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En el nombre de hoy
En
el nombre de hoy, veintiséis
de
abril y mil novecientos
cincuenta
y nueve, domingo
de
nubes con sol, a las tres
-según
sentencia del tiempo-
de
la tarde en que doy principio
a
este ejercicio en pronombre primero
del
singular, indicativo,
y
asimismo en el nombre del pájaro
y
de la espuma del almendro,
del
mundo, en fin, que habitamos,
voy
a deciros lo que entiendo.
Pero
antes de ir adelante
desde
esta página quiero
enviar
un saludo a mis padres,
que
no me estarán leyendo.
Para
ti, que no te nombro,
amor
mío -y ahora hablo en serio-,
para
ti, sol de los días
y
noches, maravilloso
gran
premio de mi vida,
de
toda la vida,
qué
puedo decir,
ni
qué quieres que escriba
a
la puerta de estos versos?
Finalmente
a los amigos,
compañeros
de viaje,
y
sobre todos ellos
a
vosotros, Carlos, Ángel,
Alfonso
y Pepe, Gabriel
y
Gabriel, Pepe (Caballero)
y
a mi sobrino Miguel,
Jose
Agustín y Blas de Otero,
a
vosotros pecadores
como
yo, que me avergüenzo
de
los palos que no me han dado,
señoritos
de nacimiento
por
mala conciencia escritores
de
poesía social,
dedico
también un recuerdo,
y
a la afición en general.
Barcelona ya no és bona
o
mi paseo solitario en
primavera
A Fabián Estapé
Este despedazado anfiteatro,
impío
honor de los dioses, cuya afrenta
publica
el amarillo jaramago
ya
reducido a trágico teatro,
¡oh
fábula del tiempo! representa cuanta fue
su grandeza y es su estrago.
Rodrigo Caro
En
los meses de aquella primavera
pasaron
por aquí seguramente
más
de una vez.
Entonces,
los dos eran muy jóvenes
y
tenían el Chrysler amarillo y negro.
Los
imagino al mediodía, por la avenida de los tilos,
la
capota del coche salpicada de sol,
o
quizá en Miramar, llegando a los jardines,
mientras
que sobre el fondo del puerto y la ciudad
se
mecen las sombrillas del restaurante al aire libre,
y
las conversaciones, y la música,
fundiéndose
al rumor de los neumáticos
sobre
la grava del paseo.
Sólo
por un instante
se
destacan los dos a pleno sol
con
los trajes que he visto en las fotografías:
él
examina un coche muchísimo más caro
-un
Duesemberg sport con doble parabrisas,
bello
como una máquina de guerra-
y
ella se vuelve a mí, quizá esperándome,
y
el vaivén de las rosas de la pérgola
parpadea
en la sombra
de
sus pacientes ojos de embarazada.
Era
en el año de la Exposición.
Así
yo estuve aquí
dentro
del vientre de mi madre,
y
es verdad que algo oscuro, que algo anterior me trae
por
estos sitios destartalados.
Más
aún que los árboles y la naturaleza
o
que el susurro del agua corriente
furtiva,
reflejándose en las hojas
-y
eso que ya a mis años
se
empieza a agradecer la primavera-,
yo
busco en mis paseos los tristes edificios,
las
estatuas manchadas con lápiz de labios,
los
rincones del parque pasados de moda
en
donde, por la noche, se hacen el amor...
Y
a la nostalgia de una edad feliz
y
de dinero fácil, tal como la contaban,
se
mezcla un sentimiento bien distinto
que
aprendí de mayor,
este
resentimiento
contra
la clase en que nací,
y
que se complace también al ver mordida,
ensuciada
la feria de sus vanidades
por
el tiempo y las manos del resto de los hombres.
Oh
mundo de mi infancia, cuya mitología
se
asocia -bien lo veo-
con
el capitalismo de empresa familiar!
Era
ya un poco tarde
incluso
en Cataluña, pero la pax burguesa
reinaba
en los hogares y en las fábricas,
sobre
todo en las fábricas - Rusia estaba muy lejos
y
muy lejos Detroit.
Algo
de aquel momento queda en estos palacios
y
en estas perspectivas desiertas bajo el sol,
cuyo
destino ya nadie recuerda.
