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ESTUDIO DE QUEVEDO SOBRE LA POESÍA DE FRAY LUIS DE LEÓN

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Dedicatoria de Quevedo a don Manuel Sarmiento de Mendoza, Canónigo Magistral de la Santa Iglesia de Sevilla

Si de la manera que Vuestra Merced ha sido pródigo en alentar los varones que en su tiempo han sido insignes en la virtud y las letras, cuidando con caridad desvelada de preservar sus memorias, y alargar la vida a sus escritos hubiera desembarazado su modestia de escrúpulos encogidos, en que detiene grandes tesoros de sus vigilias en entrambos testamentos, y en toda lección, con mejor fruto se hubiera gastado el papel estos años. Dejome Vuestra Merced estas obras grandes en estas palabras doctas, para que sirviesen de antídoto, en público, a tanta inmensidad de escándalos que se imprimen, donde la ociosidad estudia desenvolturas, cuanto más sabrosas de más peligro. Yo obedecí a su orden de Vuestra Merced y a mi deseo dedicándolas al Conde Duque, en cuya grandeza deben tener amparo, y en cuyo talento con eminencia pueden hallar cabal la estimación de su precio. Así me desempeño con el tutor y con Vuestra Merced, a quien dé Dios larga vida con buena salud.


Al Excelentísimo señor Conde Duque, Gran Canciller, mi señor

Por sí hablan, excelentísimo señor, las obras del reverendísimo fray Luis de León con mejor pluma y lengua que lo podrá hacer algún apasionado suyo. Son en nuestro idioma el singular ornamento y el mejor blasón de la habla castellana; con inclinación tan severa a los estudios varoniles, que aun en el desenfado de las vigilias positivas y escolásticas, (desto le sirvieron los consonantes), nos dio fácil y docta la filosofía de las virtudes; y dispuso tan apacibles a la memoria los tesoros de la verdad (que con logro del entendimiento ocupa su recordación) que, faltos deste decoro, embarazan escritos o vanos o escandalosos.

En la parte primera, que es toda de intentos que eligió la madurez, de su seso, la dicción es grande, propia y hermosa, con facilidad; de tal casta, que ni se desautoriza con lo vulgar, ni se hace peregrina con lo impropio. Todo su estilo con majestad estudiada es decente a lo magnífico de la sentencia, que ni ambiciosa se descubre fuera del cuerpo de la oración, ni tenebrosa se esconde; mejor diré que se pierde en la confusión afectada de figuras, y en la inundación de palabras forasteras. La locución esclarecida hace tratables los retiramientos de las ideas, y da luz a lo escondido y ciego de los conceptos. Esto mandaron con imperio los que escribieron artes de poesía, y escribieron desta suerte los que tienen el imperio de los poemas. Y en todas lenguas, aquellos solos merecieron aclamación universal, que dieron luz a lo oscuro, y facilidad a lo dificultoso; que oscurecer lo claro, es borrar, y no escribir; y quien habla lo que otros no entienden, primero confiesa que no entiende lo que habla. Séneca, epístola XXII, libro 2: Irridenda facundia, quae rem non explicat, sed involvit; «Hase de menospreciar la facundia que antes envuelve la sentencia que la declara».

Y si los que afectan esta noche en sus obras quieren alabanza, por decir tiene dificultad el escribir nudos ciegos, y no ser inteligibles,-san Jerónimo ad Nepotianum los desnuda desta presunción cuando dice: Nihil tam facile, quam vilem plebeculam, et indoctam contionem linguae volubilitale decipere, quae quidquid non intelligit plus miratur; «No hay cosa tan fácil como engañar la indocta plática y la vil plebe con la taravilla de la lengua; porque la gente baja y ignorante más admira lo que menos entiende».

