De las numerosas naciones que ocupaban el gran continente americano cuando los europeos lo descubrieron, las más adelantadas en poder y en cultura eran, sin duda, las de Méjico y Perú. Pero, aunque se asemejaban en el grado de civilización a que habían subido, esta civilización era de diferente carácter en cada una de ellas, y el observador filosófico de la especie humana puede sentir una curiosidad natural en la averiguación de las varias transiciones por las cuales pasaron aquellos dos pueblos, en sus esfuerzos para salir del estado de barbarie, y alcanzar una posición mas elevada en la escala de la humanidad. En otra obra que he publicado, procuré describir las instituciones y el carácter de los antiguos mejicanos , y la historia de su con quista por los españoles. En esta voy á tratar de los peruanos; y si su historia presenta anomalías menos extrañas, y contrastes menos notables que la de los aztecas, no será menos interesante al lector la grata pintura que ofrece de un gobierno bien arreglado, y de los hábitos modestos y laboriosos que se introdujeron bajo el dominio patriarcal de los incas. El imperio del Perú, en la época de la invasión española , se extendía por la costa del Pacifico , desde el segundo grado, poco mas ó menos, de latitud Norte, hasta el treinta y siete de latitud Sur; línea que describen actualmente los límites occidentales de las repúblicas modernas del Ecuador, Perú , Bolivia y Chile. Su anchura no puede ser determinada con exactitud, porque, aunque totalmente limitada al Oeste por el Gran Océano, hacia el Este se dilataba en varias partes mucho más allá de los montes, hasta los confines de las tribus bárbaras, cuya exacta situación no es conocida, y cuyos nombres han sido borrados del mapa de la historia. Es cierto, sin embargo, que había gran desproporción entre su longitud y su anchura. Es muy notable el aspecto topográfico del país. Una faja de tierra, cuyo ancho raras veces pasa de veinte leguas, corre en las dirección de la costa, y está encerrada en toda su extensión, por una cadena colosal de montañas, que, partiendo del estrecho de Magallanes, llega á su mayor elevación, que es en verdad la mayor del continente americano, hacia los diez y siete grados de latitud Sur, y, después de cruzar la línea , y gradualmente declina en al turas de poca importancia, al entrar en el istmo de Panamá. Tal es la famosa cordillera de los Andes, ó «montañas de cobre»(1), como las llaman los naturales, aunque con más razón podrían llamarse «montañas de oro». Dispuestas muchas veces en una sola línea, más frecuentemente en dos o tres, que corren paralelas entre sí, o en sentido oblicuo, parecen una continua cadena, vistas desde el Océano. Los estupendos volcanes que el habitante de las llanuras mira como masas solitarias é independientes, parecen al navegante otros tantos picos del mismo vasto y magnífico sistema. En tan inmensa escala ha trabajado la naturaleza en aquellas regiones, que solo desde una gran distancia puede el espectador comprender de algún modo la relación de las diversas partes que forman aquel asombroso conjunto; Pocas obras han salido de la mano de la naturaleza capaces de producir impresiones tan sublimes, como el a pecto de esta costa, cuando se desarrolla gradualmente a los ojos del marinero en las aguas distantes del Pacifico; cuando se enseñorean montañas sobre montañas, y el Chimborazo, con su espléndido dosel de nieve, resplandeciendo sobre las nubes, corona el todo como una diadema celestial.
El aspecto estertor del país no parece muy favorable a las operaciones de la agricultura, ni a las comunicaciones interiores. La faja arenosa que corre por la costa, donde nunca llueve, no recibe más humedad que la que le su ministran unos pocos y escasos arroyos, ofreciendo un notable contraste con los vastos volúmenes de agua que se desprenden de las laderas orientales hacia el Atlántico. Ni son más aptas para el cultivo las faldas de la sierra, cortadas por hondos precipicios, y masas destrozadas de pórfido y granito, ni sus más altas regiones, envueltas en nieve que nunca se derrite bajo el sol ardiente del Ecuador, y sí solo por la acción desoladora de los fuegos volcánicos. Los derrumbaderos, los furiosos torrentes, y las quebradas intransitables, rasgos característicos de esta región escabrosa, parecen obstáculos insuperables a toda comunicación entre las diversas partes de su dilatado territorio. Guando el viajero aterrado se remonta por aquellas veredas aéreas, en vano procura medir con la vista la profundidad de las enormes aberturas que desgarran la cadena de los montes. Y sin embargo, la industria, o por mejor decir, el genio de los indios ha sido bastante para sobrepujar todos los obstáculos de la naturaleza.
William H. Prescott
Historia de la Conquista del Perú, 1847
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(1) A lo menos: la voz "anta", de donde se cree que proviene la etimología de Andes, significa cobre en lengua peruana, Garcilasso, Corm. Real, parte I lib. V, cap. XV.
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