inicio

LAS COSAS QUE OIGO EN NACCOS YO NO LAS HE OÍDO NUNCA EN PIURA (Mario Vargas Llosa)




En los Barrios Altos, hizo que el chofer los dejara junto al asilo de ancianos y esperó que el taxi hubiera partido para arrastrar a Mercedes del brazo un par de cuadras, hasta una casita con puertas y ventanas enrejadas, en la planta baja de un descolorido edificio de tres pisos. La puerta se abrió de inmediato. Una mujer en bata y zapatillas, con un pañuelo en la cabeza, los examinó de arriba abajo, sin alegría.

-Te andarán mal las cosas cuando apareces por acá -le dijo a Carreño a modo de saludo-. Mil años que no vienes.

-Sí, tía Alicia, andan algo mal por el momento -reconoció Tomás, besando en la frente a la mujer-. ¿Tienes libre el cuartito en que das pensión? La mujer examinó a Mercedes, de pies a cabeza. Asintió, a regañadientes.

-¿Me lo puedes alquilar por unos cuantos días, tía Alicia? Ella se apartó, para dejarlos entrar.

-Quedó libre ayer -dijo. Al pasar junto a ella, Mercedes murmuró «Buenas noches» y la mujer le contestó con un zumbido.

Los precedió por un pasillo estrecho, con fotos en las paredes, y abrió una puerta y prendió la luz: era un dormitorio con una sola cama, cubierta con una colcha rosada, y un baúl que ocupaba medio cuarto. Había una pequeña ventana sin visillos y, sobre la cabecera del catre, un crucifijo de madera.

-Esta noche no hay comida y ya es tarde para ir a comprar algo -les advirtió la mujer-. Puedo preparar almuerzo, mañana. Eso sí, aunque el cuarto tenga una sola cama, como ustedes son dos...

-Te pagaré el doble -aceptó el muchacho-. Lo justo es justo.

Ella asintió y cerró la puerta, al irse.

-Eso de que eras santito debe ser un cuento --comentó Mercedes-. ¿No has traído mujeres aquí? Esa antipática ni se inmutó al verme.

-Cualquiera diría que tienes celos -silbó él.

-¿Celos?

-Ya sé que no -dijo Carreño-. Era para ver si, haciéndote una broma, te quitaba el susto de la cara. Nunca he traído aquí a nadie. Alicia ni siquiera es mi tía. Así le dicen todos. Éste fue mi barrio, una época. Anda, lavémonos y salgamos a comer.

-O sea que, según ese rosquete, los sabios son hijos de hermano y hermana, o de padre e hija, salvajadas así -divagaba Lituma-. Las cosas que oigo en Naccos yo no las he oído nunca en Piura. Dionisio podría ser un hijo incestuoso, por supuesto. No sé por qué me intrigan tanto él y la bruja. En el fondo, son ellos los que aquí mandan. Tú y yo ni pintamos. Trato de sonsacarles a los peones y capataces y a los comuneros cosas sobre ellos, pero

nadie suelta prenda. Y, además, no sé si me toman el pelo. ¿Sabes qué me dijo de Dionisio el huancaíno de la aplanadora? Que su apodo en quechua era...

-Comedor de carne cruda -lo interrumpió su adjunto-. Pucha, mi cabo, ¿va a contarme también que a la madre del cantinero la mató un rayo?

-Son cosas importantes, Tomasito -rezongó Lituma-. Para entender su idiosincrasia.

Mercedes se había sentado en la catea y miraba a Carreño de una manera que al muchacho le pareció condescendiente.

-No quiero engañarte -le dijo una vez más, de manera amistosa, tratando de no herirlo-. No siento por ti lo que tú por mí. Es mejor que te lo diga, reo? No me voy a ir a vivir contigo; no voy a ser tu mujer. Métetelo en la cabeza, Carreñito. Sólo estaremos juntos hasta salir de este lío.

-Hasta entonces hay tiempo de sobra para que te enamores de mí -ronroneó él, acariciándole los cabellos-. Además, ahora no podrías dejarme aunque quisieras. ¿Quién te sacará de ésta, si no yo? Mejor dicho, ¿quién si no mi padrino puede sacarnos de ésta?

Mario Vargas Llosa
Lituma en los Andes


_______________
Para acceder al texto completo


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Entradas relacionadas

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...