Junto
a la tumba —la ex tumba de Larra—, no hay nadie hoy en España más que yo.«Junto
a la tumba de Larra» no es una frase conmemorativa que se me ocurre añadir
ahora en el coro de conmemoraciones que estos días ha tenido Mariano José de
Larra (con motivo de abrirse un teatro madrileño titulado Fígaro).Junto a la
tumba de Larra es, en mí, una realidad; una realidad geográfica, inquilina y
personal. Porque mi persona, mi realidad, mi yo vivo, vive, duerme y sueña,
inquilina y diariamente, en Madrid, junto a la tumba de Larra. Un azar —sin duda—.
Pero, como todos los azares, fatalidad al fin. Por un azar se dispara la pistola
de don Alvaro y se produce el fatum de su destino. Por un azar vine yo a vivir
junto a la tumba de Larra, y voy notando más cada vez que esta tumba me obsede,
me tumba y retumba en mi vida. ¡Y qué tumba! Porque el secreto de Larra es que
Larra no tuvo nunca más que tumba. Que Larra no existió sino como tumba
española. Y ser tumba en España es el único modo de ser algo; de vivir, de
pervivir: esto es, de influir y traspasar. Larra no se suicidó. Estaba ya
suicidado y muerto cuando se suicidó. Pues ya recuerdan ustedes — amigos míos —
que Madrid era para Larra un cementerio, y un día de difuntos, y un aquí yace
esto, y un ¡silencio, silencio!, y un llorar era escribir en Madrid. El
pistoletazo de Larra fue su timbre público de alarma de que comenzaba desde ese
momento a vivir. Vivir su vida. Fue como todas las vidas que empiezan a
vivirse; significaba empezar a engendrar otras, resucitar en otros vivires.
Reproducirse, recrearse, perpetuarse: eternizarse. Es decir: paternizarse.* * *
¡Qué tumba la tumba de Larra! Abierta en el 13 de febrero de 1837. Ya salió, al
primer azadonazo, la primera crisálida : Zorrilla, de entre la tierra sonora. Y
en seguida, otros y otros hijos, todas las crisálidas románticas de España,
todos aquellos que iban a transmitirse como relicario familiar la angustia de
«j en este país! »* * * Junto a la tumba de Larra sucede el desastre del 98.
«Despojémonos de las glorias literarias, como de la preponderancia política y
militar nos ha desnudado la sucesión de los tiempos.» Junto a la tumba de Larra
oye esta frase Joaquín Costa. Junto a la tumba de Larra la ha oído también
Ángel Ganivet. Otros dos hijos de Larra. Costa se despoja de toda gloria
literaria, política, militar, y pone siete llaves en otra tumba: la del Cid.
Ganivet sale aún más a su padre, y — en sacra memoria filial— se suicida para
mejor vivir su vida, su idearium. Junto a la tumba de Larra sucede el
suicidarse de España en el 98. «Ley implacable de la Naturaleza —había dicho
Larra con lucidez nietzscheana—. O devorar o ser devorados. O víctimas o
verdugos.» Eso fue el 98; España, víctima, y Norteamérica, verdugo. El Tío Sam,
devorador, y nuestro vestigio colonial, devorado. También de ese nuevo suicidio
larresco de España en el 98 nacen y vuelan —epifánicas—nuevas crisálidas
románticas. Pelotón de jóvenes que a sí mismos se llaman el98: la generación del
suicidio. ¿Adónde va, qué va a hacer esta generación del 98? Esta generación*
va, ante todo, a consagrarse filialmente junto a su padre, «junto a la tumba de
Larra». Ved la descripción que ellos mismos hacen del rito:«En la tarde del 13
de febrero de 1901, un grupo de jóvenes se dirigía por la calle de Alcalá abajo,
desde la Puerta del Sol, en dirección a Atocha. Vestían esos mozos trajes de
luto; iban cubiertos con sombreros de copa; llevaban en las manos ramitos, de
violetas. El sombrero de alguno de estos jóvenes era de ala plana, recta; una
larga melena bajaba casi hasta los hombros; el cuello iba rodeado con triple
vuelta de una negra corbata. Diríase una típica figura de un cuadro de
Esquivel. Estos muchachos se encaminaban hacia el cementerio de San Nicolás, donde
estaba enterrado Fígaro. Llegados ante la tumba del escritor, depositaron en
ella los ramitos de violetas, y uno de los jóvenes leyó breve discurso, en el
que se enaltecía la memoria de Larra. «Maestro de la presente juventud es
Mariano José de Larra.»Larra les concedió su bendición paterna, repartiéndoles
sus gajes inmortales. Al hijo mayor, a Unamuno, le deja el gemir. Su sentido de
soledad y de imprecación. El autodiálogo. Pero, sobre todo, el llorar
profético, por Dios y por todos. Al vasco Baroja le lega la acritud. El estilo
seco, sencillo y tajante. Le lega su fibra humana compatible. Su fantasía de novelador. Su amor
por el paisaje de España, su ansia de viaje, errabunda. Su sed de cultura. Su
anticlericalismo. Su zumba. Sus desesperanzas de amor. El vasco Baroja fue el
hijo larresco mejor dotado de todos los hijos del 98.Al dramático Benavente le
abandona el puñal de dos filos — rebeldía y disciplina—,amoralidad y tradición.