Dispuesto este discurso con tal autoridad, propondré el texto del escándalo, que en la Poética de Aristóteles dice así: De/cewz de\ a)reth\; basta, porque haga más fe, empezar el texto de que es tal la versión: Dictionis autem virtus, et perspicua sit, non tamen humilis; quae igitur ex propriis nominibus constabit, maxime perspicua erit; humilis tamen, exemplum sit Cleophontis Stheneli. Quae poesis illa veneranda, et omne plebeium excludens, quae peregrinis utitur vocabulis: peregrinum voco varietatem linguarum, translationem, extensionem, tam quodcumque a proprio alienum est; «La virtud de la dicción ha de ser perspicua, no humilde: la que constare de nombres propios será perspicua; sea ejemplo de la humilde la poesía de Cleofonte y de Stenelo. Aquella es venerable y excluye lodo lo que es plebeyo, que usa de vocablos peregrinos; peregrino llamo la variedad de lenguas, translación, extensión, y lodo lo que es ajeno de lo propio». Este lugar del filósofo a los que descansaron en este punto la lección (temiendo por larga jornada la de su desengaño, estando en otro renglón inmediato) ha dado ocasión de errar, no modo de escribir; son hombres que despiden el estudio en llegando a la cláusula que desean. Aclaman estos renglones por texto expreso, en disculpa de los barbarismos y solecismos que escriben, de que resulta la enigma; pocos pasos que dieran los ojos en el libro, leyeran el desengaño en estas palabras consecutivas: Verum si quis haec omnia simul congerat, vel aenigma efficiet, vel barbarismum: aenigma quidem si translationes, barbarismum quidem si linguas; «Empero si alguno rebuja todas estas cosas juntas, o hará enigma o barbarismo: enigma, si amontona translaciones; barbarismo, si lenguas». Aquel vel que la versión puso, Aristóteles en el texto lo usurpa por et, (h/ ai/nigma E/zau, h/ Barbarismo/s;/ y débese entender así. Poco duró el alborozo a los mezcladores de lenguas y translaciones. Y porque no se dude qué es enigma en estos estilos, el propio Aristóteles prosiguiendo lo dice: Aenigmatis forma ea erit oratio scilicet, quae ex minime congreuntibus ex se constet; «Aquella será la forma del enigma que constare de cosas menos congruentes entre sí». Hoc itaque per nominum compositionem minime effici potest: ut vidi igne, atque aere virum viro inhaerentem unum; «Y esto por la composición de los nombres no se puede hacer; puede hacerse por la translación desta manera: Vi con fuego y metal, varón a varón encima uno». Quiso decir el escritor enigmático: Vidi virum super viro cucurbitulam aeneam interventu ignis applicantem; fue translación fuego por llama, y segunda translación metal por cucurbita, y tercera aglutinare, que es metáfora, según la proporción. No me malquistaré con aplicar esto, ni decir de qué estilo sea apodo; desde el texto del filósofo es fiscal la cláusula de muchos escritos.

Hablar con vuestra excelencia en verificar este descamino de la pluma, es la autoridad mayor, ya se ve; más docta, ya se sabe: pues siempre ha escrito tan fácil nuestra lengua, y tan sin reprehensión, como se ha leído en la instrucción que vuestra excelencia dio al duque de Medina de las Torres, su hijo; tratado que juntamente le mostró buen padre y buen maestro; discurso que atesorarán las edades por venir, y que obedecerán en ellas los que en grandes lugares quisieren asegurar el acierto, y hacer bienquista la virtud eminente en la buena fortuna. Escribió vuestra excelencia otra carta, que imprimió el duque de Carpiñano, donde con las dudas enseña, y con las preguntas reprehende los halagos que desecha; y pidiendo vuestra excelencia advertimientos para la tolerancia de lo molesto en las audiencias, enseñó al autor lo que debió escribir y lo que pudo excusar sin afectación ni dificultades, enseñando juntamente a escribir y a obrar. Ni ha mostrado vuestra excelencia afición a otro estilo. Admitió con benignidad las obras de Fernando de Herrera, tesoro de la cultura española, siempre admirado de los buenos juicios. Prendas son todas que alentaron este discurso para enriquecerse con su nombre y asegurarse; pues sale cobrando enemigos de balde.

