(En ese momento entran a escena BENEDICTO XIII y MARTÍN DE ALPARTIR. El primero sin la tiara, con cuatro pelos despeinados y quejándose, y el segundo reprendiéndole, con la tiara en la mano).
ALPARTIR: Lo veis, lo veis. Ya os lo decía. Tenéis que hacer caso a vuestro médico.
BENEDICTO XIII: ¡Bah! Mi médico. Ya no quedan médicos. El único bueno que tuve fue JOSHUA, JOSHUA HA-LORQUÍ ¿Os acordáis, MARTIN?
ALPARTIR: Por su puesto, Santidad.
BENEDICTO XIII: No hay médicos como los infieles, como los moros.
ALPARTIR: JOSHUA era judío, Señor.
BENEDICTO XIII: Sí, cierto (sentándose con suspiro de alivio). También entre los judíos hay buenos, muy buenos médicos. Sí, JOSHUA era judío. Un gran médico, en efecto, un gran médico... Hasta que Fray Vicente Ferrer lo echó a perder... Sí, lo echó a perder: lo convirtió... Lo convirtió y se acabó el médico y se acabó JOSHUA. A partir de entonces dejó de llamarse JOSHUA. Ahora es JERÓNIMO. JERONIMO DE... sí con el "de": JERÓNIMO DE-SAN-TA-FE... Y se dedica a demostrar que los judíos están equivocados. O sea, que él mismo ha estado equivocado toda su vida...
ALPARTIR: ¿Sabe su Santidad que le ha dedicado uno de sus libros?
BENEDICTO XIII: Tanto me da. El caso es que me he quedado sin médico... (mira a DÁLAVA, TERESA y LOPE): Pero ¿qué pasa aquí? ¿Que ha pasado...?
DÁLAVA: Nada, señor. No ha pasado nada.
(Durante la conversación que sigue habrá intercambio de miradas cómplices entre DÁLAVA, TERESA y LOPE, el primero alarmado).
BENEDICTO XIII: No sé, siento como... Sí, siento como si el ambiente estuviera un tanto enrarecido. ¿Qué ha pasado? ¿De qué hablabais? (se fija en TERESA): TERESA, ¿os pasa algo?
TERESA (disimulando): No Santidad, no me pasa nada.
BENEDICTO XIII: Sabéis que contáis con toda nuestra estima. No hace falta decirlo. Así que si...
TERESA: En absoluto, Santidad, no pasa nada. Absolutamente nada.
(BENEDICTO XIII acaba admitiendo lo dicho
por TERESA, aunque no se le ve muy convencido.
En todo caso, cambia de tema)
BENEDICTO XIII: (a DÁLAVA) ¿Qué nuevas hay DOMINGO?
DÁLAVA: Ninguna, Santidad. La cena se os servirá cuando digáis. ¿Cómo ha ido la reunión con el Cardenal ALAMAN DE ADIMARI?
BENEDICTO XIII: Maravillosa, DOMINGO, maravillosa. Tanto que ni lo he visto.
DÁLAVA: ¿Cómo, Señor...?
BENEDICTO XIII: Pensaba recibirlo abajo, en el Salón Gótico y me he sentido indispuesto.
ALPARTIR: Su Santidad no me ha hecho caso y...
BENEDICTO XIII: Eso MARTÍN, vos seguid, a la vuestra... (a DÁLAVA): Se le ha metido en la cabeza que no podía bajar porque el médico, mi nuevo médico, nos había recomendado recibirlo aquí, en la cámara... Decía (sonríe)... decía que yo no estoy ya para según que trotes.
ALPARTIR: Y su Santidad ha podido comprobar que teníamos razón, tanto el médico como yo.
BENEDICTO XIII: ¡Ya vale MARTÍN! Si he tenido que volver no es porque no esté para esos trotes...
ALPARTIR: Ah, ¿no...?
BENEDICTO XIII: ¡No!
ALPARTIR: ¿Entonces...?
BENEDICTO XIII: Entonces, ¿qué?
ALPARTIR: Que si no es debido a que su Santidad no esté ya para esos trotes, ¿a qué lo es que hayamos tenido que volver?
BENEDICTO XIII: Al médico, ¡al médicucho ése...! Si tuviera un buen médico seguro que me encontraría con más fuerzas...
