"¡Qué injustas y crueles son las leyes con nosotras! Nacida en un estado pobre pero criada en las máximas más estrechas del recato y de la virtud, cedí a mi corazón y al amor de un joven mi igual, que se hallaba contraído en secreto con otra. Habiéndose traslucido las consecuencias de esta primera fragilidad, hecha el objeto del rigor inconsiderado de mi familia y de la murmuración de cuantos me conocían, tuve que evitar ambas persecuciones en una ciudad. Quise servir, mi estado me descubrió y desacomodó muy presto; imploré el amparo de uno de aquellos establecimientos dedicados al parecer a estos objetos pero sus leyes me excluían hasta la inmediación del parto. Tuve que refugiarme en casa de una mujer que la indigencia había envilecido. Para pagarla y subvenir a las primeras necesidades de la vida, tuve que principiar este infame oficio. Me hallé precisada a abandonar a mi hijo y sufriendo los trabajos y dolores con que la naturaleza pensiona el nombre de madre, hube de renunciar a todos los consuelos que le endulzan. Desde entonces, ningún día sin lágrimas, sin remordimientos, y sin el continuo martirio de mis sentidos y de mi corazón; igualmente infeliz cuando el infame salario profana las predilecciones de que es susceptible, como cuando acalla y reprime la aversión y la repugnancia. Siempre acosada por la necesidad y la opinión. Irrevocablemente desechada por la sociedad. Precisada al vicio que castiga. Condenada cuando quisiera contentarme con el más parco sustento a ganar aun con qué saciar la codicia y desarmar la severidad. No pudiendo descansar un instante, ni en lo pasado sin remordimiento, ni en lo presente sin dolor, ni en lo venidero sin espanto. La muerte es el único puerto que me queda… Hombres inconsecuentes y desapiadados, que respetáis la corrupción debajo el dosel, y solamente cuando toda conspira a hacerla indisculpable, ¡ah! no, no es el vicio el que castigáis, es siempre la debilidad y la desgracia. Pero sáciese de una vez vuestro implacable rigor, contemplad nuestra suerte: es tan atroz y tan horrible que bastaría a espiar, no digo nuestras culpas, pero tal vez vuestros mucho más execrables delitos."
Francisco Cabarrús
Cartas del Conde Cabarrús
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