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Entre los sitios recónditos, inexplorados, desconocidos hasta hace poco, y que por dicha van ya cobrando la fama y los elogios que se les deben, se cuenta el Montasterio de Piedra, adonde no hace muchos días hice una agradable expedición con varios amigos, de la cual me propongo hacer aquí un sucinto relato, a fin de contribuir en lo que pueda a divulgar la nombradía de aquellos encantados vergeles y bellísimos paisajes.
Todavía, si el Monasterio de Piedra no estuviese a corta distancia de Alhama de Aragón, adonde van muchos a buscar la salud, y si el señor Orovio, pocos años ha, siendo ministro de Fomento y apasionado de aquellos siglos, no hubiera dispuesto que se hiciese hasta llegar a ellos una excelente carretera, todavía, repito, el Monasterio de Piedra estaría tan oculto como las Batuecas para la generalidad de los hombres.
Aún así, la fama del Monasterio de Piedra dista mucho de alcanzar la extensión y grado que se merece.
Empecemos nosotros por ganarnos la voluntad de los sujetos regalones, tranquilizándonos al afirmar que en el Monasterio de Piedra hay fonda buena, donde dan almuerzo y comida y chocolate, y cuarto y cama, y luz, y mis cosas más, por treinta reales diarios. Todo esto aseadísimo; de suerte que, ni por rara casualidad, se descubren allí ni se dejan sentir aquellos seres espantables para toda persona de epidermis delicadas, a quienes los sabios llaman sifonápteros , y que tanto abundan en las Provincias Vascongadas bajo el nombre éuscaro de arcacosúas. No se ve allí tampoco aquella cruel enemiga del hombre, apellidada geocorisa, que tanto atormenta con sus picaduras, y que tan ferozmente se defiende cuando la cogen, lanzando del pérfido seno, no bien cree llegada la ocasión, ciertas exhalaciones hediondas. En suma: para no andar con rodeos, perífrasis ni acertijos, en el Monasterio de Piedra no hay pulgas ni chinches.
A dicho Monasterio se llega en un buen ómnibus y con toda la posible comodidad y baratura. Yo fui más cómodo y barato aún, porque fui convidado; pero esto no es para todos ni se da todos los días.
Hasta llegar al Monasterio, digámoslo con franqueza, el país es medianamente feo; pero esto mismo da mayor deleite a la expedición, por la contraposición y la sorpresa. Además se comprende, apenas se sospecha que pueda haber por allí tanta frondosidad y frescura. Aquel paraíso está hundido en un barranco. Afortunadamente, el barranco tiene algunos kilómetros cuadrados de extensión, y el turista, una vez embarrancado, se olvida del resto del mundo.
Allí no hace frío ni calor en el mes de junio. Allí hace un fresquito delicioso. ¡Qué luna de miel pueden pasar allí dos jóvenes recién casados! No digo esto a tontas ni a locas, sino por dos que llegaron al Monasterio con nosotros, y a quienes luego no volvimos a ver. Si siguen aún en el Monasterio de Piedra, saludémoslos con los versos de Góngora:
Dormid, copia gentil de amantes nobles;
Dormid, que el Dios alado
De vuestras almas dueño,
Con el dedo en la boca os guarda el sueño.
Hecho este saludo, sigamos adelante…
Juan Valera
Una expedición al Monasterio de Piedra (1877)
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(Biblioteca Nacional de España)
Para ir a la web del Monasterio de Piedra
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