Pues lo que Aristóteles dice no es malicia mía; y menos cuando Demetrio Falereo, en el libro De elocutione, parece que le traslada y le repite: Dictionem autem in hac figura orationis exquisitam, et immutatam, nec nimis vulgarem oportet esse; sic enim amplitudinem, et dignitatem habebit. Propria autem et usitata dictio, dilucida quidem semper est; verum hoc ipso facile contemnitur. Primum igitur translationibus est utendum (hae enim, vel maxime et voluptatem, et amplitudinem conferunt orationibus); non tamen crebris, et frequentibus: alioquin dithirambos loco orationis scribemus: neque longe petitis, sed ex ipsa re, et ex simile sumptis; «Conviene que sea la dicción en esta figura de oración, exquisita, inmutable, y no demasiadamente vulgar; así tendrá amplitud y dignidad. Pero la dicción propia y usada, siempre es dilúcida, pero por eso se desprecia fácilmente. Lo primero, se ha de usar de translaciones, porque estas dan autoridad y ser a la oración, mas no han de ser frecuentes: de otra suerte, en lugar de oración haremos ditirambos. Y no se han de buscar de cosas remotas, sino de las propincuas y semejantes». No deja Demetrio disculpa a los que interpretan mal al filósofo; y es cierto que todos aborrecieron la afectada oscuridad y los enigmas.

Grande ejemplo es el que trae Erasmo en las Apotegmas de los Filósofos, tratando de Augusto: Maecenas vir alias laudatus, in stilo lasciviebat verbis affectatis et compositione insolenti frequenter indulgens. Augustus contra, verbum insolens quasi scopulum fugiendum esse dicebat: «Mecenas, por otras virtudes varón muy celebrado, escribió con estilo lascivo y afectado, y se dejaba llevar de la composición insolente. Al contrario Augusto, la palabra insolente, decía, se debía huir como escollo». Y refiere que solo cuando escribía a Mecenas, por burlar dél le escribía en aquel lenguaje ridículo; y refiere estas locuciones: Vale, mel gentium, metuelle; ebur ex Hetruria, laser Aretinum, adamas supernas, Tiberinum margaritum, Cilneorum smaragde, jaspis figulorum; esto más fue dar vaya a Mecenas que fin a su carta. Y prosigue la nota: Nec Tiberio pepercit interdum reconditas et obsoletas voces aucupanti. Marcum Antonium increpabat velut ea scribentem, quae homines mirentur potius quam intelligant; «Ni perdonó a Tiberio, que a veces usaba de voces recónditas y por la antigüedad desechadas de la conversación. Reprehendía a Marco Antonio, como a hombre que escribía lo que admirasen los oyentes, y no lo que entendiesen». Este lugar es sentencia contra los que escriben y los que los admiran porque no los entienden, juntándole el lugar que cité de san Jerónimo, habla de la plebe, y dice: Quae quidquid non intelligit plus miratur. «Que admira más lo que no entiende». Y Augusto reprueba en Marco Antonio que escribe antes lo que admiran que lo que entienden. Crédito y respeto se debe al parecer de Augusto, y veneración, cuando le apadrina en esta parte tan gran padre de la Iglesia.

Reprehendió estos escritores, como si hoy los leyera, Francisco Andreini de Pistoya, cómico geloso, en su libro, cuyo título es: Le Bravure del Capitan Spavento, folio 65, página 1: «Io v'intendo voi alle volte usate certe parole che non sono intense cosi da ogn' uno; e fate come fanno certi componitori moderni, i quali gonfiano gli scriti loro d'alcune parole forestiere e composite, che la materia ch'esi trata no diventa non volendo la predica del Piovano Ariotto, la quale non era intesa ne da lui, ne da chi l'ascoltava»; «Hacéis como hacen ciertos poetas modernos, que hinchan sus escritos de algunas palabras forasteras y compuestas, que lo que escriben, sin querer se vuelve plática de Piovano Arlotto, que ni él la entendía ni los que le oían».