Todo
fue una ilusión, envejecida
como
la maquinaria de sus fábricas,
o
como la casa en Sitges, o en Caldetas,
heredada
también por el hijo mayor.
Sólo
montaña arriba, cerca ya del castillo,
de
sus fosos quemados por los fusilamientos,
dan
señales de vida los murcianos.
Y
yo subo despacio por las escalinatas
sintiéndome
observado, tropezando en las piedras
en
donde las higueras agarran sus raíces,
mientras
oigo a estos chavas nacidos en el Sur
hablarse
en catalán, y pienso, a un mismo tiempo,
en
mi pasado y en su porvenir.
Sean
ellos sin más preparación
que
su instinto de vida
más
fuertes al final que el patrón que les paga
y
que el salta-taulells que les desprecia:
que
la ciudad les pertenezca un día.
Como
les pertenece esta montaña,
este
despedazado anfiteatro
de
las nostalgias de una burguesía.
Apología y petición
¿Y
qué decir de nuestra madre España,
este
país de todos los demonios
en
donde el mal gobierno, la pobreza
no
son, sin más, pobreza y mal gobierno,
sino
un estado místico del hombre,
la
absolución final de nuestra historia?
De todas las historias de la Historia
la
más triste sin duda es la de España
porque
termina mal. Como si el hombre,
harto
ya de luchar con sus demonios,
decidiese
encargarles el gobierno
y
la administración de su pobreza.
Nuestra
famosa inmemorial pobreza
cuyo
origen se pierde en las historias
que
dicen que no es culpa del gobierno,
sino
terrible maldición de España,
triste
precio pagado a los demonios
con
hambre y con trabajo de sus hombres.
A
menudo he pensado en esos hombres,
a
menudo he pensado en la pobreza
de
este país de todos los demonios.
Y
a menudo he pensado en otra historia
distinta
y menos simple, en otra España
en
donde sí que importa un mal gobierno.
Quiero
creer que nuestro mal gobierno
es
un vulgar negocio de los hombres
y
no una metafísica, que España
puede
y debe salir de la pobreza,
que
es tiempo aún para cambiar su historia
antes
que se la lleven los demonios.
Quiero
creer que no hay tales demonios.
Son
hombres los que pagan al gobierno,
los
empresarios de la falsa historia.
Son
ellos quienes han vendido al hombre,
los
que le han vertido a la pobreza
y
secuestrado la salud de España.
Pido
que España expulse a esos demonios.
Que
la pobreza suba hasta el gobierno.
Que
sea el hombre el dueño de su historia.
A Juan Marsé
Definitivamente
parece confirmarse que este invierno
que viene, será duro.
Adelantaron
las lluvias, y el Gobierno,
reunido en consejo de ministros,
no se sabe si estudia a estas horas
el subsidio de paro
o el derecho al despido,
o si sencillamente, aislado en un océano,
se limita a esperar que la tormenta pase
y llegue el día, el día en que, por fin,
las cosas dejen de venir mal dadas.
En la noche de octubre,
mientras leo entre líneas el periódico,
me he parado a escuchar el latido
del silencio en mi cuarto, las conversaciones
de los vecinos acostándose,
todos esos rumores
que recobran de pronto una vida
y un significado propio, misterioso.
Y he pensado en los miles de seres humanos,
hombres y mujeres que en este mismo instante,
con el primer escalofrío,
han vuelto a preguntarse por sus preocupaciones,
por su fatiga anticipada,
por su ansiedad para este invierno,
mientras que afuera llueve.
parece confirmarse que este invierno
que viene, será duro.
Adelantaron
las lluvias, y el Gobierno,
reunido en consejo de ministros,
no se sabe si estudia a estas horas
el subsidio de paro
o el derecho al despido,
o si sencillamente, aislado en un océano,
se limita a esperar que la tormenta pase
y llegue el día, el día en que, por fin,
las cosas dejen de venir mal dadas.
En la noche de octubre,
mientras leo entre líneas el periódico,
me he parado a escuchar el latido
del silencio en mi cuarto, las conversaciones
de los vecinos acostándose,
todos esos rumores
que recobran de pronto una vida
y un significado propio, misterioso.
Y he pensado en los miles de seres humanos,
hombres y mujeres que en este mismo instante,
con el primer escalofrío,
han vuelto a preguntarse por sus preocupaciones,
por su fatiga anticipada,
por su ansiedad para este invierno,
mientras que afuera llueve.
