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LA MUERTE EN RILKE* (Gonzalo Gálvez Espinoza)

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“Oh lluvia de estrellas,
vista desde un puente, alguna vez.
No olvidarte. ¡Permanecer!”


 (La muerte, Rainer María Rilke)




Sabemos que inherente al hombre es la pregunta por el sentido de la vida, y ello, desde luego, implica no sólo el cuestionarse por el origen, sino también por lo que vendrá. En este mirar hacia adelante, el hombre se estrella ineluctablemente con la realidad de la muerte. Si definimos plazo como un hecho futuro y cierto, no hay mejor ejemplo que la muerte. No sabemos cuándo, pero sucederá. Dies certus an incertus quando. La muerte es de una inminencia amenazante.



Pero no es en la muerte donde nos diferenciamos de los otros seres que habitan lo creado. En cuanto somos hombres, tenemos conciencia de la muerte, y por eso nadie en la jerarquía de la existencia se enfrenta al tema como nosotros. A ella sólo nosotros la vemos [2]. El animal  al no tener conciencia de su existir, menos tendrá conciencia del acabar de ese existir. Los dioses, por su parte, se ven limitados con el tema de la muerte al no tener la posibilidad de escogerla. El hombre puede elegir su cuándo y su cómo, pero los dioses, dada su eternidad, se enfrentan a su existencia sin la libertad de ponerle término. Nosotros podemos dejar de ser, pero no un dios.




El punto está entonces en el darse cuenta. Como sujetos cognoscentes, nos percatamos de lo que es en nuestro entorno y de lo que con el pasar del tiempo ocurre. Estamos vueltos hacia el mundo y nos damos cuenta de los sucesos que forman parte de él, entre ellos, la ordinaria muerte. Hay que comprender entonces que al decir Muerte, estaremos atravesando el fenómeno biológico para alojarnos en la conciencia del hombre y encontrar allí, más que a la muerte, el concepto de Muerte.

Ahora bien, preguntarse por todo lo que este fenómeno engloba no es una actividad que pocos hayan realizado a través de la historia: tarde o temprano determinados sucesos de la vida nos hacen plantearnos el tema de la muerte y, de igual modo, estos sucesos nos hacen intentar, con más o menos éxito, una respuesta. Es una tarea que viene realizándose de antaño, y por lo mismo, el abanico de reflexiones realizadas a este respecto abraza los más diversos carices. Ya sabemos que la muerte fue preocupación de los primeros hombres, y que por ello constituyó parte de sus relatos que intentaban explicar la realidad. En efecto, el mito del origen de la muerte cuenta lo que sucedió in illo tempore, y al relatar este incidente explica por qué el hombre es mortal
[3].

Debe notarse, en todo caso, que no sólo aquellos que destacan en la filosofía, en el arte o en la religión han trabajado el tema; muy por el contrario, la Muerte es una realidad que se extiende desde las más grandes lumbreras intelectuales hasta el hombre de racionamientos más simples: todos, en algún momento, nos enfrentamos y nos planteamos este fenómeno. La Muerte no distingue; somos los hombres los que distinguimos. En efecto, a pesar que “tenemos conciencia a la vez del florecer y el marchitarse”
[4] , no faltan aquellos que descuidan los pilares más fundamentales de la existencia humana: olvidarse del ser implica olvidarse de la muerte que en él va implícita.

Que muchos hayamos reflexionado sobre la Muerte, hace que no nos sorprenda el hecho que un poeta toque el tema. Y en Rilke, este tópico no fue simplemente rozado por su pluma, sino que se constituyó como uno de los motivos más recurrentes y trabajados a lo largo de toda su obra. Si muchas veces el logro de la poesía está no en el decir, sino en el cómo se dice, más que admirarnos del tema que inquietaba a Rilke, es posible extasiarse en la forma en que él nos dijo la Muerte.

Mas, vamos caminando desde el origen. ¿Cómo habrá llegado Rilke a este tema tan humano, al punto de configurarse como uno de los leit motivs de su obra?. Hemos dicho que nadie escapa a la Muerte: nadie escapa a su propia Muerte. Pero tampoco podemos escaparnos a la realidad que es la Muerte de quienes nos rodean. Ella es una conviviente permanente que se oculta y se nos muestra. La experiencia más cercana con la Muerte no la hemos experimentado en nuestra propia carne, sino en la de quienes estuvieron a nuestro lado. La primera forma de acercarnos objetivamente al fenómeno de la Muerte, se da a través de la Muerte de otros. Dado que el ente, dice Heidegger, es siempre un ser-con-los-otros, podemos “conseguir una experiencia de la muerte”. Pero aunque quisimos acompañar a alguien en su morir, fracasamos cuando la misma Muerte fue la que intervino. Nadie más que nosotros mismos podemos experimentar nuestra propia Muerte. Es un acto en que nos quedamos completamente solos: por mucho que haya una mano enredada en la mano del moribundo, su mirar la cara de la Muerte es personalísimo. “El morir debe asumirlo cada Dasein por sí mismo. La muerte, en la medida en que ella “es”, es por esencia cada vez la mía.”
[5] No se le puede seguir a un muerto. Ante la Muerte, la soledad parece total. Y Rilke fue de la soledad, aquella que “no es algo que podamos escoger o no aceptar. Somos solitarios.” [6] Así, de la soledad a la Muerte propia, aquella a la que nos enfrentamos ineludiblemente solos, hay un pequeño paso.

