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ÉGLOGA A AMARILIS (Félix Lope de Vega)

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Lope de Vega publicó en 1633 su extensísima égloga Amarilis,
compuesta por casi 1.400 versos, en la que recogía bajo los hábitos y
formas del ropaje pastoril convencional, los detalles e impresiones de
su vida amorosa con la que probablemente fue su más grande amor, la
actriz Marta de Nevares que en esta ocasión recibe el nombre de
Amarilis
y da título a la égloga




En fin con los hechizos que sabía,
y un pastor extranjero le enseñaba,
que en la luna caracteres ponía,
los espíritus fieros invocaba,
las bellas luces, donde yo me vía,
y en los hermosos ojos respetaba
de Amarilis el sol, cegó de suerte,
que se pudo vengar de Amor la muerte.


Cuando yo vi mis luces eclipsarse,
cuando yo vi mi sol oscurecerse
mis verdes esmeraldas enlutarse
y mis puras estrellas esconderse,
no puede mi desdicha ponderarse,
ni mi grave dolor encarecerse,
ni puede aquí sin lágrimas decirse
cómo se fue mi sol al despedirse.


Los ojos de los dos tanto sintieron,
que no sé cuáles más se lastimaron,
los que en ella cegaron, o en mí vieron,
ni aun sabe el mismo Amor lo que cegaron,
aunque sola su luz oscurecieron,
que en los demás bellísimos quedaron,
pareciendo al mirarlos que mentían,
pues mataban de amor lo que no vían.

Cual suele enamorar la fantasía
retrato que no sabe que enamora,
y cuanto al vivo original le fía,
con mudas luces el pintado ignora,
o como en el crepúsculo del día
por hermosuras sobre flores llora
el alba, sin saber que las aumenta,
abre, colora, pinta y alimenta.

Pasó al principio con prudencia cana
en tanta juventud verse sin ojos,
tan ninfa, tan gentil, cuanto la humana
belleza dio mortales a despojos.
Cuatro veces el sol en oro y grana
pasados del hibierno los enojos,
bañó la piel del frigio vellocino,
sin replicar a su fatal destino.

No pude yo, que a la tristeza mía
aquel consuelo de Antipatro niego,
que dijo que la noche dar podría
algún deleite al que estuviese ciego;
ni menos a imprimir tuve osadía,
cuando a la estampa de sus ojos llego,
mi vista en ellos, porque no admitiera
peregrina impresión su hermosa esfera.

Ojos, decía yo, si yo decía
lo que el alma a singultos me dictaba,
¿cómo sufrió tanto rigor el día,
que luz de vuestra luz participaba?
De Psiches fue mi loca fantasía,
que ver vuestra belleza imaginaba,
pues vi, mis ojos, cuando a veros llego,
al sol dormido, y a Cupido ciego.

Así estaba el Amor, y así la miro
ciega y hermosa, y con morir por ella,
con lástima de verla me retiro,
por no mirar sin luz alma tan bella.
Difunto tiene un sol, por quien suspiro,
cada esmeralda de su verde estrella,
ya no me da con el mirar desvelos,
seré el primero yo que amó sin celos.

No luce la esmeralda, si engastada
le falta dentro la dorada hoja,
porque de aquella luz reverberada
más puros rayos transparente arroja;
así en mis verdes ojos eclipsada
dentro la luz, que Fabia le despoja,
aunque eran esmeraldas, no tenían
el alma de oro, con que ver podían.

Ahora sí que Amor es ciego, ahora,
si tirarse, a ninguno acertaría,
ahora sí que sois, dulce señora,
ciega de amor, pues que mi amor os guía;
cantad, pues que sabéis, lo que amor llora,
que es vuestra pena y la desdicha mía,
tendrá dos aves esta selva amena,
sin ojos vos, sin lengua Filomena.


Pensaba yo con ésta que no hubiera
desdicha que a la nuestra se igualara,
cuando Fabia cruel intenta fiera
del alma oscurecer la lumbre clara.
Es el entendimiento la primera
luz que la entiende, y voz que la declara,
es su vista y sus ojos, ¿pues qué intento
más fiero, que cegar su entendimiento?


Cuando a Amarilis vi sin él, pastores,
pues que no le perdí, no os encarezca
mis lágrimas, mis penas, mis dolores,
pues no es razón que crédito merezca.
Ejemplo puede ser mi amor de amores,
pues quiere amor que más se aumente y crezca
que si en amar defectos se merece,
ese es amor que en las desdichas crece.

¿Quién creyera que tanta mansedumbre
en tan súbita furia prorrumpiera?;
pero faltando la una y la otra lumbre
de cuerpo y alma, ¿qué otro bien se espera?
Que en no habiendo razón que el alma alumbre
ni vista al cuerpo en una y otra esfera,
sólo pudo quedar lo que se nombra
de viviente mortal cadáver sombra.


