantes, la de la galantería erótica y sus causas, y la del amor en sus variadas formas. De ninguna otra cosa se preocupan, ni para otra cosa han sido creadas.
La 'maldad que se transmite', y que a la vez se hereda, fue, de nueva cuenta, la que se consideró que había conducido a la mujer a crear apariencias, a transformar la realidad (otro leitmotiv), así como a ensayar infinidad de engaños que harían al hombre fracasar en sus intentos por alcanzar la sabiduría; y eso que uno de los saberes que los varones debían acumular era 'conocer todos los secretos y engaños femeninos' (véase Sendebar, 132).
Graciela Cándano Fierro
Tradición misógina en los marcos
narrativos de Sendebar y Calila y Dimna
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