Por todo el litoral de Cataluña llueve
con verdadera crueldad, con humo y nubes bajas,
ennegreciendo muros,
goteando fábricas, filtrándose
en los talleres mal iluminados.
Y el agua arrastra hacia la mar semillas
incipientes, mezcladas en el barro,
árboles, zapatos cojos, utensilios
abandonados y revuelto todo
con las primeras Letras protestadas.
Albada
Despiértate.
La cama está más fría
y
las sábanas sucias en el suelo.
Por
los montantes de la galería
llega el amanecer,
con
su color de abrigo de entretiempo
y liga de mujer.
Despiértate
pensando vagamente
que
el portero de noche os ha llamado.
Y
escucha en el silencio: sucediéndose
hacia
lo lejos, se oyen enronquecer
los
tranvías que llevan al trabajo.
Es el amanecer.
Irán
amontonándose las flores
cortadas,
en los puestos de las Ramblas,
y
silbarán los pájaros -cabrones-
desde
los plátanos, mientras que ven volver
la
negra humanidad que va a la cama
después de amanecer.
Acuérdate
del cuarto en que has dormido.
Entierra
la cabeza en las almohadas,
sintiendo
aún la irritación y el frío
que da el amanecer
junto
al cuerpo que tanto nos gustaba
en la noche de ayer,
y
piensa en que debieses levantarte.
Piensa
en la casa todavía oscura
donde
entrarás para cambiar de traje,
y
en la oficina, con sueño que vencer,
y
en muchas otras cosas que se anuncian
desde el amanecer.
Aunque
a tu lado escuches el susurro
de
otra respiración. Aunque tú busques
el
poco de calor entre sus muslos
medio
dormido, que empieza a estremecer.
Aunque
el amor no deje de ser dulce
hecho al amanecer.
-Junto
al cuerpo que anoche me gustaba
tanto
desnudo, déjame que encienda
la
luz para besarte cara a cara,
en el amanecer.
Porque
conozco el día que me espera,
y no por el placer.
París, postal del cielo
Ahora,
voy a contaros
cómo
también yo estuve en París, y fui dichoso.
Era
en los buenos años de mi juventud,
los
años de abundancia
del
corazón, cuando dejar atrás padres y patria
es
sentirse más libre para siempre, y fue
en
verano, aquel verano
de
la huelga y las primeras canciones de Brassens,
y
de la hermosa historia
de
casi amor.
Aún
vive en mi memoria aquella noche,
recién
llegado. Todavía contemplo,
bajo
el Pont Saint Michel, de la mano, en silencio,
la
gran luna de agosto suspensa entre las torres
de
Notre-Dame, y azul
de
un imposible el río tantas veces soñado
-It's too romantic, como tú me dijiste
al
retirar los labios.
¿En
qué sitio perdido
de
tu país, en qué rincón de Norteamérica
y
en el cuarto de quién, a las horas más feas,
cuando
sueñes morir no te importa en qué brazos,
te
llegará, lo mismo
que
ahora a mí me llega, ese calor de gentes
y
la luz de aquel cielo rumoroso
tranquilo,
sobre el Sena?
Como
sueño vivido hace ya mucho tiempo,
como
aquella canción
de
entonces, así vuelve al corazón,
en
un instante, en una intensidad, la historia
de
nuestro amor,
confundiendo
los días y sus noches,
los
momentos felices,
los
reproches
y
aquel viaje -camino de la cama-
en
un vagón del Metro Étoile-Nation.
La novela de un joven
pobre
Se
llamaba Pacífico,
Pacífico
Ricaport,
de
Santa Rita en Pampanga
en
el centro de Luzón,
y
todavía le quedaba
un
ligero acento pampangueño
cuando
se impacientaba
y
en los momentos tiernos,
precisamente
al recordar,
compadecido
de sí mismo,
desde
sus años de capital
su
infancia de campesino,
en
las noches laborables
-más
acá del bien y el mal-
de
las barras de los bares
de
la calle de Isaac Peral,
porque
era pobre y muy sensible
y
guapo, además, que es peor,
sobre
todo en los países
sin
industrialización,
y
eran vagos sus medios de vida
lo
mismo que sus historias,
que
sus dichas y desdichas
y
sus llamadas telefónicas.