Aquella que, gallarda, se prendía
y de tan ricas galas se preciaba,
que a la Aurora de espejo le servía,
y en la luz de sus ojos se tocaba,
curiosa, los vestidos deshacía,
y otras veces, estúpida, imitaba,
el cuerpo en hielo, en éxtasis la mente,
un bello mármol de escultor valiente.


Como después de muerta Polixena
sobre el sepulcro del vengado Aquiles,
bañando el mármol la purpúrea vena,
indigna hazaña de ánimos gentiles,
Hécuba triste maldiciendo a Helena,
y la venganza de los griegos viles,
las selvas asombraba con feroces
ansias, vertiendo el alma entre las voces,

así por nuestros montes discurría,
hiriendo a voces los turbados vientos,
aquella cuya voz, cuya armonía
cantando suspendió los elementos.
Furiosa pitonisa parecía
en los mismos furores, cuando atentos
esperaba de Febo las funestas
o alegres siempre equívocas respuestas.


Las aves, campos, flores y arboledas,
que primero la oyeron, repitiendo
los ecos de su voz, las altas ruedas,
por donde forma el Tajo dulce estruendo,
apenas pueden detenerse quedas,
como entonces oyendo, ahora huyendo,
solo la escucho yo, solo la adoro,
y de lo que padece me enamoro.


Las diligencias finalmente fueron
tantas para curar tan fieros males,
que la vista del alma le volvieron,
que penetra los orbes celestiales:
cuando mis ojos a Amarilis vieron,
juzgando yo sus penas inmortales,
con libre entendimiento, gusto y brío,
roguéle a Amor que me dejase el mío.


Salía el sol del pez Austral, que argenta
las escamas de nieve, al tiempo cuando
cuerda Amarilis a vivir se alienta,
los campos, no los celos, alegrando;
a la estampa del pie la selva atenta,
campanillas azules esmaltando,
parece que aun en flores pretendía
tocar a regocijo y alegría.


Trinaban los alegres ruiseñores,
y los cristales de las claras fuentes
jugaban por la margen con las flores,
que bordaban esmaltes diferentes;
mirábanse los árboles mayores
de suerte en la inquietud de las corrientes,
que el aire, aunque eran sombras, parecía
que debajo del agua los movía.


Por ver el pie, con que las flores pisa,
saltaban los corderos por el llano,
ella les daba sal con dulce risa
en el marfil de su graciosa mano,
en la corteza de los olmos lisa,
ingenio singular, compuso Albano
floridos epigramas, no vulgares,
que era poeta de los doce Pares.


De mí no digo, porque siempre he sido
humilde profesor de mi ignorancia,
no como algunos, que han introducido
sacar ejecutoria a su arrogancia;
y siendo genio Amor de mi sentido,
mirando más la fe que la elegancia,
compuse versos, que con lengua pura
Castilla y la verdad llaman cultura.


Mas como el bien no dura, y en llegando
de su breve partida desengaña,
huésped de un día, pájaro volando,
que pasa de la propia a tierra extraña,
no eran pasados bien dos meses, cuando
una noche al salir de mi cabaña
se despidió de mí tan tiernamente,
como si fuera para estar ausente.


«Elisio, caro amigo, me decía,
lo que has hecho por mí te pague el cielo,
con tanto amor, lealtad y cortesía,
fe limpia, verdad pura, honesto celo».
«¿Qué causa, dije yo, señora mía,
qué accidente, qué intento, qué desvelo
te obliga a despedirme desta suerte,
si tengo de volver tan presto a verte?».


«Siempre con esta pena me desvío
de ti», me respondió; ¿mas quién pensara,
que el alba de sus ojos en rocío
tan tierno a media noche me bañara?
«Adiós, dijo llorando, Elisio mío...»
«Espera, respondí, mi prenda cara».
No pudo responder, que con el llanto
callando habló, mas nunca dijo tanto.


Yo triste aquella noche infortunada,
principio de mi mal, fin de mi vida,
dormí con la memoria fatigada,
si hay parte que del alma esté dormida;
mas cuando de diamantes coronada,
en su carroza de temor vestida,
mandaba al sueño que esparciese luego
cuidado al vicio, a la virtud sosiego,

suelto el cabello, desgreñado y yerto,
medio desnuda, Lícida me nombra,
pastora de Amarilis, yo despierto,
y pienso que es de mi cuidado sombra.
Si a pintaros a Lícida no acierto,
no os espantéis, porque aun aquí me asombra
«Tu bien se muere, dijo, Elisio, advierte,
que está tu vida en brazos de la muerte».




Félix Lope de Vega
Égloga a Amarilis



________
Ver obra completa
en la biblioteca de
la Universidad Complutense de Madrid,
pinchando aquí




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