Hagan en aquella primera edad lo que harán en lo restante de su vida. Pasen las horas de la comida y del sueño dentro de su casa y rodeados de su familia, y sólo dediquen a la instructiva y divertida sociedad de sus condiscípulos todo aquel tiempo que habrán de pasar algún día en la sociedad de los hombres sus semejantes.
He hablado de diversión. ¿Y quién duda que puede unirse con el estudio, ni que toda la educación de aquella edad debe participar de su alegría, y que todo el arte está en instruirla jugando?
¿Quién, al ver la talla desmedrada, los miembros raquíticos, las facciones desfiguradas por una larga contracción de melancolía y de ceño, del mayor número de individuos que nos rodean, no acusa nuestro insensato rigorismo, y no echa de menos la educación de los antiguos?
El paseo, la carrera, la lucha y el nadar, al tiempo que fortalecían el cuerpo de los niños, y aumentaban su actividad, les daban ideas exactas de las distancias, de las dimensiones, de los pesos, de los fluidos, les acostumbraban a la agilidad y la limpieza. Las relaciones que se establecen en todas las sociedades así de niños como de hombres, les hacían muy presto perfeccionar el idioma o el arte de comunicarse sus ideas, la lógica o el de convencerse en sus disputas, la aritmética o el de fijar las cantidades. Sígase este modo y no habrá ejercicio o juego que no inculque por medio de la práctica la teoría de las áridas lecciones.
Lo que se necesita, pues, es un local destinado a estos ejercicios. Exceptuando la proporción de nadar, de que carecen algunos pueblos, a todos los del campo sobran las demás. Y nuestras ciudades, tan fecundas en establecimientos sobrantes, podrían destinar una huerta o jardín dentro de cada barrio, reduciéndola a sombra y yerba.
¿Y dónde encontraremos los maestros? En todas partes donde haya un hombre sensato, honrado, y que tenga humanidad y patriotismo. Si los métodos de enseñanza son buenos, se necesita saber muy poco para este, que de suyo es tan fácil.
Pero sobre todo, exclúyase de esta importante función todo cuerpo y todo instituto religioso.
La enseñanza de la religión corresponde a la iglesia, al cura, y cuando más a los padres, pero la educación nacional es puramente humana y seglar, y seglares han de administrarla. ¡Oh amigo mío! no sé si el pecho de vmd. participa de la indignación vigorosa del mío al ver estos rebaños de muchachos conducidos en nuestras calles por un Esculapio armado de su caña. Es muy humildito el niño, dicen, cuando quieren elogiar a alguno. Esto significa que ya ha contraído el abatimiento, la poquedad, o si se quiere, la tétrica hipocresía monacal. ¿Tratamos por ventura de encerrar la nación en claustros y de marchitar estas dulces y encantadoras flores de la especie humana?
Aquella edad necesita del amor y de las entrañas de padre; ¿y la confiamos a los que juraron no serlo ? Necesita de la alegría y de la indulgencia ; ¿y la confiamos a un esclavo o a un déspota? ¡Por qué extraño trastorno de todos los principios han usurpado así sucesivamente las mas preciosas funciones de la sociedad tantos institutos fundados en la separación y abnegación de ella!
Francisco Cabarrús
Cartas del Conde Cabarrús
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