Este modo de sentir, con suma elegancia se oye en el donaire de nuestro Marcial, libro X, epigrama XXI:

Scribere te, quae vix intelligat ipse Modestus,
Et vix Claranus; quid, rogo, Sexte, iuvat?
Non leclore tuis opus est, sed Apolline, libris:
Iudice te major Cinna Marone fuit.
Sic tua laudentur: sane mea carmina, Sexte,
Grammaticis placeant, et sine grammaticis.

¿Qué aprovecha escribir lo que Modesto                     

y Clarano entender podrán apenas,                   
supersticioso Sexto?                     
No han menester letor tus libros, solo             
han menester por adivino a Apolo.                   
Si lo juzga tu musa peregrina,                
ejor poeta que Maron es Cina.            
Tal alabanza tus escritos gocen;             
pero mis versos, Sexto, yo deseo            
que sin gramaticales prevenciones                    
agraden a los más gramaticones.                       

Y Estacio, en el libro V de las Silvas (Epicedion in patrem), hablando de los poetas, cuando trata de Licofron, que fue quien en griego enseñó esta seta, dice:

Carmina Battiadae latebrasque Lycophronis atri;               
[...] escondrijos del ennegrecido Licofron.                  

No se pudieron estudiar palabras de mayor oprobio. Latebras atri, «Escondrijos del denegrido Licofron»; y Licofron aun tuvo disculpa, pues escribió un vaticinio, que llama Alexandra. Que la palabra ater es «condenada» en el estilo de los poetas, consta de Horacio en la Arte poética:

Vir bonus et prudens versus reprehendit inertes;                  
culpabit duros; incomptis allinet atrum                      
transverso calamo signum; ambitiosa recidet                       
ornamenta; parum claris lucem dare coget.               

Tradúcelos con elegancia el docto y ingenioso Vicente Espinel en sus Rimas:


El varón bueno y de prudente pecho
los versos duros libremente culpa,
los que carecen de arte reprehende;
a los mal adornados, con la pluma
una negra señal los pone encima;
la demasía de ornamento corta;
los poco claros manda que se aclaren.

De suerte que no solo es reprehensible escribir escuro, sino poco claro. No le perdonó esta reprehensión al poeta escuro, en la Alexandra, Falereo cuando dijo; Dictione iniqua. Aristoteles ait, frigidum quatuor modis fieri, scilicet, quando utimur peregrino, et obscuro vocabulo, ut Lycophron, Xerxem, Pelorium hominem; «Con dicción reprobada. Aristóteles dice que la frialdad de cuatro maneras se escribe, conviene a saber: cuando usamos de vocablo peregrino y oscuro, como Licofrón hablando de Jerjes, hombre Pelorio». Súplese esto en Falereo, del tercer libro de la Retórica de Aristóteles; adonde irán por defensa los que escribiendo hoy de galantería a una afición amorosa, escriben estos escondrijos denegridos, cuando Propercio los reprehende, libro I, elegía 9, con tan ingeniosos gritos:

           
Quid tibi nunc misero prodest grave dicere carmen,            
            aut Amphioniae a moenia flere lyrae?             
            Plus in Amore valet Mimnermi versus Homero,                   
            carmina mansuetus lenia quaerit Amor.                     
            I, quaeso, et tristes istos depone libellos:                    
            et scribe quod quaevis nosse puella velit.                    

