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"RETRATO DEL ARTISTA ADOLESCENTE" DE JOYCE por Dámaso Alonso









 I






(Stephen Dédalus es mi nombre)*

(...)

Abrió la Geografía para estudiar la lección, pero no se podía acordar de los nombres de lugar de América. Y sin embargo, todos ellos eran sitios diferentes que tenían diferentes nombres. Todos estaban en países distintos y los países estaban en continentes y los continentes estaban en el mundo y el mundo era el universo. Pasó las hojas de la Geografía hasta llegar a la guarda y leyó lo que él había escrito allí. Allí estaban él, su nombre y su residencia.


Stephen Dédalus
Clase de Nociones
Colegio de Clongowes Wood
Sallins
Condado de Kildare
Irlanda
Europa
El Mundo
El Universo

Esto estaba escrito de su mano. Y Fleming había escrito por broma en la página opuesta:

Stephen Dédalus es mi nombre
e Irlanda mi nación.
Clongowes donde yo vivo
y el cielo mi aspiración.

Leyó los versos del revés, pero así dejaban de ser poesía. Y luego leyó de abajo a arriba lo que había en la guarda hasta que llegó a su nombre. Aquello era él: y entonces volvió a leer la página hacia abajo. ¿Qué había después del universo? Nada. Pero, ¿es que había algo alrededor del universo para señalar dónde se terminaba, antes de que la nada comenzase? No podía haber una muralla. Pero podría haber allí una línea muy delgada, muy delgada, alrededor de todas las cosas. Era algo inmenso el pensar en todas las cosas y en todos los sitios. Sólo Dios podía hacer eso. Trataba de imaginarse qué pensamiento tan grande tendría que ser aquél, pero sólo podía pensar en Dios. Dios era el nombre de Dios, lo mismo que su nombre era Stephen. Dieu quería decir Dios en francés y era también el nombre de Dios; y cuando alguien le rezaba a Dios y decía Dieu, Dios conocía desde el primer momento que era un francés el que estaba rezando. Pero aunque había diferentes nombres para Dios en las distintas lenguas del mundo y aunque Dios entendía lo que le rezaban en todas las lenguas, sin embargo, Dios permanecía siempre el mismo Dios, y el verdadero nombre de Dios era Dios.

Se cansaba mucho pensando estas cosas. Le hacía experimentar la sensación de que le crecía la cabeza. Pasó la guarda del libro y se puso a mirar con aire cansado a la tierra verde y redonda entre las nubes marrón. Se preguntaba qué era mejor: si decidirse por el verde o por el marrón...


(...)



5



(...)
(Irlandeses)

Son esta raza y este país y esta vida los que me han producido -dijo-. Tengo que expresarme como soy.

-Procura ser uno de los nuestros -repitió Davin-. Tú eres irlandés de corazón, pero el orgullo puede más en ti.

-Mis antecesores arrojaron su propia lengua para aceptar otra -dijo Stephen-. Permitieron ser sometidos por un puñado de extranjeros. ¿Y te imaginas tú que voy a pagar con mi propia vida y persona las deudas que ellos contrajeron? ¿Por qué?

-Por nuestra libertad -contestó Davin.

-No ha habido ni un hombre honrado y sincero que os haya sacrificado su vida, su juventud y sus afecciones, desde los días de Tone a los de Parnell, sin que le hayáis vendido al enemigo o abandonado en la necesidad o traicionado y dejado por otro. Y ahora me invitas a que sea uno de los vuestros. Antes que eso, que os lleve el diablo a todos vosotros. 

-Ellos sucumbieron por sus ideales, Stevie -dijo Davin-. Nuestro día ha de llegar aún, créeme.

Stephen se quedó callado por un instante mientras seguía su propio pensamiento.

-Nace el alma -dijo por fin abstraído-, en esos momentos de los que te he hablado. Su nacimiento es lento y obscuro, más misterioso que el del cuerpo mismo. Cuando el alma de un hombre nace en este país, se encuentra con unas redes arrojadas para retenerla, para impedirle la huida. Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Estas son las redes de las que yo he de procurar escaparme. 

Davin sacudió la ceniza de su pipa.

-Demasiado profundo para mí, Stevie -dijo-. Pero la tierra de uno es lo primero. Irlanda, primero, Stevie. Después bien puedes ser poeta o místico, si quieres.

-¿Sabes lo que es Irlanda? -preguntó Stephen con glacial violencia-. Irlanda es la cerda vieja que devora su propia lechigada.
(...)

(Arte y belleza)




Stephen le alargó la cajetilla. Lynch cogió el último pitillo que quedaba, diciendo sencillamente:

-Adelante.

-Aquino -continuó Stephen- dice que lo bello es aquello cuya aprehensión agrada.

Lynch afirmó con la cabeza.

-Lo recuerdo -dijo-. Pulchra sunt quae visa placent.

-Usa la palabra visa -dijo Stephen- para cubrir todas las aprehensiones estéticas de cualquier naturaleza, ya provengan de la vista o del oído, o de cualquier otra vía aprehensiva. Esa palabra, aunque vaga, es suficientemente clara para dejar a un lado lo bueno y lo malo que excita el deseo o la repulsión. Quiere decir una stasis, no una kinesis. ¿Qué diremos de la verdad? También produce una stasis de la mente. Tú no habrías escrito con lápiz tu nombre sobre la hipotenusa de un triángulo rectángulo.

-No -dijo Lynch-, lo que quiero es la hipotenusa de la Venus de Praxíteles.