Pero no sólo llegó Rilke a la Muerte por medio de la soledad, sino que, de un modo más directo, a través de su lectura de Hans Peter Jacobsen; en el decir de Rilke, “el gran, gran poeta”. Este escritor danés había señalado que “todo hombre vive su propia vida y muere su muerte propia”. La idea será verso en Das Stundenbuch
[7] :

¡Oh, Señor!, da a cada uno su muerte propia.
Una muerte que derive de su vida,
en la cual hubo amor, comprensión, y desinterés.
Pues sólo somos la corteza y la hoja.
Y la gran muerte que cada uno lleva en sí
es el fruto entorno al cual todo gravita.



La idea de la Muerte propia fue una obsesión rilkeana. Esta idea tiene el mérito de proponer nuestra mortalidad como intrínsecamente constitutiva de nuestra existencia. Cada uno lleva la Muerte en sí, y la madura en sí mismo: cada cual contiene su Muerte, como el fruto su semilla
[8]. Diría Heidegger que ello es propio de nuestro ser-para-la-muerte (Sein zum Tode). Hay que reconocer que la Muerte está desde siempre en nosotros y con nosotros. En nuestro ser-para-la-muerte se basa la comprensión de nuestro ser finito.

Hemos dicho que esta conciencia de la Muerte es propia del hombre, puesto que a diferencia de todos los otros seres, el “Dasein ya existe siempre precisamente de tal manera que cada vez incluye su no-todavía.”
[9] Dado el no-todavía, existe una libertad dentro de aquello que irremediablemente es parte de nuestro ser hombre. Es lo que Heidegger llamó libertad-para-la-muerte (Freiheit zum Tode). Es decir, no sólo hay que tener conciencia de que debemos morir nuestra propia muerte, sino que además entender que esa propia muerte es por nosotros mismos escogida, pero no en relación al modo o tiempo, sino más bien en la medida de que aceptamos nuestra propia muerte y en ese aceptar nos hacemos libres. No se trata aquí de escoger la forma en que yo voy a morir, sino que, en uso de mi libertad, poder rechazar una Muerte que no me corresponde, porque me enajena de mi propia Muerte. Rilke rechazó la Muerte de los médicos que le asistieron en su agónica enfermedad, y eligió, en virtud de su libertad, su propia Muerte, que ya le venía dada.

Pero vamos avanzando: una vez que con la Muerte nos miramos frente a frente, viene la responsable labor de morir en la totalidad de la Muerte. Rilke nos invita a que nuestra Muerte sea acabada. En Los Cuadernos de Malte, al hablar de un Hotel, señala que se muere en quinientas cincuenta y nueve camas; y en donde la Muerte es en serie. Esto es parte de nuestra responsabilidad en cuanto somos hombres, porque ante el morir, bien se debe morir. Pero, “¿quién concede todavía importancia a una muerte bien acabada?. Nadie. Hasta los ricos, que podrían sin embargo permitirse ese lujo, comienzan a hacerse descuidados e indiferentes.”

El enfrentase al fenómeno de la Muerte trae consecuencialmente la pregunta por el después de la Muerte. En Heidegger, “el análisis de la muerte se mantiene puramente en el más acá, en la medida en que su interpretación del fenómeno sólo mira al modo como la muerte, en cuanto posibilidad de ser de cada Dasein, se hace presente dentro de éste”
[10]. Esto se da, porque la pregunta que se hace el filósofo por el ser no es teológica: su ser es un ser-en-el-mundo, y la teología implica trascendencia. Lo mismo en Rilke, aunque no de modo tan absoluto. Hay un concepto inmanente, pero no hay ausencia del más allá. Con todo, si bien debemos reconocer que el concepto de Muerte que Rilke trabaja tiene cierto matiz de trascendencia, no creamos que al hacer una lectura religiosa de su obra podamos decodificar con éxito su poesía. El propio Rilke intenta suprimir esta óptica para escudriñar sus textos. En una carta a su traductor polaco, Witold Hulewicz, escribe que “si se comete la falta de mantener en las Elegías y en los Sonetos los conceptos católicos de la muerte, del más allá y de la eternidad, se aleja uno totalmente de su origen y se predispone para una incomprensión cada vez más honda”. A Rilke no puede enmarcársele en un área determinada, y por ello fracasa la empresa de realizar lecturas bajo determinadas ópticas. En Rilke, dice Ferreiro Alemparte, confluyen corrientes religiosas de muy diferente origen que se van incorporando paulatina y sincréticamente en él a lo largo de su evolución. [11]