Cuántas
noches suspirando
en
el local ya vacío,
vino
a sentarse a mi lado
y
le ofrecí un cigarrillo.
En
esas horas miserables
en
que nos hacen compañía
hasta
las manchas de nuestro traje,
hablábamos
de la vida
y
el pobre se lamentaba
de
lo que hacían con él:
”Me
han echado a patadas
de
tantos cuartos de hotel…”
Adónde
habrás ido a parar,
Pacífico,
viejo amigo,
tres
años más viejo ya?
Debes
tener veinticinco.
A una dama muy joven, separada
En
un año que has estado
casada,
pechos hermosos,
amargas
encontraste
las
flores del matrimonio.
Y
una buena mañana
la
dulce libertad
elegiste
impaciente,
como
un escolar.
Hoy
vestida de corsario
en
los bares se te ve
con
seis amantes por banda
-Isabel,
niña Isabel-,
sobre
un taburete erguida,
radiante,
despeinada
por
un viento sólo tuyo,
presidiendo
la farra.
De
quién, al fin de una noche,
no
te habrás enamorado
por
quererte enamorar!
Y
todo me lo han contado.
¿No
has aprendido, inocente,
que
en tercera persona
los
bellos sentimientos
son
historias peligrosas?
Que
la sinceridad
con
que te has entregado
no
la comprenden ellos,
niña
Isabel. Ten cuidado.
Porque
estamos en España.
Porque
son uno y lo mismo
los
memos de tus amantes,
el
bestia de tu marido
Años triunfales
Media
España ocupaba España entera
con
la vulgaridad, con el desprecio
total
de que es capaz, frente al vencido,
un
intratable pueblo de cabreros.
Barcelona
y Madrid eran algo humillado.
Como
una casa sucia, donde la gente es vieja,
la
ciudad parecía más oscura
y
los Metros olían a miseria.
Con
la luz de atardecer, sobresaltada y triste,
se
salía a las calles de un invierno
poblado
de infelices gabardinas
a
la deriva bajo el viento.
Y
pasaban figuras mal vestidas
de
mujeres, cruzando como sombras,
solitarias
mujeres adiestradas
-viudas,
hijas o esposas-
en
los modos peores de ganar la vida
y
suplir a sus hombres. Por la noche,
las
más hermosas sonreían
a
los más insolentes de los vencedores.
Peeping Tom
Ojos
de solitario, muchachito atónito
que
sorprendí mirándonos
en
aquel pinarcillo, junto a la Facultad de Letras,
hace
más de once años,
al
ir a separarme,
todavía
atontado de saliva y de arena,
después
de revolcarnos los dos medio vestidos,
felices
como bestias.
Te
recuerdo, es curioso
con
qué reconcentrada intensidad de símbolo,
va
unido a aquella historia,
mi
primera experiencia de amor correspondido.
A
veces me pregunto qué habrá sido de ti.
Y
si ahora en tus noches junto a un cuerpo
vuelve
la vieja escena
y
todavía espías nuestros besos.
Así
me vuelve a mí desde el pasado,
como
un grito inconexo,
la
imagen de tus ojos. Expresión
de
mi propio deseo.
Pandémica y celeste
quam magnus numerus Libyssae arenae
aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtiuos
hominum uident amores.
Catulo, VII
Imagínate
ahora que tú y yo
muy
tarde ya en la noche
hablemos
hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en
una de esas noches memorables
de
rara comunión, con la botella
medio
vacía, los ceniceros sucios,
y
después de agotado el tema de la vida.
Que
te voy a enseñar un corazón,
un
corazón infiel,
desnudo
de cintura para abajo,
hipócrita lector -mon semblable,-mon frère!
Porque
no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien
me tira del cuerpo a otros cuerpos
a
ser posiblemente jóvenes:
yo
persigo también el dulce amor,
el
tierno amor para dormir al lado
y
que alegre mi cama al despertarse,
cercano
como un pájaro.
¡Si
yo no puedo desnudarme nunca,
si
jamás he podido entrar en unos brazos
sin
sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual
deslumbramiento que a los veinte años !
Para
saber de amor, para aprenderle,
haber
estado solo es necesario.
