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Y PENSÉ QUE YO ERA UN PARIA (Francisco Umbral)

Archivo Barricada

Al final de largos pasillos que olían a asignatura muerta y a colilla, bajando y subiendo escaleras breves de madera, entre penumbra y respiración de bibliotecas, llegamos al seminario de Letras, que era una habitación grande, prestigiada por la oscuridad, llena de muebles y de libros, y con un flexo encendido al fondo, sobre una mesa, sobre la cabeza pequeña y aplicada de Víctor Inmaculado, que leía en un grueso libro, de páginas muy blancas, y tomaba notas. Víctor Inmaculado se puso en pie y vino a saludarnos, pero no encendió ninguna otra luz, de modo que estuvimos los tres de pie, como sumergidos al revés en las aguas frescas de la penumbra, con los cuerpos iluminados por la luz del flexo y las cabezas casi invisibles en la sombra. Víctor Inmaculado me saludó cordial y sin conocerme, y entre los dos me explicaron que Víctor Inmaculado se pasaba allí ocho horas diarias (aparte de los estudios y las clases de la mañana), de dos de la tarde a diez de la noche, preparando su tesis o su tesina o sus oposiciones o lo que fuere. De modo que aquello era la literatura, la cultura, y para hacer sonetos anacreónticos había que consumir ocho horas diarias de estudio, durante años y años, que eran los que llevaba Víctor Inmaculado con tal disciplina. Y pensé que yo era un paria, un piernas, y que nunca podría llegar uno a escribir nada que lo valiese ignorando aquellos miles de libros, no haciéndoles segregar todas aquellas notas menudas que Víctor Inmaculado tenía sobre la mesa, en torno a un vaso de agua.

Francisco Umbral
Las ninfas

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