El distanciamiento que hay entre los conceptos de muerte en Rilke y en la religión católica, parece tener sentido a la hora de observar que la Iglesia coloca mayor énfasis en el allende que en el aquende
[12]. Su constante pensar en el más allá, hace que la Muerte sea entendida como el inicio de una vida mejor. De este modo se aleja de Rilke, en quien la Muerte termina por configurar un todo, porque ella no se da “en un más allá cuya sombra oscurece la tierra, sino en una totalidad, en lo entero” [13] . Y aún más, la idea católica de la Muerte como puerta de entrada, es el deseo que todo cristiano debiera trazarse: yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir [14]. La Iglesia ha puesto en la Muerte la tan medular salvación [15], y esto lo traspasa con celo a sus fieles. “Caro salutis est cardo” (“La carne es soporte de la salvación”) [16] Hay que reconocer que son escasas las ocasiones en que hablan de la Muerte como el punto cúlmine del ser hombre. Gaudium et spes es una de esas excepciones, porque ahí se reconoce que “frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre”. [17]

Pero no todo es disimilitud. Ciertas coincidencias nos hacen dudar de la petición que el mismo Rilke hizo de no leer su muerte como un concepto católico. Iremos contra la solicitud del poeta; después de todo, el cristianismo no fue para él una realidad tan ajena.
[18] Hay puntos en común respecto a la idea del morir la propia Muerte, y no es extraño que así sea: Rilke humanizó lo divino, trajo el cielo a la tierra, y es lógico entonces que hayan conceptos compartidos. Llegamos a la coincidencia trazando una lógica sencilla. Según la Iglesia Católica, la Muerte fue transformada por Cristo. Jesús, también sufrió la Muerte, propia de la condición humana. Pero a pesar de su angustia frente a ella, [19] la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad de su Padre. Es decir, a pesar del dolor, Jesús fue capaz de morir su propia Muerte. Si a esto sumamos la exhortación de Pablo a ser semejantes a Cristo “hasta en su muerte”[20] , tenemos que el cristiano debe aceptar, como Jesús, su propia Muerte. Y si no bastare este argumento, puede recordarse el inexorable discurso que la Iglesia ha tenido frente a realidades como el aborto o la eutanasia: nadie puede arrebatarle a un ser humano el morir su propia Muerte; no debe morir la Muerte que otros le impongan. [21]

Pero dejemos esta búsqueda de coincidencias, pues bien pudiera acusarse a esta labor como una lectura religiosa, o específicamente católica, cuando en realidad no lo es. Volvamos a lo que del propio Rilke podemos ir concluyendo.

Su gran obra terminada en 1922, Elegías de Duino, son un reconocer que “no hay permanecer en parte alguna”
[22]. Ahí una vez más la Muerte, porque tener conciencia de la Muerte es tener conciencia de lo transitorio. De esto, Rilke da continuas luces. Basta recordar el inicio de la quinta elegía:

Pero, ¿quiénes son ellos, dime, esos errantes, algo más
fugaces que nosotros mismos, a lo que desde temprano
estruja y apremia una voluntad jamás satisfecha?.

Es la imagen de la temporalidad, y el hecho que el hombre se reconozca transitorio, hace que “alcance la máxima conciencia de su existencia”
[23] . Esta conciencia de la Muerte, a la que ya nos hemos referido, es la luz que ilumina la búsqueda de la verdad de nuestro propio existir.

Y todos estos caminos que a lo largo de este texto hemos recorrido van más allá de la teoría. Rilke hizo de su vida una experiencia, un ensayo definido y voluntario de existencia poética, porque para él “crear ante todo era crearse”. Reconoció que en “en alguna parte se da una vieja enemistad entre la vida y la gran tarea”
[24], pero luchó por que su vida fuera también una obra. Clamó ayuda a Paula Modersohn – Becker, aunque ella seguía “muerta entre los muertos”. Rilke intentó hacer imperceptible la distancia entre vida y obra, entonces, ¿qué menos se le podía pedir al poeta que pregonaba la Muerte propia?. Una tarde, al cortar una rosa para una amiga, una espina le ofreció morir su propia Muerte. Un pinchazo le causó una infección que, agravada por una leucemia, lo tuvo agonizando por unos días. Tal vez su Muerte había sido incluso por él mismo presentida. Dice en el Réquiem para una amiga:

Mira esta rosa sobre mi escritorio;
¿no está la luz en torno a ella tan vacilante
como sobre ti? Tampoco ella debía estar aquí.


