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EL PAPA VERDE (Miguel Ángel Asturias)

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Archivo Barricada

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Se le espantó el sueño. Tuvo la impresión de que el joven arqueólogo de ojos verdosos y la cara de yanqui-portugués, no era extraño al viaje de su hija. «La ilusionó y ahora estará queriendo cerrar el negocio —rectificóse sonriendo— anexársela (la anexión es el mejor negocio), y para adelantar las cosas se ha disparado esta babosita a mi encuentro. Que se casen. Los ricos se casan y se descasan cuando quieren. No hay problema. El problema es querer casarse o divorciarse sin plata. Lo que demuestra que el amor actual es el Amorbusiness y cuando, como en el caso de Mayarí, deja de serlo, se vuelve una locura que no cabe en la tierra, que nada tiene que ver con la raza humana. Aurelia es dueña de lo que le dejó su madre, tierras en producción, acciones en la «Platanera» y un fuerte depósito en el banco; total: trescientos mil dólares por lo menos, y algo debe haber olido ese pichón de sabio que entre sus monolitos y mi monolito, prefirió el mío, pasándose de los bajo relieves de Quiriguá a las cotizaciones de Wall-Street.»



Encendió un cigarrillo y abrió el diario que acababa de traerle el camarero. Hojeó, hojeó, hojeó, para luego, a la misma velocidad, volver las páginas de aquella catapulta de papel tamaño sábana, buscando la noticia de la llegada de un tal Geo Maker Thompson como hijo predilecto a su ciudad natal. Estuvo a punto de quemarse con la brasa de la colilla. El humo le entró en los ojos. Moqueó. Otro humo más liviano se alzaba en la mesa donde estaba el desayuno. Y el agua se oía en el baño llenando la artesa. Y el barbero se anunciaba dentro de breves instantes. Lo salvó. El fígaro lo salvó. ¡Si hubiera llegado antes!... En la mano traía un periódico y en sus labios, expertos en el chisme y la lisonja, los mayores parabienes por lo que decían de su persona, convertida en personaje. Le arrebató el papel de un tirón. Allí estaba.  ¡Y cómo él no lo había encontrado! Su fotografía en un periódico de Chicago. ¡Qué confortable! El mejor diario de Chicago. Su fotografía entre banqueros y políticos. La frente amplia, el pelo abundante, los labios carnosos, los ojos inteligentes y abajo su nombre: «Geo Maker Thompson.» «Green Pope». Mágico, mágico... «Green Pope». Leyó, devoró el artículo, hasta el final, hasta el último punto. El deleite de poseer un espejo en que las cosas se cambian. Eso son los periódicos. Espejos en que las cosas aparecen otras. ¿Qué creían las estúpidas linfas que copiaban a lo bobo la imagen verdadera? ¿Qué las planchas venecianas de hondo bisel, que no desfiguraban en un ápice lo que se les ponía enfrente? ¿Creían que el hombre no iba a inventar algún día ese otro espejo, ese divino espejo del periódico, donde todo aparece mejor o peor, pero jamás igual? Y allí estaba reflejado, copiado, retratado en el fondo de un río doblado en muchas páginas; un periódico es un río de papel doblada en muchas páginas, y como el río, pasa, se borra, se va a medida que corren las horas. Otros periodistas quieren entrevistarlo. Otros espejos. Nuevas fotografías. Duchas de letras. Nuevas deformaciones, insospechadas hazañas en las costas atlánticas del istmo que une las dos Américas. Uno de los pulpos más raros, el pulpo-golondrina, lo atrapa en el litoral de Nicaragua. Lucha con él a cuchilladas. Cae en una hamaca de peces musicales. Todos los que navegan con él se duermen. En el río Motagua, vestida de novia, se suicida por él una princesa maya. La selva. Los cocodrilos que se alimentan de un agua especial. Un agua que se convierte en vidrio. Las más venenosas serpientes. Nahuyacas, corales, cascabeles, tamagaces. El bosque de la goma de mascar. Los indios lacandones. Y un día la fortuna. El plantador de bananos en las mejores tierras del mundo para esos cultivos, sembrados sobre el vello verde de la tierra púber, donde el lodo de los ríos tiene color de girasol, y salen las estrellas de día en los ojos de los tigres y unos gatos dorados en anillos negros que no son tigres, ni jaguares, sino una especie rara, el ocelote. No atacan al hombre. Son los perros que se usan por allá. Tienen, además, la particularidad de producir una saliva dulce, color ambarino, que los nativos recogen en pequeños recipientes y usan después como jarabe para preparar refrescos contra la insolación. ¿Y los millones?... Una noche, en pleno trópico, el rayo le dio el espaldarazo. Estuvo convertido en ceniza un segundo, de ceniza pasó a relámpago y en el instante en que fue relámpago todo lo que sus manos tocaron se convirtió en oro. No alcanzaría a ser más de un puñado de objetos. Por el contrario, fue mucho, muchísimo. El trueno multiplicó sus manos, sonidos y ecos con todos los movimientos de sus dedos, para abarcar las tierras donde hoy está regada y en producción de millones de racimos de oro verde, la más fantástica plantación del guaneo que el paladar norteamericano prefiere. Y de relámpago se convirtió en lo que era, el Papa Verde, el Papa Verde, nombre que los voceadores de periódicos paseaban, como estandarte, por las calles de Chicago, centenares y centenares de grandes calles, de pequeñas calles... ¡Green Pope!... ¡Green Pope!..., mientras en la bolsa de Nueva York, de París, del mundo subían las acciones bananeras: «¡Tomo a 511!»..., «¡Tomo a 617!»... «¡702!»... «¡809!»... ¡Green Pope!... ¡Green Pope!



Miguel Ángel Asturias
El Papa verde



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