Yo con alguna licencia lo imité en estos versos, que pueden pasar por traducción:

¿De qué te sirven, di, los versos graves,
ni de Tebas llorar los fuertes muros,
de Troya el fuego, ni los hechos duros
que los griegos hicieron en las naves?
Mas en amor Mimnermo blando agrada
que docto y grande el sin igual Homero:
condena blando amor el verso fiero,
y dios desnudo pluma ensangrentada.
Deja pues de llorar la muerte fiera
que a Turno quiso dar el hado adverso;
y escribe en blando y dulce y fácil verso
cosas que cualquier niña entender pueda.


El arte es acomodar la locución al sujeto. Todo lo dijo Petronio Arbitro mejor que todos; oiga vuestra excelencia sin prolijidad la arte poética en dos renglones:

Effugiendum est ab omni verborum (ut ita dicam) vilitate; et sumendae voces a plebe semotae, ut fiat

Odi profanam vulgus, et arceo;              

«Hase de huir de toda la vileza de los vocablos, y hanse de escoger las voces apartadas de la plebe, porque se pueda decir: Aborrecí el vulgo profano». Mas débese juntar esto con lo que dijo al principio de su libro (que más parece, según viene a propósito, fingido que citado); él dice con quienes habla: Pace vestra liceat dixisse, primi omnium eloquentiam perdidistis. Levibus eninm, atque inanibus sonis ludibria quaedam excitando, fecistis ut corpus orationis enervaretur, et caderet. Nondum umbraticus doctor ingenia deleverat... Grandis, et ut ita dicam, pudica oratio non est maculosa, nec turgida; sed naturali pulchritudine exurgit. Nuper ventosa istec et enormis loquacitas Athenas ex Asia commigravit; animosque iuvenum ad magna surgentes, veluti pestilenti quodam sidere adflavit, ac ne carmen quidem sani coloris enituit; «Séame lícito decir, con vuestra licencia, que sois los primeros que echaron a perder toda la elocuencia; y componiendo cosas ridículas con vanos y leves sones, hicistes que el cuerpo de la oración desmayado cayese. Aun no había el dotor escuro y sombrío borrado los ingenios... La grande y decorosa oración no es monstruosa y hinchada, antes se endereza con natural hermosura. Poco ha que esta enorme y fanfarrona parlería de Asia vino a Atenas; y los ánimos de los mancebos que se alentaban a grandes empresas los hirió de contagio a manera de pestilencial constelación, y de verdad ni un verso se vio de buen color». Siempre las razones da Petronio en otra pluma echaran menos sus palabras; mas si bien yo las desaliño con mi versión, no las he borrado las señas que da del dotor umbrático, de la parlería fanfarrona y del verso de mal color. Ni sé qué codicia o qué gloria mueve a los charlatanes de mezclas, y a los que escriben taracea de razonar prosa espuria y voces advenedizas y desconocidas, de tal suerte que una cláusula no se entiende con la otra.