Y no sólo eso, sino que sumémosle los versos que hoy alumbran su propia tumba:

Rosa, ¡oh pura contradicción!,
voluptuosidad de no ser el dueño de nadie bajo tantos párpados.


Por doloroso que fuera su morir, era tal vez lo que el mismo Rilke hubiera escogido para morir su propia Muerte. Una Muerte poética para el gran poeta.

Para Heidegger, la historia de la civilización occidental ha sido la historia de cómo fue olvidado el ser. Y el olvido del ser implica también olvidar el ser-para-la-muerte. El lenguaje, dice Heidegger, es la resonancia de la gracia del ser, la morada del ser, y los pensadores y los poetas son los vigilantes de esta morada. Rilke cumplió su rol de vigilancia, porque nos recordó con su obra y hasta con su propia vida qué era el morir la propia Muerte. El hombre, sobre todo el de hoy, tiende a olvidarlo. La Muerte ha sido reprimida y alejada de la vida al rechazársele cotidianamente; tanto, que los sentimientos con que podríamos aprehenderlas se han atrofiado. Las causas de ese olvido no podemos aquí descifrarlas, pero es un hecho que uno de los pretextos de la naturaleza es que se esfuerza en desviar la atención de los hombres de sus misterios más profundos. Para volver la atención sobre la vida y la Muerte está la poesía; y para recordarnos cómo morir nuestra propia Muerte está Rilke, sí, el poeta.





Gonzalo Gálvez Espinoza
Mayo, 2004
Fuente: blog  5 Luces










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* Texto preparado para el “Seminario de investigación poética” organizado en La Sebastiana por la Fundación Neruda. Año 2004.

2 Elegías de Duino. Rainer Maria Rilke. Trad. Otto Dörr Zegers. Ed. Universitaria. Octava Elegía.
3 Mito y realidad. Mircea Eliade
4 Elegías de Duino. Rainer Maria Rilke. Trad. Otto Dörr Zegers. Ed. Universitaria. Cuarta Elegía.
5 Sein und Zeit. Martin Heidegger. Trad. Jorge Eduardo Rivera. Ed. Universitaria. Pág.261.
6 Cartas a un joven poeta. Trad. Delia Nilda Arrizabalaga. Carta VIII. Fladie (Suecia). 12.08.1904.
7 El Libro de las Horas. Rainer Maria Rilke. 1906.
8 Cuadernos de Malte Laurids Brigge. Trad. Francisco Ayala. Ed. Losada. Bs. Aires. 1958. 
9 Sein und Zeit. Martin Heidegger. Trad. Jorge Eduardo Rivera. Ed. Universitaria. Pág. 263.
10 Sein und Zeit.Martin Heidegger. Trad. Jorge Eduardo Rivera. Ed. Universitaria. Pág. 268.
11 España en Rilke. Jaime Ferreiro Alemparte. Taurus Ediciones. España, 1966. 
12 Dice Alberto Hurtado: “La vida nos ha sido dada para buscar a Dios. La muerte, para encontrarlo”. 
13 Carta a Wiltold Hulewicz. 
14 San Ignacio de Antioquía.
15 “Así, pues, nos sentimos seguros que, mientras vivamos en el cuerpo, estamos aun fuera de casa, o sea, lejos del Señor; pues caminamos por fe, sin ver todavía. Pero nos sentimos seguros y nos gustaría más salir de ese cuerpo para vivir junto al Señor” (2 Cor. 5, 6-8) 
16 Tertuliano, res., 8,2
17 GS 18.
18  De hecho, el mismo Rilke, en carta escrita a la princesa Thurn und Taxis, se confiesa “casi al borde de una rabia anticristiana”. Y en carta fechada el 13 de noviembre de 1925, escribe a Wiltold Hulewicz: “me alejo cada vez más apasionadamente del cristianismo”. 
19 Cf. Mc. 14, 33-34; Hb. 5, 7-8 
20 Cf. Flp. 3, 10. 
21 GS 51,3: “Dios, el Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno.”
22 Elegías de Duino. Rainer Maria Rilke. Trad. Otto Dörr Zegers. Ed. Universitaria. Primera Elegía. 
23 Carta a Wiltold Hulewicz. 
24 Poema “Réquiem para una amiga”.



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