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EL JARDÍN DE FALERINA: Versiones, autores y trabajo en equipo en el Siglo de Oro - Presentación del texto de Rojas Zorrilla, Coello y Calderón (Héctor Urzáiz)

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Los profesores Pedraza y González Cañal nos presentan el texto de El jardín de Falerina*, una comedia firmada entre otros por Calderón que, sorprendentemente, no había sido impresa hasta ahora, y que se conservaba tan sólo en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de España. Había, eso sí, una tesis doctoral, a cargo de Rudolph Bacalski, que era una edición crítica “razonablemente bien fijada […] solvente y bien documentada”; en definitiva, “el trabajo más amplio e interesante publicado hasta ahora” sobre esta comedia que, sin embargo, “nunca pasó del texto mecanografiado y ha tenido una difusión muy limitada”, advierten sus nuevos editores.

¿Por qué El jardín de Falerina “ni en el siglo XVII ni en los posteriores ha gozado de los honores de la imprenta ni de la difusión consiguiente”, pese a contar con firmas tan reputadas como Calderón y Rojas Zorrilla (Coello es mucho menos conocido, por más que fuera “un notable poeta dramático”)? Se lamentan Pedraza y González Cañal de que en nuestro país, por incuria, no haya calado “la obsesión por evitar que se pierda un solo rasgo de la pluma de los grandes genios” que caracteriza a franceses e ingleses.

Al margen de esta “sinrazón”, hay razones que ayudan a explicar este tipo de descuidos. Una de ellas, tal vez la principal, es la inabarcable dimensión de ese patrimonio cultural que es nuestro teatro del Siglo de Oro, cuyo corpus textual (aún no contabilizado) alcanzaría “cifras excepcionales dentro de la Europa de su tiempo y aun de cualquier otro, contando incluso épocas posteriores con más población y más amplia capacidad económica”.

Muchas joyas, en efecto, esperan aún ser rescatadas de su sepultura en esa “inextricable montaña de papel manuscrito e impreso”. La maraña de los textos teatrales áureos da siempre juego, pero también mucho trabajo. Valga como ejemplo esta misma comedia de El jardín de Falerina. El estreno (“y, probablemente, única representación”) de esta pieza escrita a seis manos, tuvo lugar en enero de 1636, ante la corte de Felipe IV, a cargo de Tomás Fernández, y con escenografía del reputado ingeniero florentino Cosme Lotti; como queda dicho, no llegaría a ser impresa y sólo nos ha quedado el manuscrito de la Nacional (Ms. 17.320).

Uno de sus tres autores, Calderón de la Barca, volvería años después a escribir, ya en solitario, una obra igualmente titulada El jardín de Falerina, que fue impresa en la Parte Quinta de sus comedias (1677); se trata de una especie de refundición, en dos jornadas, de la obra de 1636, cuya música se ha conservado. Esta especie de zarzuela es, en realidad, una obra “totalmente distinta en versos, argumento, estructura y sentido”.

Y, además, el propio Calderón escribió un auto sacramental para las fiestas madrileñas del Corpus de 1675, al que tituló también El jardín de Falerina (impreso en 1717, en la Parte Quinta de sus autos, y conservado también en otro manuscrito de la Nacional: Ms. 16.282).

Esta pieza (“una trasposición alegórica de la acción y los personajes de la zarzuela en dos actos”) tenía, desde luego, otro alcance e intenciones.

Por último, y para mayor confusión, Lope de Vega menciona, en la lista de sus obras incluida en El peregrino (1604), una comedia titulada igualmente El jardín de Falerina, que no se ha conservado.

En resumen, que además del Jardín aquí editado, “obra escrita ex profeso para una fiesta palaciega” (en la que se hicieron también dos célebres comedias mitológicas de Calderón: El mayor encanto amor y Los tres mayores prodigios), que “era imposible representarla fuera del marco cortesano”, y que ninguno de sus tres autores “se sintió responsable de su destino ni encontró la ocasión para imprimirla”, hay otras tres obras, que se sepa, que llevaron el mismo título: una de Lope (perdida) y dos de Calderón (un auto y otra comedia).

Finalmente, Pedraza y González Cañal apuntan a la “desatención crítica a las comedias de varios ingenios” como otra de las causas que pueden explicar el olvido en que había caído –como tantas otras piezas de este tipo– El jardín de Falerina. Y es que, en efecto, hasta hace relativamente poco tiempo no se ha tomado demasiado en cuenta el curioso fenómeno de las obras escritas en colaboración, quizá porque los propios dramaturgos, ya en su tiempo, no solían presumir demasiado de ellas, incluso a veces las ocultaban si pensaban que no era precisamente un timbre de gloria en su currículum literario. Calderón, por ejemplo, nunca publicaba en sus partes de comedias los frutos de estas colaboraciones.


