- VIII -
Al Excmo. Sr. don Gaspar Melchor de
Jovellanos
en su feliz elevación al Ministerio Universal de Gracia y Justicia
Arriba Abajo ¿Dejaré yo que pródiga la Fama
cante tus glorias y que el himno suene
de gozo universal, callando en tanto
mi tierno amor su júbilo inefable?
Jovino, no, si atónito hasta ahora 5
no supo más mi corazón sensible
que en ti embeberse, en lágrimas bañada
la cariñosa faz, lágrimas dulces
que brota el alma en su alegría inmensa,
ya no puedo callar; siento oprimido 10
el pecho de placer; trémulo el labio
hablar anhela, y repetir los vivas,
los faustos vivas, de los buenos quiere.
Sí, mi Jovino, por doquier tu nombre
resuena en gritos de contento; todos, 15
todos te aclaman: las amables Musas,
la ardiente juventud, la reposada
cobarde ancianidad, el desvalido
y honrado labrador, en su industrioso
taller el menestral... Yo afortunado 20
los oigo, animo, y gózome en tu gloria,
y lloro de placer, y gozo y lloro.
¡Gloria!, ¡felicidad!, Jovino amado,
dulce amigo, mitad del alma mía,
al fin te miro do anhelaba; fueron 25
agradables mis súplicas... Huyera
la niebla vil que tu virtud sublime
mancillar intentó; cual la deshace
el dios del día del cenit, do brilla
rico de luz en el inmenso espacio, 30
tú la ahuyentaste así. Carlos te llama,
te acoge afable cabe sí, te entrega
de la alma Temis el imperio y quiere
que tú su reino a sus hispanos tornes,
reino de paz y de abundancia y dulce 35
holganza y hermandad... Jovino mío,
¡gloria!, ¡felicidad!... Sí, volverasle
este reino del bien; tu celo ardiente,
tu patriotismo, tu saber profundo,
tu afable probidad lábrenle a una. 40
Todos lo anhelan de tu justa diestra.
La humanidad, la lacerada patria,
con lágrimas te muestran sus amados
hijos; y todos hacia ti convierten
los solícitos ojos, de inefables 45
esperanzas del bien las almas llenas.
Velos, velos, Jovino, en estos días
de alegría inmortal; velos llamarte
padre, reparador; velos, y goza
el sublime espectáculo de un pueblo, 50
un pueblo, inmenso y bueno que en ti
espera.
«Cayó del mal el ominoso cetro»,
clama, «y el brazo asolador; radiante
se ostente la verdad, si antes temblando
ante el hinchado error enmudecía. 55
Fue, fue a sus ojos un atroz delito
buscarla, amarla, en su beldad augusta
embriagarse feliz. La infame tropa
que insana la insultó, como ante el viento
huye el vil polvo, se disipe y llore 60
su acabado favor; Jovino el mando
tiene; los hijos de Minerva alienten.
Aliente la virtud: tímida un día
si osó al aula llegar, tornó llorosa,
desatendida, desdeñada, en tierra 65
su helada faz y del favor hollada;
mas ya le tiende la oficiosa mano
su ardiente adorador, y el merecido
lauro decora sus brillantes sienes.
La
misma mano cariñosa enjuga 70
el sudor noble al atador y aguija
su ardiente afán, y la esperanza ríe,
de espigas de oro coronada a entrambos.
No ya taladas llorará sus mieses,
ni el ancho río los sedientos surcos 75
verán correr inútil, su rocío
al sordo cielo demandado en vano.
Vuelve a los campos la olvidada Temis
y la igualdad feliz; en pos le ríen
la oficiosa hermandad y los deleites 80
del conyugal amor, de atroz miseria
hoy cuasi extinta su celeste llama.
Su habitador, de sus pajizos lares
seguro goce ya y alce la frente
al cielo sin rubor; ama Jovino 85
los campos y el arado; a vuestro numen
corred, colonos, y aclamad su nombre».
Así la voz del bullicioso pueblo;
¿y a su anhelante ardor negarte osaras,
sorda la oreja al ruego fervoroso 90
de la querida desolada patria?,
¿y al yugo hurtabas la cerviz robusta?,
¿o de trepar a la elevada cumbre,
donde la gloria a coronar te lleva
tu carrera inmortal, cobarde huías? 95
Vilo, sí, yo lo vi; pueblos, sabedlo,
y acatad la virtud: yo vi a Jovino
triste, abatido, desolado, al mando
ir muy más lento que Gijón le viera
trocar un día por la corte. Nunca 100
más grande lo admiré; por sus mejillas
de la virtud las lágrimas corriendo,
yo atónito y lloroso le alentaba.
Callaba, y yo también; si revolvía
a su albergue de paz los turbios ojos, 105
«De ti me arrancan», suspiraba. «¡Ay, horas
de delicia inmortal, do en el silencio
apuré ansioso las sublimes fuentes
del humano saber! Queridos hijos
de mi incesante afán, por mí guiados 110
al templo augusto que a Natura alzara
mi constancia y mi amor, do inmensa ostenta
su profusión y altísimos misterios,
más vuestro padre no os verá; felices
guardad su amor y eterna remembranza». 115
Y tornaba a exclamar... Yo enmudecía,
no osando hablarle en su dolor profundo;
y el coche, en tanto, rápido volaba.
No, no era hijo de un cobarde miedo
tan solícito ansiar; horribles vía 120
los torpes monstruos que contino asaltan
al cansado poder, la impía calumnia,
la adusta envidia, el recelar insomne,
la negra ingratitud que a los umbrales
del aula espían fieros su inocencia. 125
El muro vía que a la sombra alzara
de un falaz bien el interés mañoso,
firme, altísimo, inmenso, que su brazo
debe por tierra echar; la incorruptible
posteridad sus hechos reseñando; 130
y mil escollos y vadosas sirtes,
do acaso zozobrar su heroico celo.