ALPARTIR (A DÁLAVA): El caso es no dar nunca su brazo a torcer.
BENEDICTO XIII (Mirando hacia arriba): !Ay...! JOSHUA, JOSHUA... El día en que os llamasteis JERÓNIMO... Buena pascua me hicisteis... Tú y Fray Vicente...
DÁLAVA: Entonces, ¿cuándo pensáis recibir a ALAMAN?
BENEDICTO XIII: Ahora mismo... Aquí. Y bien que me fastidia. Pensará que estoy débil, cuando no es culpa de mi debilidad sino de mi médico... ¡en fin!
DÁLAVA: Y la cena, señor, ¿cuando cenaréis?
BENEDICTO XIII: Después (en tono más bajo): Si lo hiciera antes de ver al mequetrefe ese se me indigestaría.
DÁLAVA: ¿Aquí o abajo?
BENEDICTO XIII: ¡Qué más dará aquí o allá! Luego decidiremos. Ahora retiraos, retiraos todos y decirle a ese que venga.
ALPARTIR: ¿Solo...? ¿Vais a recibirlo solo?
BENEDICTO XIII: ¿Qué pasa, también eso me va a sentar mal?
ALPARTIR: Pero la seguridad de vuestra Santidad...
BENEDICTO XIII: Tonterías, MARTÍN. ¡He dicho que lo recibiré solo! Así que retiraos todos y hacedle pasar de una vez (se van): ¡Ah! MARTÍN, antes decidle a TERESA que llene de nuevo el jarrón. Está vacío.
ALPARTIR (a LOPE): Ya habéis oído, cogedlo vos mismo...
TERESA (a MARTIN): No hace falta. Está lleno ya.
BENEDICTO XIII: Ay MARTÍN, ¿qué sería de esta casa sin TERESA?
ALPARTIR (sincero): En efecto, Santidad. Desde que está a vuestro servicio, todo, todo ha mejorado...
BENEDICTO XIII: Desde luego, qué suerte la nuestra. Los judíos que hemos conocido, todos, ¡todos!, han sido un encanto... (cruce de miradas cómplices entre DÁLAVA, TERESA y LOPE) Y listos, muy listos. (Con sorna): Fijaos, fijaos si han sido inteligentes que hasta rectificaron, abrazando nuestra fe.
ALPARTIR: Muy inteligentes señor, mucho. (TERESA y LOPE sonríen).
BENEDICTO XIII: En definitiva, su mayor defecto lo han corregido. Y, desde luego, una vez que han entrado en el redil, hay que tratarlos incluso mejor que a los cristianos viejos.
ALPARTIR: Exacto Santidad, como al hijo pródigo.
BENEDICTO XIII: Así es, con esa especial atención que merece la oveja descarriada.
ALPARTIR: En efecto.
BENEDICTO XIII: Y ello aun que de vez en cuando nos dejen, como mi querido médico.
ALPARTIR: JERÓNIMO.
BENEDICTO XIII: JOSHUA, JOSHUA... Para mí seguirá siendo JOSHUA. Como TERESA, igual que TERESA: en mi interior seguirá siendo siempre ESTER, ESTER AZAY, aquella encantadora nenita de negros ojazos que encontramos abandonada en Tortosa, en plena disputa sobre nuestras creencias y las de ellos . Y que tan a gusto acogí en nuestra casa. (endureciéndose). Pero ella no nos ha abandonado, no. En ese sentido es mejor, mucho mejor que JOSHUA. En fin, marchad, marchad todos y decirle a ese que entre ya. Cuanto antes lo haga antes se irá.
(Salen todos dejando solo a BENEDICTO XIII. Asegurado de haberse quedado solo, se levanta sigiloso y se dirige hacia el atril. Coge los lentes de ALPARTIR, que están en la repisa. Los analiza minuciosamente con curiosidad. Se los prueba. Mira hacia el público. Luego se acerca al códice y lee en voz baja - no se entiende nada de lo que dice, aunque entona musicalmente. Se vuelve a quitar los lentes. Los mira de nuevo con interés, se los pone una vez más y se los quita definitivamente para dejarlos en el sitio en el que los cogió).
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