No tiene mucha edad este delirio, que pocos años ha que algunos hipócritas de nominativos empezaron a salpicar de latines nuestra habla que, gastando de su caudal, enriqueció a Europa con tan esclarecidos escritores en prosa y en versos; y hoy duran de aquel tiempo muchos que sirven de antídoto con sus obras a la edad, preservándola de la inundación de jerigonzas; y otros que hoy florecen con admiración de las naciones. Sabrosamente y con sazón bien elegante lo dijo Antífanes, hablando de Filogeno, en sus fragmentos: Longe sane, est supra poetas omnes Philogenus. Primum enim nominibus propriis, et communibus utitur ubique; deinde modorum, et cantuum variationibus et chromatis, ut probe Deus in hominibus temperavit; erat peritus ille, et vere musicam tenebat. Qui vero nunc sunt poetae, hederaceos, fontanos et floridos cantus ac numeros vanis nominibus implicantes, edunt alienos modos: utrum cum dicturus sis ollam, dicam torni purgamentum fabrefactum, in alieno matris assatum tecto? an novelli vero gregis in se coagula lactinutria subjungi corpora irretientem? Dic boni scilicet, et necabis me: si mihi notis verbis et plane dicas, carnium ollam, benedices; «Con muchas ventajas es mejor poeta que todos los demás Filoxeno. Lo primero, usa de nombres propios y comunes en cualquiera parte; demás desto, usa de diferentes modos y variedades de cantos y tonos, como Dios elegantemente ordenó con los hombres; era doctísimo, y sabía con eminencia la música. Mas los poetas que se usan, enyedrados, fontanos y floridos, que revuelven los cantos y los números con nombres vanos, -estos sacan composiciones desconocidas: por ventura queriendo decir olla, ¿será bien decir del torno purgamento labrado, hecho de la tierra, cocido en ajeno techo de la madre; o los cuerpos del tierno ganado que juntan en sí los coágulos que apremian mezclados los lactinutrios? Por ventura acabarías conmigo si dijeses con palabras conocidas y claramente: carne en la olla; que era hablar bien». Lugar es ajustado y que dice lo uno y lo otro. Cansose deste lenguaje broma el sumamente elegante Aristófanes, en la comedia intitulada Ranas, que hasta el título de la comedia se apropia al estilo, que hace ruido desapacible y no se entiende, y es, por lo escuro y turbio, música del cieno. Acto 4, escena 2: Omnino igitur decet utiliter nos loqui, Euripides. An ergo licabetos et parnasos cum tu memoras, hoc sit bona et aequa dicere, quem humane loqui convenit? «De todas maneras, conviene hablar bien con utilidad, Eurípides. Por ventura, cuando tú dices licabetos y parnasos ¿es hablar bien y ajustadamente, cuando conviene hablar como humano?».

Excelentísimo señor, hablar como humano llamaban la habla decente y propia a lo que se escribía; así Petronio se burló del poeta: Saepius poetice, quam humano locutus es; «Mas veces has hablado como poeta que como humano». Gravemente afrenta estos fanfarrones de voces Epiteto (apud Arrianum, libro Disertationum) con tales palabras: Scholasticum esse animal quod ab omnibus irridetur; «El culto es animal de quien todos se ríen». No es achaque de mi malicia traducir la palabra escolástico culto: véase lo que dice Ritershusio sobre Salviano en esta propia palabra y sentencia.

De todo esto se asegura quien ama la propiedad y la luz, y la escribe y las razona. Severo censor es Quintiliano, y en el libro 8 de sus Instituciones, capítulo 3, alaba en Virgilio lo que un mal culto usurpador deste buen renombre arrojara por bajo y asqueroso. Virgilio en la Geórgica, libro 4. Saepe exiguus mus: «Muchas veces el pequeño ratón». Pondera el severo Fabio: Nam epitheton exiguus, aptum proprium efficit, ne plus expectaremus; et casus singularis magis decuit, et clausula ipsa unius sylabae non usitata addit gratiam. Imitatus est utrumque Horatius: Nascetur ridiculus mus; «Porque el epíteto pequeño, acomodado y propio previene para que no esperemos más, y el caso singular fue más conveniente, y la cláusula de una sílaba añadió gracia. Las dos cosas imitó Horacio: Nacerá el ridículo ratón».

Diferentes cosas estima Quintiliano que los supersticiosos y legos. En estas cosas se debe imitar a los poetas, no en los achaques que no pudieron excusar por la ley del ritmo: como las transposiciones latinas, que produjo la posición de vocales mudas o líquidas, no el estudio, sino las breves o largas; como se ve:

           
Inde toro pater Aeneas sic orsus ab alto;                    

Desde el asiento padre Eneas así hablo alto.               


Más ridícula cosa es que el ratón de Horacio, imitar esto, donde no hay la propia condición de ritmo. Y aun desta mala invención no han sido autores los que presumen de serlo; que ya había escrítose esta demasía en España, como se lee en muchas partes del Cancionero general más antiguo, en Boscán y Garcilaso. Alguna vez Francisco de Figueroa dijo:

            Estos y bien serán pasos contados.                    


