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Pocos personajes más brillantes y trágicos habrá dado la España contemporánea que José María Blanco White. De ascendencia hispano-irlandesa, Blanco White parecía destinado a una vida tranquila ejerciendo el sacerdocio. Nada más lejos de lo que sería su final.
Patriota enfrentado con los invasores franceses, liberal, converso al protestantismo y autor en español e inglés, Blanco White supo ver con claridad el drama de su patria, formada por gente del pueblo que derramaba su sangre mientras los gobernantes –incluidos los enfrentados al emperador de los franceses– actuaban a espaldas de los ciudadanos y buscaban el triunfo de sus intereses. Casi desconocido en España, Blanco White es considerado en Reino Unido uno de los grandes estilistas del siglo XIX. Sus «Cartas desde España» (1821) constituyen uno de los testimonios más interesantes de la manera en que España, tras derrotar a Napoleón, era incapaz de construir un estado moderno porque Fernando VII y el Antiguo Régimen pensaban que era posible seguir viviendo como si no hubiera pasado nada, incluida la muerte de un millón de españoles.
Blanco White creía en el régimen parlamentario de separación de poderes, en la libertad de conciencia y religión, en el amor a la patria unido a un espíritu crítico. Estaba convencido de que no habría futuro para España sin caminar en esa dirección. La vida le mostró que sus ideales podían ser los más nobles del mundo, pero no iban a tener sitio en esa España. Acabó engrosando la lista de españoles exiliados que se vuelven célebres fuera de su patria y en su suelo natal son olvidados. Releí recientemente las «Cartas...» para redactar mi «Camino hacia la cultura española». No oculto que en algunos momentos me parecía estar leyendo la prensa cotidiana y que en el dolor sensato y ansioso de libertad de Blanco White me pareció escuchar el eco de los corazones de no pocos españoles de hoy.
César Vidal
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