¡Ah, lo que emprende, y lo que deja!,
cuanto
de un alma al soplo de ambición helada
puede la dicha hacer. En su retiro 135
brillaba augusto como el sol; no el fausto,
no grandeza o poder; su excelsa mente,
su oficiosa virtud eran Jovino.
¡Inefable virtud, sagrada hoguera
que al hombre haces un dios, y ante tu
trono, 140
cuando su pecho omnipotente inflamas,
haces que ofrezca en sacrificio alegre
reposo y vida y cuanto abarca inmenso
en la tierra su amor, de almas sublimes
consuelo, encanto, anhelo, numen, todo! 145
Hablaste, y dócil se rindió mi amigo;
y a tu imperio obediente, a hacer dichosos
corrió, infeliz en la común ventura.
¡Infeliz! No; tus gozos inefables
sacian el corazón; doquier te ostentas 150
ríe altísima paz, se oye el sublime
grito inmortal de la conciencia pura,
y los siglos sin fin que en raudo giro
eterno el nombre de tus hijos suenan.
Entre ellos brillará, Jovino, el tuyo,
155
y de uno en otro crecerá su gloria.
La humanidad y tus canoras Musas
suyo le aclamarán; dirán que diste
grandes ejemplos, y que empresas grandes
consumaste feliz; la encantadora 160
arte de Apeles lo dirá, el sonoro
cincel, y el genio del grandioso Herrera,
y el ancho Betis, y Madrid, y el suelo
de tu caro Gijón, la antigua cuna
del cetro hispano, en sus riscosas cimas 165
sobre las nubes de tu planta holladas,
infatigable para el bien; diranlo
cuantos riges en paz, manso y süave
cual la altísima mano que sustenta
el orbe, y sabe próvida, invisible, 170
llevarlo siempre al bien. Tú así en el
mando
afable ordenarás; verán los hombres
que no es yugo la ley, que es dulce nudo
de feliz libertad y paz y holganza.
Veranlo; y yo les clamaré inflamado
175
de un fuego celestial, fuego en que arden
nuestros dos pechos, inmortal ejemplo
de fino amor y fraternal ternura:
«Este es mi amigo, y me crió, y su labio
me enseñó la virtud, y al lado suyo 180
a ser bueno aprendí y amar los hombres.
Él en mi seno el delicioso anhelo
prendió y la sed del bien, y él me decía
que una lágrima es más, sobre las penas
del infeliz vertida, que oro y mando 185
y cuanto, excelso, prez el mundo adora.
Lloré y gocé con él; juntos nos vieron
las prestas horas revolver tranquilos
los sagrados depósitos do cierra
Minerva sus riquísimos tesoros, 190
fastos sublimes de la mente humana,
y apurelos con él; al templo augusto
él me introdujo de la santa Temis,
y débole su amor; y cuanto abriga
sentir sublime el corazón le debo». 195
¡Gloria!, ¡felicidad, Jovino amado,
y eterna gratitud!... Pueblos, conmigo
venid, uníos; y que el himno suene
de perdurable honor que extienda el eco
al zemblo helado y donde nace cl día, 200
y el ancho espacio de los cielos llene.
Tú, en tanto, afana, lidia, vence, ahuyenta
el fatal genio que su trono infausto
en la patria asentó; caiga el coloso
del error de una vez, alzando al cielo 205
libre el ingenio sus brillantes alas.
Un hombre sea el morador del campo;
no los alumnos de Minerva lloren
entronizada a la ignorancia altiva;
ni cabe el rico la inocencia tiemble. 210
Justa la ley, al desvalido atienda,
inalterable, igual, sublime imagen
de la divinidad; y afable ría
la confianza en los hispanos pechos.
Haz su ventura así; lábrala cuanto 215
te consume su amor, siempre embargada
la excelsa mente en inefables gozos,
gozos sublimes, que sin fin florecen,
que en vano hiere calumniosa envidia,
Fortuna acata, de los siglos triunfan 220
y eterno lauro a la virtud ostentan.
«Del individuo líbrase en la dicha
del todo el bien, y al universo entero
la inocencia infeliz de duelo llena,
con tan estrecho vínculo se añuda 225
el linaje humanal». Así inflamado
tú me decías, y en mi blando seno
tu heroico afán solícito inspirabas.
Llegó el día feliz; dase a tu diestra
válida obrar cuanto enseñó tu labio, 230
a tu ingenio asentar el gran sistema
que dio a los campos tu saber profundo,
y a tu pecho filántropo embriagarse
en dicha común, próvido haciendo
que, do el mal antes, bienes mil florezcan. 235
Sí, florezcan por ti, cual en los días
de mayo el suelo de la blanda llama
regalado del sol, llama fecunda,
benéfica, vital; y hasta el remoto
manilo de tu amor los dones lleguen. 240
Y gratos él, de América los hijos
y los dichosos de tu cara Iberia,
artistas, sabios, labradores, cuantos
en ella precian y en el ancho mundo
las letras, la virtud, el almo fuego 245
de la amistad y un corazón sencillo,
la ansia noble del bien y la indulgente
solícita bondad, todos te aclarasen;
eterna admiración a todos seas;
tu claro nombre en sus idiomas suene; 250
y a mi entusiasmo y mi ternura unidos,
cuando tu mando alegres recordemos,
tu fausto mando, el grito fervoroso,
en júbilo inefable enajenados,
¡Gloria! ¡felicidad! por siempre sea. 255
Juan Meléndez Valdés
Poesía (epístolas)
______
En Biblioteca Virtual Miguel Cervantes,
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