-Luego lo que produce la verdad es una stasis -dedujo Stephen-. Me parece que Platón dijo que la belleza es el resplandor de la verdad. No creo que eso quiera decir sino simplemente que la verdad y la belleza son afines. La verdad es contemplada por la inteligencia aquietada por las relaciones más satisfactorias de lo inteligible. La belleza es contemplada por la imaginación aquietada por las relaciones más satisfactorias de lo sensible. El primer paso en dirección a la verdad es el llegar a comprender la contextura y la esfera de acción de la inteligencia misma, el comprender el acto intelectivo mismo. Todo el sistema de la filosofía de Aristóteles descansa sobre su libro de psicología, y éste, sobre la afirmación de que un mismo atributo no puede al mismo tiempo, y en la misma conexión, pertenecer y no pertenecer al mismo sujeto. El primer paso en dirección a la belleza es el comprender la contextura y la esfera de acción de la imaginación, el comprender el acto mismo de la aprehensión estética. ¿Está claro?

-Bien. ¿Pero qué es la belleza? -preguntó Lynch impaciente-. Venga otra definición. ¡Algo que vemos y que nos agrada! ¿Es a eso a todo lo que llegáis entre Aquino y tú?

-Tomemos la mujer -dijo Stephen.

-Tomémosla -repitió fervorosamente Lynch.

-El griego, el turco, el chino, el copto, el hotentote -dijo Stephen-, todos admiran un tipo diferente de belleza femenina. En este punto parece que nos perdemos en un laberinto sin salida. Hay, sin embargo, dos salidas. Una es la hipótesis de que cualquier cualidad física que los hombres admiran en las mujeres, está en conexión directa con las múltiples funciones de la mujer para la propagación de la especie. Tal vez sea así. El mundo, según parece, es aún más lóbrego que lo que tú piensas, Lynch. Por mi parte, a mí me desagrada esta solución. Conduce a la eugénica más bien que a la estética. Te saca fuera del laberinto para ir a dar a un aula nueva y chillona en la cual Mac Cann, en una mano El origen de las especies, y en la otra El Nuevo Testamento, te explica que si tú admiras las mórbidas caderas de Venus, es porque sientes que ella puede darte el fruto de una prole rolliza, y que si admiras sus abundantes senos, es porque sientes que serían capaces de proporcionar una leche nutritiva a los hijos que en ella engendres.

-Pues si es así, Mac Cann no es más que un requeteincordiante mentiroso -exclamó vibrantemente Lynch.

-Queda otra salida -continuó Stephen sin poder contener la risa.

-¿Y es? -dijo Lynch.

-La siguiente hipótesis -comenzó Stephen.

Un gran carro cargado de hierro avanzó por la esquina del hospital de Sir Patrick Dun, sumiendo las últimas palabras de Stephen en un horrible estruendo de metal tintineante. Lynch se tapó los oídos y se puso a proferir juramento tras juramento hasta que el carro hubo desaparecido. Por fin, giró con ímpetu sobre los talones. Stephen se volvió también y esperó por unos momentos hasta que el mal humor de su compañero estuvo bien desahogado.

-La siguiente hipótesis -repitió Stephen- es la otra salida: aunque un mismo objeto pueda no parecer hermoso a todo el mundo, todo el que admira un objeto bello encuentra en él ciertas relaciones que le satisfacen y que coinciden con las etapas mismas de la aprehensión estética. Estas relaciones de lo sensible, visibles para ti a través de una determinada forma y para mí a través de otra distinta, serán, por tanto, las cualidades necesarias de la belleza. Y ahora vamos a volver a nuestro antiguo amigo Santo Tomás de Aquino en demanda de otros dos peniques de sabiduría.

Lynch se echó a reír.

-Me resulta enormemente divertido -dijo- el oírte citarle una vez y otra vez como si se tratara de un compinche frailuno que te hubieras echado. No sé si tú mismo no te estarás riendo para tu capote.

-Mac Alister -contestó Stephen- seguramente pondría a mi teoría estética el remoquete de "tomismo aplicado". Hasta allí, hasta donde se extiende este aspecto de la filosofía estética, el de Aquino me puede conducir perfectamente encarrilado. Pero al llegar a los fenómenos de la concepción, gestación y reproducción artísticas, necesito una nueva terminología y una nueva investigación personal.

-Naturalmente -dijo Lynch-. Después de todo, Santo Tomás, a pesar de su inteligencia, no era más que un frailuco como otro cualquiera. Pero eso de la investigación personal y de la nueva terminología ya me lo explicarás otra vez. Date prisa ahora y acaba la primera parte.

-¿Quién sabe? -dijo Stephen sonriendo-. Tal vez Santo Tomás me podría entender mejor que tú. Era poeta también. Escribió un himno para el Jueves Santo. Comienza con las palabras Pange lingua gloriosi. Afirman que es la joya más preciosa de todo el himnario. Es un himno intrincado y confortante. Me gusta. Pero no hay himno que pueda ponerse al lado del Vexilla Regis, el canto procesional, triste y majestuoso de Venancio Fortunato.

Lynch se puso a cantar, suavemente, solemnemente, con una voz de bajo profundo:

Impleta sunt quae concinit
David fideli carmine
Dicendo a nationibus
Regnavit a ligno Deus.


-¡Eso sí que es hermoso! -dijo, satisfecho-. ¡Estupenda música!

Se metieron por Lower Mount Street. A pocos pasos de la esquina se encontraron con un mozo gordiflón que llevaba una bufanda de seda, el cual les saludó, deteniéndolos.





James Joyce
Retrato del artista adolescente
Traducción de
Dámaso Alonso



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(*) Epígrafes de Lecturas hispánicas


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