Antonio Envid Miñana
El tenue aroma de la acacia
Antón, viejo y enfermo, vuelve al barrio que lo vio crecer, en la antigua judería zaragozana, para embellecer su infancia, que no fue amable, y así morir en paz. Allí encontrará un barrio muy distinto a aquel de gente obrera que dejó. Hoy es un lugar mestizo, pero vital y bullicioso, donde la emigración ha hecho su asiento. En este mundo nuevo el amor y la vida saldrán a su encuentro. Hay en la novela una constante reflexión sobre la recurrencia de la vida, un eterno retorno, un eterno retorno simbolizado por el ouroboros que lleva tatuado la joven sudamericana que se enamora de Antón, el dragón que se devora a sí mismo, símbolo de lo absoluto, para renovarse eternamente.
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