—Sé —dijo Tarrou [periodista de investigación],
sin preámbulos— que con usted puedo hablar abiertamente. Dentro de quince días
o un mes usted ya no será aquí de ninguna utilidad, los acontecimientos le han superado.
—Es verdad —dijo Rieux [Médico asesor de la Admnistación].
—La organización del servicio es mala. Le faltan a
usted hombres y tiempo.
Rieux reconoció que también eso era verdad.
—He sabido que la prefectura va a organizar una
especie de servicio civil para obligar a los hombres válidos a participar en la
asistencia general.
—Está usted bien informado. Pero el descontento es
grande y el prefecto está ya dudando.
—¿Por qué no pedir voluntarios?
—Ya se ha hecho, pero los resultados han sido
escasos.
—Se ha hecho por la vía oficial, un poco sin creer
en ello. Lo que les falta es imaginación. No están nunca en proporción con las
calamidades. Y los remedios que imaginan están apenas a la altura de un
resfriado. Si les dejamos obrar solos sucumbirán, y nosotros con ellos.
—Es probable —dijo Rieux—. Tengo entendido que
están pensando en echar mano de los presos para lo que podríamos llamar
trabajos pesados.
—Me parece mejor que lo hicieran hombres libres.
—A mí también, pero, en fin, ¿por qué?
—Tengo horror de las penas de muerte.
Rieux miró a Tarrou.
—¿Entonces? —dijo.
—Yo tengo un plan de organización para lograr unas
agrupaciones sanitarias de voluntarios. Autoríceme usted a ocuparme de ello y
dejemos a un lado la administración oficial. Yo tengo amigos por todas partes y
ellos formarán el primer núcleo. Naturalmente, yo participaré.
—Comprenderá usted que no es dudoso que acepte con
alegría. Tiene uno necesidad de ayuda, sobre todo en este oficio. Yo me encargo
de hacer aceptar la idea a la prefectura. Por lo demás, no están en situación
de elegir. Pero...
Rieux reflexionó.
—Pero este trabajo puede ser mortal, lo sabe usted
bien. Yo tengo que advertírselo en todo caso. ¿Ha pensado usted bien en ello?
Tarrou lo miró en sus ojos grises y tranquilos.
—¿Qué piensa usted del sermón del Padre Paneloux, doctor?
La pregunta había sido formulada con naturalidad y
Rieux respondió con naturalidad también.
—He vivido demasiado en los hospitales para
gustarme la idea del castigo colectivo. Pero, ya sabe usted, los cristianos hablan
así a veces, sin pensar nunca realmente. Son mejores de lo que parecen.
—Usted cree, sin embargo, como Paneloux, que la
peste tiene alguna acción benéfica, ¡que abre los ojos, que hace pensar!
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