Según explican los editores del texto en la Introducción, “ese desdén se consolidó en la etapa romántica: al tiempo que se reivindicaba el teatro español, se asentaba la idea del genio creador, individual y único, poseído por la inspiración, que trasfundía su poderosa personalidad en la obra artística”, lo cual se antojaría poco compatible con las características de estas comedias colaboradas: “Poco crédito se podía conceder a obras surgidas de varias cabezas y redactadas por otras tantas manos”.

Quizás en este punto se podría señalar alguna discrepancia, pero, si no es que hemos heredado ese prejuicio (“el olímpico desdén de la crítica”, en sus palabras), lo cierto es que sólo últimamente se detecta un interés creciente por el estudio de las obras escritas de consuno, que fueron bastantes a lo largo del siglo XVII, sobre todo en su segunda mitad: “En torno a las ciento cincuenta”, dicen (basándose en el recuento hecho hace algunos años por Roberta Alviti), escritas la mayor parte de las veces según el patrón siguiente: “Normalmente, tres dramaturgos, unidos por lazos de amistad y camaradería, se reparten la redacción y cada uno se encarga de una de las jornadas o actos”. Hay, no obstante, llamativas variaciones sobre dicho esquema: “Se cuentan casos [La mejor luna africana, Algunas hazañas del marqués de Cañete] en que se llegaron a reunir hasta nueve poetas para rematar en poco tiempo la tarea”.

A finales de 2008 se celebró en Milán un congreso internacional sobre La escritura en colaboración en el teatro áureo, cuyas actas se publicarán próximamente y donde Pedraza ya llevó a cabo un primer acercamiento a El jardín de Falerina (Rafael González, quien ya había publicado también algunos trabajos sobre las comedias colaboradas, se centró entonces en El robo de las sabinas, de Rojas Zorrilla y los hermanos Coello). Una de las cuestiones que allí abordamos los curiosos de estas producciones teatrales áureas es si, en verdad, responden sobre todo a “un mecanismo puramente comercial o un expediente para dar respuesta a encargos precisos (piezas ad hoc de propaganda política o nobiliaria)”. Y es que, “al estigma de la venalidad se ha añadido el prejuicio de su escaso valor, su deficiente estructura, lo arbitrario y caótico de su construcción y las desigualdades de su estilo”.

Esta edición de El jardín de Falerina va acompañada de las pertinentes notas filológicas, estudio métrico, análisis de la representación, registro de variantes, etc., así como de un estudio crítico donde se repasan las fuentes literarias (Ariosto, Boiardo) y los diferentes comentarios (Cotarelo, Chevalier), artículos (Déodat, el propio Pedraza) y tesis doctorales (Bacalski) que ha suscitado esta comedia caballeresca.

En fin, una nueva muestra del buen hacer de estos investigadores del Instituto Almagro de Teatro Clásico, quienes (caballerosos a su vez) no olvidan dedicar el nuevo fruto de su trabajo a otros miembros femeninos de este infatigable equipo, y cuyas variadas aportaciones a la materia (actas de las Jornadas y otras reuniones científicas de Almagro, ediciones de Rojas Zorrilla, etc.) son de sobra conocidas por los especialistas.

Como queda reseñado más arriba, los varios Jardines de Falerina componen al final una intrincada selva de piezas homónimas, pero de diferentes autores, géneros y contenidos, y alguna de ellas perdida. Nos permitimos señalar que en nuestro inventario del teatro español del siglo XVII, que con gran generosidad mencionan estos amables colegas, se registra el título de una comedia que podría corresponder con ésta y, de ser así, tratarse de una edición antigua hoy desaparecida. Se trata de El jardín de Falomina, comedia citada por don Jaime Moll entre las «sueltas no identificadas» que incluyó en el Anexo I de su Repertorio de impresos españoles perdidos e imaginarios (1982).

Sin duda, no cabe descartar que una hipotética aparición de esta comedia suelta deparase novedades textuales o de otro tipo sobre El jardín de Falerina; pero así, con estos enigmas y trabas, se va desarrollando la investigación sobre el teatro español del Siglo de Oro, a la que le queda todavía ardua tarea por delante.



HÉCTOR URZÁIZ





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* Castilla. Estudios de Literatura, 1 (2010): LVII-LX ISSN 1989-7383 FRANCISCO DE ROJAS ZORRILLA, ANTONIO COELLO OCHOA Y PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, El jardín de Falerina, ed. Felipe Pedraza y Rafael González Cañal, Barcelona, Octaedro, 2010, 224 págs.





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