El capitán Francisco de Aldana, doctísimo español, elegantísimo poeta, valiente y famoso soldado en muerte y en vida, dijo:

            Tantas lo viste flores, que parece.                      


Léese en Soto Barahona y en don Alonso de Ercilla.

En los griegos, por ser las voces de muchas vocales hubo otra necesidad más frecuente que las transposiciones latinas para medir los versos, y fue el partir las voces en el principio de uno y en el fin del otro. Pindarus Olimpia I.

Vir aliquis desiderat quidpiam latere faciens, fallitur.                     

En español se escribiría así:

Si algún varón desea              

que alguna cosa que hizo no se sepa, engáñase sin duda.                

Y en la primera de los Pitios:

Aurea cithara Apollinis

Y así muchas veces en cada plana, cosa que disuena y bien áspera al oído y a la vista. Y con todo eso Horacio lo imitó una vez, como se ve en sus obras (Carminum libro 4, ode 2):

           
Pindarum quisquis studet aemulari, Iule, ceratis ope Daedalea;              

y pocos ringlones más abajo lo hizo otra vez: aquí trataba de que Píndaro era inimitable, y parece ingenio mostrarlo con la imitación que hace dél en esta parte, que él frecuentó tanto, departir las voces. Sin esta necesidad lo hizo Horacio en el libro 2 Carminum, ode 2:

           
Labitur (ripa love non probante) Uxorius amnis.                  

Y no faltó quien imitase esto. El capitán Francisco de Aldana en unas estancias, reprehendiendo la codicia, dice:

Aguija, corre, ve, camina, permaneciendo triste. Etc.

Y nuestro autor el doctísimo fray Luis de León, en la traducción que hizo de la nave de Horacio, cuando juzgó las traducciones de Francisco de Espinosa, de Francisco Sánchez de las Brozas y de Juan de Almeida. Es tal la tercera estancia:

            No tienes vela sana,                      

            no dioses a quien llames en tu amparo, aunque te precies vanamente de tu linaje noble y claro,                 
            y seas, noble pino,hijo de pino noble en el Euxino.            


Es de advertir que esto no lo hicieron por elegante ni agradable; hiciéronlo por la fuerza del consonante, que era vana, y no mente.


De buena gana lloro la satisfacción con que se llaman hoy algunos cultos, siendo temerarios y monstruosos; osando decir que hoy se sabe hablar la lengua castellana, cuando no se sabe dónde se habla, y en las conversaciones aun de los legos tal algarabía se usa, que parece junta de diferentes naciones, y dicen que la enriquecen los que la confunden.

Excelentísimo señor, en mi poder tengo un libro grande del infante don Enrique de Villena, manuscrito, digno de grande estimación; infante a quien la ignorancia popular ha vuelto el túmulo de piedra que tiene su cuerpo en San Francisco desta corte, en redoma. Entre otras obras suyas de grande utilidad y elegancia, hay una de la Gaya ciencia, que es la arte de escribir versos: dotrina y trabajo digno de admiración, por ver con cuánto cuidado en aquel tiempo se estudiaba la lengua castellana, y el vigor y diligencia con que se pulían las palabras y se facilitaba la pronunciación, cuando por mal acompañadas vocales sonaban ásperas o eran equívocas o dejativas a la lengua o al número, añadiendo y quitando letras; estudio de que no hay un otro libro noticia, y que sin ella mal se puede dar razón de las voces tan afectuosas de Las Partidas.
Hoy, señor, por no decir lo que sin asco ni escrúpulo es lícito, hay algunos que dicen lo que es torpe y abominable; Quintiliano lo enseña: Obscena vitabimus et sordida et humilia. Y en el propio libro 8, capítulo 2, acusa a estos que ni saben dejar ni escoger: Nec video quare clarus orator duratos muria pisces, nitidius esse crediderit, quam ipsum id quod vitabat; «Ni veo por qué el claro creyó era mejor decir los peces con la muria, que lo mismo que quería decir». Sea ejemplo, si en España alguno, por excusar la voz cabrito, que es decente, y no es sucia ni vil ni deshonesta, dijese cuerno; que es todo junto con ignominia, y de mala composición de letras.
No tienen en nuestra España, en los grandes y famosos escritores de aquel tiempo, comparación las obras de fray Luis de León, ni en lo serio y útil de los intentos, ni en la dialéctica de los discursos, ni en la pureza de la lengua, ni en la majestad de la dicción, ni en la facilidad de los números; ni en la claridad, virtud de quien hago tres diferencias: esta es su nomenclatura, a)/gno/thj, e)/uxri/neia, e)/na/rgeia.