Y la frase corta, leve, ingeniosa, dañina — como picazón de víbora. Al galaico
Valle-Inclán le ofrece un sentido aristocrático y popular de la vida; su romanticismo
de reyes y esperpentos. Al solemne Maeztu le manda su afición por las cosas de
Inglaterra, y la reverencialidad por la economía. Así como la España negra se
la cede a Zuloaga. El estro lírico de Larra va hacia los «Cantos de vida y
esperanza» de Rubén. Pero su fecundación más pura la otorga, sin embargo al
recoleto, vernáculo, circunscrito y hondo, hondo sentir de Antonio Machado. En
cuanto al joven «Azorín», Larra encontró en él su San Juan sobre el pecho. Su
mejor guardajoyas. Su besacenizas. Su benjamín. Gracia, mirar en paisajes,
recuerdos de familia, secretos confidenciales, cartas lacradas, fes de notario,
encargos de albacea, roturación de testamento. No todos estos noventiochos
estuvieron presentes en el rito de San Nicolás. En el rito del cementerio de
San Nicolás asistieron — de ellos— solamente: Baroja y «Azorín». (Los demás asistentes:
Bargiela, Fluixá, Gil, Ignacio Alberti..., ¿dónde quemaron —perecidos— sus alas
noventiochistas, dónde?)Junto a la tumba de Larra se hizo y deshizo la
generación española del 98. Es decir: nació, murió y resucitó. Resucitó en la
generación siguiente de la España ideal. Resucitó en el estandarte de la
revista «España» (1915), cuya advocación mística seguía siendo la perilla y el copa
y la capa, y el campanario patriota de Fígaro. La revista «España» (1915) nace
junto a la tumba de Larra. El 98 le entrega sus mejores fecundaciones.
¿Recordáis la «colaboración» de Unamuno, Baroja, Valle, «Azorín»?El estandarte
lo enarbola un joven: el mejor heredero — en la nueva generación— de la sustancia
larresca: José Ortega y Gasset. José Ortega y Gasset heredaba — junto a la
tumba de Larra— el gaje del orgullo y de la melancolía, la mirada imperial y
desencantada, la voluntad lírica de remozar este país tan viejo y el ansia
íntima de vivir una vida noble, alta, exaltada, suntuaria, dandynesca. Heredaba
Ortega la mejor angustia de Larra: la angustia de la cultura y salvación de España.
Heredaba más: la ilusión típicamente figarina de poseer un periódico propio, un
órgano propio de expresión — ilusión máxima de propiedad de un escritor—.
Ilusión superior a la deposeer un reino político. Fígaro murió en 1837 a punto
de conseguir un periódico — «Fígaro» —,que hubiera sido su «Boletín de teatros,
música, modas, Bellas Artes, costumbres, amena literatura, política, Cortes,
noticias, anuncios, etc.», según descubre un texto postumo exhumado por Carmen
de Burgos. (Larra había logrado ya «El pobrecito hablador» [agosto de 1832]. Y,
antes, «El duende satírico del día» [1828].)Ortega encontró su semiperiódico
larresco en «El Espectador», tomitos de oriundez romántica, a lo Addisson, a lo
Swift, y, por tanto, a lo Larra. Junto a la tumba de Larra vino, materialmente,
una tarde Ortega. (Como en otros tiempos «Azorín» y Baroja.) Fue aquella tarde
estival en que José Ortega llegó en su romántico Georges Irat a buscarme, a mi
casa. Antes de montar en su tiro de caballos me di el gusto de verle reflejado
contra la tumba de Larra, al pie del cementerio de San Nicolás. Me di el
espectáculo de contemplar la tronchada pesadumbre lírica de la testa de Ortega,
entre cipreses azulinegros de mi sacramental larresca. La generación España
(1915), nacida junto a la tumba de Larra, no sólo se componía de un príncipe
larresco. En ella estaba d'Ors, cuyo Glosario era un maravilloso pobrecito
hablador delas ramblas. Estaba un Bagaría, duende satírico del diario. Estaba
la fuga de eternidad, el alma de ciprés y la magia negra de un Juan Ramón.
Estaba el andar, correr, trotar de un Luis Bello. Estaba la malevolencia sabia
y magistral, frente al teatro, de un Pérez de Ayala. Estaba la esgrima maligna
y doctrinal de un Araquistain. Estaba el disparo faccioso y aislado de un Salaverría.
Y todas esas moléculas larrescas pulverizadas sobre plumas y pinceles, cuya enumeración
sería ahora larga. En la generación España (1915) estaba también quien había de
hacer triunfar políticamente a esa generación: el escritor Manuel Azaña, otra
crisálida; el heredero de aquella obsesión de Fígaro sobre
la «empleomanía», sobre «la delicia del dolce farniente burocrático», el
recaudador de contribuciones amargas sobre Madrid, el ensayador del lograr que
en «este país» se pasase, por fin, sin hablar con el portero y sin escuchar más
el «vuelva usted mañana».