Y
es necesario en cuatrocientas noches
-con
cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber
hecho el amor. Que sus misterios,
como
dijo el poeta, son del alma,
pero
un cuerpo es el libro en que se leen.
Y
por eso me alegro de haberme revolcado
sobre
la arena gruesa, los dos medio vestidos,
mientras
buscaba ese tendón del hombro.
Me
conmueve el recuerdo de tantas ocasiones...
Aquella
carretera de montaña
y
los bien empleados abrazos furtivos
y
el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados
a la tapia, cegados por las luces.
O
aquel atardecer cerca del río
desnudos
y riéndonos, de yedra coronados.
O
aquel portal en Roma -en vía del Balbuino.
Y
recuerdos de caras y ciudades
apenas
conocidas, de cuerpos entrevistos,
de
escaleras sin luz, de camarotes,
de
bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,
y
de infinitas casetas de baños,
de
fosos de un castillo.
Recuerdos
de vosotras, sobre todo,
oh
noches en hoteles de una noche,
definitivas
noches en pensiones sórdidas,
en
cuartos recién fríos,
noches
que devolvéis a vuestros huéspedes
un
olvidado sabor a sí mismos!
La
historia en cuerpo y alma, como una imagen rota,
de la langueur goûtée à ce mal d'être deux.
Sin
despreciar
-alegres
como fiesta entre semana-
las
experiencias de promiscuidad.
Aunque
sepa que nada me valdrían
trabajos
de amor disperso
si
no existiese el verdadero amor.
Mi
amor,
íntegra imagen de mi vida,
sol
de las noches mismas que le robo.
Su
juventud, la mía,
-música
de mi fondo-
sonríe
aún en la imprecisa gracia
de
cada cuerpo joven,
en
cada encuentro anónimo,
iluminándolo.
Dándole un alma.
Y
no hay muslos hermosos
que
no me hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando
nos conocimos, antes de ir a la cama.
Ni
pasión de una noche de dormida
que
pueda compararla
con
la pasión que da el conocimiento,
los
años de experiencia
de
nuestro amor.
Porque en amor
también
es
importante el tiempo,
y
dulce, de algún modo,
verificar
con mano melancólica
su
perceptible paso por un cuerpo
-mientras
que basta un gesto familiar
en
los labios,
o
la ligera palpitación de un miembro,
para
hacerme sentir la maravilla
de
aquella gracia antigua,
fugaz
como un reflejo.
Sobre
su piel borrosa,
cuando
pasen más años y al final estemos,
quiero
aplastar los labios invocando
la
imagen de su cuerpo
y
de todos los cuerpos que una vez amé
aunque
fuese un instante, deshechos por el tiempo.
Para
pedir la fuerza de poder vivir
sin
belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras
seguimos juntos
hasta
morir en paz, los dos,
como
dicen que mueren los que han amado mucho.
Intento formular mi
experiencia de la guerra
Fueron,
posiblemente,
los
años más felices de mi vida,
y
no es extraño, puesto que a fin de cuentas
no
tenía los diez.
Las
víctimas más tristes de la guerra
los
niños son, se dice.
Pero
también es cierto que es una bestia el niño:
si
le perdona la brutalidad
de
los mayores, él sabe aprovecharla,
y
vive más que nadie
en
ese mundo demasiado simple,
tan
parecido al suyo.
Para
empezar, la guerra
fue
conocer los páramos con viento,
los
sembrados de gleba pegajosa
y
las tardes de azul, celestes y algo pálidas,
con
los montes de nieve sonrosada a lo lejos.
Mi
amor por los inviernos mesetarios
es
una consecuencia
de
que hubiera en España casi un millón de muertos.
Y
los mismos discursos, los gritos, las canciones
eran
como promesas de otro tiempo mejor,
nos
ofrecían
un
billete de vuelta al siglo diez y seis.
Qué
niño no lo acepta?
Cuando
por fin volvimos
a
Barcelona, me quedó unos meses
la
nostalgia de aquello, pero me acostumbré.
Quien
me conoce ahora
dirá
que mi experiencia
nada
tiene que ver con mis ideas,
y
es verdad. Mis ideas de la guerra cambiaron
después,
mucho después
de
que hubiera empezado la postguerra.
Jaime Gil de Biedma
Moralidades, 1966
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