Encarécela con tales palabras Antonio Lullo, libro 6 De oratione, capítulo 2: Ac de claritate quidem principio dicendum videtur: quae prima semper et maxima virtus existimata est orationis. Hanc alii puritate et castimonia quadam dictionis assequntur, alii explanatione seu distinctione et elegantia; alii demun evidentia, et subjectione eorum ab oculos quae dicuntur; «Lo primero diremos de la claridad, que siempre es la primera y la mayor virtud de la oración. Ésta, unos la alcanzan con cierta pureza y castidad de las dicciones, otros con la explicación, distinción y elegancia; otros, finalmente, con la evidencia, y poniendo delante de los ojos lo que dicen». Por eso, siendo vulgar sentimiento, dijo Virgilio en el 4 de la Eneida:

I, sequere Italiam ventis.             

Ve, y sigue a Italia.             


Y en otra parte:

Quos ego... Sed motos praestat;             

A quien yo... Mas conviene por ahora.



Y al fin:

Hactenus Acca soror, potui.                    

Y por representar delante do los ojos lo que decía, ni excusó la menudencia en Palinuro:

Madida cum veste gravatum;                
Cargado con mojada vestidura;

y en Dido:

Ter sese adtollens cubitoque innixa levavit:               
ter revoluta toro est.                    

Tres veces afirmándose en el codo                    

procuró levantarse.                       

Y el repetir se, se, «así, así», es poner delante de los ojos las acciones.
Largo ha sido mi discurso, y con todo no llega a medirse con la raíz que ha echado esta cizaña de nuestra habla. No hago cargo a la grandeza de vuestra excelencia, de que por elección mía le dedico escritos de tanto precio, señor; antes ha sido necesidad forzada, porque no conozco otro que con tal afecto y estimación haya admitido autores desta nota, ni quien deje de molestar la atención ajena, hablando o escribiendo, con estas demasías mendigadas, si no es vuestra excelencia.

Estas obras se dividen en propias, y estas en morales o espirituales. Las ajenas, en traducciones de Horacio, Píndaro, Virgilio, Petrarca, Monseñor de la Casa, que es la parte segunda. La tercera, en perífrasis de salmos y cánticos, y capítulos de Job y de los Proverbios. Tan decente volumen obligación fue darle a vuestra excelencia, que con solo recebirle aniquilará la licencia en escribir; pues moderando esta desorden sabrosa, y acogiendo obras como estas (todas de virtud, y todas verdaderamente doctas), la esclarecida memoria de vuestra excelencia tendrá pública aclamación; y el estilo descaminado y extraño, castigo autorizado y eficaz, que en los que hallare vergüenza dejará enmienda.

Dé Dios a vuestra excelencia su gracia y larga vida, con buena salud, y le defienda de todo mal. En Madrid, 21 de julio 1629. -Excelentísimo Señor. -Besa a vuecelencia la mano. - Don Francisco de Quevedo Villegas.

Obra poética de Fray Luis de León
Dedicatoria de Quevedo a don Manuel Sarmiento de Mendoza, Canónigo Magistral de la Santa Iglesia de Sevilla, 1629

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