* * *
Junto a la tumba de Larra
renace otra generación todavía : la llamada generación de la guerra, y que en
nosotros es unipersonal, asumida en todo por Ramón Gómez de la Serna. Ramón
tiene la misma obsesión de la tumba de Larra que las generaciones anteriores.
Se hace íntimo de Carmen de Burgos porque ésta sabía secretos de Larra. Ramón'
crea su cripta de Pombo, en homenaje a la tumba botillera de Larra. Ramón
encuentra en el Rastro un día el bastón de Larra, como se encuentra un cetro de
rey faraónico, una vara mágica y homeopática de jefe prehistórico. Un día de
difuntos vino Ramón a mi casa, decidido a entrar conmigo en la sacramental de
San Sebastián, paredaña al solar de San Nicolás. Fueron inútiles nuestros esfuerzos.
Imposible pasar de la verja. Nadie nos abría, como si llamásemos de veras a un espacio
eterno. Tan obseso quedó Ramón junto a la tumba de Larra, que escribió una
novela delirante llamada El defensor del cementerio.
* * *
Junto a la tumba de Larra torna
a nacer una nueva generación literaria de España. La nuestra. La de 1927. La
que se agrupó inicialmente en «La Gaceta Literaria». Al frente del primer número
de «La Gaceta Literaria» iba también el emblema lejano y próximo, supremo y
paterno, de Fígaro. Y el ¡vía! o lanzamiento de Ortega.
* * *
Pero de aquella generación
todos volaron también. Por esos mundos, esos mares y esos maremagnos de la
política. Junto a la tumba de Larra en España —hoy por hoy;— sólo yo. Sólo
quedé yo. Miradme. Miradme mirar la tumba, ex tumba de Larra. Ese solar de San
Nicolás, que ya descubrió Baroja en su mocedad: «El cementerio éste se
encuentra colocado a la derecha de un camino próximo a la estación del
Mediodía. A su alrededor hay eras amarillentas, colinas áridas, yermas, en
donde no brota ni una mata ni una hierbecilla. El día que fuimos era
espléndido; el cielo estaba azul, tranquilo, puro. Desde lejos, a mitad de la
carretera, por encima de los tejadillos del cementerio, se veían las copas de
los negros cipreses, que se destacaban en el horizonte, de un azul luminoso...»
El paisaje ha variado algo. En estos claros días azules, luminosos, de invierno
madrileño, se siguen destacando los negros cipreses por encima de los
tejadillos del cementerio de San Sebastián. Hermano gemelo de San Nicolás, el
derruido. Sobre las oquedades y cárcavos del San Nicolás, las familias
proletarias de Méndez Alvaro, de la Casa del Pan Duro, del cuartel de los
Carabineros, pululan, como pulula el Madrid pobre en las solanas de frío. Cosen
las mujeres, terraplenean los chicos, fuman los viejos y duermen los obreros
parados, tapada la cara con periódicos.
Las eras yermas van
desapareciendo aplastadas por el avance industrial de la cuenca del río. El Águila,
la Tabacalera, la Standard, el Linóleum, una fábrica química, los grandes
talleres ferroviarios. Pitos, sirenas. Brigadas de azul mahón. Paisaje de
trabajo. Paisaje industrial de extraurbio y de cuenca de río. Remoto y actual.
Prehistórico y socialista. Máquina y ciprés. Y en la misma esquina de este
mundo de máquina y ciprés — junto a la tumba de Larra—,mi casa; yo. Pero eso no
es bastante para creer que se está junto a la tumba de Larra, el estar en esa esquina.
También creyeron que lo estaban la otra tarde aquellos buenos representantes
del mundo antilarresco de España, en el teatro Fígaro. Aquellos beatos del
incienso, la Academia, la música y el cantar. Del optimismo fácil y suave,
chocolatoso y de botillería. Pero no eran sólo aquellos buenos representantes
optimistas. Todo escritor en España (¡ha triunfado la República de Larra!) está
hoy fácil, suave, chocolatoso y optimista. Pero yo, no. Junto a la tumba de
Larra yo veo los ojos muertos de Larra que dejan de vivir y ya se mueren de
verdad. Yo veo un ocaso en los ojos vitreos de Larra, un hundirse de melancolía
y einsatisfacción. Nadie más que yo — ¿no veis?, ¡miradme! — junto a la tumba
de Larra, quien recoja hoy este candente mirar, este adiós postrimer, esta
lágrima final, en éxodo definitivo de Larra. Junto a la tumba de Larra, último
cirio que se consume : mi piedad, solitaria e indecible, al viento. (Pero de un
amanecer.)
Ernesto Gimeno Caballero
Junto a la tumba de Larra,
(«El Robinson Literario de España», 1931.)
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