¿Y dónde encontraremos los maestros? En todas partes donde haya un hombre sensato, honrado, y que tenga humanidad y patriotismo. Si los métodos de enseñanza son buenos, se necesita saber muy poco para este, que de suyo es tan fácil.
Pero sobre todo, exclúyase de esta importante función todo cuerpo y todo instituto religioso.
La enseñanza de la religión corresponde a la iglesia, al cura, y cuando más a los padres, pero la educación nacional es puramente humana y seglar, y seglares han de administrarla. ¡Oh amigo mío! no sé si el pecho de vmd. participa de la indignación vigorosa del mío al ver estos rebaños de muchachos conducidos en nuestras calles por un Esculapio armado de su caña. Es muy humildito el niño, dicen, cuando quieren elogiar a alguno. Esto significa que ya ha contraído el abatimiento, la poquedad, o si se quiere, la tétrica hipocresía monacal. ¿Tratamos por ventura de encerrar la nación en claustros y de marchitar estas dulces y encantadoras flores de la especie humana?
Aquella edad necesita del amor y de las entrañas de padre, ¿y la confiamos a los que juraron no serlo? Necesita de la alegría y de la indulgencia, ¿y la confiamos a un esclavo o a un déspota? ¡Por qué extraño trastorno de todos los principios han usurpado así sucesivamente las mas preciosas funciones de la sociedad tantos institutos fundados en la separación y abnegación de ella!
El maestro de cada pueblo y de cada barrio, suponiendo toda una generación criada por este método, debería ser el mejor padre y el mejor marido. Debería este empleo tener en el ayuntamiento y en todos los actos públicos un asiento distinguido. Debería dotarse competentemente. ¿Y por qué la gratitud pública no había de conservar la memoria de aquellos que le desempeñasen mejor? El arte sublime de formar hombres, ¿no equivaldría a la ciencia funesta y fácil de destruirlos o degradarlos?
Francisco Cabarrús
Cartas del Conde Cabarrús
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